Un
pontificado con contradicciones fatales
Por Hans Küng
El País, Madrid.
El artículo
que presentamos aquí fue publicado por el gran teólogo
católico Hans Küng en el diario El País, en fecha
15-10-2003. Dada su indiscutible autoridad en este ámbito,
la crítica que hace al pontificado del Papa Wojtyla (compartida
por la inmensa mayoría de los teólogos independientes)
debe ser tomada en consideración tanto por los seguidores
como por los detractores del Papa polaco.
Un
pontificado con contradicciones fatales
HANS KÜNG - Teólogo Católico
El 17 de octubre de 1979 publiqué un balance del primer año
en el cargo del papa Juan Pablo II. Fue este artículo, que
apareció en varias publicaciones del mundo, lo que dos meses
después dio lugar a que se me retirara la autorización
eclesiástica para enseñar como teólogo católico.
Veinticinco
años de pontificado han confirmado mi crítica. Para
mí, este Papa no es el más grande, pero sí
el más contradictorio del siglo XX. Un Papa con muchas y
muy grandes dotes y con muchas decisiones equivocadas. Reduciéndolo
a un único denominador: su política exterior exige
a todo el mundo conversión, reforma, diálogo. En crasa
contradicción con ella está su política interior,
que apunta a la restauración del status quo ante Concilium
y a la negación del diálogo intraeclesiástico.
Este carácter contradictorio se manifiesta en diez complejos
ámbitos de problemas:
1. El mismo
hombre que defiende de puertas afuera los derechos humanos los niega
de puertas adentro a obispos, teólogos y mujeres, sobre todo:
el Vaticano no puede suscribir la Declaración de Derechos
Humanos del Consejo de Europa; sería necesario cambiar antes
demasiados preceptos del derecho canónico medieval-absolutista.
La separación de poderes es desconocida en la Iglesia católica.
En caso de disputa, la misma autoridad actúa como legisladora,
fiscal y juez. Consecuencias: un episcopado servil y una situación
jurídica insostenible. Quien litigue con una instancia eclesiástica
superior no tiene prácticamente ninguna oportunidad de que
se le haga justicia.
2. Un gran admirador
de María que predica excelsos ideales femeninos, pero que
rebaja a las mujeres y les niega la ordenación sacerdotal:
siendo atractivo para muchas mujeres católicas tradicionales,
este Papa repele a las mujeres modernas, a las que quiere excluir
"infaliblemente" de las órdenes mayores para toda
la eternidad y a las que en el caso de la anticoncepción
incluye en la "cultura de la muerte". Consecuencias: escisión
entre el conformismo exterior y la autonomía interna de la
conciencia, que en casos como en el del conflicto de los consejeros
de mujeres embarazadas también aleja a las mujeres de los
obispos afines a Roma, lo que provoca el creciente éxodo
de quienes aún seguían fieles a la Iglesia.
3. Un predicador
en contra de la pobreza masiva y la miseria del mundo que, sin embargo,
con su posición sobre la regulación de la natalidad
y la explosión demográfica, es corresponsable de esa
miseria: el Papa, que tanto en sus numerosos viajes como en la conferencia
sobre población de la ONU en El Cairo tomó postura
en contra de la píldora y del preservativo, podría
tener mayor responsabilidad que cualquier estadista en el crecimiento
demográfico descontrolado de numerosos países y la
extensión del sida en África. Consecuencias: incluso
en países tradicionalmente católicos como Irlanda,
España y Polonia, existe un creciente rechazo a la moral
sexual y al rigorismo católico romano en el tema del aborto.
4. Un propagandista
de la imagen del sacerdocio masculino y célibe que es corresponsable
de la catastrófica escasez de curas, el colapso del sacerdocio
en muchos países y el escándalo de la pedofilia en
el clero, que ya es imposible encubrir: el que a los sacerdotes
les siga estando prohibido el matrimonio no es más que un
ejemplo de cómo este Papa también posterga la doctrina
de la Biblia y la gran tradición católica del primer
milenio (que desconocen las leyes del celibato eclesiástico)
en favor del derecho canónico del siglo XI. Consecuencias:
los sacerdotes son cada vez más escasos, su reemplazo inexistente,
pronto casi la mitad de las parroquias carecerán de párrocos
ordenados y celebrantes regulares de la eucaristía, hechos
que no pueden ocultar la creciente importación de sacerdotes
de Polonia, India y África ni la inevitable fusión
de parroquias en "unidades eclesiales".
5. El impulsor
de un número inflacionista de beatificaciones lucrativas
que al mismo tiempo, con poder dictatorial, insta a su Inquisición
a actuar contra teólogos, sacerdotes, religiosos y obispos
desafectos: son perseguidos inquisitorialmente sobre todo aquellos
creyentes que destacan por su pensamiento crítico y su enérgica
voluntad reformista. Del mismo modo que Pío XII persiguió
a los teólogos más importantes de su época
(Chenu, Congar, De Lubac, Rahner, Teilhard de Chardin), Juan Pablo
II (y su Gran Inquisidor Ratzinger) ha perseguido a Schillebeeckx,
Balasuriiya, Boff, Bulányi, Curran, así como al obispo
Gaillot (de Evreux) y al arzobispo Huntington (de Seattle). Consecuencias:
una Iglesia de vigilantes en la que se extienden los denunciantes,
el temor y la falta de libertad. Los obispos se perciben a sí
mismos como gobernadores romanos y no como servidores del pueblo
cristiano, y los teólogos escriben en conformidad o callan.
6. Un panegirista
del ecumenismo que, sin embargo, hipoteca las relaciones con las
iglesias ortodoxas y reformistas e impide el reconocimiento de sus
sacerdotes y la comunidad eucarística de evangélicos
y católicos: el Papa podría, tal como ha sido recomendado
repetidas veces por las comisiones ecuménicas de estudio
y practican muchos párrocos, reconocer a los eclesiásticos
y las celebraciones de la comunión de las iglesias no católicas
y permitir la hospitalidad eucarística. También podría
atemperar la exagerada ambición medieval de poder frente
a las iglesias orientales y reformadas. Pero quiere mantener el
sistema de poder romano. Consecuencias: el entendimiento ecuménico
quedó bloqueado tras el Concilio Vaticano II. Ya en los siglos
XI y XVI el papado demostró ser el mayor obstáculo
para la unidad de las iglesias cristianas en libertad y pluralidad.
7. Un participante
en el Concilio Vaticano II que desprecia la colegialidad del Papa
con los obispos, decidida en ese concilio, y que vuelve a celebrar
en cada ocasión que se presenta el absolutismo triunfalista
del papado: en sustitución de las palabras programáticas
conciliares (aggiornamiento, diálogo, colegialidad, apertura
ecuménica), se vuelve ahora, en las palabras y en los hechos,
a la "restauración", "doctrina", "obediencia",
"rerromanización". Consecuencias: No deben llamar
a engaño las masas de las manifestaciones papales: son millones
los que bajo este pontificado han "huido de la Iglesia"
o se han retirado al exilio interior. La animosidad de gran parte
de la opinión pública y de los medios de comunicación
frente a la arrogancia jerárquica se ha intensificado de
forma amenazadora.
8. Un representante
del diálogo con las religiones del mundo, a las que simultáneamente
descalifica como formas deficitarias de fe: al Papa le gusta reunir
en tornoa sí a dignatarios de otras religiones. Pero no se
percibe mucha atención teológica a sus demandas. Antes
bien, incluso bajo el signo del diálogo sigue concibiéndose
como un "misionario" de viejo corte. Consecuencias: la
desconfianza hacia el imperialismo romano está ahora tan
difundida como antes. Y esto no sólo entre las iglesias cristianas,
sino también en el judaísmo y el islam, por no hablar
de India y China.
9. Un poderoso
abogado de la moral privada y pública y comprometido paladín
de la paz que, al mismo tiempo, por su rigorismo ajeno a la realidad,
pierde credibilidad como autoridad moral: las posiciones rigoristas
en materias de fe y de moral han socavado la eficacia de los justificados
esfuerzos morales del Papa. Consecuencias: aunque para algunos católicos
o secularistas tradicionalistas sea un superstar, este Papa ha propiciado
la pérdida de autoridad de su pontificado por culpa de su
autoritarismo. A pesar de que en sus viajes, escenificados con eficacia
mediática, se presenta como un comunicador carismático
(aunque al mismo tiempo es incapaz de diálogo y obsesivamente
normativo de puertas adentro), carece de la credibilidad de un Juan
XXIII
10. El Papa,
que en el año 2000 se decidió con dificultad a reconocer
públicamente sus culpas, apenas ha extraído las consecuencias
prácticas: sólo pidió perdón para las
faltas de los "hijos e hijas de la Iglesia", no para las
del "Santo Padre" y las de la "propia Iglesia".
Consecuencias: la reticente confesión no tuvo consecuencias:
nada de enmienda, tan sólo palabras, nada de hechos. En vez
de orientarse por la brújula del evangelio, que ante los
errores actuales apunta en dirección de la libertad, la compasión
y el amor a los hombres, Roma sigue rigiéndose por el derecho
medieval, que, en lugar de un mensaje de alegría, ofrece
un anacrónico mensaje de amenaza con decretos, catecismos
y sanciones.
No puede pasarse
por alto el papel del Papa polaco en el colapso del imperio soviético.
Pero éste no se derrumbó a causa del Papa, sino de
las contradicciones socioeconómicas del propio sistema soviético.
La profunda tragedia personal de este Papa es ésta: su modelo
de Iglesia polaco-católica (medieval-contrarreformista-antimoderna)
no pudo trasladarse al "resto" del mundo católico.
Más bien fue la propia Polonia la que resultó arrollada
por la evolución moderna.
Para la Iglesia
católica, este pontificado, a pesar de sus aspectos positivos,
se revela a fin de cuentas como un desastre. Un Papa declinante
que no abdica de su poder, aunque podría hacerlo, es para
muchos el símbolo de una Iglesia que tras su rutilante fachada
está anquilosada y decrépita. Si el próximo
Papa quisiera seguir la política de este pontificado, no
haría sino potenciar aún más la monstruosa
acumulación de problemas y haría casi insuperable
la crisis estructural de la Iglesia católica. No, un nuevo
papa tiene que decidirse a cambiar el rumbo e infundir a la Iglesia
valor para la renovación, siguiendo el espíritu de
Juan XXIII y, en consecuencia, los impulsos reformistas del Concilio
Vaticano II.
EL PAÍS | Opinión - 15-10-2003
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