Introducción
(Fuente:
© Rodríguez,
P. (2006). Masonería
al descubierto. Barcelona: © Temas
de Hoy, Introducción, pp.13-19)
En 1934, desde la Declaración de Principios de la Constitución
del Grande Oriente Español se advertía con rotundidad
que «el que no se sienta con la serenidad de ánimo
suficiente para ser, de todo corazón, tolerante con todas
las creencias y con todas las opiniones, honradamente profesadas,
no debe ser masón».
Mucho antes, en 1871, las Constituciones de la Masonería
Española del Serenísimo Gran Oriente de España
del Rito Escocés Antiguo y Aceptado ya habían proclamado,
por enésima vez desde 1728, que «la masonería
tiene por objeto la perfección de los hombres, y por lo mismo,
los masones españoles admiten las diversas ideas y sistemas
sociales establecidos siempre que ellos no alteren los principios
morales, filantrópicos y fraternales; por esta razón
la masonería, que reconoce y proclama la autonomía
del individuo, es una sociedad pacífica, que realiza una
misión humanitaria y civilizadora; en su consecuencia todo
masón deberá ser también un ciudadano pacífico,
de honrada y moral conducta, que acate todos los poderes públicos
que se hallen legítimamente constituidos.
»Los masones no deben como tales, mezclarse ni tomar parte
en conjuraciones contra la paz, y bienestar de la nación;
procurarán ser corteses con las autoridades y sostener y
amparar en todas ocasiones los intereses de la hermandad, trabajando
por la prosperidad de la patria, no perdiendo de vista que todos
los hombres son hermanos, y que la masonería ha florecido
siempre en la paz, perjudicándose mucho en su marcha y desarrollo
con las guerras y el derramamiento de sangre».
Sin embargo, en España, como en todos los países acogotados
por la Iglesia católica (o por dictaduras dogmáticas),
la masonería ha sido vilipendiada y perseguida desde que
dio sus primeros pasos. Para absolutistas, dogmáticos, totalitarios
e intolerantes —tanto daba que éstos fuesen creyentes como
ateos, católicos como marxistas—, esos hombres del mandil,
que hacían profesión de fe de su tolerancia, significaban
todo lo que ellos intentaban ahogar; los masones pretendían
libertad, igualdad y fraternidad, allí donde los poderes
reales deseaban mantener dictadura, sumisión, ignorancia
y desigualdad.
Aunque durante más de dos siglos, en España, los masones
han sido víctimas —que han pagado con cientos de afiliados
asesinados su defensa de las libertades individuales y públicas—,
la leyenda negra creada por sus perseguidores los sigue presentando,
hasta el día de hoy, como verdugos. Y siendo esto gravísimo,
no lo es menos el hecho de que, como sociedad, nos hemos quedado
varados en esa charca de mentiras históricas.
La inmensa mayoría de la sociedad desconoce totalmente qué
es la masonería en realidad, aunque casi cualquiera está
dispuesto a repetir de memoria gastadas historias de conspiraciones,
secretos y rituales nefandos que jamás existieron.
En España, la masonería es siempre sospechosa de algo
debido a un irracional «por si acaso» que nos legó
el franquismo, mientras que en países con una larga tradición
democrática, la condición de masón induce al
respeto de los conciudadanos. A esta situación ha contribuido,
fundamentalmente, el hecho de que los españoles llegamos
muy tarde a la cultura democrática, y lo hicimos lastrados
por el peso de una estructura psicosocial franquista que todavía
colea, pero tampoco le es ajena la forma en la que se desarrolló
la masonería anterior a 1936 y la posterior a 1979.
Históricamente, la masonería española se desarrolló
y creció con un notable espíritu de clandestinidad,
patrocinado, sin duda, por la necesidad y voluntad de sus miembros
de asomarse al mundo con otros ojos y desde otras perspectivas —algo
considerado como un grave delito a la luz de la visión totalitaria
que ha gobernado Occidente hasta hace escasas décadas—; fue
preciso, por tanto, adoptar precauciones, señales secretas
de identidad, camaraderías estrechas y conductas discretas.
Masonería y secretismo fueron sinónimos inevitables
en el pasado, aunque ya no es así actualmente, ni mucho menos;
pero ese poso, unido a la escasa transparencia y presencia social
de los masones españoles tras la transición democrática,
ha seguido levantando un polvo de desconfianza difícil de
barrer, máxime en un país donde las etiquetas de pertenencia
se convierten fácil y rápidamente en insultos o en
pruebas de cargo.
Este tic social de desconfianza hacia la masonería nos viene,
sin duda, de un pasado gobernado por sujetos que nos esquilmaron
cuerpo y alma mientras decían que los lobos eran, precisamente,
aquellos que los denunciaban o enfrentaban. Todos sabemos que la
caspa, cuando se instala en nuestras cabezas, es difícil
de erradicar. Venimos de un pasado casposo y la masonería
quedó fijada en el subconsciente colectivo tal como nuestros
depredadores la idearon, no tal cual es, con sus luces y sus sombras,
con sus virtudes y sus defectos.
La masonería constituye un mundo amplio y complejo, multifacetado,
que abarca al menos tres esferas fundamentales: la dimensión
más profunda y experiencial del ser humano, en tanto Orden
iniciática que es; la dimensión emocional e intelectual,
en tanto que propiciadora de un ámbito de crecimiento personal
privilegiado; y la dimensión social, en la medida en que
constituye un espacio de sociabilidad que permite trabajar y reflexionar
en común lo propio y lo global, lo personal y lo social,
posibilitando la exportación de ideas que fueron fundamentales
en el pasado y, desde la óptica renovada y renovadora del
humanismo masónico, son imprescindibles hoy.
En el pasado, la masonería, en el mundo occidental, desempeñó,
entre otras, la función de escuela de pensamiento, contribuyendo
de forma decisiva a la construcción de la modernidad ilustrada.
Un mérito que no debe atribuirse sólo al hecho de
que las logias sean una especie de laboratorios del pensamiento,
un think tank, en donde personas de todas las tendencias pueden
reflexionar en común; lo sustancial, en todo caso, es la
forma diferencial que aporta el trabajo en logia, esto es el método
masónico, que mediante la vía iniciática permite
la apertura a una dimensión personal y social madura, equilibrada,
igualitaria, fraternal, democrática...
Uno de los valores más importantes del método masónico
es el culto a la tolerancia, su vocación irrenunciable de
ser «centro de la unión», de posibilitar el diálogo,
el entendimiento y la fraternidad entre los diferentes, incluso
entre los opuestos, para poder ampliar la visión de conjunto
sumando las parciales; no en vano el origen y desarrollo de la llamada
masonería especulativa estuvo muy relacionado con la preocupación
generada por la intolerancia desatada por las guerras de religión
del siglo XVII. La defensa de la tolerancia como valor irrenunciable
motivó, obviamente, que la Iglesia católica, armada
con su intolerante Extra ecclesia nulla salus (Fuera de la Iglesia
no hay salvación), lleve casi doscientos cincuenta años
atacando con todas sus fuerzas a los masones.
La masonería es la expresión y la práctica
de la libertad y de la igualdad, bases sobre las que puede aspirar
a su tercera característica, la fraternidad. Estos valores
no sólo constituyen sus metas públicas y privadas,
sino que alimentan su método de trabajo iniciático,
al constituirse en un sistema común que preserva y defiende
la coexistencia de todos los sistemas individuales, dando soporte
a la pluralidad propia de cada masón sin pretender uniformarle,
sin imponer dogmatismos, sirviendo de cauce para que cada individuo
se desarrolle a su propio ritmo, pero también para que las
diferencias, encauzadas bajo la tolerancia y la fraternidad, puedan
dialogar y construir en común.
En fin, a lo largo del libro tendremos ocasión de conocer
más a fondo el método masónico y qué
implica el ser masón, en particular lo veremos en la cuarta
parte del texto, concebida en forma de preguntas y respuestas, y
presentada como un conjunto independiente, aunque complementario,
del resto de un libro que tiene como objetivo básico la descripción
del proceso histórico y evolutivo de la masonería.
Para hilvanar un relato comprensible para el lector, partimos de
los gremios de constructores del siglo XIII, pasamos por la Inglaterra,
Francia y España de los siglos XVIII y XIX y, centrados ya
en España, repasamos la convulsa época de la II República,
la Guerra Civil y la represión franquista de la masonería,
conducida hasta 1963.
Con esta perspectiva histórica como base, el libro acaba
por centrarse en lo verdaderamente novedoso e importante de este
trabajo, que intenta la primera aproximación seria y documentada
que se hace sobre el desarrollo y evolución de la masonería
española actual, estudiando el periodo que va desde 1976
hasta 2006.
Ha sido un trabajo muy complejo y difícil, por motivos bien
diferentes. En primer lugar, no hay suficiente distancia ni perspectiva
para realizar una investigación de este tipo sobre una época
tan reciente y con la mayoría de sus protagonistas vivos.
Tampoco es posible acceder a archivos públicos y privados
de las obediencias, así es que toda la documentación
interna usada para documentar este trabajo ha sido realmente complicada
de obtener... aunque se obtuvo.
Una de las tareas más laboriosas para poder completar este
trabajo fue la de intentar dibujar una secuencia cronológica
—poniéndole nombre e historia a las decenas de masones que
las protagonizaron— sobre la que relatar la evolución de
las obediencias españolas más importantes y, también,
la de las muchas escisiones habidas, que acabaron por conformar
hasta una veintena de obediencias diferentes, muchas de ellas minúsculas
y desconocidas para la mayoría. No existían trabajos
previos en este sentido, y los escasos relatos históricos
de algunas obediencias apenas aportaban algunas generalidades que
a menudo andaban lejos de la realidad.
Decenas de conversaciones con masones y masonas han permitido construir
un retrato casi imposible. Costó mucho cuadrar versiones
contradictorias, averiguar qué dato se acercaba más
a la realidad. Seguramente no lo hemos logrado completamente, ya
que, aunque llegamos a saber muchísimo, en algunos aspectos
incluso más que los propios masones, no pudimos saberlo todo
y, lamentablemente, asuntos sin duda importantes se nos habrán
quedado entre las sombras.
La información reunida llegó a ser tan exhaustiva
como agobiante para este autor, que intentó sobrevivir a
ella para acabar publicando de la forma más resumida posible
lo que consideró fundamental. La intención era publicar
un libro la mitad de grueso que éste, pero pudo haber sido
el doble. Me excuso por ambas posibilidades.
Como seguramente más de un lector o lectora se lo va a preguntar,
ya le adelanto que no soy masón; conozco a muchos —como también
conozco a muchos miembros del Opus Dei— y sin duda comparto buena
parte de su visión del ser humano, de la sociedad y del mundo.
Pienso, sin lugar a dudas, que la masonería es una institución
positiva y muy importante, tanto por lo que hizo en favor de modernizar
la perspectiva y realidad psicosocial occidental como por lo que
está haciendo y puede hacer en el futuro. Pero, a pesar de
ello, la visión que aparece en este libro sobre la masonería
española es muy crítica.
El desarrollo reciente de la masonería española está
plagado de errores y de conductas reprochables de hombres —masones,
aunque no lo parezcan— igualmente censurables. Abrir esta ventana
hacia una realidad que se ha ocultado celosamente va a disgustar
a muchos, pero los hechos son los hechos. Que cada cual los analice
según crea y actúe en consecuencia.
Tras un pasado borrascoso y escasamente presentable en sociedad
—del que son responsables algunos masones (españoles) pero
no la masonería como tal—, las logias españolas actuales
han ido ganando en madurez y estabilidad, conformando obediencias,
y/o núcleos específicos dentro de algunas de ellas,
que están realizando un trabajo muy serio y digno de admiración.
La presencia de una tendencia positiva en la evolución de
la masonería española —más marcada, actualmente,
en la masonería adogmática o liberal, de tradición
francesa, que en la regular o conservadora, de tradición
inglesa— es algo muy remarcable teniendo en cuenta el lastre histórico
que arrastra la Orden en nuestro país y el déficit
en cultura masónica que tuvieron algunos de los personajes
destacados que la refundaron tras la llegada de la democracia, un
déficit que heredaron parte de sus seguidores actuales.
Pero no cabe olvidar que la cifra de masones españoles en
activo es muy baja, que los problemas que tienen sin resolver son
muchos, que sus medios son muy limitados, y que la desunión
y enfrentamientos entre las diferentes obediencias es un cáncer
que ya diezmó hasta el agotamiento a la masonería
del siglo XIX y que ha debilitado mucho a la actual.
La buena noticia es que los conspiranoicos pueden dormir
tranquilos, ya que, en el caso de que la masonería fuese
ese nido esperpéntico de poderosos conspiradores que presuntos
historiadores y periodistas de tertulia, con sus respectivas cohortes
celestiales, fabulan al alimón, en este libro mostramos que
no podrían conspirar ni aunque quisiesen. Que no hay más
cera que la que arde, y que la que arde da para pocas misas... si
es que da para alguna.
El mito del poder oculto y de la influencia de la masonería
española en la sociedad es justo eso, un mito.
La otra buena noticia es que aquellos y aquellas que busquen en
la masonería lo que ésta siempre ha sido en esencia,
podrán encontrar logias a su medida si saben buscarlas por
debajo del ruido de egos que tanto abunda entre los masones y masonas
españoles.
La masonería, tradicionalmente, ha sido perseguida por implicarse
activamente en la mejora del individuo y de la sociedad. Hoy, cuando
ya nadie la persigue, quizá debería dejar de mirarse
el ombligo e implicarse de verdad en lo que importa, en lo que la
justifica, que no es ella misma, sino todo lo demás.
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