Introducción
(Fuente:
Rodríguez,
P. (2000). Adicción
a sectas. Barcelona:
Ediciones B., introducción, pp. 7-13)
Durante
las últimas tres décadas se ha hablado mucho de «sectas» aunque,
lamentablemente, el fuerte impacto emocional que va asociado
a la problemática que generan ha hecho extraviar, en gran
medida, el camino de la comprensión.
Ante
el hecho real y doloroso de las «sectas», suele adoptarse
la actitud de satanizar al grupo —así como al líder y las
técnicas de manipulación empleadas— haciéndole único responsable
de cuantos males afectan a un adepto y a su entorno; esta
postura, humanamente comprensible, sin embargo, tal como demostraremos
en este libro, no aborda la cuestión desde el punto de vista
correcto, equivoca el verdadero origen y causas del problema
y, por ello, impide acercarse a una comprensión adecuada de
la situación que permita encarar la búsqueda de soluciones
razonables y posibles.
Con
frecuencia, entre quienes acuden a mi consulta en busca de
asesoramiento, me encuentro frente a personas empeñadas en
convencerme de cuán malvada es la «secta» que «se ha apoderado»
de su familiar y que sólo se muestran interesadas por saber
de qué manera pueden «acabar» con ella. Mi respuesta, en estos
casos, suele ser la de inducirles a reflexionar sobre la siguiente
pregunta:
—
¿Quiere usted tener razón o solucionar su problema?
No
cabe duda de que buena parte de los afectados —aunque no todos,
ni mucho menos— llevan razón en sus críticas contra el grupo
que les aflige, pero estar en lo cierto respecto a las manifestaciones
externas de un problema no implica estarlo también en relación
a sus causas. Así, por ejemplo, describir el comportamiento
de una persona dependiente del alcohol o del juego y/o enumerar
los problemas que su adicción le reporta a ella y a su entorno,
no sirve para poder comprender las verdaderas motivaciones
de su comportamiento ni, menos aún, para iniciar un abordaje
terapéutico, puesto que, para ambas intenciones, antes deberán
identificarse las causas de índole psicosocial que indujeron
a esa persona en concreto a beber o jugar en exceso y hacer
de ello el centro de su vida. Por otra parte, identificar
los lugares dónde, aparentemente, se origina la conducta alcohólica
o jugadora —el bar de la esquina de casa, por ejemplo— y pretender
que tal problema es responsabilidad del dueño del bar y que
desaparecería si se cerrase su establecimiento —y/o todos
los bares del país— sería tan absurdo, injusto e inútil como
lo es hacer lo propio respecto a un sectario y el grupo del
que se ha vuelto dependiente.
—
No hay que luchar contra la «secta» —aconsejo a menudo—, sino
maniobrar a favor del sectario.
Una
persona sectadependiente —en el capítulo
III perfilaremos con toda su fuerza este concepto— necesita
de modo imperioso la relación intensa y absorbente que ha
establecido con su «secta», igual que le ocurre a un alcohólico
y a cualquier otro tipo de adicto en relación a la sustancia
y/o comportamiento del que dependen, de modo que todo ataque
al objeto de su adicción se convertirá automáticamente en
una agresión a su núcleo de bienestar (que es, precisamente,
el sentimiento que le proporciona su estado de dependencia)
y, por ello, producirá el efecto contrario al deseado. Cuanta
más presión se ejerza sobre un sectario y su grupo, más profundo
se sumergirá a aquél en éste. Por el contrario, si, obviando
a la «secta», logramos encontrar estímulos ajenos al grupo
que ayuden al sectario a sentirse bien, la necesidad desesperada
de afiliación que éste experimenta se irá diluyendo progresivamente
hasta anular la dependencia del grupo mantenida hasta entonces.
En suma, no hay que romperle el objeto de su devoción
sino ayudarle a ver que existen otros diferentes en los que
se puede apoyar sin tanto riesgo.
En
mis conferencias sobre la problemática sectaria suelo recurrir
a una metáfora que considero muy elocuente. Se basa en un
experimento que realizó el estadista y científico norteamericano
Benjamin Franklin (1706-1790) hace algo más de un par de siglos.
El inventor del pararrayos y las gafas bifocales le encargó
a un carpintero que, de una misma pieza de madera, elaborase
veinte estacas idénticas. Acto seguido las hizo pintar usando
todo el espectro cromático que conforma la luz blanca —eso
es violeta, azul, verde, amarillo, anaranjado y rojo— y con
diferentes gamas de cada color. Finalmente, por la mañana,
temprano, antes de salir el sol, Franklin clavó cuidadosamente
las veinte estacas sobre el suelo nevado del jardín de su
casa, procurando que guardasen la misma distancia entre ellas,
igual orientación y que no se hundiesen más allá de una marca
que les era común.
Cuando
llegó el mediodía, tras unas horas de acción solar, Franklin
fue a observar su obra y se encontró con un pequeño caos.
Nada era igual. Unas estacas se habían humillado hasta tocar
el suelo, otras se habían hundido más o menos en la nieve,
algunas se inclinaban hacia delante mientras que otras caían
hacia atrás... Si todas las estacas eran similares en todo
y aguantaron condiciones exteriores idénticas ¿qué había sucedido?
La respuesta era sencilla: cada color absorbe de forma diferente
el calor del sol y, por tanto, la temperatura alcanzada por
cada estaca varió, fundiendo más o menos la nieve —causa de
sus movimientos — de forma proporcional al calor acumulado.
Si
convertimos este experimento en metáfora y la aplicamos a
los humanos, veremos que aunque todos somos aparentemente
iguales —de la misma madera—, dado que no tenemos exactamente
el mismo color —que sería el equivalente a la personalidad,
puesto que las gamas cromáticas determinaron las reacciones
a los estímulos externos—, tampoco todos nos comportamos de
la misma manera ante las inclemencias de la vida. Unos
tienen la fortaleza suficiente para poder soportar el sol
sin más, otros tienen la habilidad de poder emplear algún
tipo de protector —crema, sombrero, sombrilla...— para enfrentarse
a él y no resultar perjudicados, pero otros, en fin, no disponen
de la fortaleza ni de la habilidad necesaria para enfrentarse
con las dificultades de la vida y resultan achicharrados vivos.
Estos últimos son los que acaban conformando la legión de
los adictos a sustancias y comportamientos, entre los que
está el sectarismo.
El
achicharramiento vital, siguiendo con nuestra metáfora,
genera mucha ansiedad [i]
en los sujetos que lo padecen y, por ello, debido a que estamos
biológicamente preparados para intentar escapar del dolor,
buscan algún tipo de reductor de ansiedad, igual que hacemos
todos, aunque en esos casos, al carecer, en mayor o menor
medida —por deficiencias psicosociales que veremos en su momento—,
de la habilidad que permite recurrir a los protectores
habituales —eso es estrategias psicológicas de afrontamiento
de problemas— acaban cayendo en reductores de ansiedad extremos
como son los comportamientos adictivos.
Por
todo ello, cuando se pretende que una persona supere su sectadependencia,
lo más adecuado no será «luchar contra la secta» sino, por
el contrario, apoyar y ayudar al sectario a fin de que encuentre
algún tipo de parasol alternativo y no lesivo que pueda
reemplazar la función que cumple su adicción al grupo. No
es algo fácil, ni mucho menos, pero eso es debido a que el
origen y fondo de la problemática sectaria son mucho más complejos
de lo que la mayoría imagina.
En
la concepción de este libro se ha partido de una premisa que
debería ser de puro sentido común: para intentar prevenir
y/o resolver un problema se requiere, primero, tener previamente
una consciencia adecuada de los factores que lo determinan
y, segundo, actuar seguidamente en la dirección apropiada
para tratar de eliminarlos o minimizarlos. De ambas fases
nos ocuparemos en este trabajo, estructurado en base a dos
grandes bloques. Uno, más académico —y con aspectos absolutamente
novedosos en el abordaje del sectarismo—, abarca los aspectos
que permiten comprender en toda su profundidad esta problemática
—parte I del libro—; el otro, redactado como un texto de autoayuda
—partes II y III—,
facilita las guías básicas que posibilitan prevenir y tratar
con eficacia el sectarismo.
Este
libro es fruto de la experiencia acumulada por este autor
desde que, allá por el año 1974, comenzó a trabajar en este
ámbito de la problemática sectaria, un campo que ha tratado
desde todas las perspectivas posibles —psicosocial, jurídica,
legislativa, policial, académica, divulgativo/preventiva,
asistencial, terapéutica, etc.— y que hace ya años aborda
desde la dirección del EMAAPS
(Equipo Multidisciplinar para el Asesoramiento y Asistencia
en Problemas Sectarios), que es un equipo asistencial privado,
de orientación sistémica, radicado en Barcelona e integrado
por un grupo de especialistas —básicamente psicólogos, psiquiatras
y abogados, aunque hay consultores en otros campos— que intervienen
de manera más o menos activa en función del diagnóstico, necesidades
y características de cada caso.
En
estas páginas encontrarán muchas respuestas quienes se interesen
por la comprensión global del fenómeno sectario —así como
todos aquellos que estudien, trabajen o se preocupen por las
dinámicas adictivas en general—, pero también se ofrecen las
pautas fundamentales para poder abordar profesionalmente esta
cuestión desde la óptica terapéutica y educativa.
Por
otra parte, tomando en cuenta a los afectados por sectas y,
principalmente, a sus familiares, destacaremos que una de
las intenciones básicas de este libro es que la lectura y
análisis de su contenido pueda hacer innecesaria, en no pocas
ocasiones, la consulta a un especialista o, al menos, pueda
ser suficientemente útil para permitir evaluar el tipo de
problema concreto que subyace en cada caso y sirva para orientar
la búsqueda de una ayuda profesional directa y adecuada, que
muy a menudo no debería ser la de un «experto en sectas» dado
que, como veremos, la «secta» no es apenas sino la etiqueta
que le ponemos a un problema multicausal que debe intentar
resolverse por cauces ajenos a los propiamente estructurales
del sectarismo.
Para
acabar esta breve introducción, añadiremos cuatro frases brillantes
que pueden aportarnos puntos de partida importantes para reflexionar:
«Uno
es, esencialmente, lo que ha comido de niño» (Edgard Morin,
1921, sociólogo francés).
«Los
conflictos existen siempre; no tratéis sólo de evitarlos,
debéis procurar entenderlos» (Lin Yutang, 1895-1976, escritora
norteamericana).
«El
único error real es aquél del que no aprendemos nada» (John
Powell, 1834-1902, geólogo y etnólogo estadounidense).
«Todos
los problemas tienen solución; el problema está en dar con
ella» (Noel Clarasó, 1905-1985, escritor español).
[i] Dado
que, a lo largo de todo el libro, el concepto de ansiedad
será fundamental y estará siempre presente, será oportuno
apuntar aquí que la ansiedad es un conjunto de respuestas
psicológicas y/o biológicas al estrés que engloban aspectos
subjetivos o cognitivos de carácter displacentero —preocupación;
inseguridad; miedo o temor; aprensión; pensamientos negativos
(de inferioridad, incapacidad, etc.); anticipación del
peligro o amenaza; dificultad para concentrarse; dificultad
para tomar decisiones; sensación general de desorganización
o pérdida de control sobre el entorno, acompañada de dificultad
para pensar con claridad, etc.—, aspectos corporales o
fisiológicos caracterizados por un alto grado de activación
del sistema nervioso autónomo, y aspectos observables
o motores, que suelen implicar comportamientos poco ajustados
y escasamente adaptativos. La reacción de ansiedad puede
ser provocada tanto por estímulos externos como internos
—pensamientos, ideas, imágenes mentales, etc. que son
percibidos por el sujeto de forma amenazante—. Los estímulos
internos capaces de evocar la reacción de ansiedad están
determinados en gran parte por el perfil de personalidad
del sujeto, que conformaría lo que se llama un «rasgo
de ansiedad». La ansiedad, de hecho, es una respuesta
saludable y natural ante las experiencias de la vida,
pero, sin embargo, una respuesta exagerada o una ansiedad
crónica suelen indicar la presencia de un trastorno de
ansiedad. Los trastornos derivados de la ansiedad son
tan importantes que han convertido a ésta en uno de los
elementos centrales de la psicopatología actual. La ansiedad,
entre otras cosas, desempeña un papel fundamental en los
procesos adictivos a drogas, alcohol, comida y, sin duda,
sectas.
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