Carta
abierta enviada al papa Juan Pablo II, en noviembre de 1997, por
ocho ex miembros de los Legionarios de Cristo que acusan a su fundador,
Marcial Maciel, de haber abusado sexualmente de ellos cuando eran
adolescentes
Sobre
la identidad de los denunciantes
A
SU SANTIDAD JUAN PABLO II
Autor de la Carta Encíclica Veritatis Splendor.
Ciudad del Vaticano
Santo
Padre,
Es con voz de la Biblia y apoyados en el espíritu de la tradición
cristiana como solamente deberíamos dirigirnos a Vos, para
pedir justicia y que, como reza el título de Vuestra Carta
Encíclica Homónima, el esplendor de la verdad se manifieste
más allá de todo cálculo de interés
humano. Acudimos a Vos recordando que el Concilio Menor de Sárdica,
inmediato al Concilio Primero de Nicea, autoriza a cualquier cristiano
para apelar directamente al Papa. Nos acercamos, pues, sin temor
de no llegar a ser reconocidos u oídos, no obstante las cerradas
barreras con que a veces el mismo Vicario de Cristo se ve cercado
cuando es un grupo menor, sin poder político, económico,
social o eclesiástico, el que intenta hacerse escuchar por
encima de fuerzas establecidas de la naturaleza mencionada.
El
motivo de esta carta
Quienes ahora Os escribimos somos varios hombres cristianos, doblemente
víctimas en dos claras épocas de nuestra vida: primero
durante nuestra adolescencia y juventud y, luego, en nuestra madurez,
por parte de un sacerdote y religioso muy allegado a Vos, que repetidamente
abusó, antaño, sexualmente y de otras maneras de nosotros,
indefensos, lejos de nuestros padres o tutores, en países
diversos y lejanos del nuestro, y que, al haber revelado nosotros
la triste verdad de nuestra historia a dos periodistas norteamericanos
de buena fe, el año pasado, y, habiendo él sabido
por ellos nuestros nombres a través de abogados suyos (sin
haber nosotros incoado demanda legal alguna), acudió o dio
instrucciones para que antiguos compañeros nuestros, actualmente
fuera de la congregación, de la que el sacerdote ofensor
es fundador y todavía actual superior general, dieran falso
testimonio contra nosotros diciendo, ante notario público,
que, tiempo atrás, los habíamos instado a formar una
conspiración contra él, y, a través de él,
contra la Iglesia, para acusarlo faltando y haciéndolos faltar
a la verdad. Tales personas, Santo Padre, laboran para la institución
llamada Legión de Cristo, o han laborado cerca de ella, y
jamás habíamos imaginado siquiera que pudieran tener
el valor de manifestar la verdad; pero con ellas nunca habíamos
tenido razón alguna de conflicto, desde que juntos cantábamos
"... congregavit nos in unum Christi amor...".
Somos un pequeño grupo de ex miembros de la Legión
de Cristo los que, con pleno derecho, y ahora aún más
en legítima defensa, nos decidimos a declarar la terrible
y dolorosa verdad del oscuro mal oculto, casi desde la fundación
de su institución, durante más de cuatro décadas,
acerca de la encubierta conducta inmoral del mismo fundador y superior
general de la Legión de Cristo, el Padre Marcial Maciel Degollado,
en quien penosamente de alguna manera aún creíamos
antes de descubrir que el caso de nuestro abuso particular no era
aislado ni único, sino muy general, y que había sido
envuelto en palabras engañosas, que nuestra poca edad entonces
y la devoción y obediencia ciega que estábamos obligados
a tenerle como padre y superior nos hicieron creer.
¿Por
qué ahora?
Nosotros, aun fuera ya de la institución, no habíamos
podido superar psicológicamente una dolorosa prudencia y
discreción autoimpuesta durante largos años. Pero,
Santo Padre, fue precisamente la carta de apoyo y felicitación
de V. S. dirigida al Padre Marcial Maciel Degollado, publicada el
día 5 de diciembre de 1994 en los siete diarios más
influyentes de la Ciudad de México, avalada por Vuestra propia
firma y por la reproducción muy visible del mismo escudo
de armas pontificio, en la cual V. S. encomiaba al Padre como "guía
eficaz de la juventud" y como quien "ha querido poner
a Cristo (...) como criterio, centro y modelo de toda su vida y
labor sacerdotal...", la que nos movió a romper, finalmente,
el pesado silencio y revelar la penosa verdad; pues nos indignó
que un Vicario más de Cristo a lo largo de varias décadas
pudiera seguir estando a tan grave extremo engañado.
Y ahora nos ha movido a dirigiros esta carta abierta y también
privadamente por medio de Vuestro nuevo nuncio en México,
monseñor Justo Mullor García, el hecho de conocerse
públicamente el nombramiento vaticano, a pesar de todo, del
padre Marcial Maciel Degollado como uno de los veintiún dignatarios
encargados de organizar y dirigir el Sínodo de obispos de
América, que está teniendo lugar en Roma, programado
del 16 de este mes al 12 de diciembre de este año, para considerar
puntos de doctrina y praxis cristianas frente al próximo
milenio. Nos parecería inconcebible, Santo Padre, que nuestras
graves revelaciones y quejas no Os importaran absolutamente nada:
porque siendo cierto que frente a la justicia de los Estados hay
tiempos legales que prescriben para la manifestación de delitos
cometidos [La Jornada, México, 23-04-97], es por eso precisamente
ante una Iglesia perenne, a la que queremos seguir creyendo poseedora
de valores permanentes como Institución, y siendo Ella directamente
la principal agraviada en su cuerpo moral a través de nosotros,
ante la que de nuevo insistimos en exponer privada y públicamente
nuestra indignación por tanta desatención y aun por
el arrogante silencio, cuando no ofensas, de representantes importantes
de su jerarquía ante tan grandes abusos e injusticia.
Tanto el Estado como la Iglesia deben considerar que si nuestros
presentes testimonios son falsos, somos acreedores a sanciones civiles,
penales y eclesiásticas. ¿Por qué, entonces,
habríamos de insistir? ¿Hay, como se ha dicho hace
meses, detrás de nosotros alguno o algunos grupos de poder
interesados en desacreditar al padre Marcial Maciel Degollado, o,
como él ha dicho, a la Iglesia a través de su persona?
Bien sabemos que es éste en el padre Maciel Degollado un
viejo empleo astuto de la yuxtaposición como método.
Lo justo, creemos es que todo puede y debe quedar sujeto a investigación,
sin acepción de personas, a menos que se trate de una discriminación
positiva a favor de los más débiles y víctimas.
Dos de nosotros, entonces sacerdotes en funciones, ya desde 1978
y 1989 habíamos declarado por las vías y protocolos
canónicos oficiales, establecidos por las instancias vaticanas
pertinentes, parte gravísima de los males que este año,
ya como grupo, revelamos [cfr. Hartford Courant, Connecticut, EE.UU.
de Norteamérica, domingo 23-02-97]; pero hemos parecido tan
insignificantes a la jerarquía católica, Santo Padre,
que, a pesar de la enorme ominosidad de los hechos dados a conocer
entonces y ahora, no logramos atención ninguna ni respuesta
ninguna, ni burocrática siquiera, de nuestra Madre la Iglesia.
El padre Marcial Maciel Degollado, por medio de la poderosa representación
de la firma de abogados Kirkland and Ellis de Chicago y Washington,
D.C., por medio de su vocero religioso en Norteamérica, el
padre Owen Kearns, L.C., y, luego, en carta propia suya que mencionaremos
líneas abajo, falsamente pretendió desmentir nuestros
testimonios como carentes de fundamento alguno. Con lo cual no solamente
ha faltado otra vez más a la verdad y a la caridad cristiana,
sino también al concepto y a la práctica del más
elemental sentido de la justicia y de la simple hombría humana:
después de haberse negado a confrontar a los periodistas
que en diciembre pasado le pedían una entrevista para escuchar
su versión de los hechos a investigar -muy diferente de Cristo
en Gethsemaní: ("¿A quién buscáis?
[...] Yo soy"...)- se pertrechó no con la Palabra de
Dios, como corresponde a un servidor Suyo, sino detrás de
la poderosa y costosa representación legal. Y cuando tal
estrategia puramente humana le resultó vana, entonces, en
la mencionada carta personal, dirigida desde Roma, el 28-02-97,
a Mr. Clifford L. Teutsch, editor en jefe del Hartford Courant,
después de culparnos abyectamente de insidia, falsedad y
calumnia, y como si fuera la suya una acusación ligera, declaró
que nos perdonaba. ¡Qué travestismo y apariencia de
virtud y, en palabras del mismo Cristo, qué falsa blancura
de sepulcro! Santo Padre, ¡cuando una mediana experiencia
de las cosas humanas y el buen sentido declaran a voces que un hombre
de Dios, con la conciencia cristiana limpia y tranquila, jamás
habría obrado así!
Nosotros, además de católicos, miembros de la sociedad
abierta, desprotegidos durante décadas por nuestro propio
silencio, y desoídos después a lo largo del tiempo
por diversas instancias eclesiásticas a las que inútilmente
recurrimos, para la exposición de la verdad nos vimos constreñidos
a aceptar el contacto con los libres medios de comunicación,
no con ánimo de escándalo sino buscando también
protección, ya que, hace años, uno de nosotros, y
no veladamente, había sido amenazado de muerte por el mismo
Padre Marcial Maciel Degollado; y de lo cual hay testigos. Por eso,
Santo Padre, por nosotros mismos, por otras víctimas aún
silenciosas; por la Iglesia y por la sociedad consideramos un deber
moral insistir en manifestar la verdad "opportune et importune".
La
actitud de la jerarquía católica
Si ha habido alguna conspiración, como han dicho, mintiendo
de toda falsedad, ante notario público en documentos entregados
a los abogados de Kirkland and Ellis tres incondicionales ex miembros,
y, ante medios de comunicación, varios miembros de la Legión
de Cristo bajo instrucciones de obediencia, Santo Padre, no ha sido
de parte de nosotros, que consideramos nuestra acción como
un difícil y arriesgado servicio a la Iglesia y a la sociedad,
sino de parte de personas mismas constituidas en autoridad dentro
de la Legión de Cristo y de la misma Iglesia: se trata de
una conspiración de silencio, de vergonzoso encubrimiento
y de una nueva e injustísima victimización contra
nosotros por parte de personas de la jerarquía católica
romana, de funcionarios ya informados del Vaticano y de altos miembros
de la Iglesia mexicana. Datos: después de que, en los días
14, 15, 16 y 17 de abril de este mismo año, aparecieron en
el diario La Jornada más detalladas revelaciones sobre los
mismos hechos tratados en la edición del diario norteamericano
citado, el obispo "emérito" Genaro Alamilla, sin
conocernos de nada, sin saber si decíamos la verdad o no
y sin escucharnos, nos ofendió ante los medios públicos
y descalificó, sin conocimiento alguno de causa, nuestros
testimonios, llamándonos mentirosos y resentidos [La Jornada,
24-04-97).
El mismo arzobispo de la ciudad de México, monseñor
Norberto Rivera Carrera, nos difamó públicamente,
como consta en la edición de La Jornada [12-05-97] al insultarnos
a nosotros y al periodista Salvador Guerrero Chiprés, autor
de la serie de los cuatro artículos sobre el tema, conminándolo
con estas palabras: "tú nos debes platicar cuánto
te pagaron..." (se hizo grabación electrónica).
Siendo mexicanos casi todos los ex legionarios que hicimos las revelaciones
y siendo monseñor Norberto Rivera Carrera el pastor eclesial
correspondiente más inmediato a la mayor parte próxima
de nosotros, jamás nos convocó para poder conocer
de nosotros mismos nuestra versión completa de los hechos
manifestados y cuestionarla bajo cualquier procedimiento jurídico:
canónico o, si procediera, del derecho positivo correspondiente.
No. Simplemente y faltando a una de sus funciones de epí-skopos
o supervisor (pues si el padre Maciel Degollado no depende de él,
varios de nosotros, como fieles, sí), prefirió ofendernos
ante cámaras y grabadoras y tomar partido incondicional por
la parte poderosa, a la que nosotros señalamos como victimaria
de nuestros cuerpos y de nuestras almas, antaño, y, ahora,
de nuestro nombre y prestigio de hombres de bien. Si el haber comunicado
nosotros a los medios, y no a él, arzobispo de la Ciudad
de México, los hechos impugnatorios fuese la razón
de su desatención, podría haberlo así manifestado;
pero no fue el modo sino el contenido de nuestras palabras lo que,
sin investigación alguna, descalificó en todo momento.
Y no nos dirigimos a él porque dicasterios eclesiásticos
vaticanos superiores, directamente responsables del seguimiento
de tales casos, tampoco han contestado nunca desde 1978 y 1989 a
los testimonios, oficialmente protocolizados, de dos de nosotros
abajo firmantes.
De Vuestro anterior delegado y, luego, nuncio apostólico,
monseñor Girolamo Prigione, de quien parte de la opinión
eclesiástica y laica mexicana se ha expresado tantas veces
negativamente en extremo [cfr., por ejemplo, El Universal, suplemento
especial Bucareli Ocho, Año 1, Nº 14, 24-08-97] y de
cuya ingrata memoria en México parece preferirse no hablar
ya, no cabía esperar atención ninguna a la presentación
de nuestra queja. Él tuvo también la oportunidad de
interrogarnos en servicio Vuestro, de la verdad y de la Iglesia,
y de dirigir la información recabada a la congregación
romana correspondiente, pero prefirió callar y aparecer intencionalmente
con el padre Marcial Maciel Degollado y el arzobispo Rivera Carrera
en una notoria fotografiada de primera página periodística
[La Jornada, 22-04-97] apenas días después de publicarse
nuevas revelaciones en el mismo diario, indicando con esa yuxtaposición
de las imágenes, sin que mediase investigación alguna,
que también él descalificaba totalmente nuestras revelaciones.
Perdonadnos el mencionarlo, Santo Padre, pero hay personas que se
sentirían tentadas a pensar también de estos jerarcas,
como Baruch Spinoza de los altos clérigos de su época,
que "...si tuviesen realmente una sola chispa de luz divina,
no se equivocarían con tanta arrogancia sino que aprenderían
a amar a Dios con más sabiduría y destacarían
tanto entre los demás hombres por su capacidad de amor como
sobresalen ahora por su malicia". [Tractatus Theologico-Politicus,
Prefacio].
Acudimos, sí, hace tiempo, como antes a otras personalidades
eclesiásticas (y revelamos este dato aquí y ahora
por primera vez) a otra alta instancia jerárquica, el Cardenal
Cahil Daly, primado de Irlanda, después que él valientemente
afirmó, a través de la British Broadcasting Corporation
[cfr. El Universal, México, secc. Internacional, 2-01-95]
que sería firme y que no encubriría a clérigos
que tuviesen algo que ver con su país si hubiesen delinquido
por abuso sexual. Podemos probar con la respuesta dada, casi dos
años después [6-12-96], por medio de un asistente
particular suyo a los investigadores del periódico Hartford
Courant, Gerald Renner y Jason Berry, que sí había
recibido una muy delicada misiva firmada entonces por cinco de nosotros,
fechada el 5 de febrero de 1995, la cual le había sido entregada
personalmente. Sin embargo, el Cardenal Cahil Daly, ni siendo aún
el primado de Irlanda, ni después de serlo, nos contestó
nunca, ni en público ni en privado, a pesar de sus promesas
ante la BBC de Londres y a pesar de que en nuestra carta le rogábamos
claramente que nos indicase sus instrucciones para dar seguimiento
a nuestra información, por medio de nuestro propio mensajero,
quien por obvias razones de confidencialidad, desconocía
el contenido del envío que entregó en manos de su
Eminencia. Constará, pues, a quienes deseen verificarlo que,
aunque frustrado contra nuestra voluntad, el esfuerzo de comunicación
privada y directa con el Cardenal Daly como miembro de la alta jerarquía
católica es una prueba de la discreción y moderación
con que durante tanto tiempo siempre quisimos tratar tan delicado
asunto antes de aceptar la intervención abierta de algunos
medios públicos de investigación y difusión.
Testimonios
internos de la Legión de Cristo
Así, pues, Santo Padre, no se trata de un "¿Por
qué ahora?", como el padre Marcial Maciel Degollado
y sus voceros o sus solapados amigos de diversos medios de comunicación
gráfica, radiofónica y televisiva han querido que
piense confundidamente la gente. No: que se revisen los libros mismos
[publicados con escasísimo conocimiento del método
histórico y con inescrupulosa simplificación y deformación
de los hechos], que tocan aspectos de la vida del padre Marcial
Maciel Degollado. Léase en el texto redactado por el P. Owen
Kearns, L.C. et al., Legionarios de Cristo, Cincuenta aniversario
[México, Imprenta Madero, 1991], cómo, ya de joven,
"al fallecer su tío Don Rafael [Guízar y Valencia,
obispo de Jalapa] se suscitaron algunas ['] incomprensiones ['];
[y] Marcial tuvo que abandonar el seminario de Veracruz" [op.
cit., pág. 239]. Léase allí mismo cómo
en el siguiente seminario, el de Montezuma, New México, Estados
Unidos de Norteamérica, en el que estuvo solamente 18 meses
(del 2 de septiembre de 1938 hasta la noche del 17 de junio de 1940,
bajo matrícula nº 428 [Cfr. Montezuma en sus ex-alumnos,
del P. José Macias, S.I., México, Ed. Progreso, 1962]
cómo "mientras tanto, sin embargo, habían surgido
también aquí algunas ['] incomprensiones ['] [otra
vez]" y cómo ésa, "la noche del 17 de junio
de 1940 Maciel tuvo que dejar el seminario..." [Legionarios
de Cristo, Cincuenta Aniversario, pág. 23], dato que completa
el P. J. Alberto Villasana, L.C., indicando que fue tan tajante
y súbita la orden de expulsión esa noche, que el padre
rector del Seminario [Don Agustín Waldner, S.I.], se negó
totalmente a la solicitud del ya ex seminarista para hablar con
él. [Una fundación en perspectiva. Evocación
histórica, Roma Instituto de los Altos Estudios de la Legión
de Cristo, 3 de enero de 1991, pág. 65]. Léase también
en la página 31 de la misma obra redactada por el P. Owen
Kearns, L.C., et al. que, después del apoyo brindado, hasta
1949, por el prestigiado moralista P Lucio Rodrigo, S.I., de la
Universidad de Comillas, entonces en Santander, España, éste
hombre tan ponderado, al igual que el rector de esa institución,
el P. Francisco Javier Baeza, S.I., empezó a enviar informes
negativos a las autoridades eclesiásticas: "... Pero
después también llegaron otros informes con acusaciones
infamantes..." [El padre editor no da absolutamente ninguna
explicación, ni mínima siquiera, al respecto. Obviamente
frente al padre Marcial Maciel Degollado y su conducta personal
privada todo el mundo parece haber estado siempre equivocado].
Pero léase la propia carta del mismo padre Marcial Maciel
Degollado, quien, ya desde el 20 de noviembre de 1953, escribía
desde Chihuahua, México, bajo el apartado 2, "La vida
es una y se vive una sola vez": En mi entrega me sorprendió
la batalla de la calumnia y la difamación...". [Mensaje,
Cartas del Fundador del Regnum Christi, M.M.L.C., Roma, 1986, pág.
19], demostrando así el mismo que ya desde aquellos años
era acusado de varias faltas cuya naturaleza él prefirió
mantener velada; pues, al instarnos a "cerrar filas" y
a obrar con "espíritu de cuerpo", como solía,
se refería siempre a los "ataques de difamación
y calumnia" de "sus enemigos", pero sin mencionar
nunca, ni veladamente siquiera, quiénes fuesen esos "enemigos"
ni tampoco la naturaleza ni el contenido de tales ataques.
Nadie, pues, podrá restar fuerza al significado de esos autotestimonios
ni negar que provienen de fuentes favorables al padre Marcial Maciel
Degolado o de el mismo, no de "enemigos", como él
frecuentemente calificaba en sus cartas "ad usum nostrorum
tantum", en conversaciones privadas y charlas abiertas a quienes
disentían de él, sobre todo en lo respectivo a su
conducta moral.
¿Por
qué tantos callamos tanto tiempo?
Es verdad, Santidad, que, psicológicamente amordazados y
con una mal entendida lealtad a la institución y al padre
Marcial Maciel Degollado, siete de los firmantes de esta carta dirigida
a Vos (pues uno, para entonces, ya había salido de la institución)
ocultamos la verdad y mentimos en nuestra juventud ante los investigadores
del Vaticano cuando fuimos interrogados en Roma acerca de su conducta
moral, en 1956, y es cierto también que después callamos
durante largo tiempo; pero sicólogos, psiquiatras y otros
especialistas de las ciencias socias y del espíritu pueden
probar que el silencio de las víctimas de cierta clase de
abusos, y sobre todo bajo los efectos perdurables de un sometimiento
psicológico ,y religioso intenso, mientras más prolongado,
es más señalada la hondura del daño causado
por la poderosa inhibición interior impuesta por las depredaciones
espirituales originadas, en nuestro caso y con tanto dolor y confusión,
en aquel de quien menos deberían provenir.
¡Ah, Santo Padre, si tantas bocas calladas dentro y fuera
de la Legión de Cristo hablaran ahora, valientemente leales
a la verdad y a la Iglesia, y menos amordazadas por el largo hábito
de la incondicional pertenencia institucional, o por el temor de
perder, ya fuera, su imagen social o ciertos beneficios generados
por su silencio!
Ved: como casi todos entrábamos muy jóvenes en la
institución, por ello viven aún muchos sabedores de
la realidad de las tristes verdades expuestas: unos que sí
hemos escrito nuestro testimonio y otros que no lo han hecho, de
que el mal moral del abuso sexual, del mal ejemplo de la inveterada
adicción al uso de la morfina en privado pero delante de
nosotros y de otros, de los cuales varios tenían, incluso,
que conseguírsela, y del profundo y arraigado hábito
de simulación y engaño por parte del padre Marcial
Maciel Degollado tuvieron su origen desde las primeras décadas
de la Legión de Cristo. Tenemos. conocimiento y convicción
de que quienes hemos hablado o escrito acerca de estos males no
representamos sino una muy pequeña parte de la totalidad
de víctimas de los daños morales continuados durante
largos años, almas adolescentes y jóvenes desprotegidas,
antaño, por nuestra familias, desgraciadamente tan lejanas
¡y tan cristianamente confiadas!
Considerad también, por lo que toca a nuestra residencia
y no supervisada minoría de edad en el extranjero, que México,
la patria de la mayor parte de nosotros, no mantenía relaciones
con el gobierno español durante aquellos años y que,
en el caso de nuestra permanencia en Roma, no podía tratarse
de la improcedente relación de un gobierno laico con una
institución religiosa de un catolicismo escasamente reconocido
oficialmente en nuestro propio país; por lo cual quedaba
descartada toda posible vigilancia sobre nosotros de parte de nuestras
autoridades civiles.
¿Y
nos protegió la Iglesia?
¿Y la misma Iglesia? ¿Podría sospechar siquiera
aquella nuestra situación de entonces el Cardenal Giuseppe
Pizzardo, supuestamente tan amigo del padre Maciel Degollado, Secretario
de la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio, Prefecto
de la Congregación de Seminarios y Universidades de Estudios
y Gran Canciller de la Pontificia Universidad Gregoriana, tan ocupado
por las actividades de sus altos cargos? O, siendo entonces la Legión
de Cristo reconocida sólo por derecho diocesano desde el
25 de mayo de 1948 hasta el 6 de febrero de 1965, por carecer aún
de aprobación pontificia antes de esta fecha, podía
monseñor Alfonso Espino, obispo de Cuernavaca, Morelos, México,
darse cuenta de aquellas tropelías contra la moralidad e
integridad nuestra, estando nosotros tan distantes, bajo el más
absoluto régimen de censura y de "voto secreto"
en toda clase de comunicación interna y externa y sin conocimiento
del respaldo y protección debidos a nosotros por el Derecho
Canónico? Aun hoy día, Santo Padre, ninguno de nosotros
sabe en qué lugar del Vaticano o bajo el control de qué
congregación o dicasterio romanos se conservan los testimonios
transcritos en libreta de tipo notarial en que firmamos, en noviembre
de 1956, ante los interrogadores vaticanos, el Superior General
de la Orden Carmelita, padre Anastasio del Santísimo Rosario
y de su asistente, el padre Bengiamino. Y nunca, como esperaría
cualquier comisión de los Derechos Humanos, se nos dio copia
alguna del documento en que en aquella ocasión tan seria,
haya sido cual haya sido nuestro testimonio, asentamos nuestra firma.
Por su parte, el padre Marcial Maciel Degollado, al defenderse,
respondiendo, por medio. de sus abogados de la firma Kirkland and
Ellis, a los investigadores del diario Hartford Courant, de diciembre
del año pasado a febrero de este año, y queriendo
él retrotraer los cargos hacia los años 1956-1959
(tiempo en que fue obligado por el Vaticano a mantenerse alejado
de la institución), no presentó, como, en cambio,
sí sería lógico esperar, ningún documento
exoneratorio de parte de las autoridades vaticanas de entonces,
por ejemplo, del venerable y firme Valerio Valeri, miembro del Colegio
Cardenalicio desde 1953 y Prefecto de la Sagrada Congregación
de Religiosos, quien tuvo información y, desde abril de 1956,
sorpresiva evidencia personal de la drogadicción del padre
Marcial Maciel Degollado, o de Su Eminencia el Cardenal Alfredo
Ottaviani, desde 1935 Asesor del Santo Oficio y, para 1956, Pro-Secretario
del mismo Sacro Dicasterio, o de monseñor Arcadio Larraona,
C.M.F., más tarde Cardenal, de quien parece que dependió
inmediatamente la dirección de la, evidentemente frustrada,
investigación del caso. No: los abogados laicos del padre
Maciel Degollado solamente presentaron (diciembre de 1996) a los
investigadores del Hartford Courant, Geral Renner y Jason Berry,
una carta manuscrita, pero, y en materia tan grave, SIN fecha, de
monseñor Polidoro Van Blieberghe, obispo belga franciscano
ahora retirado en Illapel, Chile, y el cual NO nos interrogó
a nosotros en Roma y quien de ningún modo ni tuvo ni tiene
las atribuciones de juez, y menos ahora, siendo como fue sólo
un "técnico" observador intermediario en la investigación.
Es llamativo, por cierto, que los abogados del padre Maciel Degollado
también presentaron a su favor otra carta, supuestamente
exoneratoria de su vicio de drogadicción, hológrafa
también y firmada por el doctor Riccardo Galeazzi Lissi,
el arquiatra mismo de S.S. Pío XII, pero extrañamente
también SIN fecha. Y es importante observar que aquellas
difíciles circunstancias ocurrieron especialmente durante
la coyuntura transicional de las postrimerías del glorioso
Pontificado de S.S. Pío XII a los inicios del primer año
del memorable Pontificado de S.S. Juan XXIII.
¿Por
qué ha sido posible todo esto?
¿Por qué han sido posibles dentro de la Iglesia y
tan cerca del Papa encubrimiento tan denso y silencio tan prolongado?
Sabemos por la lógica simple y por la misma enseñanza
evangélica que no puede ser una misma la raíz del
trigo y la de la cizaña. ¿Cómo explicar, entonces,
Santo Padre, aparentemente de una misma fuente los bienes manifiestos
y, al mismo tiempo, el mal moral referido, de cuya existencia no
podemos dudar, pues de él tantos fuimos víctimas y
por tanto tiempo? ¿Se trata de una misma raíz y de
un mismo tronco, o de un extraño, no cristiano arte, cuasidemoníaco,
de ocultarse el mal real detrás de ciertos bienes objetivos,
productos de distintas buenas voluntades, no negables del bien y
el hacedor del mal? Reconocemos que por diversas razones no es una
labor fácil establecer de modo inequívoco el deslinde
(pues, en último término, la verdad de una cosa sólo
puede ser el conjunto de todas las cosas: ¡y eso es parte
del gravísimo problema!); pero afirmamos que sí es
responsabilidad de la Iglesia Católica, organizadora de toda
clase de encuentros nacionales e internacionales para tratar puntos
fundamentalmente de doctrina y praxis cristianas y a la que no le
faltan los medios oportunos para investigar la verdad, si firmemente
así lo quiere e institucionalmente así lo decide.
Nosotros, como víctimas, pero adultos ya, reflexivos y obligados
sólo a la verdad, basados en nuestra directa experiencia
personal de muchos años muy cerca de la críptica vida
íntima del fundador y general de la Legión de Cristo,
el padre Marcial Maciel Degollado, afirmamos ante Vos, ante la Iglesia
y ante la sociedad, sin negar el enigmático carisma que siempre
lo ha acompañado y que, precisamente, no es privativo sólo
de los espíritus buenos, que en gran parte su personalidad
externamente conocida es un producto mítico de un esfuerzo
institucional fabricadamente elaborado, más cercano en su
esencia y modos, dirían algunos, a los procedimientos del
nacionalista Joseph Goebbels que a la desnuda verdad de Evangelio
de Cristo. Es cierto que, como muchos de los modernos mitos humanos,
manifiesta aspectos a primera vista espectaculares y en varios sentidos
hasta ventajosos. Mas no encontramos en la historia del Cristianismo
ningún hombre de Dios que considerase a un mito como verdadero
sólo porque resultara útil.
¿Qué
es lo que está en riesgo?
¿Que con la investigación solicitada por nosotros
se afectaría el prestigio y la respetabilidad públicas
de la persona aquí acusada?: no más que el prestigio
y la respetabilidad de cualquier hombre perteneciente a una sociedad
bien constituida que posee leyes uniformes para todos, sin acepción
de personas, y para la cual la Iglesia quiere ser modelo de doctrina
y práctica de la justicia. Si lo que hemos dicho y estamos
diciendo no es cierto, que esa misma justicia argumentadamente nos
lo impute, que inflexiblemente nos lo pruebe y que seamos castigados
duramente; y que ante Dios y ante los hombres brille íntegramente
a favor del padre Marcial Maciel Degollado el esplendor de la verdad.
Si, en cambio, sometidos todos, él y nosotros, al escrutinio.
completamente imparcial de una comisión libre y capaz, formada
por hombres y mujeres, laicos y eclesiásticos, especializados
en las ciencias apropiadas para el caso, se reconociese que decimos
lo cierto, como afirmamos, en las acusaciones que hemos presentado,
que entonces también la verdad resplandezca y que igualmente
se aplique la justicia. Que todos seamos tratados con la misma regla,
como corresponde a hombres libres y adultos, miembros de la Asamblea
Católica, en una sociedad y en una Iglesia dignas. Porque,
de lo contrario, debería otorgarse a todo hombre y toda mujer
el privilegio de deshacerse fácilmente de la responsabilidad
moral de sus actos ante los grupos humanos legalmente constituidos,
con el simple silencio o con declaraciones propias autónomamente
exoneratorias, y con la facultad añadida de acusar de calumniadores,
difamadores y falsarios a sus antiguas víctimas, reveladoras
públicas ya de las injusticias infligidas contra ellas.
Santo Padre, en caso de reconocerse la culpabilidad del padre Marcial
Maciel Degollado, ¿sería ello tan oneroso para la
Iglesia? Más grandes errores ha reconocido en su historia.
Permitidnos la osadía de decir que por razones múltiples
lo oprobioso para la Iglesia sería dejar de aclarar cuál
es la verdad y no hacerse la debida justicia, se extenderá
un escándalo mayor y quedará siempre en duda para
muchos la credibilidad misma al magisterio de la Iglesia, la cual,
por una parte, ofrece en ocasiones disculpas generales por los delitos
de sus clérigos y publica documentos hermosos y ricos en
fuentes escriturísticas sobre la debida pureza del sacerdote,
sobre la dignidad de la persona humana y sobre el respeto a ésta
debido y, por otra parte, oculta y calla cuando la acusación
se refiere a alguien encumbrado dentro de su propio sistema.
Ante lo que nos tocó presenciar directamente y sufrir en
carne y espíritu propios, y después de lo que hemos
observado y sabido durante largos años, nosotros nos preguntamos
ahora, consternados: ¿cómo es posible que una sabiduría
tan antigua como la de la Iglesia haya podido ser engañada
tan fácilmente a tan altos niveles jerárquicos, por
tanto tiempo, en tantos lugares, a pesar de tantas víctimas
y de tantos insistentes reclamos? ¿Es la Iglesia eficaz en
su voluntad de investigar y conocer los irregulares y destructivos
hechos morales de sus altos miembros? ¿O teme conocerlos?
¿O teme el escándalo? ¿Pero qué mayor
escándalo que ese extensísimo museo oculto de almas
en diáspora espiritual, deformadas y dañadas de por
vida en lo más íntimo de su sacralidad por "lobos
vestidos con piel de oveja" y disfrazados de pastores, corruptos
y corruptores, seductores y no conductores de almas, aunque obviamente
poderosos por su influencia económica, social y eclesiástica,
no personalmente por el ejercicio de los valores que pregona el
verdadero Evangelio de Cristo?
Santo Padre, Vos, como nosotros, sabéis que "Deus non
irridetur" y que la palabra traiciona a quien traiciona la
Palabra. Todo es cuestión de tiempo. Porque, como recuerda
un autor poco notorio, "pese a los clamores y vítores,
la gran mentira nunca ha sido un éxito histórico permanente".
Si la Iglesia quiere recuperar la perdurable fe íntima de
tantos fieles desilusionados (dejando a un lado las estadísticas
publicitarias de aglomeraciones cuantiosas, que olvidan que sólo
"in interiore hominis habitat Spiritus" y de datos de
cierto crecimiento institucional, que, en contraparte, no mencionan
para nada las aún mayores deserciones ni sus causas), debe
ser claro y manifiesto que Ella no teme imponer limpieza y orden
en su propio recinto socioespiritual. Creemos firmemente que sólo
un cristianismo justo, transparente y valiente ganará el
respeto verdadero y activo de viejos y jóvenes, de hombres
y mujeres valiosos e inteligentes y sanamente críticos en
un mundo superficial, tan fácilmente impresionable por datos
de manifestaciones masivas, de movimientos gregarios y de un poder
de convocatoria bajo declaraciones válidas en sí mismas,
pero tristemente, ¡y tantas veces!, sin consecuencia para
el cumplimiento de la justicia.
¿Una
Iglesia santa?
Santidad, nos sorprende muchísimo ver cómo tantos
eclesiásticos de nuestros días se resisten a conocer
la existencia del mal y de la injusticia en el medio religioso católico,
cuando, por otra parte, sabemos por la Sagrada Escritura, por los
testimonios de los Santos Padres y por los documentos del no lejano
Segundo Concilio Vaticano que la Iglesia acepta oficialmente que
es no sólo una Institución para los pecadores sino
también una Iglesia pecadora. Que, aunque por su divino origen
sea "sine macula et ruga", "la Iglesia está
constantemente amenazada desde dentro (Mateo, XXIV, 20) por maestros
erróneos y por profetas mentirosos (...) por la tentación
de hacer mal uso de su misión (...). Que Dios otorga sitio
al mal en la Iglesia, que la cizaña puede crecer hasta el
fin de la cosecha y que en la red del pescador hay peces malos y
peces buenos (...) (Mateo, IV, 1; XIII, 24; XIII, 36; XIII, 47)
" [Karl Rahner, Escritos de Teología, Madrid, Taurus
Ed., 1969, tomo IV: "Escritos del tiempo conciliar", p.
317].
San Agustín, por su parte, nos advierte que hay hombres que
permanecen ("in Ecclesiae sinu"...) "corpore quidem
sed non corde"... [Ibid., p. 327, nota 24]; y el mismo santo
nos recuerda con sus propias palabras, sin hacer excepción
de persona alguna, que "...todos somos pecadores", declarando
así, de hecho, a la Iglesia también pecadora, y prometiendo
"su 'sin mancha ni arruga' sólo para la eternidad"
[Ibid., p. 330]. "No se niega (...) una culpa de la Iglesia
misma, toda vez que en orden a esa culpa entran en juego los portadores
del ministerio eclesiástico, que obran jurídicamente
en nombre de la Iglesia y cuya culpa la afecta muy empírica
y perceptiblemente" [Ibid., p. 332]. Así pues, entendemos
que "no solamente ha de confesarse cada uno en la Iglesia verdadera
y humildemente como pecador (DS 229, 230, 1537), sino que también
ha de hacerlo la Iglesia misma "[Ibid., p. 336]. Y perdonadnos,
Santo Padre, continuar la cita del autor que tanto ha reflexionado
sobre este tema: "Sólo cuando la Iglesia se sabe Iglesia
de los pecadores, se convence real y perdurablemente -y entiende
semejante imperativo en toda su hondura- de que necesita de purificación,
de que ha de aspirar siempre a la penitencia y a la reforma (nº
8). De lo contrario, todas las exigencias reformadoras no son sino
recetas de antigua prudencia, deseos sin fuerza que sí pueden
perfeccionar el derecho de una institución y desarrollar
una técnica y una táctica pastorales de grandes vuelos,
pero que, con todo, no arraigan en el suelo de la vida, de la fe
verdadera y de la Iglesia humana". [Ibid., p. 336].
¿Una
Iglesia justa?
Pensamos, Santo padre, que no pocos de los que leyeren esta carta
también pública nos tildarán de atrevidos por
razón de nuestra directa apertura y, sobre todo, por dirigirnos
a Vos con estas referencias de doctrina; o quizá nos juzguen
insensatos por parecerles que pretendemos llevar nuestra pobre agua
al mar de Vuestra sabiduría y autoridad. Con todo, Santidad,
nosotros no hemos sido precipitados. Y por haber dicho la verdad
acerca del padre Marcial Maciel Degollado, algunos de nosotros hemos
tenido que soportar durante meses ataques e insinuaciones humillantes,
intimidación, desconocimiento, ofensas eclesiásticas,
editoriales alevosos [por ejemplo, en El Norte, Monterrey, México,
26-05-97], pérdida de amistades y contactos sociales, penosos
dolores familiares. Queremos que la Iglesia y la sociedad comprendan
que lo único que deseamos es que se haga justicia; mas no
sólo por legítimas reivindicaciones personales sino
por el bien de la Iglesia y de la sociedad. Pensamos objetivamente
que la confrontación de David contra Goliath se repite. Y
por encima de todo y de todos, nuestra única confianza real
está puesta en El Señor del que Vos sois Vicario.
Y no nos avergonzamos. Sabemos que la verdad nos mantiene libres
y deseamos esa misma fortuna, a tiempo, para quien todavía
la necesita. Porque, como el padre Marcial Maciel Degollado solía
repetir tantas veces: "la vida es una y se vive una sola vez".
¡Mas qué triste, después de haber adoptado cuasipublicitariamente
el heideggeriano concepto de "autenticidad" casi como
lema institucional, llegar a los últimos años de esa
vida envuelto aún en irredentoras apariencias, con las manos
personalmente vacías de la verdad y habiendo pecado tanto
contra la luz! Que recuerde esta cita de una de sus propias Cartas...
sobre la mentira: "... duramente anatematizada y sancionada
por Dios en la Sagrada Escritura: Dios abomina los labios mentirosos,
dice el autor de los Proverbios [II, 22] y por medio de San Juan
[III, 44] llama a los mentirosos "hijos de Satanás":
'Vosotros tenéis por padre al Diablo'". [Mensaje...,
p. 136].
Santidad, al concluir justamente Vuestra extensa entrevista con
el periodista italiano Vittorio Messori, publicada en castellano
bajo el titulo de En el umbral de la esperanza (Barcelona, Plaza
y Janés), citabais con aprobación las palabras de
André Malraux: "El siglo XXI será un siglo religioso,
o no será". Nosotros nos atrevemos a imaginar, Santo
Padre, que igualmente y con parecida convicción se les podrá
ocurrir pensar a muchas mentes dubitantes y desesperanzadas algo
similar con respecto a nuestra Madre: "La Iglesia Católica
en los tiempos que avanzan habrá de ser verdaderamente coherente,
o no será".
Y, Santo Padre, nosotros no hemos buscado el escándalo: es
Cristo quien dijo: "Es inevitable que aparezcan escándalos,
mas ¡ay de aquel a quien se debe el origen del escándalo!..."
[Lucas, XVII, 1]. También Vos mismo, el domingo 23 de junio
del ano pasado, en Berlín, criticasteis a los alemanes, porque,
cincuenta años atrás, "... no se movieron en
forma masiva..." contra la mentira del nacionalsocialismo hitleriano
y porque "...hubo demasiados silencios..." [Crónica,
México, 25-06-97]. Y, al recordar esos hechos y omisiones,
Vos no preguntasteis "¿Por qué ahora?".
Es también la lectura de Vuestra Carta Encíclica Veritatis
Splendor la que nos ha movido a manifestarnos privada y públicamente
para que, dicho con Vuestras propias palabras, "... el esplendor
de la verdad moral no sea ofuscado en las costumbres y en la mentalidad
de las personas de la sociedad [...] a fin de que no sólo
en la sociedad civil sino incluso dentro de las mismas comunidades
eclesiales no se caiga en la crisis más peligrosa que puede
afectar al hombre: la confusión del bien y del mal, que hace
imposible conservar el orden moral en los individuos y en las comunidades".
[op. cit., 93].
Si esta carta, como rogamos a Dios, llegare a Vuestras venerables
manos y fuere leída, al menos en parte, por Vos, lamentaremos
el inevitable dolor que nuestra queja y la exposición de
nuestro mal indudablemente causarán en Vuestro atribulado
espíritu. Bien sabemos cuán pesada es la carga de
Vuestro laborioso pontificado. Mas, completamente frustradas ya
otras instancias de recurso dentro de la Iglesia, y aconsejados
nosotros por la fe y por la historia, no nos quedaba otra puerta
legítima y segura a la cual intentar llamar directamente
coram omnibus, ante todos, sino la puerta del Papa. Tal vez un día,
ante el resultado de la investigación profunda de la triste
verdad que hemos manifestado, alivien de alguna manera Vuestra pena
las sabias palabras que San Juan Crisóstomo pronunció
en su Homilía en defensa de Eutropio: "Son mejores las
heridas causadas por los amigos que los falsos halagos de los enemigos".
Juramento
Así pues, todos nosotros, católicos creyentes, los
abajo firmantes, sin razón alguna de frustración en
nuestros trabajos y esfuerzos personales, completamente libres de
cualquier deseo de venganza por las ofensas corporales y espirituales
antaño u hoy sufridas por nosotros de parte del padre Marcial
Maciel Degollado, sin interés de medro de cualquier naturaleza,
sin coacción alguna de nadie ni de ningún grupo de
cualquier tipo de poder, mas conscientes de nuestra difícil
pero ya impostergable obligación ante la Iglesia y la Sociedad,
juramos solemnemente delante de Dios que nos ha de juzgar, delante
de Vos, que tenéis también la gravísima responsabilidad
de sopesar y conocer profundamente a los hombres que proponéis
como guías y modelos de vida, delante de la Iglesia Católica
entera de la Ciudad de Dios y, mientras, en la Ciudad del Hombre,
y delante de toda autoridad divina y humana, religiosa y civil,
que puede y debe, si quiere, someternos a duros y exhaustivos interrogatorios,
juramos -repetimos- que en nuestras actuales declaraciones y revelaciones
habladas y en nuestros testimonios individuales recientemente escritos
acerca de la conducta inmoral del padre Marcial Maciel Degollado
hemos dicho solamente la verdad. Y, bajo deber de conciencia eclesial
y social, por lo que durante tantos años tan cercanamente
presenciamos y tan personalmente experimentamos, y contradiciendo,
muy a doloroso pesar nuestro, las palabras Vuestras acerca de la
ejemplaridad moral del padre Marcial Maciel Degollado expresadas
en Vuestra carta del 5 de diciembre de 1994, citada al inicio del
presente documento, afirmamos virilmente, apoyados en la inequívoca
doctrina del Evangelio de Cristo y en la tradición cristiana,
que sería espiritual, psíquica y éticamente
funesto en sumo grado para cualquier alma conducir su vida privada
siguiendo el patrón de conducta íntima del padre Marcial
Maciel Degollado con respecto al sexo, al placer del narcótico
y a su negativa actitud ante la verdad y ante otros valores espirituales
y humanos. Juramos esto por Cristo, por el ejemplo de los hombres
dignos que en cualquier lugar y época del mundo han sufrido
por defender la verdad, por la memoria de la engañada ilusión
religiosa de nuestros padres, por el dolor del daño psíquico
y moral de muchos de nuestros antiguos compañeros, por el
deseo de una sociedad menos complaciente, más valiente e
inquisitiva, por la esperanza de una juventud más crítica,
por la necesidad de un gobierno civil más atento y supervisor,
por el anhelo de una Iglesia justa, honesta y limpia.
Entendiendo cuán difícil será para Vos, Santo
Padre, comprendernos mientras no se lleve a cabo la necesaria investigación
y un juicio canónico, rogamos al Señor por Vuestra
luz, salud, bienestar y paz. Y os expresamos que deseamos permanecer
unidos a Vos, con nuestra esperanza puesta en el esplendor de la
verdad y en el triunfo de la justicia.
Estados Unidos de Norteamérica/ México, Mes de noviembre
de 1997.
Responsables de la publicación:
Félix Alarcón Hoyos
José de J. Barba Martín
Saúl Barrales Arellano
Alejandro Espinosa Alcalá
Arturo Jurado Guzmán
Fernando Pérez Olvera
José Antonio Pérez Olvera
Juan José Vaca Rodríguez
Dirección
para Vuestra respuesta, que rogamos
Nunciatura Apostólica de México
Juan Pablo II # 118
México D. F.
01020
(Esta carta fue publicada en la revista mexicana Milenio, el 8 de
diciembre de 1997)
Los
firmantes de esta carta de denuncia contra Marcial Maciel --que
también se materializó en forma de proceso judicial
iniciado el 17 de octubre de 1998 ante el tribunal de la Congregación
para la Doctrina de la Fe, el mismo que lleva décadas encubriendo
al poderoso sacerdote--, que confiesan haber sido abusados sexualmente
por Maciel durante sus primeros años de adolescencia, cuando estaban
bajo su cargo en seminarios de España e Italia, son todos
hombres con una probada solvencia en sus vidas y profesiones. A
saber:
-- Félix Alarcón Hoyos es un sacerdote español que ejerce en Estados
Unidos;
-- José de J. Barba Martín es catedrático del Instituto Tecnológico
Autónomo de México;
-- Saúl Barrales Arellano es profesor de un colegio católico;
-- Alejandro Espinosa Alcalá es un importante ganadero;
-- Arturo Jurado Guzmán es catedrático de la Escuela de Lenguas
del Departamento de Defensa de Estados Unidos;
-- Fernando Pérez Olvera es ingeniero químico;
-- José Antonio Pérez Olvera es abogado;
-- Juan José Vaca Rodríguez, ex sacerdote, estrecho colaborador
de Maciel durante tres décadas y ex presidente de Legionarios de
Cristo en Estados Unidos.
Para
mayor información al respecto, puede consultarse:
-- Torres Robles, Alfonso (2001). La prodigiosa aventura de los
Legionarios de Cristo. Madrid: Foca.
-- Rodríguez, Pepe (2002). Pederastia
en la Iglesia católica. Barcelona: Ediciones B.
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