Introducción
al mundo de las sectas: De cuándo los políticos se enteraron de
que existían sectas
(Fuente:
Rodríguez,
P. (1989). El poder de las
sectas. Barcelona: Ediciones
B., Introducción, pp. 15-25)
El
día se había levantado gris y desapacible. Y al fantasma de una
dracaena, antaño orgullosa de su verdor y ahora víctima de un excesivo
celo en el riego, le gustaba tan poco como a mí. Sonó el teléfono
por enésima vez en la mañana.
-
Quisiera hablar con el señor Pepe Rodríguez.
La
voz tenía el sello inconfundible de la secretaria profesional, incisiva
pero cortés.
-
¿Quién lo llama? inquirí.
-
Soy la secretaria del Vicepresidente del Senado, del señor Juan
Carlos Guerra Zunzunegui. ¿Es usted el señor Rodríguez?
-
Sí. Dígame usted.
-
El señor Guerra Zunzunegui está muy interesado en hablar con usted
sobre el problema de las sectas. Querría mantener una reunión privada
con usted para estudiar que posibilidades de abordaje social y político
tiene esta cuestión.
La
proposición no me sorprendió, sabía ya que, desde meses atrás, el
senador mallorquín Joaquín Ribas de Reina había empezado a recoger
información sobre las sectas y que varias veces había intentado,
infructuosamente, comunicarse conmigo.
Pocos
días después de la llamada, el 26-2-86, el Vicepresidente del Senado
convocaba un almuerzo de trabajo en el restaurante del Congreso.
En torno a un delicioso pescado, nos reunimos los senadores Guerra
Zunzunegui (CP-PDP), Ribas de Reina (AP) y Joan Josep Martí i Ferrer
(CiU-MC), que se apuntó a última hora, y Mercedes Montenegro, responsable
de la delegación madrileña de la Asociación Pro Juventud.
Una
vez expuesto el núcleo básico de la problemática sectaria, se mostraron
de acuerdo con mi proposición de que había que crear una comisión
de investigación de las sectas que contara con el respaldo de todos
los partidos políticos.
-
Si la proponemos ahora -comentó Guerra Zunzunegui-, que estamos
casi al final de esta legislatura, será un esfuerzo inútil. Vamos
a esperar que pasen las próximas elecciones para pedir su creación.
No
se solicitó jamás. Aunque creo que de haberlo hecho la mayoría gobernante
(PSOE), nada sensibilizada a esta problemática por aquellos días,
habría impedido el proyecto.
Tuvieron
que pasar dos años antes de que la diputada Pilar Salarrullana de
Verda (CP-PDP, ahora transformado en DC-PP) desenterrara el proyecto
en una interpelación urgente al Gobierno sobre la "situación
de las sectas religiosas en España".
Medio
año antes de presentar su interpelación, Pilar Salarrullana me escribía:
-
Por informaciones que he recibido esta temporada veo que es algo
urgente que exista una Ley que las regule [a las sectas religiosas]
y después de leer su libro [se refiere a Las sectas hoy y aquí],
aún estoy más decidida.
Personalmente
y por carta, en diferentes ocasiones, le facilité a la diputada
Salarrullana los datos que me solicitó pero, especialmente, intenté
convencerla de dos puntos básicos: que no cabía pedir una Ley que
regulara a las sectas ya que, como tales, eran sujeto pasivo de
Derecho en la misma medida que cualquier otro ciudadano o colectivo
y no podían ni debían ser sometidas a regulaciones específicas;
para atajar el problema ya existía suficiente instrumental jurídico,
sólo que nadie se encargaba de aplicarlo. Por otra parte, le insistí
en que el calificativo de "religiosas" no era el más indicado
para definir a las sectas que la preocupaban y que podría inducir
a errores graves, al margen de que -tal como ocurrió- se daba un
puente de plata para que sectas denunciables por sus comportamientos
delictivos objetivos, se revolvieran como víctimas de una imaginaria
"nueva Inquisición" y trasladaran el debate al campo ideológico
en el que, al contrario del penal, sí son inatacables.
-
Desde que la Prensa publicó que yo me preocupaba por las sectas
-me comentaba Pilar Salarrullana- he caído en una espiral increíble.
Recibo denuncias de afectados, llamadas anónimas de gente que dice
tener miedo, amenazas de miembros de sectas que tienen la desfachatez
de identificarse como tales, intentos de soborno y hasta veladas
advertencias de compañeros políticos que me piden que no me meta
en este tema. ¿Crees que es un mundo tan peligroso como aparenta?
Pilar,
de trato llano y afable, a medida que conversábamos, frente a un
café con leche, en la concurrida cafetería del madrileño hotel Convención,
se me iba configurando como una gentil y complaciente profesora
de instituto que, de repente, hubiese descubierto que puede ser
el Cid Campeador. Se la veía convencida y presta a dar la gran batalla,
pero aún no se había hecho con el control de la espada.
-
Es un mundo que tiene sus reglas y sus riesgos -le contesté-, hay
que tratar con fanáticos y enfrentarse a soterrados e importantes
intereses económicos y políticos. Si entras en él no cabe tener
miedo, pero tendrás que extremar la precaución. Llevas dos meses
en contacto con este problema y te sientes ahogada en él. Es una
especie de síndrome por el que pasan todos los que empiezan a descubrir
el fondo de este tema. Es un asunto de matices muy complejos, yo
llevo catorce años trabajando en él y aún no he tenido tiempo para
aburrirme.
Cuando
Pilar Salarrullana interpeló al Gobierno y fue contestada por el
entonces Ministro de Justicia Fernando Ledesma Bartret, su semilla
fue a caer en un terreno abonado ya de antemano.
Desde
un año antes, marzo de 1987, gracias al apoyo de Jordi Baget, asesor
del ministro Ledesma, se había podido conformar un grupo de investigación
sobre sectarismo en el seno de la Comisión Interministerial para
la Juventud. Su nacimiento no había sido fácil debido a los grandes
recelos que el tema despertaba entre algunos miembros de la Comisión.
En una sesión plenaria de la Comisión, Andrés Canteras, experto
en investigaciones sociológicas, y este autor, como experto en sectarismo,
presentamos la problemática y el proyecto de investigación. Finalmente
se dio luz verde al grupo de trabajo, que quedó conformado por diferentes
técnicos de la Administración y por tres expertos (Canteras, Álvaro
Rodríguez, psicólogo, que se incorporaría pocos meses después, y
yo mismo).
A
la pregunta escrita por la que, en septiembre, Pilar Salarrullana
se interesaba sobre la situación de las sectas religiosas en España,
el Gobierno contestó con un escrito muy pulcro, pero que eludía
deliberadamente el fondo del problema.
-
Te envío la respuesta que me ha dado el Gobierno a la pregunta que
ya te envié. A ver que te parece y qué se puede hacer -me escribió
inmediatamente la diputada Salarrullana en una escueta nota.
Le
recomendé que solicitara la formación de una comisión de investigación.
El momento, a pesar de todo, parecía más propicio que en los días
de Guerra Zunzunegui.
La
existencia del grupo de trabajo sobre sectas de la Comisión Interministerial
era un antecedente importantísimo y había supuesto una notable sensibilización
en el seno de la Administración y, particularmente, en el departamento
del ministro Ledesma.
Pero
existió un factor aparentemente anecdótico que logró desnivelar
la balanza del pasotismo histórico con el que el Gobierno, cualquiera
de ellos, había encarado hasta la fecha el problema de las sectas
y que facilitó que Salarrullana lograra triunfar parcialmente en
su interpelación: fue el
formidable impacto social y emocional que se derivó de la emisión
(20-11-87) del programa televisivo "En Familia", dirigido
por Iñaki Gabilondo.
Desde
el mismo momento en que me llamaron para colaborar y participar
en este programa de máxima audiencia, intuí que era una oportunidad
única no sólo para informar sobre un problema grave, sino para lograr
que el Ejecutivo levantara, levemente al menos, su nariz hacia un
problema que se venía denunciando con especial intensidad durante
los últimos siete años.
Millones
de personas, de las que votan, quedaron impactadas por la dinámica
del programa. El Gobierno debería estar obligado a manifestar interés,
aunque fuera aparente, por conocer si las sectas denunciadas representaban
o no un problema real.
Con
todo a su favor, Pilar Salarrullana no logró que se constituyese
una comisión de investigación. Quizá porque las sacras paredes del
poder aún estaban empapadas de la memez que, en 1979, se habían
intercambiado el entonces Ministro de Interior y el de Cultura.
A
instancia del Ministro de Interior se había realizado un informe
confidencial sobre la actuación (entonces ya muy conflictiva) de
algunas sectas en España. El informe resultó desfavorable para las
sectas, pero fue archivado y olvidado.
-
Una acción sobre las sectas -opinaban al unísono los entonces responsables
de Interior y Cultura-, aunque justificada, podría dejar malparada
la imagen democrática de este país.
Muy
débil debe de ser la democracia española cuando no se atreve a defender
los derechos fundamentales de sus ciudadanos, pisoteados pública
e impunemente por determinadas sectas.
De
todas formas, Salarrullana forzó la creación de una comisión de
estudio que, si bien resultaba inoperante por propia definición
(por sus límites de funcionamiento establecidos en el Reglamento
que la regula), se preveía que podría ser un acercamiento útil del
Ejecutivo hasta el mundo de las sectas.
La
Prensa, en demasiados casos con más buena voluntad que acierto y
sentido común, se lanzó desde este momento a una espectacular campaña
de información sobre "el peligro de las sectas". Apenas
si se dijo nada nuevo a lo ya publicado en los últimos cuatro años
pero, eso sí, se empezaron a manejar cifras de afectados y listados
de sectas tan diversos e imaginativos que no sólo ofendían al sentido
común sino que, mucho más grave, imponían una sensación de inquisición
desatada que llegó a extremos lamentables.
La
Prensa convirtió la Comisión Parlamentaria de estudio de las sectas,
cuyas máximas posibilidades operativas la limitaban a realizar una
reflexión sobre la situación general del problema, en una de investigación,
con omnímodas y agresivas atribuciones judiciales o casi. Esta caricatura
de la realidad no sirvió más que para defraudar las esperanzas de
los afectados y para soliviantar, de un modo gratuito, el gallinero
de las sectas.
Ante
la Comisión Parlamentaria no han comparecido, pese a lo que algunas
sectas han afirmado, ni sectarios ni antisectarios. Únicamente lo
han hecho responsables de la Administración y expertos relacionados
con el problema.
Una
de las últimas comparecencias ante la Comisión parlamentaria de
estudio fue la de la Comisión Interministerial para la Juventud.
Todo
se desarrolló dentro de la normalidad clásica de una sesión de este
tipo, con una exposición personal de cada compareciente, un turno
de preguntas de los diputados y el consiguiente turno de respuestas.
En
mi intervención me planteé el dimensionar el problema en su verdadera
magnitud (importante, pero sin llegar a la caricatura tragicómica
que había difundido cierta Prensa) y la centré casi exclusivamente
en el aspecto jurídico de la problemática sectaria. Delimité el
concepto y alcance de lo que debería entenderse por secta destructiva
(SD), para poder diferenciarla de otras sectas no criticables, y
entré a desglosar parte del instrumental jurídico aplicable a sus
comportamientos.
Defendí
la evidencia de que hay base jurídica sobrada para protegerse de
las actuaciones delictivas de las SD, pero que, ni desde las diversas
Administraciones (central, autonómicas y locales), ni desde la Administración
de Justicia (con especial responsabilidad del Ministerio Fiscal)
había el menor interés en aplicar la legislación vigente. En unas
ocasiones por exceso de trabajo y falta de medios, en otras por
desidia e ignorancia y en algunas otras por interés en proteger
a alguna secta en concreto.
La
caja de los truenos pareció quedar abierta y el diputado liberal
Manuel Botella se lanzó a la carga.
-
Señor Presidente -dijo Botella, dirigiéndose a Juan Manuel del Pozo
con voz pausada y estudiada solemnidad-, el señor Rodríguez ha efectuado
graves acusaciones. Haga el favor de requerirle para que aporte
a esta Comisión los nombres de las personalidades que están en sectas
y que las protegen.
-
El señor Rodríguez -contestó del Pozo para establecer los derechos
que tenía cada cual- comparece voluntariamente ante esta Comisión,
por lo tanto, es muy libre de aportar o no los datos que crea convenientes.
Noté
en el tono del diputado Botella, en la mayoría de las preguntas
que me dirigió, una manifiesta animadversión y unas ganas de rizar
el rizo realmente curiosas. Era una actitud que ya me esperaba.
Aunque
tenía un trato personal con los más relevantes miembros de la Comisión,
para mantener una absoluta libertad y elegancia en las relaciones
(ética innecesaria, ya que las sesiones eran públicas), jamás les
había preguntado por el desarrollo de las sesiones o por el posicionamiento
de sus diferentes miembros. En parte, también, porque desde el momento
en que se formó la Comisión y supe su mecánica de trabajo, ya intuí,
a grandes trazos, las líneas maestras de las conclusiones a las
que llegarían. No me equivoqué.
A
pesar de no conocer al diputado Botella, me habían llegado datos
sobre su actividad en el seno de la Comisión que lo definían como
una especie de dinamitero del trabajo del grupo. Una actitud que
me parecía razonable y necesaria siempre que sus críticas fuesen
fundadas. Pero el comportamiento que presencié personalmente me
dio a entender que Botella navegaba a la deriva por aguas que desbordaban
su capacidad de marinero.
Me
pareció ridículo -y sumamente grave- que solicitara formalmente
al Presidente de la Comisión el inicio de las gestiones oportunas
para que fuera invitado a comparecer el juez José María Vázquez
Honrubia a fin de que explicara los pormenores de su acción judicial
a la Comisión. Al diputado del Pozo, hombre de gran cultura y pletórico
de sentido común, no le pareció una idea digna de ser tenida en
cuenta y le aleccionó elegantemente sobre la separación de poderes
que existe en España y la independencia del Poder Judicial.
Botella
volvió a la carga a través de una cuestión de orden y, además, se
mostró muy preocupado por el posible riesgo que podían correr sus
señorías por hacer su trabajo. Insistió en que el juez Vázquez Honrubia
había incautado un listado a la secta de la Cienciología en el que
figuraban todos los enemigos de la secta y que había que solicitarlo
para ver si ellos corrían peligro o no.
A
un observador parcial -y a mi me había invitado a serlo en aquellos
momentos- le podía parecer que el diputado Botella estaba mostrando
la carta de los celos hacia su colega Salarrullana, a la que el
Ministerio de Interior acababa de poner escolta policial.
Botella,
si es que en algún momento había pretendido ponerme entre la espada
y la pared, me acababa de dar una divertida oportunidad para darle
jaque mate.
Hacía
días que tenía una copia del famoso listado de enemigos de Cienciología
que, efectivamente, había sido encontrado por la policía en la memoria
de un ordenador de la secta. Era uno de los típicos listados de
su departamento de inteligencia OSA (Oficina de Asuntos Especiales)
que actúa en España bajo la cobertura del Departamento 20 de la
sede de Dianética. No era el primero, ni mucho menos, que había
llegado a mis manos. No en balde yo encabezaba, con máxima puntuación,
esta y otras listas de "enemigos" que la secta
quería neutralizar.
En
el listado incautado figuraban algunos de los diputados de la Comisión,
todos con una puntuación de 3 excepto Salarrullana que tenía 6.
Y Botella que había pasado de tener un 3 a tener un asterisco (*).
En la lista habían ocho asteriscos
más, algunos correspondían a sectas como Hare Krisna, Meditación
Trascendental y Nueva Acrópolis. ¿Que significaban tales asteriscos?
Pues, sencillamente, que sus titulares ya habían sido abordados
y se habían convertido en amigos y colaboradores de Cienciología
y/o que ya estaban controlados y habían dejado de suponer un riesgo
para la secta.
Podría
haberse generado una situación embarazosa para el diputado Botella,
paladín de las libertades sectarias a ultranza. Pensé en su interés
por interrogar al juez Vázquez Honrubia (la nueva bestia parda para
los cienciólogos), en las opiniones, no transcribibles aquí, que
de él tenían los directivos de esta secta (sin duda logradas a través
de los informes facilitados por el hermano de un responsable de
la secta, que trabaja en el Congreso). Tenía el documento en el
portafolios. Hice un amago para alcanzarlo, pero me detuve inmediatamente.
-
Ya tienes bastantes enemigos -musité para mí mismo- no te busques
más de forma gratuita. Es posible que estés malinterpretando los
hechos. Ya has comunicado previamente a tres diputados lo del asterisco.
Es su problema. Punto.
Cuando
me llegó el turno de respuestas, por riguroso orden, pasé a contestar,
en segundo lugar, el bloque de preguntas que me había dirigido el
diputado Botella.
Estaba
ya muy harto de policías, fiscales, políticos, periodistas, etcétera
que no saben leer. Durante años he publicado decenas de investigaciones
sobre sectas, dando nombres, hechos y pruebas. Pero nadie parece
haberlas leído a juzgar por las preguntas que una y otra vez se
me hacen. De vez en cuando alguien (especialmente políticos y periodistas)
se pone medallas por "descubrir" algo que ya estaba publicado
hacía años. Los únicos que las leen, al parecer, son la caterva
de individuos que plagian los datos sin citar la fuente original
y, lógicamente, fingiendo su paternidad.
Estaba
harto de un país en el que se procesa antes al periodista que denuncia
un hecho que al delincuente que lo comete.
Estaba
harto, en fin, de hacer el imbécil y de ponerle los datos a huevo
a los demás. El tiempo de espera, antes de contestar, había aumentado
mi irritación. Pero creo que me contuve suficientemente.
-
No tengo ningún inconveniente en dar los nombres que se a esta Comisión
-afirmé-, yo sólo hablo de cosas que puedo probar, pero no tiene
ningún sentido el hacerlo aquí, en una Comisión que no es operativa.
Lo haré si se me reclama ante una comisión de investigación, o ante
un juez o un fiscal, pero aquí es inútil ya que nada de lo que diga
se va a investigar ni moverá a acción alguna.
Acto
seguido me explayé en un malicioso sobrevuelo sobre un muestrario
indicativo de casos de políticos, funcionarios, fiscales, etcétera
que han cometido irregularidades conscientemente para beneficiar
a sectas. Y mencioné que la nómina de casos en los que se había
beneficiado a sectas por la ignorancia (injustificable) de funcionarios
públicos era mucho más nutrida aún.
-
Además, señor Botella, muchos de los nombres que a usted le interesan
ya los he publicado hace tiempo. En mi último libro sobre la secta
Moon, por ejemplo, doy más de un millar de nombres. Hay unos cuantos
españoles ilustres entre ellos. Y doy pruebas. Como las que indican
que se ha instrumentalizado la figura del Rey en beneficio de la
secta Moon, por ejemplo. ¿No es eso un delito? Pues nadie está interesado
en perseguirlo. El ex presidente de Venezuela Luis Herrera Campins,
secretario general de la Internacional Demócrata Cristiana, es uno
de los hombres asociados a Moon que ha posibilitado la innoble utilización
de la figura del monarca español.
El
nombre de Herrera Campins cayó como un jarro de agua fría sobre
un par de los diputados. Pero les había ahorrado enojos, otros nombres
de políticos en activo les hubiesen sentado peor.
Tres
meses después, el Pleno del Congreso aprobaba el dictamen presentado
por la Comisión de Estudio de las sectas en España. El informe final,
en resumen, daba el enterado sobre un problema que generaba malestar
social; constataba la existencia de indicios de actuación delictiva
en materia de atentados a la libertad y seguridad de las personas,
de coacciones, amenazas, estafas, delitos laborales, etc.; y evidenciaba
la suficiencia del marco jurídico actual, con la excepción del obsoleto
régimen jurídico de entidades no lucrativas, para abordar el problema
planteado.
Entre
las once propuestas de resolución presentadas por la Comisión, destacaremos:
la de controlar la legalidad de los estatutos por los que se rigen
los grupos y evitar los fraudes en su aplicación. Modificar el régimen
jurídico de asociaciones. Racionalizar las inspecciones de Trabajo
y Hacienda en grupos con movimientos económicos injustificados.
Fijar criterios firmes para controlar los grupos que se dediquen
a la rehabilitación de drogadictos y las subvenciones que reciben.
Tratar, como medidas preventivas, de que el Poder Judicial reciba
adecuada información sobre el síndrome disociativo atípico (generado
por la dinámica de las sectas destructivas), de que el área sanitaria
estudiase medidas de apoyo a las víctimas de las sectas, de que
se promoviese la información policial sobre las actuaciones sectarias
delictivas, y de que se mejorase la protección de los menores de
edad.
Una
recomendación final, fundamental para la prevención del problema
sectario, es que "a los jóvenes, en el ámbito cultural y educativo,
se les difunda información acerca de aquellas actuaciones de tipo
sectario que pudieran ser negativas para ejercer los legítimos derechos
o libertades de asociación y de religión en el marco de tolerancia
y de pleno respeto a la Constitución".
La
Comisión parlamentaria, con rigor y delicadeza de cirujano, llegó
hasta la máxima cota de análisis y propuestas que le permitió el
marco constitucional y sus limitaciones funcionales. La unanimidad
de todos los grupos políticos en el apoyo de las conclusiones, caso
infrecuente en el trabajo parlamentario, subraya aún más la realidad
e importancia del problema generado por las sectas. Y, las propuestas
de resolución, sin duda importantes, ponen marco político, por primera
vez, a la incomprendida voz de alerta que venía denunciando el problema
desde hace ya más de diez años.
Más
vale tarde que nunca. Ahora el Congreso de los Diputados ya tiene
conciencia de que las sectas existen. Y Pilar Salarrullana, con
energía inagotable, se va a encargar de refrescarle la memoria al
Ejecutivo.
-
No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca, ya
la frente, silencio avises o amenaces miedo -les recitó Pilar Salarrullana,
parafraseando a Quevedo, a sus colegas diputados, para solicitar
su apoyo más allá del ya aprobado, y extinguido, trabajo de la Comisión.
Diez
días antes, mientras cenábamos, habíamos recordado la conversación,
ya lejana, que mantuvimos en la cafetería del hotel Convención.
-
La verdad es que no creía que este mundo de las sectas fuera tan
peligroso como tu me habías advertido. Tengo una sensación extraña.
Me siento vigilada, amenazada y, lo que es peor, me siento sola.
Muchos de mis compañeros diputados aún no han comprendido nada sobre
este problema. Pero voy a seguir adelante cueste lo que cueste.
Hacía
muy poco que la Policía Judicial había incautado los dossiers que
demostraban que la Iglesia de la Cienciología había estado investigando,
con detectives, la vida privada de la diputada, del juez que instruye
la causa contra la secta y la de este autor.
-
¡Pero es que tenían hasta extractos de las cuentas corrientes familiares
y datos sobre los movimientos de mi marido y mis hijos! -me comentaba
Pilar con indignación.
-
Eso es absolutamente normal -le contesté-, esas son las técnicas
habituales que usan para intentar presionar y acobardar a los que
les denuncian. Ya te lo había advertido, tanto a ti como al juez.
¿Sabes que a los que dirigen el ataque contra nosotros les han incautado
una cerbatana?
-
¿Que los cienciólogos tenían una cerbatana? -balbuceó Pilar, poniendo
unos ojos como platos.
-
Así es. Y es un arma altamente eficaz a una distancia media -le
comenté-, es algo a tener en cuenta.
-
¿Pero es que estos tíos no sienten el menor respeto por la ley o
que?
-
Pilar, creo que no está de sobra la escolta policial que llevas.
Entonces
yo aún no lo sabía, pero, pocos días después, también a mi me tocó
empezar a acostumbrarme a vivir veinticuatro horas al día bajo escolta
policial.
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