“Cada
palabra y ejemplo de la Biblia tiene a Dios como autor”...
y este libro se limitará a reproducir lo que dicen que dijo
(Fuente:
© Rodríguez,
P. (2008). Los pésimos
ejemplos de Dios (Según la Biblia). Barcelona: ©
Temas de Hoy, capítulo
1, pp.25-33)
Hoy,
en el mundo, unos 2.000 millones de cristianos, un 33 % de la población
mundial, repartidos en unas 33.820 denominaciones e Iglesias —entre
las que la católica es la principal, con unos 1.038 millones
de fieles (un 17,5 % de la población total)—, creen y afirman
que la Biblia contiene y mantiene la palabra eterna de
Dios.
La Iglesia católica, desde un documento tan básico
y fundamental para la práctica de su doctrina como es el
Catecismo, asevera con rotundidad absoluta lo que enuncia el titular
de este capítulo: «Cada palabra y ejemplo de la Biblia
tiene a Dios como autor». Así, por ejemplo, el Catecismo
ofrece afirmaciones como las siguientes:
«La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita
por inspiración del Espíritu Santo.» (1)
«A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura,
Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien
él se dice en plenitud (cf. Hb 1,1-3): Recordad que es una
misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras,
que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores
sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita
sílabas porque no está sometido al tiempo (S. Agustín,
Psal. 103,4,1).» (2)
«Dios es el autor de la Sagrada Escritura. “Las verdades reveladas
por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura,
se consignaron por inspiración del Espíritu Santo”.
“La santa madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles,
reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento,
en todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto
que, escritos por inspiración del Espíritu Santo,
tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia”
(DV (3) 11).» (4)
«Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados.
“En la composición de los libros sagrados, Dios se valió
de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos;
de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos
autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería
(DV 11).» (5)
«Los libros inspirados enseñan la verdad. “Como todo
lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo
afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados
enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad
que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra”
(DV 11).» (6) (...)
«Para descubrir la intención de los autores sagrados
es preciso tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su
cultura, los “géneros literarios” usados en aquella época,
las maneras de sentir, de hablar y de narrar de aquel tiempo. “Pues
la verdad se presenta y enuncia de modo diverso en obras de diversa
índole histórica, en libros proféticos o poéticos,
o en otros géneros literarios” (DV 12,2).» (7) (...)
«Según una antigua tradición, se pueden distinguir
dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el sentido espiritual;
este último se subdivide en sentido alegórico, moral
y anagógico. La concordancia profunda de los cuatro sentidos
asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura en la
Iglesia»; (8) aunque, según se advierte, el sentido
literal «es el sentido significado por las palabras de la
Escritura y descubierto por la exégesis que sigue las reglas
de la justa interpretación”.» (9)
De lo anterior se deriva que, para la Iglesia católica, «la
justa interpretación» sólo pueden hacerla —o
revisarla y autorizarla— aquellos que controlan la organización
eclesial y dogmática que vive y pervive gracias, precisamente,
a interpretaciones sui generis hechas o deshechas según mejor
convenga a sus intereses socioeconómicos en cada momento
histórico. Dicho de otro modo, la Iglesia católica
considera que cualquier lector directo de la Biblia es
más bien idiota y, por ello, incapaz de comprender el sentido
de lo que lee en un texto que ha sido traducido bajo su absoluto
control (o el de cualquier otra Iglesia cristiana) y que a menudo
ya está muy maquillado o desfigurado a fin de disimular asuntos
de gran relevancia y trascendencia. (10)
Dado que en este libro nos centraremos fundamentalmente en el Antiguo
Testamento y que la práctica totalidad de los católicos
y la mayoría de cristianos lo soslayan, olvidan e incluso
declaran caducado y sustituido por el Nuevo Testamento, recordaremos
lo que sigue siendo doctrina oficial de la Santa Madre Iglesia Católica
Apostólica y Romana (y también de todas las Iglesias
cristianas), esto es que:
«El Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura
de la que no se puede prescindir. Sus libros son libros divinamente
inspirados y conservan un valor permanente (cf DV 14), porque la
Antigua Alianza no ha sido revocada.» (11)
Retengamos esta afirmación dogmática, ya que ella
es la clave que justifica y da sentido al presente libro: el Antiguo
Testamento fue inspirado por Dios, por lo que contiene verdad incuestionable
en sus palabras, que, además, en su sentido, conclusiones
y consecuencias éticas y conductuales «conservan un
valor permanente, porque la Antigua Alianza no ha sido revocada».
(12) Siguen vigentes pues, para todo católico (y cristiano)
un amplio conjunto de leyes divinas inmorales y de pésimos
ejemplos que Dios nos sigue recordando e imponiendo hoy día
desde las páginas de cualquier Biblia.
Por si cabe alguna duda, una figura clave en el estudio de la Biblia
desde la perspectiva católica, Luis Alonso Schökel,
afirma desde su traducción de las Sagradas Escrituras que:
«Religiosamente, el Pentateuco (13) es uno de los libros fundamentales
de nuestra fe (y de la fe israelítica). Literariamente, contiene
páginas que pertenecen a lo mejor de la literatura universal.»
(14)
No hay duda de que el Pentateuco es un libro fundamental para la
fe cristiana y para la judía, pero, tal como se verá
a lo largo de este libro, resulta muy discutible que sus páginas,
pocas o muchas, merezcan estar entre las joyas de la literatura
universal.
La estructura de su lenguaje es simple, pueril y con frecuencia
repetitivo y pesado —sí, era el estilo de la época,
claro, pero hay textos sumerios o egipcios más antiguos y
más bellamente escritos—; el texto está plagado de
graves errores sobre la naturaleza del mundo y el proceso histórico
que son indignos de un «dios único» que se postula
como el creador/controlador de todo y el autor de tales relatos;
su contenido está a menudo duplicado y es contradictorio
(15); y muchas de sus historias, ejemplos y leyes divinas impuestas
son absolutamente intolerables y deplorables, máxime cuando
constituyeron las bases que posibilitaron la extensión y
afianzamiento, hasta hoy, de conductas injustas y discriminatorias,
entre las que cabe destacar la xenofobia o la sumisión y
anulación de las mujeres.
Ni el estilo ni el contenido permiten hallar cima ninguna dentro
de la literatura —ni de la universal ni de la local—, pero eso ya
depende del gusto de cada cual, faltaría más.
Como mero aperitivo estadístico de lo que puede encontrar
un lector en la Biblia, hemos buscado una serie de conceptos
entre los aproximadamente 31.222 versículos que tiene la
Biblia (católica) en total —23.293 en el Antiguo
Testamento y 7.929 en el Nuevo Testamento; aunque el número
puede variar en función de las traducciones—, a fin de poder
preparar el paladar y la sensibilidad para la degustación
de tan exquisito plato literario.
En el cuadro siguiente se resume y cuantifica una pequeña
parte representativa de esta búsqueda de versículos
con contenidos deplorables protagonizados por Dios y su pueblo (16)
(17).
Ir al cuadro
estadístico: "Versículos
bíblicos que relatan conductas y hechos violentos, negativos
y absolutamente opuestos a cualquier cultura religiosa, perpetrados
por Dios y su pueblo"
Así,
pues, en la Biblia (católica) podemos encontrar,
al menos, 4.339 versículos —una cantidad de texto enorme,
equivalente a algo más de la mitad del Nuevo Testamento —
(18) que, asumiendo la forma de leyes divinas y/o de sucesos promovidos
y/o protagonizados por el mismísimo Dios, resultan totalmente
rechazables por su contenido, sentido y ejemplo de conducta dejado
a la posterioridad.
Pero esos textos son, también, sin duda ninguna, la palabra
inmutable de Dios, y convendrá recordar algunos de sus pasajes
a fin de no desdibujar, tal como se ha hecho durante siglos, la
verdadera figura y perfil moral del dios judeocristiano.
Todos los ejemplos que reproduciremos a lo largo de este libro tienen
una misma característica y hilo conductor: fueron sucesos
en los que el propio Dios tuvo un protagonismo activo y, por ello,
incurrió en responsabilidad directa ante los abusos y crímenes
que provocó; o que, en la misma línea, acogiéndose
a una sospechosa pasividad —totalmente injustificable en un dios
tan justiciero e intervencionista como la Biblia le presenta—,
se inhibió ante delitos muy graves perpetrados por algunos
de sus benditos varones elegidos, cayendo así en un vergonzoso
e inaceptable encubrimiento.
De aquí en adelante será la inspirada palabra de Dios,
tomada textualmente de la Biblia, la que nos presentará
una visión de los textos dichos sagrados que, probablemente,
andará bastante alejada de lo que la mayoría, incluso
de creyentes, supone que son o deberían ser.
No olvidemos lo que ya citamos anteriormente como doctrina oficial
de la Iglesia católica dictada desde su Catecismo: «En
la composición de los libros sagrados, Dios se valió
de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos;
de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos
autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería».
(19)
En esta aseveración reside la clave que permite y justifica
la crítica que haremos en este trabajo. Si en la Biblia
se puso «por escrito todo y sólo lo que Dios quería»,
será justo y necesario poder acercarse a su figura, conductas
y marco ético analizando aquello que Dios quiso expresamente
que fuese escrito para que se le recordara eternamente a él
y a su obra.
No hay más ni mejor biografía autorizada de Dios que
la propia Biblia, ya que, desde el fin de los tiempos bíblicos
hasta hoy, Dios se ha caracterizado por ser una entidad absolutamente
muda y ágrafa (aunque, ciertamente, no falten quienes afirmen
escuchar su voz y administrar su voluntad... que es cambiante, muy
cambiante, sospechosamente cambiante y adaptable a los intereses
más dispares y espurios que predominen en cada momento y
lugar).
En todo caso, si se desea considerar la Biblia desde la
óptica de los creyentes —que afirman que lo que se dice en
las Escrituras no sólo es verdad, sino que es verdad sagrada—,
para ser honestos deberá tomarse y aceptarse ésta
en su totalidad, y no sólo en los cachos (descontextualizados)
que más interesen en cada momento. O todo lo que se cuenta
en la Biblia, sin excepción, es cierto, honorable
y digno de ser aceptado y acatado, o todo es merecedor de duda y
rechazo, pero no puede haber medias tintas cuando se trata de «la
palabra de Dios» (vamos, supongo yo, claro; pero no es más
que un suponer).
Que cada cual elija lo que mejor le convenga creer, que éste
es un derecho de la voluntad, criterio y decencia de cualquier persona;
aquí nos limitaremos a poner sobre la mesa algunas de las
pésimas enseñanzas y ejemplos que Dios nos legó,
a lo largo de muchas de las páginas de la Biblia,
para su evocación y acatamiento eternos. (20)
********************
Notas:
(1) Santa
Sede (1992). Catecismo de la Iglesia católica. Madrid: Asociación
de Editores del Catecismo, p. 30, párrafo 81.
(2) Ibíd, p. 34, párrafo 102.
(3) Se refiere al documento Dei Verbum elaborado en el concilio
Vaticano II.
(4) Ibíd, p. 34, párrafo 105.
(5) Ibíd, p. 34, párrafo 106.
(6) Ibíd, p. 35, párrafo 107.
(7) Ibíd, p. 35, párrafo 110.
(8) Ibíd, p. 36, párrafo 115.
(9) Ibíd, p. 36, párrafo 116.
(10) De esa manipulación descarada de los textos bíblicos
ya me ocupe en un libro anterior. Cfr. Rodríguez, P. (1997).
Mentiras fundamentales de la Iglesia católica. Barcelona:
Ediciones B.
(11) Ibíd, p. 37, párrafo 121.
(12) La «Nueva Alianza», que así quiere hacerse
pasar al Nuevo Testamento, es, si acaso, un complemento «privilegiado»
de la alianza anterior: «”La Palabra de Dios, que es fuerza
de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega
su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento” (DV 17).
Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación
divina» (Ibíd, p. 38, párrafo 124).
(13) El Pentateuco lo componen los primeros cinco libros del Antiguo
Testamento, esto es; Génesis, Éxodo, Levítico,
Números y Deuteronomio, constituyendo la primera y fundamental
sección de las tres que configuran el canon judaico. Los
judíos lo denominan «libro de la Ley» (seµfer
hattoÆraÆ) o «la Ley» (hattoÆraÆ).
Desde el siglo XIX existe una corriente de notables críticos
que, siguiendo a Alejandro Geddes, postulan un Hexateuco, que sumaría
el libro de Josué a los cinco ya citados. La tradición
judía obliga a que en las sinagogas se lea semanalmente una
sección de la Ley. El antiguo Pentateuco samaritano completaba
su lectura al cabo de tres años, pero en el leccionario moderno,
el Pentateuco, que procede del que se usaba en Babilonia, se lee
entero en un año.
(14) Cfr. Alonso Schökel, L. y Mateos, J. (1990).
Nueva Biblia Española. Madrid: Ediciones Cristiandad,
p. 20.
(15) A causa del proceso de integración de fuentes documentales
y escuelas muy diferentes, realizado seguramente en tiempos de Esdras,
a fin de poder confeccionar la colección de textos tal como
la conocemos hoy.
(16) Dado que cada traducción bíblica usa conceptos,
sinónimos y construcciones gramaticales sustan-cialmente
diferentes, tanto para referirse a los mismos asuntos dentro de
la misma traducción como en comparación a los usados
por otras versiones para los mismos versículos, debemos señalar
que la cuantificación de versículos hallada es meramente
indicativa. Se ha utilizado una versión de la Biblia Latinoamericana
y se han buscado los conceptos que figuran en cada apartado, pero
es más que probable que hayan quedado fuera del recuento
sinónimos y construcciones diferentes pero que se refieren
a los mismos items buscados.
(17) Cuando la cifra está entre paréntesis indica
que es la suma total de todos los conceptos agrupados dentro de
la misma categoría.
(18) El Nuevo Testamento lo componen unos 7.929 versículos
en total, de los que unos 4.761 conforman los principales libros
de la colección, a saber: Mateo (1.064), Marcos (677), Lucas
(1.144), Juan (872) y Actos (1.004).
(19) Op. cit., p. 34, párrafo 106.
(20) Salvo que se indique lo contrario, todas las citas y versículos
bíblicos reproducidos en este libro proceden de la edición
de 1995 de la Biblia Latinoamericana.
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