Un
repaso a la corrupción sexual en la Iglesia católica
de Latinoamérica
Por Carlos Machado
Octubre 2006
La
Iglesia oculta: pedofilia, SIDA y algo más
DEBIL ES LA CARNE...
Hace más de una década que se ha vuelto muy notoria
la crisis de ética y credibilidad por la que atraviesan amplios
sectores de la Iglesia Católica. Sin embargo, uno de los
problemas que alimenta esa crisis data en realidad de siglos: la
violación de los votos de castidad, el abuso sexual y la
pedofilia, tres estigmas muy alejados de los sufridos por Jesucristo
pero que están firmemente grabados en muchísimos de
sus representantes en la Tierra, y que cuentan con una lamentable
complicidad: el encubrimiento del Vaticano.
Una nota de la revista mexicana “Proceso”, publicada hace un año,
indicaba precisamente que esas cuestiones “vienen de tiempo atrás
y hace mucho que son parte de la realidad eclesiástica”,
aseveración que aparece en el libro “Votos de castidad”,
escrito por cinco especialistas –Alessandra Ciattini, Elio Masferrer,
Jorge Ederly, Marcos Hernández Duarte y Jorge René
González Marmolejo- y editado el año pasado por la
editorial Grijalbo. La conclusión del mismo es que “en la
época colonial y hasta nuestros días, el celibato
sacerdotal obligatorio en la Iglesia Católica de América
Latina es, en general, un mito, y en la práctica siempre
ha sido opcional, por lo que es evidente el abismo entre lo que
dicta el Derecho Canónico sobre el voto de castidad y la
vida sexual del clero”.
En sus 214 páginas, el libro cita varios casos de violación
al celibato en variadas formas –abusos sexuales, concubinatos, etc.-,
detallando por ejemplo el caso “sorprendente y harto aleccionador”
del jesuita Gaspar de Villarías. El proceso de este sacerdote
en México, a principios del siglo XVII, causó un escándalo
que llegó hasta la misma Roma, ya que el voraz jesuita había
abusado de 97 mujeres, incluso dentro de su parroquia y muchas veces
en el propio confesionario. En varias de esas ocasiones contó
con la aceptación, influenciada o no por la autoridad que
le daba su condición, de las mujeres que llegaban hasta él,
y según “Votos de Castidad”, en la larga lista de este cura
se incluían “monjas, muchachas y señoras maduras,
tanto casadas como solteras, y de todos los biotipos: blancas, mestizas,
indias y negras, y de todas las condiciones sociales: ricas, pobres,
sirvientas, libertas y esclavas”. Como puede verse, el travieso
de Gaspar no respetaba pelo ni marca. Finalmente, el religioso fue
arrestado por un lapso muy breve, y en pocos días salió
libre con una pequeña amonestación, listo para continuar
con sus tropelías, simplemente cambiándoselo de unidad
de la Compañía. Ese fue todo el castigo que recibió
“el protagonista del mayor escándalo sexual de los archivos
históricos de la Iglesia Católica en México”.
Respecto de la época actual, el libro menciona el concubinato
entre el ex nuncio apostólico en México, monseñor
Jerónimo Prigione, y la religiosa Alma Zamora, de la congregación
Hijas de la Pureza de la Virgen María, quien trabajaba para
él en la sede de la Nunciatura, así como la protección
que Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México,
y el cardenal Roger Mahony, de Los Angeles (California), brindan
al sacerdote pederasta Nicolás Aguilar, quien sólo
en México fue acusado penalmente por abuso sexual contra
60 menores, huyendo a Estados Unidos donde ahora, bajo la protección
de Mahony, seguiría haciendo de las suyas en otra parroquia.
Esto último,
sumado al caso de Gaspar de Villarías hace cuatro siglos,
trae a colación el tema de la protección que las jerarquías
más elevadas de la Iglesia, incluido el Papa, han brindado
y siguen brindando a los miembros de la misma que incurren en todo
tipo de delito sexual, amparados por su investidura. Esta constante
en la actitud de la Iglesia cuando se descubre la existencia de
pederastía o abuso sexual por parte de sus representantes
también es apuntada en el libro citado: “La jerarquía
sacerdotal respondió habitualmente a estas acusaciones con
la negación, el ocultamiento y la descalificación
de los denunciantes. Una medida frecuente ante las denuncias penales
imposibles de controlar ha sido la reubicación sigilosa de
los responsables para evitar la acción de la justicia”.
Por su
parte, el periodista y escritor español Pepe Rodríguez,
autor de “Pederastía en la Iglesia Católica”, expone
un argumento no menos contundente acerca de esta cuestión:
“El problema fundamental no reside tanto en que haya sacerdotes
que abusen sexualmente de menores, sino en que el Código
de Derecho Canónico vigente, así como todas las instrucciones
del Papa y de la curia del Vaticano, obligan a encubrir esos delitos
y a proteger al clero delincuente. En consecuencia, los cardenales,
obispos y el propio gobierno vaticano practican con plena conciencia
el más vergonzoso de los delitos: el encubrimiento”.
Clero
delincuente. Buena definición de Rodríguez para esta
plaga disfrazada de santidad.
País
de sotanas calurosas
El escándalo de los abusos sexuales por parte de sacerdotes
–que logró mantenerse bastante oculto por siglos- ha estallado
en toda su dimensión en los últimos años, gracias
a la luz que comenzaron a arrojar sobre el tema varios investigadores
y medios de prensa, poniendo en evidencia además que el primer
reflejo de la cúpula vaticana ha sido siempre, y continúa
siendo, “tapar todo”. Un escándalo que cunde en la mayoría
de los países del mundo y que ha sacudido en distintas etapas
las diócesis católicas de Italia, España, Alemania,
Francia, Gran Bretaña, Irlanda, Austria, Polonia, Estados
Unidos, México, Puerto Rico, Costa Rica, Colombia, Brasil,
Chile y Argentina, por mencionar los casos más frecuentes,
y que está signado, como se dijo, por el encubrimiento.
Según
la revista brasileña “Istoé”, el Papa Benedicto XVI
envió en septiembre de 2005 a Brasil una comisión
para investigar acusaciones que ya se estaban multiplicando demasiado.
La misma se encontró con una decena de sacerdotes condenados
por abuso sexual, cuarenta fugitivos y alrededor de 200 enviados
por la Iglesia brasileña a centros de atención psicológica
para que sean “reeducados”. Dura realidad hallada por la Curia romana
en el país que contiene la mayor cantidad de católicos
en el mundo. Según una investigación de la mencionada
revista, actualmente 1.700 curas –el 10 por ciento de los registrados
en el país- están siendo investigados por abusar de
niños y adolescentes.
Hay muchísimos
casos individuales para relatar, pero nos remitiremos al que aparece
quizás como el más espeluznante, ya que su “ejemplo”
ha servido mucho a otros sacerdotes para consumar sus bajos instintos.
Se trata de un eminente teólogo que solía frecuentar
los salones de la alta burguesía de San Pablo y que, de acuerdo
al diagnóstico que se le hizo a pedido de un juzgado estatal,
es un “pedófilo con marcados síntomas de narcisismo
y megalomanía”. Dicho sea de paso, las mismas palabras que
aparecen en el estudio psicológico realizado, en la Argentina,
al sacerdote Julio César Grassi, titular durante años
de la Fundación “Felices los Niños” y protagonista
hoy en día de un sonado caso de abusos sexuales a menores
por el que aún espera la sustanciación del juicio
oral y público.
El citado
teólogo brasileño es Tarcisio Sprícigo, de
50 años, y su diagnóstico puede muy bien explicar
el hecho de que llevara un diario manuscrito con un recuento de
sus fechorías. Por ejemplo, en una parte del mismo dice:
“Me preparo para salir de cacería con la certeza de que tengo
a mi alcance a todos los chicos que me plazca”, y aconseja “recogerlos
de las calles, de las comisarías, de los hospitales de caridad”.
Antes de que lo arrestaran, el religioso había abusado de
muchos niños de la calle, para él “los más
fáciles de controlar”. En las páginas de su diario,
convertido en un verdadero manual de pedofilia que incluso fue consultado
por otros sacerdotes de su misma tendencia aberrante, describe entre
otras cosas cómo persuadir niños: “Presentarse siempre
como el que manda. Ser cariñoso. Nunca hacer preguntas pero
tener certezas. Tratar de conseguir chicos que no tengan padre y
que sean pobres. Jamás involucrarse con niños ricos”.
Sprícigo, que antes de ser arrestado había sido trasladado
a una parroquia rural, donde abusó de dos menores más,
estaba muy seguro de sus tácticas: “Soy seguro y calmo, no
me agito, soy un seductor y después de haber aplicado correctamente
las reglas, el niño caerá en mis manos y seremos felices
para siempre”.
Alguna
de sus reglas finalmente le falló, ya que fue condenado a
quince años de prisión por violar a un niño
de cinco años que tenía bajo su custodia. Y felizmente
en este caso, ni una bula papal hubiera logrado salvarlo de la cárcel.
Como se
dijo, el “evangelio de Tarcisio” tuvo muchos seguidores. Alfieri
Bompani, de 46 años, preso por abusar de niños de
entre seis y diez años de edad en una “favela” en la que,
según él, hacía ayuda social, también
tuvo veleidades de escritor. Además de llevar un diario estaba
terminando un libro de cuentos eróticos basado en sus correrías
pedófilas. Y hubo otros religiosos que a sus placeres carnales
sumaron los de la escritura y hasta la cinematografía. Una
muestra es la detención del sacerdote Félix Barbosa,
de 44 años, a quien se lo encontró en una orgía
de drogas y sexo con cuatro adolescentes que había contactado
por Internet, y que grabó la escena con dos cámaras
de video. La policía halló también un block
de cartas con los relatos eróticos que Barbosa escribía
basado en sus “experiencias”. Mientras se lo llevaban detenido,
el sacerdote gritaba que conocía a otros doce curas que hacían
lo mismo que él. Otro cultor de las letras, el sacerdote
Celso Morais, de 63 años, regenteaba un prostíbulo
de menores destinado al placer de los hermanos de la fe. También
escribía sus memorias, y el contenido de las mismas es tan
escabroso que la Justicia las marcó como “documento clasificado”.
Por su parte el diario italiano “Corriere della Sera” aludió
a otro de los involucrados en tierras brasileñas, monseñor
Antonio Sarto, obispo de Barra das Garças, acusado de abuso
por parte de un cura que él mismo ordenó.
La prensa
de varios países reconoció que el Vaticano, ante los
casos apuntados, no tuvo más remedio que verse obligado a
dejar de actuar a favor de sus representantes al comprobar que no
podía seguir ocultando los trapos sucios entre las paredes
de las iglesias.
Legión
de depredadores
Los Legionarios de Cristo constituyen una organización católica
específica dentro de la Iglesia, como lo es también
el Opus Dei, y como éste se ubica a la derecha y se enmarca
dentro de los postulados más ultraconservadores. Su fundador
es el sacerdote mexicano Marcial Maciel, hoy octogenario y ya fuera
de toda función sacerdotal dado que –por fin- después
de varias décadas de haber cometido infinidad de abusos sexuales,
el actual Papa Benedicto XVI no tuvo más remedio, ante el
cúmulo de pruebas acumuladas en su contra, que obligarlo
a retirarse de todo tipo de ejercicio sacerdotal público.
Eso sí, “por su avanzada edad” no será sometido a
proceso canónico y, como sanción de mayor dureza,
sólo fue “condenado” a llevar una vida privada de rezos y
penitencias. Otro ejemplo de los “castigos” que impone el Vaticano,
cuando ya es inevitable, a sus sacerdotes pedófilos. Y una
condena que las víctimas de Maciel, que aguardaron años
porque se haga justicia, esperaban que fuera mayor y que el Vaticano
colaborara llevando a Maciel ante la ley de los hombres y terminara
en la cárcel.
Pero en
realidad Maciel gozó siempre de la protección papal.
Desde que Joseph Ratzinger presidía la Sagrada Congregación
para la Doctrina de la Fe –nombre moderno de la Santa Inquisición
y un cargo en el que se sentía muy cómodo- tenía
conocimiento de las andanzas de los curas pedófilos por el
mundo. Maciel no fue la excepción, y desde 1998 el actual
Papa sabía, por los informes del obispo mexicano Carlos Talavera
y los testimonios del padre Alberto Athié, uno de los abusados
por Maciel cuando era seminarista, de los abusos sexuales del “legionario”.
Sin embargo, Ratzinger se negó entonces a abrir el caso,
argumentando que Maciel “era una persona muy querida para Juan Pablo
II”. Este último fue, precisamente, uno de sus principales
protectores e incluso, poco antes de morir, organizó un multitudinario
homenaje al líder de los Legionarios por “promover los valores
de la familia y de la persona humana”. Sus víctimas saben
bien cuál era la manera predilecta de Maciel de promover
esos valores. Fueron los periodistas norteamericanos Jason Berry
y Gerald Renner quienes, a través de un libro muy documentado,
“Votos de silencio. El abuso de poder durante el papado de Juan
Pablo II”, le hicieron ver a Ratzinger lo que se resistía
a ver. Los autores consideran que la protección de la Santa
Sede se debe a que el líder de los Legionarios siempre ofreció
una importante aportación económica al Vaticano, y
agregan que “en el caso del padre Maciel nos enfrentamos a un encubrimiento
papal. Su carrera es un caso de estudio sobre la desinformación:
la distorsión de la verdad para alcanzar el poder y fabricarse
una imagen virtuosa a partir de un comportamiento patológico.
Al no investigar cargos serios, el Vaticano ayudó a que se
diera este proceso durante años”.
Existen
testimonios que erizan la piel, una constante cuando se va tomando
conocimiento de caso tras caso en esta cuestión. José
Barba Martín, quien abandonó la orden a los 25 años,
luego de sufrir varios abusos sexuales de Maciel, asegura que la
pederastía está extendida en toda la Orden, mientras
Juan José Vaca, ex presidente de los Legionarios de Cristo
en Estados Unidos y otra de las víctimas de Maciel, afirma
coincidentemente que los abusos sexuales en los Legionarios son
comunes: “No ha sido solamente Maciel el criminal que cometió
esos delitos, sino que según los datos que vamos teniendo
ya se puede hablar de una corrupción de la institución
como tal. Ya hay víctimas nuevas, de segunda y tercera generación.
Los abusados por Maciel de niños ahora son superiores, y
esos superiores ya han abusado de otros. Solamente el año
pasado detectamos tres nuevas víctimas: una de Irlanda, otra
de España y la tercera de Chile. También tenemos otro
caso en Colombia. Donde los Legionarios tienen instituciones Maciel
ha puesto gente como él, que piensa como él y que
está integrada en ese sistema como él. Y todos ellos
han sido víctimas de él y luego victimarios”. Vaca
asegura que hasta el año 1976, cuando salió de los
Legionarios, fue testigo ocular de otras 25 víctimas de abuso
sexual de Maciel, y que él lo fue durante diez años.
Comenta que, luego de someterlo a las vejaciones sexuales, el líder
de los Legionarios intentaba tranquilizarlo diciéndole: “No
te preocupes si tienes remordimiento de conciencia; yo te doy la
absolución”, y agrega que “Maciel es un depredador, hoy con
la imagen de abuelo”.
Según
otros testimonios de víctimas de Maciel, éste utilizaba
un patrón de conducta similar con los niños o adolescentes
internos. Relatan que los elegía “bonitos”, que los mandaba
llamar a su habitación para pedirles que le dieran un masaje
y que al lograr que le masturbaran, sencillamente se justificaba
diciendo que tenía “dispensa papal” porque estaba muy enfermo.
La frase que utilizaba con algunos para terminar con su siniestra
sesión era: “Lo que has hecho es un acto de caridad”.
Mientras
las centenares de víctimas abusadas por Maciel no pueden
esperar ya más justicia que la muy suave condena a “rezos
y penitencia” impuesta al depredador por el Vaticano, la cuestión
más urgente ahora es saber hasta qué punto el cáncer
de la pederastía está infiltrado en la orden de los
Legionarios de Cristo, ya que miles de niños y adolescentes
pueden encontrarse en peligro.
Travesuras
argentinas
Según
un estudio de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados
Unidos, más de 4.000 sacerdotes ya han sido acusados en más
de 11.000 casos de abuso sexual contra menores entre 1950 y 2002.
Dicho estudio, difundido por la cadena CNN, fue compilado a partir
de una investigación a nivel nacional realizada por el Colegio
John Jay de Justicia Penal para la Conferencia de los Obispos. Sin
embargo David Clohessy, del grupo Red de Sobrevivientes de los Abusados
por Sacerdotes (SNAP sus siglas en inglés), afirmó
que las cifras suministradas en ese informe le parecían “bajas”,
y agregó: “Los obispos han tratado de ocultar ésto
durante años, por lo que no hay razón para creer que
de pronto van a cambiar su forma de obrar. La única cosa
prudente es asumir que ésto no es toda la verdad”. Un ejemplo
de cómo se ha desarrollado también entre los religiosos
de Estados Unidos el gusto por la pedofilia, al amparo, claro está,
de las jerarquías católicas más altas. De ello
bien pueden hablar el obispo Roger Mahony, antes citado, protector
de pederastas huidos de México, o monseñor Bernard
Law, otro protector de curas abusadores y protegido a su vez por
Juan Pablo II, quien lo designó para ocupar un alto cargo
en el Vaticano.
En el otro extremo del continente americano, en la Argentina, los
casos de abuso sexual por parte de sacerdotes no han llegado todavía
al nivel estadístico alcanzado en otros países. Pero,
como dicen de las brujas, los hay. Seguramente se debe a un bien
aceitado engranaje de ocultamiento, como en todos los casos. Incluso
han corrido rumores de que encumbrados monseñores han tirado
alguna “canita al aire” en esta cuestión, rumores que llegaron
a rozar al propio arzobispo de Buenos Aires y Cardenal Primado de
la Argentina, quien por su parte contó con varios votos a
favor durante el cónclave que el año anterior eligió
al sucesor de Juan Pablo II, un teatro armado para la feligresía,
cabe aclarar, puesto que quien lo sucedió ya era Papa poco
antes de que Karol Wojtyla falleciera “oficialmente”.
Un caso
emblemático y de mucho alcance en los medios de prensa –si
bien actualmente se encuentra algo estancado en tal sentido- es
el del sacerdote Julio César Grassi. A partir de la investigación
de un programa televisivo en 2002, que puso en evidencia abusos
sexuales cometidos por éste contra menores de edad que se
alojaban en la Fundación “Felices los Niños”, por
él presidida desde hace varios años, el tema debió
atravesar por diversas instancias y batallas judiciales, que llegaron
al extremo de que, cuando estaba a punto de iniciarse el juicio
oral y público contra el sacerdote, a último momento
fuera apartado el triunvirato de jueces que iba a actuar, acusados
de parcialidad manifiesta a favor de Grassi. El sacerdote, que ya
se relamía junto a su ejército de abogados de onerosos
haberes por lo que consideraba iba a desembocar en una declaración
de inocencia, ve ahora como las cosas se le han dado vuelta: fue
designado otro trío de magistrados para juzgarlo; unas pericias
psiquiátricas realizadas en la provincia de Santa Cruz, donde
también protagonizó casos de abuso sexual, arrojó
como resultado –como se citó anteriormente- que la personalidad
de Grassi es la de un “pedófilo con marcados síntomas
de narcisismo y megalomanía” ; aparecieron nuevos testigos
abusados por el cura que antes no se atrevían a declarar;
y buena parte de su equipo de abogados renunció a seguir
patrocinándolo.
Si bien
la fecha del nuevo juicio aún está algo en la nebulosa,
resultaría ahora más claro que Grassi ya no lleva
todas las de ganar, como se ufanaba en un principio. También
ha mermado la frecuencia con que lo entrevistaban algunos diarios
o lo invitaban a sus programas televisivos ciertos periodistas,
algunos de ellos cercanos al Opus Dei, que lo victimizaban haciéndolo
objeto de un “complot” y dándole cuerda para que se despache
a gusto sobre su pretendida “inocencia”.
Los otros
dos casos que llegaron al conocimiento público en la Argentina
son los protagonizados por el arzobispo de Santa Fe, monseñor
Edgardo Storni -cuya conducta era seguida por el Vaticano desde
1994 pero nunca se conoció el resultado del sumario, ya que
se ocultó el expediente-, y por el titular de la diócesis
de Santiago del Estero, monseñor Carlos Maccarone. El primero,
acusado de abusar de unos cincuenta seminaristas, logró al
parecer una mejor protección que Maccarone, ya que continuaría,
aunque alejado de la función sacerdotal, “en algún
lugar” de la provincia de Santa Fe, mientras este último,
que llegó a ser filmado durante unas relaciones más
que dudosas con un joven taxista, tuvo que renunciar a su diócesis
y, ante la cantidad de pruebas en su contra, el Papa no pudo concederle
el beneficio de un traslado dentro del país, como suele ocurrir
en este sistema de encubrimientos, y fue trasplantado a cumplir
una vida de “penitencia” en México.
Uno de
los detalles que adornan la cadena viciosa de Edgardo Storni aparece
en el capítulo 9 del libro “Nuestra Santa Madre. Historia
pública y privada de la Iglesia Católica Argentina”,
de la periodista Olga Wornat, y se transcribe a continuación:
El
Príncipe y el Pastor
"Era
de noche. Lo llamaron al dormitorio principal. El chico fue creyendo
que debía cumplir alguna de sus obligaciones diarias de ceremonial.
Entró a la habitación sólo alumbrada por dos
veladores de bronce y una extraña sensación de intimidad
le inundó el cuerpo y lo incomodó. Trató de
no pensar y obedeció las directivas de su superior. Lo ayudó
a desvestirse. Lo hizo con pudor pero creyendo que era algo normal
en el seminario y que se tenía que acostumbrar a las normas
de ese lugar al que había llegado hacía tres días.
Tembloroso frente al cuerpo sexagenario, le sacó prenda por
prenda... Cuando terminó, vio caer el cuerpo fláccido
del arzobispo sobre la cama, con su desnudez sólo cubierta
con una toalla. El chico creyó que ya había cumplido
con su tarea y se disponía a retirarse, pero se equivocó.
Echado en el lecho de dos plazas con respaldo de bronce, monseñor
lo llamó insinuante y le pidió que lo masajeara. Cada
vez más nervioso, pero movido por el miedo y el respeto que
le infundía la figura, el seminarista apoyó sus manos
sobre la piel pálida, rosada y fofa, y comenzó a friccionarlo.
A los masajes siguió la desnudez completa y el pedido de
que se acostara al lado, y que lo acariciara en todo el cuerpo,
pero sobre todo en los genitales.
"Confundido, turbado y temeroso, el muchachito recién
venido del campo, hijo de una familia humilde, obedecía y
escuchaba las palabras serenas y contenedoras que lo alentaban:
"–Esto no es pecado hijo, yo soy monseñor Storni, un
padre para todos ustedes, los seminaristas. Nuestro amor tenemos
que compartirlo. Dios ve bien esta muestra de amor entre dos hombres,
entre un padre y su hijo. Él nos apoya desde el Cielo. "
"Cuando terminaron, el chico salió perturbado del dormitorio
episcopal y se encerró en el suyo. Un compañero lo
notó muy mal, le preguntó si lo podía ayudar
y a él le relató llorando lo sucedido".
Con una mueca indescifrable de dolor, vergüenza y asco, un
ex seminarista de Santa Fe me relató así la experiencia
que le confesara aquel chico salido de la zona rural. Desde ese
momento, la fuente se convirtió en oído elegido por
aquel muchacho, y luego por tantos otros, para vomitar el dolor
y la confusión de esas relaciones "incestuosas"
y abusivas en las que se involucraron, seducidos o empujados, por
el religioso más importante de la Arquidiócesis de
Santa Fe de los últimos diecisiete años.
Como dicen
por ahí: “Un botón basta de muestra, los demás...
a la camisa”.
Las
monjas también atraen
Hay muchos sacerdotes abusadores que no desprecian, por supuesto,
echarle mano a un cuerpo femenino. Pasando por todas las épocas
y desde el “tigre del siglo XVII”, Gaspar de Villarías, hasta
hoy, abundan los casos de curas que no se resisten a la debilidad
de la carne cuando aparece alguna colaboradora por la sacristía
o cuando comparten tareas evangelizadoras con monjas. Y son abundantes
estos últimos casos, a punto tal que ya existen varias organizaciones
conformadas por religiosas para defender sus derechos, hartas de
verse trabajando como esclavas al servicio de los curas y también,
lo más grave, como “carne sacerdotal”.
En marzo de 2001 tomaron estado público denuncias hechas
a muy alto nivel sobre el abuso generalizado de monjas en África
por parte de sacerdotes y el encubrimiento del Vaticano. La realidad
y magnitud del problema fue descripto en un reporte por sor María
McDonald, madre superiora de Las Misioneras de Nuestra Señora
de África. Su informe, titulado “El problema del abuso sexual
a religiosas en África y Roma”, fue minimizado por las jerarquías
del Vaticano. El padre Noktes Wolf, abad primate de los monjes benedictinos
ha afirmado, sin embargo, que el abuso continuo de monjas africanas
es una realidad y no un asunto de casos aislados. Entonces surge
la pregunta: ¿por qué los abusos precisamente contra
monjas y religiosas?. Sencillamente por ésto: en África,
las monjas se han convertido en un grupo especialmente vulnerable
porque el voto de castidad las hace candidatas menos probables para
ser portadoras del virus del SIDA. Por lo tanto son consideradas
“compañeras sexuales seguras” por muchos clérigos.
La extensión y falta de respuesta de este fenómeno
ha provocado protestas formales de parte de monjas a muy alto nivel.
Por ejemplo, la Conferencia de Estudio de las Hermanas de África
Oriental (SEASC sus siglas en inglés) denunció formalmente
estos abusos, a través de sus delegadas, ante la Conferencia
de Obispos de África Central y Oriental, luego de su reunión
en Kampala, Uganda, en agosto de 1995. La SEASC tiene la representación
de 15 mil monjas de ocho países africanos y cuenta con una
fuerza considerable. En su queja formal decían: “Consideramos
ésto un asunto de justicia, el cual creemos que ya no puede
ser ignorado”.
Por su parte las monjas mexicanas, hartas de los constantes atropellos
que van desde ser utilizadas como simples sirvientas hasta sufrir
violaciones sexuales de sus superiores religiosos, comenzaron también
a integrarse en un gran movimiento internacional de protesta. A
través de organizaciones mundiales como la Federación
Internacional de Monjas o la Coalición de Monjas Americanas,
las religiosas ya organizan sus propios “sínodos” y encuentros
internacionales para bombardear con sus demandas al Vaticano, pero
ya van mucho más allá de exigir un alto a los abusos
sexuales. Están pidiendo además que se cree un “ombudsman
religioso”, el celibato opcional, ejercer sus preferencias lésbicas
y ser sacerdotisas y obispas. Cuestiones que al Papa y al cuerpo
cardenalicio los vuelven más rojos que el color de sus capelos,
y no de rubor sino de ira.
Esta rebelión de las monjas, que en los últimos cuatro
años va provocando choques cada vez más frecuentes
con el Vaticano, coincidió por ejemplo en 2003 con la exhibición,
en México, de la película “En el nombre de Dios”,
donde se revelan los maltratos, los abusos, incluyendo los sexuales,
y las vejaciones que miles de mujeres –huérfanas, madres
solteras y jóvenes violadas- sufrieron en la congregación
católica Hermanas de la Magdalena, en Irlanda, durante la
década de 1970 y hasta mediados de la de 1980.
Si bien no es habitual encontrar este tipo de información
en muchos medios de prensa, ya sea por la censura vaticana, la gubernamental
o por tratarse de medios muy vinculados de una manera u otra a la
Iglesia, puede apreciarse que en México y otras partes del
mundo, también las monjas ya están luchando contra
el complot de silencio que pretende cubrir, como una sombra, los
abusos de que son objeto.
El
SIDA en la Iglesia
Otra realidad incuestionable sobre la cual la jerarquía católica
ejerce, empecinadamente, la censura o el ocultamiento –intentando
preservar a la fuerza una imagen que ya se le escapó de las
manos hace tiempo- es la existencia del SIDA entre sus miembros.
Ya en enero de 2000 el diario estadounidense “The Kansas City Star”
había hecho una investigación que reveló que
“cientos de sacerdotes católicos mueren de SIDA en Estados
Unidos y cientos más viven con el virus que causa la enfermedad”,
señalando que “la Iglesia y las órdenes religiosas
necesitan reconocer que existe un problema, que los sacerdotes practican
el sexo y que son susceptibles a las enfermedades de transmisión
sexual, incluso el SIDA”.
Según ese diario, “la cifra de curas que han muerto por SIDA
es difícil de determinar, pero al parecer la enfermedad provoca
al menos cuatro veces más muertes entre sacerdotes que entre
la población general de Estados Unidos, de acuerdo a testimonios
médicos y a análisis de salud, mientras cientos más
viven con el virus de inmuno deficiencia adquirida (VIH)”. Indica
además que el hecho de que el número exacto de sacerdotes
muertos por SIDA o infectados sea desconocido, se debe en parte
a que muchos de ellos sufren su padecimiento en forma solitaria,
sin revelarlo a nadie, y que cuando deciden comunicárselo
a sus superiores, los casos se manejan generalmente de manera callada.
Cita el caso de Farley Cleghorn, un epidemiólogo del Instituto
de Virología Humana de la ciudad de Baltimore, quien declaró
al diario que trató a unos veinte sacerdotes con SIDA, los
cuales mantuvieron su enfermedad en secreto.
Esta cuestión fue tratada, sin sensacionalismo alguno, en
una película británica que las autoridades eclesiásticas
intentaron censurar o boicotear hace pocos años (como lo
intentaron a mediados de este año con “El Código Da
Vinci”). Se trata de “Dios te salve” (“Conspiracy of silence” su
título original), filme que aborda el tema del celibato y
denuncia el silencio de la Iglesia en torno a la epidemia de SIDA
dentro mismo de la institución. La historia, cuyo guión
fue premiado por la International Screenwriting Awards, está
ubicada en la católica Irlanda actual, y comienza con la
conmoción causada por un cura que se atreve a denunciar,
en medio de un concilio del Vaticano, que en la Iglesia hay religiosos
muriendo de SIDA, por lo que es severamente sancionado y enviado
fuera del país. La imagen más impactante de la película
es aquella que muestra las palmas de las manos del religioso con
la leyenda pintada “La Iglesia muere de SIDA”, pegadas desesperadamente
al cristal de la limusina que lo lleva forzadamente al aeropuerto.
El caso es que las muertes de sacerdotes por SIDA han sembrado tanta
preocupación en la Iglesia, que la mayor parte de las diócesis
y órdenes religiosas están requiriendo actualmente
a los aspirantes al sacerdocio que se sometan a un examen de VIH
antes de su ordenación. Siempre bajo la más absoluta
discreción, obviamente. Al menos el obispo Raymond Boland,
titular de la diócesis de Kansas City, reconoció sin
tapujos que las muertes por SIDA muestran que “los sacerdotes son
humanos”.
Sombras
finales
Como corolario de esta larga serie de ejemplos sobre la marcha a
contramano de la Iglesia, cabe referirse a otro de los ocultamientos
propiciados por el Vaticano.
La fiscal jefe del Tribunal Penal Internacional para la antigua
Yugoeslavia (TPIY), la suiza Carla del Ponte, viene acusando hace
tiempo a la Iglesia Católica y a la jerarquía vaticana
de ocultar al general Ante Gotovina, de 50 años, a quien
muchos croatas consideran un héroe nacional, pero que por
sus crímenes de guerra es una de las personas más
buscadas junto al ex líder serbobosnio Radovan Karadzic y
al general Ratko Mladic. El general Gotovina permanece con paradero
desconocido desde 2001, cuando fue acusado de crímenes de
guerra y crímenes contra la humanidad. Ex oficial de la Legión
Extranjera francesa, Gotovina supervisó y supuestamente toleró
la matanza de al menos 150 civiles serbios y la deportación
forzosa de unos 200.000, tras una ofensiva para imponer de nuevo
el control croata en la región de Krajina. Por su parte,
el gobierno croata es acusado por la comunidad internacional de
insuficiente cooperación para dar con el paradero del general,
lo que viene afectando negativamente sus esfuerzos por negociar
su adhesión a la Unión Europea.
La fiscal suiza, que es católica, dice estar “decepcionada
en extremo” por el muro de silencio del Vaticano, tras meses de
llamados secretos a sus más altos funcionarios, incluido
uno dirigido directamente al Papa Benedicto XVI, todos ellos sin
éxito. Del Ponte, en unas declaraciones publicadas el año
anterior por el diario británico “The Daily Telegraph”, dijo
que “el Vaticano podría señalar exactamente en cuál
de los 80 monasterios católicos de Croacia ha encontrado
refugio el general Gotovina”, y denuncia: “Tengo información
de que está escondido en un monasterio franciscano y que
la Iglesia Católica le protege. He tratado el asunto con
el Vaticano, que se niega tajantemente a cooperar conmigo”. La fiscal
viajó incluso a Roma para transmitirle esas informaciones
sobre el paradero de Gotovina al ministro de Relaciones Exteriores
del Vaticano, el arzobispo Giovanni Lajolo, pero éste, además
de solicitarle que le proporcione “pruebas de la supuesta protección”,
le dijo no poder ayudarla con el argumento de que “el Vaticano no
es un Estado y no tiene la obligación internacional de ayudar
a las Naciones Unidas a rastrear criminales de guerra”.
Extraña respuesta del prelado, si nos atenemos a que siempre
se habló del “Estado Vaticano” y que éste cuenta,
entre sus funcionarios de mayor jerarquía, precisamente con
un “secretario de Estado”. Sin embargo no extraña tanto que
la jerarquía católica se muestre tan escurridiza respecto
de los criminales de guerra, cuando esta protección tiene
antecedentes como el del papa Pío XII, quien como ya es sabido
facilitó la huida hacia distintos países de América,
incluida la Argentina, de centenares de oficiales nazis no bien
terminada la Segunda Guerra Mundial, hasta proveyéndoles
pasaportes del “Estado Vaticano” tan desconocido por su actual ministro
del Exterior.
Para concluir, cabe mencionar que el Vaticano está recibiendo
con inocultables muestras de disgusto la aparición, además
de filmes que lo dejan mal parado como los ya citados “Dios te salve”
y “En el nombre de Dios”, de documentales, libros y diversas expresiones
que ponen en evidencia su sombrío accionar. Tal lo que ocurrió
con el documental que recientemente proyectó la cadena de
televisión británica BBC en su programa de investigación
“Panorama”, en el que un informe acusa al Papa Benedicto XVI y a
la Iglesia Católica de haber impulsado una política
de ocultamiento de los casos de abuso sexual de menores dentro de
la institución. Dicho programa reveló un informe secreto
escrito por la Iglesia en 1962, en el que se insta a los sacerdotes
a mantener en secreto los casos de pederastía, y señaló
también que el actual Papa redactó a su vez un documento
para proteger a los sacerdotes acusados de abuso sexual a niños
y para esconder estos casos. Agrega incluso que Benedicto XVI, cuando
era cardenal, era el encargado de que se cumplieran las directivas
de aquel informe de 1962.
El productor ejecutivo del programa, Colm O’Gorman, ratificó
las acusaciones: “Al Vaticano no le importa la protección
de los niños para evitar los abusos, sólo le interesa
proteger a la Iglesia como institución”. En tanto, el padre
Tom Doyle, ex abogado de la Iglesia que fue despedido del Vaticano
por criticar la forma en que la institución trataba los casos
de pederastía, señaló rotundamente en el citado
programa, al interpretar el informe en cuestión: “Se trata
de una política escrita y explícita para cubrir casos
de abusos de menores dentro de la Iglesia”.
Este aberrante tema fue tratado también en un libro de ficción
pero escrito sobre bases sólidas. De reciente aparición
y en venta ya en más de veinte países, “Espía
de Dios”, que comienza con la muerte de Juan Pablo II y es la primera
novela del joven periodista español Juan Gómez Jurado,
denuncia los abusos sexuales a menores por sacerdotes. El autor
vio despertada su curiosidad por los abundantes casos de abusos
ocurridos en Estados Unidos, lo que lo llevó a viajar a ese
país para conocer el tema “in situ”. Allí se trasladó
por diversas ciudades, donde se contactó con numerosas víctimas
que han creado varias asociaciones, y llegó a conocer la
existencia de centros de reeducación para sacerdotes pederastas.
Como ha podido apreciarse en esta larga reseña, la Iglesia
Católica en general y el Vaticano en particular, que han
pretendido mostrar siempre una cara revestida de sacrificio y santidad
-al margen del boato y las riquezas que no condicen con la humildad
cristiana-, tienen en los hechos otra totalmente opuesta a aquella,
una realidad demostrada por sus falencias y contradicciones: el
sostener a rajatabla el celibato a través del tiempo ha producido
todo tipo de distorsiones mentales entre sus representantes; sus
enjuagues políticos llevan al Vaticano a actuar, aunque sea
“entre bambalinas”, como una potencia más en el concierto
mundial y, si la ocasión lo amerita, hasta a proteger criminales
de guerra; y la lista continúa y es muy larga. Demasiado
larga.
Lo que está logrando la Iglesia, que ya no puede ocultar
hechos que pretendió mantener ocultos a través de
los tiempos, es alejar de ella a cada vez más católicos,
desprotegiéndolos sin miramientos, y que los seminarios se
encuentren cada vez más vacíos.
En suma, se dedicó prolijamente a desvirtuar totalmente la
misión para la cual fue llamada, hace más de dos mil
años, por un enviado que vivió como hombre y que murió
creyendo que esa muerte era la llave para un mundo mejor. Una llave
que sus supuestos representantes arrojaron hace mucho tiempo al
vacío.
Carlos
Machado
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