Pepe Rodríguez

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La información sobre sectas

 

(Fuente: Rodríguez, P. (2000). Adicción a sectas. Barcelona: Ediciones B., capítulo 32, pp. 276-287)

 

La utilidad de la información sobre una «secta» puede ser mucha o poca en función del objetivo perseguido en cada momento. En principio, será adecuada para poder valorar globalmente la situación, posibilidades y riesgos que puede correr un sectario, puesto que no todos los grupos tienen igual incidencia sobre la dinámica psicosocial, ni la misma voracidad sobre los bienes de sus adeptos, etc. Pero, dado que, tal como ya hemos mostrado, los conflictos sectarios, que van desde la mera afiliación a la sectadependencia, no tienen su causa básica en el perfil de la «secta» sino en el perfil psicosocial previo del adepto, para plantearse un abordaje terapéutico será infinitamente más necesaria la información sobre la personalidad y entorno social del sectario que no la referida a la «secta» en sí misma; y lo mismo reza para las actuaciones directas, que deberán concentrarse más en apoyar al sujeto que en presionar contra el grupo. De todos modos, siempre será mejor tener el máximo de datos posibles sobre la «secta» de referencia ya que ello puede ayudar a diseñar algunas estrategias con mejor base. 

La información, por tanto, podrá ser un instrumento importante en el abordaje de la problemática sectaria, pero no cualquier información será adecuada para servir a nuestros propósitos. Resulta imprescindible que los datos que se vayan a emplear sean ciertos y objetivos, y que conformen un conjunto bien documentado, contrastado y veraz. 

Informar con veracidad es un deber, pero no sólo por ética —que ya es razón más que suficiente—, sino por pura estrategia. Un sectadependiente, por poderosa que sea su adicción a un grupo, está en condiciones de saber distinguir entre lo que puede ser posible o no respecto de su «secta», pero, sobretodo, es perfectamente capaz de poder diferenciar una información bien documentada de una vulgar patraña. Otra cosa bien distinta será que esa persona pueda detectar las mentiras y contradicciones que rodean su propia vida dentro y fuera de la secta, ya que la dinámica manipuladora grupal y el proceso adictivo en que está atrapada le impiden verlas como tales o, en caso de ser consciente de ellas, le fuerzan a asumirlas como buenas y deseables dentro del marco de coherencia que necesita mantener a fin de que su particular reductor de ansiedad siga siendo eficaz.

Debe tenerse siempre muy presente que un sectario, tal como ya vimos, basa su identidad —en un alto grado o totalmente— en el hecho de la pertenencia a su grupo y ello, ventajas de supervivencia emocional al margen, le lleva a cerrarse absolutamente —e incluso a reaccionar con ira o violencia— ante cualquier dato que afecte negativamente a su colectivo y, en consecuencia, a su mismísimo núcleo de personalidad. Además, sabemos también que parte del proceso manipulador sectario consiste en controlar los mecanismos para la adquisición de información, forzando que un sujeto sólo admita los imputs procedentes de la secta —y/o aquellos externos relacionados con pautas de supervivencia cotidiana que, claro está, no contradigan los dogmas sectarios— y rechace todos los ajenos y/o que cuestionen la imagen del grupo y/o su permanencia en él. 

Cualquier dinámica de sectarismo destructivo programa las claves generales de interpretación de las percepciones a la luz de su doctrina —ver los clichés en el apartado 15—, de modo que, en el aspecto concreto que tratamos, sus adeptos sólo puedan ver como «mentiras» o «difamaciones» todas las informaciones contrarias a su grupo y líder. Para que la manipulación sectaria sea coherente —no olvidemos que incluso el más cretino de los humanos sabe que nadie ataca a otro sin motivo—, la miopía de la grey se acuna sobre un armazón conspiranoico que lleva a considerar las críticas como ataques organizados y tramados desde «oscuros intereses» —de políticos, ateos, católicos, judíos, comunistas, fascistas, periodistas, psiquiatras,... es decir, de cualquier colectivo que el líder sectario y sus intereses señalen como «el enemigo»— a fin de acabar con el grupo y su misión —que representan en ese momento la única vía de supervivencia emocional de sus adeptos— y dañar de forma alevosa y dolosa a cada uno de sus miembros (personalizando así el peligro para provocar más visceralidad en la respuesta de rechazo del sujeto).

Por otra parte, las informaciones críticas publicadas que afecten de forma directa y notable a una «secta», suelen ser comentadas en grupo por los responsables locales—habitualmente en medio de alguna sesión ritual o de formación— y reinterpretadas hasta demostrar su «falsedad»; aunque, lógicamente, los líderes sectarios sólo se toman la molestia en hacer tal cosa cuando lo publicado es cierto y tiene suficiente entidad como para poder generar dudas y conflictos entre los miembros. Los estrategias empleadas para este menester se fundamentan, básicamente, en el poder y credibilidad que emana cualquier figura investida de liderazgo, en el estado de sumisión y dependencia que embarga a la mayoría de los adeptos, en su necesidad de seguir creyendo que están en «el buen lugar», y en la desconexión de éstos respecto a buena parte de la dinámica social general. 

Entre las muchas estratagemas que utiliza el sectarismo destructivo para invalidar los informes que le son desfavorables, destacan las tres siguientes: a) sacar algunas frases de su contexto original para desvirtuarlas y hacerlas aparecer como ridículas, injustas y exageradas; b) exaltar cualquier detalle erróneo y contaminar todo el conjunto con él —«aquí se dice que nosotros poseemos una finca en Sevilla y todos sabéis que no es nuestra, sino que está arrendada, ¡pues así es todo este artículo, lleno de mentiras como ésta, pura basura, es una demostración más de que la prensa siempre miente!»— y, al mismo tiempo, claro está, omitiendo el comentar los hechos irrefutables del texto analizado; y c) aplicarse a uno mismo, de forma interesada y manipuladora, conceptos y frases generales y/o referidas a otros —«aquí se habla de que hay sectas en las que se prostituye a los adeptos, pero eso es mentira, en nuestro grupo no hacemos tales cosas, por eso no somos un secta y eso demuestra cómo mienten todos los que nos atacan»—, que en ningún momento les han sido adjudicadas.

Así, pues, debe tenerse por seguro que cualquier información que cuestione a una «secta» —pero también a cualquier institución religiosa, política o de alto contenido emocional— siempre será tildada de falsedad por ella y sus acólitos. Valga como ejemplo mi propia experiencia: por los datos publicados en mis libros he sufrido alrededor de un centenar de procesos judiciales iniciados por dirigentes de sectas y, a pesar de haber ganado todos los pleitos —demostrando sin lugar a dudas que mis informaciones son veraces— y, a más abundamiento, de haber hecho procesar y condenar a algunos de esos responsables sectarios, éstas siguen contando a sus adeptos que yo falto a la verdad... Y, lamentablemente, en la misma tesitura me he tenido que ver a partir de la publicación de mis libros críticos sobre la Iglesia católica, aunque en este caso, dada la radical contundencia de mis datos, nadie se atrevió a demandarme, aunque sí a difamarme desde los medios eclesiales[i]. El sectarismo, ya lo dijimos, no solo es patrimonio de las «sectas».

En cualquier caso, sea la que fuere la opinión de los sectarios, debo insistir en que solamente debe emplearse información basada en hechos reales y pruebas tangibles. Saber dónde encontrarla y cómo distinguirla será tan fundamental como difícil, pero no imposible. En potencia existen muchas fuentes para poder documentarse —libros, revistas y opúsculos especializados —ya sean de carácter científico o divulgativo—, webs específicas en Internet, informaciones periodísticas, material de las propias sectas, documentos administrativos o judiciales, etc.—, pero hay que saber seleccionarlas según sus diferentes grados de interés y estar en condiciones de superar las dificultades de acceso que puedan presentar cada una de ellas.

Los libros son herramientas imprescindibles para poder adquirir una visión de conjunto, rigurosa, amplia y ordenada, de la problemática sectaria y, también, quizá, para acceder a informaciones ya elaboradas sobre el grupo específico que interese en cada caso particular. 

A la hora de elegir un libro, particularmente si no se tienen referencias sobre su posible calidad, puede ser útil dejarse guiar un poco por los datos biográficos del autor que figuren en una pestaña de su cubierta u otro lugar, por la estructura y contenido del índice, y por la editorial (las hay más o menos serias, o que están adscritas a determinadas creencias —generalmente religiosas— que le confieren un sesgo muy notable a todo lo que publican; así, por ejemplo, los autores de orientación católica, que suelen referirse a las «sectas» bajo la denominación de «Nuevos Movimientos Religiosos» o NMR, con frecuencia parten de supuestos de supremacía de su fe que son incompatibles tanto con la objetividad y neutralidad que se requiere para abordar un problema psicosocial como el de las «sectas», como con el respeto y trato igualitario que se le debe a todas las creencias). 

En la bibliografía final de este trabajo se reseñan decenas de libros y artículos de revistas científicas que pueden ser de interés, pero no son los únicos, ni mucho menos, ya que los textos que tratan esta cuestión se pueden contar por miles (otro asunto bien distinto será su rigor y calidad). 

Algo tan aparentemente simple como es buscar un libro, puede convertirse en un calvario, incluso para quienes, como este autor, trabajan con libros y compran varios cientos cada año. ¿Cómo saber que un libro sobre un determinado tema o de un cierto autor existe? Un recurso es hacer búsquedas específicas sobre la base de datos del ISBN (en España), que es un registro oficial en el que aparecen las fichas de absolutamente todos los libros editados en el país; puede consultarse a través de un librero o directamente en Internet. Lo mismo puede hacerse con los registros similares de cada país. Las librerías virtuales, las webs de algunas editoriales y otras especializadas en temas concretos, también ofrecen un amplio catálogo informatizado de rápido y cómodo acceso a través de la red. El mismo tipo de acceso electrónico permite bucear también en las librerías públicas y universitarias (éstas, a su vez, permiten localizar artículos científicos)... Cuando uno se encuentra con cientos de títulos en la pantalla del ordenador comienza a arrepentirse de haber iniciado la búsqueda... ahora hay que seleccionar los que más se ajusten a las necesidades de cada momento.

Con el comercio electrónico ya se pueden comprar fácilmente libros en todo el mundo, a través de Internet, desde los propios catálogos que han permitido localizarlos. Si nos atenemos al método tradicional, ir a la librería de la esquina, nos encontraremos casi seguro con un primer problema cuando se busque un libro que no sea «novedad», eso es que se haya publicado hace algunos meses o años; la mayoría de esos textos ya no existen en los estantes de la librerías —por un evidente problema de espacio y comercialización que prima a los últimos libros editados— y los malos libreros suelen sacarse de encima al cliente diciéndole que «está agotado», pero, en realidad, ese texto que no tiene el vendedor en su mesa lo mantiene el editor en su almacén y, por tanto, se puede conseguir. Los caminos para hacerse con él son muchos; por ejemplo, pedirle al librero habitual, o a la librería más importante y que dé mejor servicio en la ciudad, que lo encargue a la empresa editora o a su distribuidor local; también se puede llamar por teléfono directamente a la editorial —o comunicarse con ella a través de su página web o e-mail— a fin de que suministre el libro ella misma o indique dónde poder conseguirlo.

 En las bibliotecas públicas no están todos los libros, ciertamente, pero quizá se encuentren los suficientes. Puede facilitar las cosas el pedirle consejo al bibliotecario/a acerca de lo que se está buscando; los hay muy amables, tanto, que no pocas veces toman nota del libro que no tienen en existencia, lo compran y lo ponen a disposición de sus lectores.

De todos modos, no resulta recomendable leer exclusivamente libros críticos con las «sectas», lo mejor será ampliar horizontes leyendo textos que permitan comprender mejor los contornos del problema que nos atañe. Algunos textos bien seleccionados sobre psicología, religiones —en especial tratados sobre religiones comparadas—, filosofía —oriental y occidental—, yoga, metafísica o —¿por qué no?— esoterismo..., ayudarán a formarse una base de conocimientos que podrá mejorar la comunicación y entendimiento con un sectario (al tiempo que mejorará la comprensión y la tolerancia con las creencias ajenas).

Una fuente de datos muy notable que no puede dejar de usarse es la propia literatura editada por la secta —libros, revistas, folletos, etc.—, puesto que servirá tanto para saber qué y cómo piensa el familiar sectario —y, por tanto, permitirá aproximarse más íntimamente al núcleo de su mundo personal—, como para detectar incongruencias, promesas incumplidas, falsedades, abusos, actitudes irracionales y/o delictivas, puntos razonables en los que puede estarse de acuerdo y un largo etcétera de elementos que sin duda serán importantes a la hora de intentar abordar la salida del sectario de su grupo. 

No conviene, por tanto, caer en ninguna de las dos actitudes —habituales en las familias afectadas— siguientes: a) romper cuanto papel de la secta se localice (antes al contrario, hay que guardarlos todos en un lugar seguro, ya sea el original o en fotocopia); y b) perseguir al sectario para confrontarlo continuamente con sus propios textos (según los casos, será bueno discutir suavemente sobre ellos, pero nunca adoptar posturas radicales contra ellos). 

La literatura más interesante será siempre aquella que está reservada para uso de los adeptos y, mucho más aún, la que es de uso exclusivo de los dirigentes y/o sólo puede ser consultada dentro de los centros sectarios; en este tipo de documentos suele encontrarse parte de la dinamita que ayudará, en el momento adecuado, a abrir el camino hacia el abandono de la secta. Los textos propagandistas y públicos, aunque aportan menos datos, también pueden tener diferentes usos: informar sobre actividades y relaciones de la secta, mostrar cambios importantes de actitud y/o de imagen a lo largo del tiempo, acreditar incumplimientos de promesas, etc. Todo, hasta lo más nimio, puede ser de alguna utilidad en manos de un buen experto. Resulta siempre una buena idea el abrir un archivo propio —en algún lugar que no sea accesible para el sectario— para guardar todos los datos que se encuentren a propósito del caso; un día, en el futuro, harán un gran servicio. 

Las noticias de prensa también pueden ser una fuente de información interesante, pero, lamentablemente, debido a las prisas y superficialidad —y/o falta de profesionalidad— que domina el trabajo periodístico de actualidad, son habituales los errores de bulto y los disparates de alto riesgo. Es aconsejable, en principio, poner en cuestión cualquier información que no aparezca suficientemente acreditada y, en todo caso, debería intentarse seguir el hilo de las noticias más notables para conocer como acaban, dado que son corrientes los titulares sensacionalistas que, tiempo después, se quedan en nada (y los propios medios de comunicación ya no se ocupan de corregir). 

De todas maneras, para un buen lector, las noticias de prensa facilitan una cantidad de información suplementaria que resulta fundamental para trabajar con rigor: se menciona a personas relacionadas con el asunto que quizá valga la pena localizar y contactar, se apuntan hechos —acciones judiciales, etc.— que puede resultar importante ampliar, o lugares a los que puede ser conveniente ir... tomar en consideración esas pistas suele acabar arrojando resultados bien sorprendentes.

La búsqueda de informaciones ya publicadas en archivos y hemerotecas no es sencilla. Los buenos archivos sobre el mundo de las «sectas» son privados y su acceso está limitado; las hemerotecas públicas y las de los medios de comunicación no suelen tener aún índices temáticos informatizados —o son muy recientes o incompletos— y resulta prácticamente imposible encontrar una noticia determinada si no se sabe de antemano en qué medio y fecha fue publicada. 

Hoy en día, Internet es una fuente obligatoria a la que debe acudirse para casi todo y, cómo no, también para recabar información sobre «sectas». En la red de redes hay centenares de webs dedicadas a este tema y empleando un buscador —es aconsejable usar varios, ya que no todos encuentran lo mismo— y tecleando las palabras clave que se considere oportunas —genéricas como «secta» y su equivalente en otros idiomas, o particulares como el nombre del grupo que se busca— se localizan sin problemas. Las webs tienen los contenidos más diversos: recopilaciones de artículos de prensa, testimonios de ex adeptos, informes públicos y privados, bibliografía, consejos, direcciones, links para acceder a otras páginas relacionadas; las hay generales y específicas; rigurosas y panfletarias; particulares y de asociaciones o instituciones, tanto favorables como contrarias a las «sectas»; y, claro está, todas las sectas más o menos importantes tienen también su propia web propagandística (a la que siempre es recomendable acceder porque suele encontrarse información interesante para comprender mejor la conducta del familiar o amigo sectario). También hay muchos chats de ex miembros de diferentes sectas con los que se puede dialogar.

Pero será necesario remarcar con toda la fuerza posible que, de las miles de informaciones sobre «sectas» que circulan por Internet, una parte muy importante de ellas son inexactas, cuando no simples rumores, intoxicaciones o burdas mentiras, a menudo propiciadas por el deseo de venganza de ex miembros defraudados y avaladas por expertos sin escrúpulos. Debe extremarse muchísimo el cuidado cuando se maneja información procedente de la red.

Alrededor de la problemática de las «sectas» se ha instalado una especie de camarilla internacional de «expertos» que ha llegado a conformar una espiral que se retroalimenta de sí misma, propiciando un extendido comportamiento acrítico en el que se da por cierta cualquier información que circule por ese circuito de «expertos» que, a su vez, se avalan a sí mismos en la misma medida con que encuentran creyentes para sus denuncias que, al ser aceptadas, adquieren cada vez más credibilidad por sí mismas y, a través de sucesivas repeticiones endogámicas, en diferentes medios y ámbitos, se fortalecen y se erigen en valedoras capaces de autentificar cualquier nuevo dato que confirme las presunciones iniciales… y así hasta el infinito. 

En este sin sentido, Internet —como fuente primaria de datos básicos— aporta las pruebas indiscutibles a los medios de comunicación, y éstos, al publicarlas, configuran una especie de aval que acaba por confirmar la veracidad de la información propagada desde la red. Si uno recorre con atención las diferentes webs que tratan sobre «sectas», puede darse cuenta del apoyo viciado que se produce entre datos —falsos— procedentes de la red que son publicados en un medio de comunicación y recogidos luego, por la misma web, desde el trabajo periodístico, con el fin de consolidar y dar credibilidad a sus propios datos iniciales, que eran incorrectos. El mecanismo viene a ser más o menos así: en la web W se publica una información falsa sobre la secta S; un periodista accede a ella y la publica en el periódico P dándola por veraz al proceder de W; finalmente, la web W recoge lo dicho por el periódico P y presenta sus propios datos falsos sobre S como veraces dado que los ha publicado P. En el futuro esa mentira «avalada» correrá como la pólvora por todos los medios de comunicación, webs y «expertos» que se ocupen del asunto concreto.

Otra forma de conseguir información es contratando los servicios de un investigador privado, pero esta medida sólo es aconsejable en unos pocos casos muy concretos y teniendo en cuenta las dos premisas siguientes: a) las tarifas que suelen cobrarse en este sector son elevadas y, con frecuencia, muy desproporcionadas respecto al trabajo entregado; y b) si bien existen excelentes profesionales, este sector está trufado de sujetos con pocos o ningún escrúpulos que sangran económicamente a sus clientes y, a menudo, les engañan con datos absolutamente falsos. Si uno está en condiciones de llamar a la puerta de un detective de confianza, es probable que le aporte algo interesante; pero, si tiene que dejarse guiar por el azar, mejor pensarlo dos veces antes de hacerlo. En todo caso, la prudencia recomienda solicitar siempre informes por escrito de sus trabajos y no pagar nada si no es contra la entrega de una factura válida. Conviene informarse bien antes de contratar los servicios de un detective y, ante las dudas, siempre puede acudirse al departamento de la Policía encargado de controlar este sector profesional[ii].

De ser necesario, debe tomarse todo el tiempo que haga falta para adquirir la mayor cantidad posible de información acerca de la «secta» bajo sospecha, pero, sobre todo, debe procurarse por todos los medios separar los hechos reales y probados de aquellos que carecen de fundamento, sólo así podrá evitarse caer en un alarmismo infundado que siempre acaba complicando la situación familiar y, en ocasiones, llega a convertir un conflicto en irreversible, o poco menos. Si se recurre solamente a informaciones correctas y veraces, todos, familiares y sectarios, saldrán ganando con ello. 


[i] Libros como La vida sexual del clero —que no sólo supone un ensayo riguroso sobre la cuestión del celibato católico y de la vida afectivo-sexual del clero, sino que denuncia, con nombres apellidos y profusión de pruebas incontestables, a sacerdotes y altos prelados actuales implicados en escándalos y delitos sexuales, casi siempre encubiertos— o Mentiras fundamentales de la Iglesia católica —que evidencia las tremendas manipulaciones y falsificaciones que dieron origen al dogma católico—, han sido prohibidos (para los creyentes) por la cúpula católica española, pero jamás han sido rebatidos. De hecho, desde la mediocre y ultraconservadora cúpula eclesial católica, se ha llegado a decir que tales libros eran la punta de lanza de «una campaña anticlerical para preparar una situación parecida a la que dio origen a la Guerra civil española» ¡¡¡¿?!!!, verdaderamente demencial; o, en el periódico conservador ABC, Santiago Marín, en marzo de 1995, escribió que «Hay, no me cabe duda, una fortísima campaña contra la Iglesia. Se trata de hacer salir a la luz los defectos de los eclesiásticos, especialmente relacionados con asuntos sexuales. Son libros, denuncias, programas de televisión o de radio. Va dirigida a minar el prestigio de la jerarquía, presentándola como una oligarquía hipócrita que mantiene una fachada de elevada doctrina para los demás que no cumple ella misma. Destapada la campaña habría que preguntar por qué existe y quién la mueve...», esta misma filosofía y estructura de texto es la que encontramos en todos los panfletos de sectas destructivas cuando se defienden de las críticas que se les formulan ¿casualidad? Frente a tal sectarismo institucional, algunos obispos y teólogos, cientos de sacerdotes y miles de creyentes han leído, avalado y apoyado ambos libros, convertidos en best-sellers, a pesar de tratarse de ensayos, en todos los países europeos y latinoamericanos que se han publicado. 

[ii] Los interesados en conocer la legislación que controla esta práctica profesional en España, pueden consultar la completa recopilación legislativa que se recoge en Morales, F. y Marco, F. (1999). Código de seguridad privada. Pamplona: Aranzadi. 

 
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