Mensaje
de Juan Pablo II a los cardenales de Estados Unidos
(Vaticano, martes, 23 de abril de 2002)
Nota:
Las implicaciones de este documento se analizan a fondo en el capítulo
9 del libro Pederastia
en la Iglesia católica.
Queridos hermanos:
1. Permitidme
que os asegure ante todo mi gran aprecio por el esfuerzo que estáis
realizando para mantenernos informados a la Santa Sede y a mí
personalmente sobre la compleja y difícil situación
que ha surgido en vuestro país en los meses recientes. Confío
en que estas discusiones vuestras den mucho fruto para el bien de
los católicos de Estados Unidos. Habéis venido a la
casa del sucesor de Pedro, cuya tarea consiste en confirmar a sus
hermanos obispos en la fe y en el amor, y en unirles en torno a
Cristo al servicio del Pueblo de Dios. La puerta de esta casa está
siempre abierta para vosotros. En particular, cuando vuestras comu-nidades
se encuentran en el dolor.
Al igual que vosotros, yo también he quedado profundamente
apenado por el hecho de que sacerdotes y religiosos, cuya vocación
es la de ayudar a la gente a vivir la santidad según Dios,
han provocado ellos mismos estos sufrimientos y escándalos
a jóvenes. A causa del grave daño provocado por algunos
sacerdotes y religiosos, la Iglesia misma es vista con desconfianza,
y muchos se han ofendido por la manera en que han percibido la acción
los líderes de la Iglesia en esta materia.
El tipo de abuso que ha causado esta crisis es en todos los sentidos
equivocado y justamente considerado como un crimen por la sociedad;
es también un espantoso pecado a los ojos de Dios. A las
víctimas y a sus familias, dondequiera que estén,
les expreso mi profundo sentimiento de solidaridad y preocupación.
2. Es verdad que una generalizada falta de conocimiento de la naturaleza
del problema y el consejo de expertos clínicos llevó
en ocasiones a los obispos a tomar decisiones que, según
los acontecimientos sucesivos, se han demostrado erróneas.
Vosotros estáis trabajando ahora para establecer criterios
más fidedignos para asegurar que este tipo de errores no
se repitan. Al mismo tiempo, incluso reconociendo el carácter
indispensable de estos criterios, no podemos olvidar el poder de
la conversión cristiana, esta decisión radical de
abandonar el pecado y de regresar a Dios, que alcanzar las profundidades
del alma de una persona y que puede producir un cambio extraordinario.
Tampoco deberíamos olvidar el inmenso bien espiritual, humano
y social que la gran mayoría de los sacerdotes y religiosos
en Estados Unidos han hecho y siguen haciendo. La Iglesia católica
en vuestro país siempre ha promovido los valores cristianos
con gran vigor y generosidad, de manera que ha ayudado a consolidar
todo lo que hay de noble en el pueblo estadounidense.
Un gran obra de arte ha sido manchada, pero conserva su belleza;
es una verdad que toda crítica intelectualmente honesta reconocerá.
A las comunidades católicas en Estados Unidos, a sus pastores
y miembros, a religiosos y religiosas, a los profesores de las universidades
y escuelas católicas, a los misioneros estadounidenses en
todas las partes del mundo, se dirige el profundo agradecimiento
de toda la Iglesia católica y la gratitud personal del obispo
de Roma.
3. El abuso de jóvenes es un grave síntoma de una
crisis que está afectando no sólo a la Iglesia, sino
a la sociedad en su conjunto. Es una profunda crisis de moralidad
sexual, incluso de las relaciones humanas, y sus primeras víctimas
son la familia y los jóvenes. Al afrontar el problema del
abuso con claridad y determinación, la Iglesia debe ayudar
a la sociedad a comprender y afrontar esta crisis en su corazón.
Debe quedar totalmente claro a los fieles católicos, y a
toda la comunidad, que los obispos y los superiores están
preocupados, ante todo, por el bien espiritual de las almas. La
gente necesita saber que no hay lugar en el sacerdocio y en la vida
religiosa para quienes dañan a los jóvenes. Tienen
que saber que los obispos y los sacerdotes están totalmente
comprometidos en la plenitud de la verdad católica sobre
asuntos de moral sexual, una verdad tan esencial a la renovación
del sacerdocio y del episcopado, como a la renovación de
la vida matrimonial y familiar.
4. Tenemos que confiar que este tiempo de prueba traerá una
purificación de toda la comunidad católica, una purificación
necesitada urgentemente si la Iglesia quiere predicar de manera
más efectiva el Evangelio de Jesucristo en toda su fuerza
liberadora. Ahora vosotros tenéis que asegurar que allí
donde abunda el pecado, la gracia sobreabunda (Cf. Romanos 5:20).
Tanto sufrimiento, tanta tristeza debe llevar a un sacerdocio más
santo, a un episcopado más santo, a una Iglesia más
santa.
Sólo Dios es la fuente de la santidad, y tenemos que dirigirnos
sobre todo a él para pedir perdón, curación
y la gracia de afrontar este desafío con un aliento sin compromisos
y con armonía de intentos. Al igual que el Buen Pastor del
Evangelio del último domingo, los pastores deben ser entre
sus fieles y su gente hombres que inspiran profunda confianza y
que les llevan hacia aguas donde pueden descansar (Cf. Ps 22:2).
Pido al Señor que les dé a los obispos de Estados
Unidos la fuerza para construir la respuesta a la crisis actual
sobre sólidos cimientos de fe y sobre una genuina caridad
pastoral hacia las víctimas, al igual que a los sacerdotes
y a toda la comunidad católica en vuestro país. Y
pido a los católicos que estén cerca de sus sacerdotes
y obispos, y que les apoyen con sus oraciones en estos momentos
difíciles.
¡Que la paz de Cristo resucitado esté con vosotros!
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