La
sectadependencia, otra forma de adicción
©
Pepe
Rodríguez
Resumen
del libro Adicción
a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento),
publicado como artículo en el número 35 de la Revista de la
Asociación Proyecto Hombre)
Conductas
adictivas y supervivencia emocional
Bioquímica
cerebral y procesos adictivos
Síntomas
que delatan una conducta adictiva
Cómo
enfrentarse a la sectadependencia
Prevención
de la sectadependencia
Qué
hacer ante un caso de sectadependencia
Bibliografía
Muchos
siguen pensando que una adicción es el resultado «inevitable»
de consumir alguna sustancia satanizada
—una «droga»— que, por su composición, acaba enfermando y
degradando al sujeto que se la administra. Pero tal concepción
está trasnochada y resulta demasiado limitada y peligrosamente
errónea, dado que, entre otras cosas, pone todo el énfasis
en culpar del problema a una sustancia —en la Grecia clásica
ya se sabía que el veneno no radica en la propia sustancia
sino en la dosis que de ella se emplea—, ignorando que un
proceso adictivo puede sustentarse sólo en la repetición de
una conducta sin que medie ningún consumo de una sustancia,
y olvidándose de las fundamentales causas psicosociales que
generan y potencian la necesidad de convertirse en adicto.
Abordar
la adscripción a una «secta» desde la perspectiva de una adicción
o dependencia aporta vías de comprensión y sugiere estrategias
de tratamiento mucho más ajustadas y eficaces que los abordajes
clásicos sobre los que se ha basado, desde sus comienzos,
el estudio de la problemática sectaria, que se concentró en
los síntomas patológicos del adepto y en los elementos coactivos
y/o delictivos de la estructura sectaria, ignorando la problemática
psicosocial previa del sujeto que, en suma, representaba el
principal dinamizador del proceso de afiliación y subsiguiente
dependencia de la «secta».
En
adelante, cuando hablemos de adicción y dependencia lo haremos
entendiendo éstas en el sentido apuntado por Rozanne W. Faulkner,
que propuso definir la adicción como «un trastorno serio y
progresivo que implica la autoadministración repetitiva de
una sustancia o un proceso para evitar las percepciones de
la realidad a través de la manipulación de los procesos del
sistema nervioso, produciéndose, en consecuencia, un daño
en el equilibrio del funcionamiento bioquímico del organismo
y una pérdida de habilidad para relacionarse con el mundo
exterior sin el uso de la sustancia o proceso seleccionado»[i].
La
propuesta de Faulkner, aunque no es del todo original, tiene
la virtud de aglutinar en una misma definición y en un único
planteo de abordaje terapéutico los dos tipos básicos de dinámicas
adictivas: las adicciones a sustancias y las adicciones a
conductas. Quedando así emparentados los comportamientos básicos
de toxicómanos —tomando el vocablo en su sentido más clásico—,
alcohólicos, adictos al tabaco, a la comida, al trabajo, a
los juegos de azar, a los ordenadores, a Internet, a los videojuegos,
a las compras, a los juegos de riesgo, al sexo, a las sectas,
al coleccionismo y a un sinfín de conductas.
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CONDUCTAS
ADICTIVAS Y
SUPERVIVENCIA EMOCIONAL
Todo
lo que pueda ser capaz de evocar la producción de betaendorfinas
en el cerebro puede acabar generando adicción, aunque también
es verdad que las características psicosociales de cada sujeto
son las que predeterminan y modulan la vía hacia la dependencia.
En los procesos adictivos parece evidente que la relación
entre sustancia/conducta y adicción/adicto sólo puede representarse
mediante una ecuación no lineal y que —dejando al margen posibles
causas genéticas que predispongan a ciertas respuestas y/o
carencias bioquímicas— las razones por las que unas sustancias
y/o conductas resultan adictivas para algunos, aunque no para
otros, hay que buscarlas en la estructura de personalidad
del sujeto dependiente y, muy especialmente, en sus circunstancias
sociales y en el modo que tenga de relacionarse, enfrentarse
o dialogar con ellas.
Esta
misma dirección es la que sugirió este autor cuando propuso
conceptualizar como menor
autodestructivo a toda estructura de personalidad —construida
desde la infancia— debilitada por diversidad de pautas formativas
y educativas erróneas que, ante condiciones sociales vividas
como adversas, lanza al sujeto hacia la búsqueda de reductores
de ansiedad
extremos, haciéndole perder el control de los mismos hasta
caer en dinámicas de dependencia más o menos profundas y autodestructivas[ii].
Las características psicosociales previas que presenta un
sectadependiente encajan plenamente en este planteamiento[iii].
Una
dinámica de dependencia está en función de las posibilidades
que tenga un sujeto para lograr un marco de supervivencia
emocional adecuado o, dicho de otra manera, que puede actuar
como una estrategia destinada a intentar compensar las carencias,
sensación de fracaso, ansiedad, etc. de un sujeto con insuficientes
recursos emocionales para poder controlar su propia vida y
circunstancias. El consumo abusivo de drogas puede ser una
vía, pero resulta obvio que los procesos toxicomanógenos instalan
a «las conductas patológicas como un nuevo objeto generador
de dependencias, ya que son capaces, también, de ostentar
un potencial adictivo, sin requerir el consumo de sustancias
químicas exógenas»[iv].
En este último caso estarían los sectadependientes.
Dado
que los seres vivos, en definitiva, somos sistemas nerviosos
que interaccionamos con estímulos medioambientales y socioculturales,
produciendo respuestas que, a su vez, condicionan las futuras
pautas para enfrentarnos a nuevos estímulos, las conductas
adictivas o dependientes pasan a tener un papel de autoterapia
cuando las condiciones externas al sujeto amenazan su homeostasis.
Bajo
la conducta adictiva subyace la necesidad de dependencia propia
de un sujeto que no se cree capaz de conseguir por sí mismo
aquello a lo que aspira y, para intentar ocultar su sensación
de fracaso y mantener una imagen aceptable de sí mismo, renuncia
a intentarlo. Este tipo de personas, a través del uso abusivo
de una sustancia y/o conducta, obtienen percepciones agradables
que sustituyen a las del mundo real y que, mejor aún, ante
cualquier dificultad cotidiana acuden a calmar su aflicción
de forma segura e inmediata, con lo que eluden la posibilidad
de fracasar y las situaciones generadoras de ansiedad.
Cuando
se trabaja con sujetos sectadependientes —categoría que no
debe confundirse con cualquier miembro de una «secta»[v]—
puede apreciarse con claridad meridiana que entre sus rasgos
de personalidad destacan la baja autoestima, escasa tolerancia
a la ambigüedad y la frustración, o la tendencia a la ansiedad
—además de otras muchas características básicas de la personalidad
presectaria—; y al analizar sus estructuras familiares encontramos
dinámicas de sobreexigencia mantenidas desde la infancia que
han cronificado su sensación de «incapacidad» ante la vida.
Esos individuos, lógicamente, necesitaron encontrar un reductor
de ansiedad a su medida y la «secta» —la dependencia de ella—
solucionó su problema.
El
entorno sectario es predecible —está altamente ritualizado—,
de acceso inmediato, proporciona sensaciones gratificantes
y permite eludir el riesgo de fracasar (ya que el sectadependiente
no se percibe a sí mismo como responsable
de su destino). Por otra parte, el fracaso resulta también
imposible si uno dedica todo su esfuerzo vital a un objetivo
ciclópeo —la utopía sectaria— que, por definición, jamás podrá
obtenerse. La conducta adictiva impide el fracaso, puesto que la dependencia evita que uno tenga que
responsabilizarse de los cambios que debería introducir en
su vida para sentirla como suficientemente satisfactoria;
la adicción, aunque no sirve para transformar las circunstancias
que le hacen fracasar a uno, sí es altamente eficaz para anular
la ansiedad que conlleva el creerse incapaz de controlar las
riendas de la propia existencia.
Cuanto
más pobre en estímulos e insatisfactoria sea la vida de un
sujeto, tanto más atrayente será una «secta» y satisfactoria
su sectadependencia y, cerrando el argumento por el otro extremo,
cuanto más persista esta situación psicosocial lesiva, más
se incrementará la dependencia y la tolerancia al comportamiento
adictivo. Tampoco será difícil comprender que, cuando nos
encontramos ante alguien que está flirteando con una «secta»
y/o que está cayendo en sectadependencia, lo único que no
debe hacerse es acorralarle —le encierra todavía más en el
grupo— y/o ignorarle —ratifica su aislamiento—, antes al contrario,
debería ponerse a su alcance los máximos estímulos posibles
—relaciones personales y actividades que puedan despertar
su interés— a fin de intentar compensar progresivamente su
tendencia a sentir que sólo a través de la conducta adictiva
puede alcanzar «bienestar»[vi].
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BIOQUÍMICA
CEREBRAL Y PROCESOS ADICTIVOS
Para
andar por la senda de lo psicosocial en relación a las adicciones,
y comprender las bases en que se apoyan los procesos adictivos
y el parentesco existente entre dependencias de sustancias
y de conductas, resulta indispensable tener presente una serie
de conceptos fisiológicos y bioquímicos que, por falta de
espacio, daremos por conocidos.
Resulta
bien sabido que el consumo de drogas como las anfetaminas
y la cocaína incrementa el nivel de dopamina en el cerebro,
pero no es menos cierto que el aumento de este neurotransmisor
puede producirse igualmente en el transcurso de diversas circunstancias
sociales —juegos, actos participativos, rituales, situaciones
de riesgo, etc.— que, de esta manera, se convierten en conductas
altamente reforzantes, eso es potencialmente adictivas. También
es muy significativo que el aislamiento social reduzca precisamente
la liberación de dopamina[vii].
En medio de estas pautas contradictorias —situaciones psicosociales
de aislamiento que restringen el aporte de dopamina y conductas
que elicitan su presencia— podremos encontrar la vía que lleva
hacia la sectadependencia.
Entre
los estados emocionales que favorecen la conducta adictiva
destacan las situaciones de disforia —caracterizadas por provocar
ansiedad, estrés, apatía, irritabilidad, etc.—, en las que,
un sujeto, al ser incapaz de encontrar motivación en los reforzadores
naturales, estará más predispuesto a sucumbir ante el efecto
de una diversidad de reforzadores artificiales
—sustancias y/o conductas— que provoquen una rápida y potente
sensación positiva a través de la vía dopaminérgica. Lo anterior
es tanto más factible a medida que en una persona se incrementa
su grado de aislamiento social, presenta una deficiente integración
en el núcleo familiar, carece de estímulos socioculturales,
padece alguna psicopatología, etc.
Los
procesos adictivos dependen de una serie de sistemas cerebrales
y de los neurotransmisores que mediatizan sus funciones. Pero
debe tenerse presente que a menudo nos movemos dentro de círculos
en los que causa y consecuencia interactúan indefinidamente
hasta conducir a la dinámica dependiente. Por las implicaciones
que tiene en nuestra propia vida cotidiana, nunca se insiste
demasiado al recordar que, cuando los niveles de estrés superan
los que una determinada persona puede manejar, comienza a
alterarse seriamente, entre otros, el funcionamiento de tres
hormonas y neurotransmisores básicos —serotonina, noradrenalina
y dopamina— que actúan a modo de «mensajeros del bienestar».
Cuando
se tienen niveles normales de «mensajeros del bienestar»,
cualquier estimulación adicional —que afecte a cualquier sentido
de forma placentera— no pasará de ser una experiencia agradable
que se mezclará con el resto de vivencias cotidianas sin más;
pero cuando un sujeto presenta niveles bajos de esos mensajeros,
su sistema de recompensa
cerebral se encuentra en un estado debilitado y, por ello,
cualquier estimulación que reciba —vía administración de sustancias
y/o conductas— tendrá un efecto extraordinariamente impactante.
Las personas que carecen de estos mensajeros tienden a autoestimularse
recurriendo a determinadas sustancias y/o conductas que, al
igual que les ocurría a las ratas de laboratorio de Olds
y Milner pueden
desembocar en dinámicas autodestructivas.
La
autoadministración de sustancias y conductas capaces de incrementar
la producción de estos «mensajeros del bienestar» produce
un efecto de condicionamiento —por vía dopaminérgica— que
asocia la sensación de placer/ausencia de dolor al propio
momento —circunstancias psicosociales en las que se muestra
necesaria y eficaz
la autoadministración— y al acto y entorno en el que se realiza
el consumo y/o la conducta, de forma que basta la simple presencia
de una dificultad y/o de ese entorno para disparar automáticamente
la necesidad incontrolable de autoadministrarse la sustancia
y/o conducta correspondiente. Eso les ocurre a los adictos
al alcohol, tabaco, café, drogas ilegales, fármacos, comida,
etc., que consumen la sustancia de la que se han hecho dependientes
para reducir su ansiedad —que, en un círculo vicioso, se la
ocasiona buena parte de las situaciones vitales cotidianas
(por eso iniciaron el consumo) y, al fin, también la propia
falta de consumo y, a más abundamiento, también cualquier
entorno que le recuerde el acto de su administración—, pero
es igualmente la razón que subyace bajo la conducta de adictos
al juego, trabajo, Internet, sectas, etc.
El
sectadependiente pasó a depender de su secta para reducir
su angustia vital y aprendió a servirse de los usos sectarios
—dogmas y prácticas ritualizadas, que le incrementan los niveles
de «mensajeros del bienestar»— para mejorar su estado anímico;
pero se angustia de nuevo si no practica esos usos —ya que
decrece su nivel de neurotransmisores del bienestar—,
por eso necesita la inmersión en el ámbito sectario y el refuerzo
positivo derivado de la conducta ritualizada; y pone en práctica
esos usos siempre, ante cada situación cotidiana que le agobia,
precisamente por eso, y al hacerlo —dado que suben sus niveles
de «mensajeros del bienestar»— se refuerza su dependencia
de la secta, que a su vez refuerza la conducta sectaria… quedando
encerrado en el círculo vicioso de la adicción. Además, dado
que toda dinámica sectaria establece una gradiente de estados
superiores —más
«perfección», «pureza», «santidad», etc.—, el hecho de no
lograrlos —es imposible alcanzar metas tan relativas, ambiguas
y nebulosas— es generador de más ansiedad que, claro está,
potencia el uso de las dinámicas adictivas sectarias, y así
ad infinitum. Un
sectadependiente se mueve dentro de una diversidad de conductas
en espiral que, al aumentar y disminuir sin cesar sus niveles
de «mensajeros del bienestar», le mantienen atado a la dinámica
sectaria.
El
adicto en general y el sectadependiente en particular, necesita
huir, desesperadamente, de situaciones personales y/o sociales
que le generan pautas de ansiedad elevadas. Al
analizar el entorno psicosocial previo de los sectarios encontramos
siempre una constante de «dolor emocional» como sentimiento
derivado de rutinas cotidianas escasamente satisfactorias,
por eso será oportuno recordar que la percepción del dolor
tiende a extinguirse a partir de la activación de los opiáceos
endógenos (que reducen la acción de la sustancia P) y dado
que el pensamiento y las emociones pueden activar la producción
de endorfinas, aspecto bien documentado en los estudios de
Ornstein y Sobel sobre el efecto placebo[viii],
resulta evidente que ambos procesos —pensamiento y emociones—,
al ser capaces de evocar la producción de betaendorfinas,
pueden sostener dinámicas adictivas.
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SÍNTOMAS
QUE DELATAN UNA CONDUCTA ADICTIVA
La
conducta adictiva no es sencilla de delimitar, puesto que
no es algo concreto
y aislable del resto de comportamientos realizados por un
sujeto determinado, sino que, por el contrario, se encaja
dentro de un continuum de actuaciones vitales en el que no
hay separación entre las conductas adictivas y las que no
lo son.
Quienes
fuman, beben o juegan por placer —como una actividad más,
que tiene su momento y su lugar— no son adictos, pero sí lo
son aquellos que necesitan hacerlo de modo compulsivo. Quienes
participan en las actividades de una «secta» y las integran
con normalidad entre el conjunto de sus comportamientos e
intereses vitales no son adictos, pero quienes sitúan a la
«secta» en el centro de su vida y orientan ésta en función
de aquella, subordinando y/o relegando casi cualquier otra
cosa en favor del contexto sectario, se han convertido en
sujetos adictos, en sectadependientes (con independencia de
las actividades del grupo y de que éste sea o no una secta
destructiva).
Algunos
expertos, como Daley[ix],
al señalar los puntos comunes que caracterizan las conductas
adictivas a consumos y conductas, remarcan como prototípicos
los siguientes:
a)
El nivel de «exceso» o el grado de «compulsión»; indicativos
que perfilan la irracionalidad de la conducta adictiva; b)
La inundación o rebase del engaging o «enganche», en el sentido de un mayor consumo del previsto
en la adicción a sustancias y de un tiempo de dedicación superior
al pretendido en la adicción a conductas; c) Los intentos
o deseos de abandonar el hábito, que fracasan en ambos tipos
de adicción; d) La negación del sujeto a reconocer la existencia
de una dependencia cuando ya es muy evidente para todo su
entorno familiar y/o social; e) Las obsesiones recurrentes
en torno a las sustancias o conductas adictivas y los rituales
que se relacionan o asocian con sus consumos; f) Las variaciones
en la tolerancia a la sustancia o a la conducta que aparecen
a medida que avanza el proceso de adicción; g) Las crisis
de abstinencia que emergen cuando no se puede consumir la
sustancia o realizar la conducta de la que se depende; h)
La dificultad o imposibilidad de manejar las situaciones conflictivas
derivadas de la dependencia y, a la inversa, la imposibilidad
de manejar situaciones conflictivas sin ayuda de la sustancia
o de la conducta; i) El desprecio por las posibles consecuencias
graves —a menudo ya evidentes— derivadas de la dependencia.
Quienes
hemos trabajado tanto con toxicómanos como con sectarios,
podemos reconocer fácilmente en los puntos precedentes un
conjunto de actitudes que se dan habitualmente en unos y otros.
Aunque, lógicamente, puede haber diferencias de grado en estos
items para cada sujeto, no cabe duda de que la presencia de
todos ellos es indicativa de la existencia de una dependencia,
ya sea respecto de una sustancia o un comportamiento (o de
ambos)[x].
Estar
sometido continuamente a una dinámica de persuasión coercitiva
y vivir en un estado de dependencia, tal como es el caso de
buena parte de los adeptos de sectas destructivas —pero no
así del de cualquier adepto de una «secta»—, puede llegar
a causar una serie de trastornos psicosociales más o menos
importantes que, básicamente, estarán en función de tres factores
variables: a) el perfil psicosocial previo del sujeto. b)
su grado de integración en algún marco de sectarismo destructivo.
c) las características de la secta y de la dinámica manipuladora
empleada por ésta. Así, pues, una misma secta destructiva
podrá causar efectos diferentes y/o de distinta consideración
y gravedad en adeptos distintos; en otros miembros no llegará
a ocasionar ninguna alteración significativa; y, en sujetos
con problemáticas psicosociales específicas, puede acabar
convirtiéndose, incluso, en un marco positivo.
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CÓMO
ENFRENTARSE A LA SECTADEPENDENCIA
Cuando
una secta comienza a aplicar técnicas de persuasión coercitiva
sobre una persona ¡y logra sus propósitos!, no nos engañemos,
buena parte del daño que hizo vulnerable a ese nuevo sectario
llevaba ya muchos años minándole la vida. La secta no hizo
sino ahondar con destreza en las heridas abiertas previamente
por procesos de maduración psicoafectiva lesivos e incapacitantes,
por pautas formativas y educativas erróneas, y por dinámicas
socializadoras frustrantes.
Enfrentarse
a la problemática de la adicción a las sectas requiere un
planteo básicamente equivalente al de las drogas, pero lo
cierto es que, hasta el día de hoy, no se ha elaborado ninguna
política preventiva dirigida a incidir en los ámbitos que,
de una u otra forma, generan y/o cronifican las dinámicas
adictivas, y que, por orden de importancia, son: el sistema
familiar, la estructura escolar y el marco social en general.
En
el diseño actual de planes de intervención en toxicomanías
se tiene en cuenta marcos teóricos como la Teoría
de Desarrollo Social que postula[xi]
la existencia de unidades básicas de socialización —la familia
y la escuela en la infancia y, posteriormente, el grupo de
iguales— desde las que se mediatiza el aprendizaje de pautas
de comportamiento que pueden ser prosociales o antisociales
(situando entre éstas el abuso de drogas). «Este enfoque plantea
cómo en la dinámica de transmisión de pautas, actitudes, valores
y referentes educacionales, la familia ejerce de modo competente
o no sus funciones de formación de futuros individuos diestros
y autónomos para el control de su propia vida y suficientes
para la adaptación personal y social. Esta perspectiva de
la familia como instancia moduladora de aprendizajes prosociales
reúne a la vez las dos perspectivas de riesgo/protección.
El nivel de desarrollo madurativo y de capacidades que la
familia sea capaz de promover y troquelar en los hijos, condicionará
estados precedentes y niveles de vulnerabilidad para la incidencia
de las variables de riesgo implicadas en el consumo [de drogas]
y propias de la interdinámica persona-entorno»[xii].
Lo apuntado es plenamente aplicable también a la vulnerabilidad
a la dependencia sectaria.
De
estos tres estamentos, el familiar es el que tiene mayor peso
y responsabilidad en los aspectos básicos de la formación
de un sujeto, tanto por su posible incidencia en la generación
de estructuras de personalidad frágiles o problemáticas,
como por su posición privilegiada para poder suministrar pautas
formativas indispensables para que los hijos puedan superar
con éxito la amplia gama de dificultades psicosociales con
las que deberán enfrentarse en el futuro. En cualquier caso,
siendo indiscutible la incidencia que puede tener el marco
familiar en la génesis de personalidades sectarias, también
resulta obvio que las posibilidades de actuación intrafamiliar
positiva y/o correctora pueden ser muchas y tan variadas como
decisorias. Desconocer la verdadera etiología de un problema
psicosocial, o atribuirlo a causas que, en el mejor de los
casos, no son sino subsidiarias, impide actuar con eficacia.
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PREVENCIÓN
DE LA SECTADEPENDENCIA
Para
la prevención del sectarismo debemos basarnos necesariamente
en todos los elementos de predisposición o riesgo que conforman
la personalidad presectaria y, sobre ellos, adoptar los cambios
de actitud que sean necesarios para corregir los errores formativos
que lesionan la personalidad de los hijos, y/o emprender las
actuaciones oportunas para evitar que daños ya causados puedan
arrastrar a un hijo/a, en el futuro, hasta alguna situación
autodestructiva como la sectadependencia. Cualquier familia
puede prevenir el riesgo de sectarismo de sus hijos si adopta
con ellos, desde su niñez, las 25 actitudes para la prevención
integral que resumimos a continuación[xiii]:
1.
Evitar cualquier tipo de maltrato a los hijos, ya sea este
físico o psicológico.
2.
Evitar las carencias afectivas y la falta de atenciones paternas,
implícitas o explícitas.
3.
Evitar la generación de vínculos sobreprotectores
4.
Evitar, sobre todo durante los primeros años de vida, la dilución
de las figuras materna y/o paterna.
5.
Evitar el empleo de pautas educativas extremas, ya sean éstas
excesivamente autoritarias o laxas y sustituirlas por dinámicas
más dialogantes.
6.
Evitar educar a los hijos dentro de marcos ideológicos extremistas
y/o excluyentes.
7.
Evitar incrementar sistemáticamente las exigencias paternas
sobre los hijos y lanzarles hacia pautas competitivas desmesuradas
que sobrepasen sus capacidades.
8.
Prevenir el fracaso vital y escolar de los hijos fortaleciendo
su nivel de autoestima, su seguridad y su independencia.
9.
Fomentar desde un buen principio la existencia de una comunicación
fluida entre padres e hijos, potenciando las relaciones de
confianza mutua que permitan estar al lado del hijo/a cuando
surgen en éste/a las primeras dificultades.
10.
Contribuir a que el hijo/a pueda conformar su propia identidad,
ayudándole a reducir y resolver los problemas que le asedian
cotidianamente, y apoyándole para que sea capaz de sobrellevar
las profundas contradicciones del mundo de los adultos.
11.
Conocer las diferentes realidades y necesidades de cada fase
evolutiva de los hijos para estar en condiciones de darles
un apoyo apropiado y poder ayudarles a contener sus conflictos
emocionales.
12.
Potenciar que los hijos apliquen habitualmente el raciocinio,
la reflexión, el análisis y la crítica en todas las facetas
y momentos de la vida.
13.
Enseñar a los hijos a construir, argumentar y mantener sus
propios criterios y opiniones ante sí mismos y los demás,
y a ser capaces de modificarlos sin que por ello tengan que
cuestionarse su personalidad y/o su concepción de la realidad.
14.
Enseñar a los hijos los pasos necesarios para la toma de decisiones
y las estrategias que permiten controlar la ansiedad que puede
generar la perspectiva del riesgo a equivocarse y/o fracasar.
15.
Enseñar a los hijos a ser asertivos.
16.
Enseñar a los hijos a saber negociar con su realidad.
17.
Enseñar a los hijos a tolerar las frustraciones y superarlas;
templando así su paciencia e impidiendo la aparición de la
inmadura y peligrosa necesidad de buscar la satisfacción inmediata
en las actuaciones cotidianas.
18.
Enseñar a soportar y obviar la inevitable ambigüedad que caracteriza
la existencia humana, que será tanto como exorcizar la necesidad
patológica de encontrar valores y/o respuestas de tipo absoluto
y/o maniqueo.
19.
Educar en libertad y para la libertad, y enseñar las diferencias
que existen entre ser solidario y ser un idealista ingenuo
y crédulo.
20.
Fomentar en los hijos la tolerancia y el diálogo con todas
las ideas o creencias.
21.
Potenciar que los hijos se sientan útiles en todo momento,
y que se integren responsablemente a lo que esté sucediendo
a su alrededor.
22.
Potenciar la integración de los hijos en grupos, asociaciones
y proyectos que tengan algún tipo de incidencia social, estén
formados por iguales y tengan un funcionamiento estructural
lo más participativo posible.
23.
Enriquecer y proveer de experiencias interesantes el mundo
de los hijos, en especial el de los adolescentes, que hoy
día parece dominado por el aburrimiento, el tedio y el vacío
de un período vital en el que aún no se es nada, cada vez
se puede estar menos seguro de que se va a llegar a ser algo/alguien,
y en el que uno se ve afectado por un entorno social que incrementa
progresivamente su carga de absurdidad, vacuidad y alienación.
24.
Discutir franca y abiertamente con los hijos de todos los
temas que se consideren importantes y/o que puedan suponer,
en ciertas circunstancias, algún riesgo.
25.
Buscar ayuda terapéutica adecuada para el hijo/a si observamos
síntomas persistentes que puedan deberse a problemas emocionales
y/o trastornos de la personalidad.
Adoptar
adecuadamente estas 25 actitudes para la prevención integral
no sólo servirá para evitar una posible sectadependencia de
los hijos en el futuro sino que, igualmente, alejará la posibilidad
de que puedan verse atrapados en el resto de dinámicas dependientes
y autodestructivas que venimos mencionando.
Por
otra parte, el sistema escolar, como dinámica socializadora
por excelencia que es, debería proveer a sus alumnos no sólo
de conocimientos, sino, también, de patrones de conducta capaces
de orientar sus actuaciones presentes y futuras hacia actitudes
más sanas, que permitan mantener de la mejor manera posible
una relación homeostásica, racional, adulta y ecológica con
uno mismo y con su entorno social.
Desde
esta perspectiva, una educación para la salud integral puede
abarcar campos tan distintos —aunque profundamente interrelacionados—
como aprender a relacionarse ecológicamente con el entorno,
a buscar vías de solución alternativas y creativas, a gestionar
adecuadamente la propia autonomía y libertad, a adquirir pautas
defensivas contra el consumismo, a mejorar los hábitos alimentarios
y de ocio, a limitar y controlar los usos abusivos y/o dependientes
de sustancias y conductas, a fomentar la cooperación, la solidaridad
y la tolerancia... Se trata, en definitiva, de dotar a niños
y adolescentes —según su nivel— de un arsenal de conocimientos
y estrategias que les permitan actuar como futuros adultos
con plena capacidad de autoconservación y no como neuróticos
y serviles clientes de la sociedad industrializada. Dentro
de la dinámica general del sistema escolar, y focalizado específicamente
a la prevención del sectarismo, sería también importante trabajar
con los alumnos, desde ángulos diferentes, los aspectos reseñados
en los puntos 12 al 24 recién mencionados.
También
dentro de la pareja puede prevenirse la cada día más habitual
problemática sectaria que da al traste con muchas convivencias.
Una pareja es una dinámica viva que necesita alimentarse,
día a día, tanto del entorno sociocultural en el que vive
como de los aportes positivos de cada una de las partes. Por
eso, cuando la relación conyugal se transforma en algo rutinario,
monótono, vacuo, estéril y limitador, se está abonando el
campo para que, en el cónyuge que presente un perfil psicosocial
de riesgo, afloren problemas emocionales que pueden desencadenar
procesos adictivos tales como la sectadependencia. Esa necesidad
de sectadependencia —o de otro tipo de adicción— suele crecer
lentamente, al tiempo que se va acumulando la frustración
que dimana de una vida conyugal yerma, hasta que, finalmente,
tras algún incidente estresante que actúa como desencadenante,
acaba por eclosionar de un modo inequívoco. Una vez concretada
la adscripción sectaria, el grupo acabará polarizando toda
la atención del cónyuge captado y las relaciones de pareja
tenderán a deteriorarse con rapidez.
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QUÉ
HACER ANTE UN CASO DE SECTADEPENDENCIA
Cuando
se está ante una situación de sectadependencia de algún familiar
puede ser de utilidad aplicar los siguientes 25 pasos para
encaminarse hacia la solución deseada[xiv]:
1.
Asumir abiertamente el hecho de que el familiar causa de preocupación
está en una «secta» y no ocultárselo a uno mismo ni a los
demás.
2.
Diseñar un plan global para abordar la situación en las mejores
condiciones posibles.
3.
Dar por sentado que el familiar puede abandonar la «secta»
en la que está, aunque no haya manera de saber el momento,
la manera y las condiciones.
4.
Variar las conductas y condiciones lesivas del propio círculo
familiar para crear un nuevo ambiente que sea más acogedor
para todos, incluido para el sectario, en el caso de que se conviva con él y/o para cuando éste
decida volver a iniciar la vida en común.
5.
Reunir a toda la familia para explicarles con todo tipo de
detalles la situación en la que se encuentran, vencer cuantos
temores, dudas o resquemores puedan surgir y solicitar su
colaboración a diferentes niveles. Será preciso que todos
formen piña alrededor del conflicto y que se den apoyo emocional
mutuamente.
6.
Seguir con la vida personal y familiar normal. No abandonarse
interna y/o externamente, ni dejar de satisfacer las propias
necesidades en todos los ámbitos de la vida, ya que cuanto
mejor esté uno mismo y los suyos, más atractiva se volverá
para el sectario
la familia a la que un día decidió volver la espalda.
7.
No hacer dramas, ni dejarse arrastrar por la tristeza y la
desesperación.
8.
Evitar por todos los medios culpabilizarse y/o obsesionarse,
ya que hacerlo perjudicará a todos los miembros de la familia,
incluido el sectario.
9.
No debe descuidarse material y emocionalmente a los otros
hijos para concentrarse en el sectario, so pena de querer correr el riesgo de perderlos a ellos
también.
10.
Procurar restablecer y/o reforzar las relaciones afectivas
y la comunicación —por parte de la familia y los amigos— con
el sectario. Hacer
que se sienta cómodo y seguro en su relación con los no «sectarios».
11.
No debe intentarse que un sujeto sectario
abandone su relación con el grupo adoptando una actitud condescendiente
o antagónica con él ya que ambas posturas empeorarán la situación.
El proceso de abandono de una «secta» requiere una fase previa
de limado de asperezas, afirmación de las relaciones y fortalecimiento
de la comprensión mutua.
12.
No hay que enfrentarse abiertamente o enemistarse con el sectario
por sus ideas o conductas; aunque puede ser apropiado mostrarse
algo crítico al tiempo que respetuoso.
13.
En general, no será adecuado ni eficaz intentar convencer
a un sectario por
la vía de los argumentos racionales dado que buena parte de
sus pautas de conducta son esencialmente emocionales.
14.
No hay que intentar forzar ningún cambio de actitud en el
sectario puesto
que se sentiría amenazado en su seguridad e integridad, antes
al contrario, deberá ayudársele a madurar y cambiar progresivamente
su manera de enfocar las cosas.
15.
No debe facilitarse a un sectario
toda cuanta información se haya reunido «contra» el grupo
del que forma parte. Lo más probable es que tal proceder no
sirva para nada y que, además, desencadene efectos totalmente
opuestos a los deseados.
16.
Evitar las reacciones emocionales negativas, y muy especialmente
si son desproporcionadas, frente o contra un sectario,
ya que llevarán a éste a alejarse más de su familia y amigos
y le lanzarán a integrarse con renovada intensidad en su «secta».
17.
No es aconsejable, cuando se habla con un familiar sectario,
utilizar continuamente, ni de forma machacona y despectiva,
conceptos como los de «secta» y «lavado de cerebro» para referirse
al grupo y situación en que éste se encuentra.
18.
Evitar culpabilizar o avergonzar a un sectario
por su propia situación y conjurar la tentación de señalarle
a él como culpable de todos los «males» familiares.
19.
Evitar todo lo posible el recurso a algún tipo de ultimátum
contra un familiar sectario.
20.
Ser moderadamente generoso con el familiar sectario
puede estar bien, pero sin permitir los abusos en beneficio
de la secta.
21.
Impedir o dificultar al máximo el acceso de un sectario
a vías que puedan capitalizarle y, por ello, incrementar el
dinero que entrega a la «secta» y/o el tiempo que puede ser
capaz de permanecer dedicándose exclusivamente a ella.
22.
Intentar por todos los medios posibles que el familiar sectario
no abandone su trabajo, estudios, u otras actividades sociales.
Mientras conserve estas ocupaciones, su dependencia de la
«secta» será algo menor, su vida mejor, y muy superiores las
posibilidades para su recuperación.
23.
Procurar no demostrar al familiar sectario
que se desconfía de él, pero debe tenerse siempre muy presente
que toda persona sectadependiente miente con frecuencia para
ocultar facetas de su vida cotidiana.
24.
Acostumbrarse a soportar y saber diferenciar las dos identidades
que, a menudo, coexisten en la misma persona y pueden sucederse
de forma aparentemente inopinada. La identidad
sectaria suele caracterizarse
por su falta de afectividad, expresividad y sentido del humor,
adopción de posturas físicas rígidas, actitudes de gran intransigencia
y susceptibilidad, etc. La otra corresponde a la identidad
previa a la sectadependencia, da la sensación de normalidad
y permite relaciones familia/sectario correctas. La identidad
sectaria suele dominar cuando el entorno es tenso y/o manifiestamente
contrario a la «secta». La segunda aflora preferentemente
cuando el sujeto se halla en un ambiente relajado, afectuoso
y de confianza, que no cuestiona su sectarismo. En ambos casos
son posturas reactivas que le sirven al sectario
para definir los límites que mejor pueden preservar su homeostasis.
25.
Comenzar a prepararse para asumir los conflictos en los que
estará inmerso el familiar sectario
cuando, finalmente, abandone su grupo[xv].
La
sectadependencia —como el resto de adicciones— puede prevenirse
y permite un abordaje psicosocial adecuado para paliar los
problemas que ocasiona. Pero también exige un cambio de actitud
que no todos están dispuestos a adoptar. Mientras sigamos
culpando a terceros de lo que fundamentalmente ha sido responsabilidad
nuestra, el problema de las conductas adictivas seguirá creciendo
como la espuma.
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BIBLIOGRAFÍA
Acero,
A. (1997). Familia y factores de protección: una estrategia
preventiva. Revista
de Estudios de Juventud (40), pp. 65-66.
Daley,
D. (1991). Kicking addictive
habits. Lexington: Mass.
Faulkner,
R.W. (1991). Terapeutic Recreation Protocol for Treatment of Substance Adicctions.
State College (PA): Venture Publishing.
Hawkins,
J. D. y Weis, J.G. (1985). The
Social Development Model: An Integrated approach to delinquency
prevention. Journal
of Primary Prevention.
Ridruejo,
P. (1994). Hacia un modelo integral de la adicción. En Casas,
M., Gutiérrez, M., San Molina, L. (Ed.). Psicopatología
y Alcoholismo. Barcelona: Ediciones en Neurociencias.
Rodríguez,
P. (1993). Qué
hacemos mal con nuestros hijos (El drama del menor en
España). Barcelona: Ediciones B.
Rodríguez,
P. (2000). Adicción
a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento).
Barcelona: Ediciones B.
[i]
Cfr.
Faulkner, R.W. (1991).
Terapeutic Recreation
Protocol for Treatment of Substance Adicctions. State
College (PA): Venture Publishing, p. 42.
[ii] Cfr.
Rodríguez, P. (1993).
Qué hacemos mal
con nuestros hijos (El drama del menor en España).
Barcelona: Ediciones B.
[iii] Los factores de predisposición
al sectarismo son múltiples, no excluyentes entre sí y
susceptibles de actuar de forma combinada, y tienen su
origen en diferentes aspectos del proceso biográfico de
un sujeto —lo que denominamos la «personalidad presectaria»—
englobados en seis bloques: edad; sistema familiar disfuncional;
trastornos de personalidad; dificultades de adaptación
social; búsqueda religioso-espiritual; y desconocimiento
de los factores de vulnerabilidad personal ante la manipulación.
De todos ellos, resultan determinantes el segundo, tercero
y cuarto. Cfr.
Rodríguez, P. (2000). Adicción
a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento).
Barcelona: Ediciones B., pp. 47-62.
[iv] Cfr.
Ridruejo, P. (1994). Hacia un modelo integral de la adicción.
En Casas, M., Gutiérrez, M., San Molina, L. (Ed.). Psicopatología
y Alcoholismo. Barcelona: Ediciones en Neurociencias,
p. 514.
[v] En el proceso de relación
con una secta se pasa por diferentes estadios que pueden
resumirse en estas cuatro fases progresivas: interés,
fascinación, enamoramiento y sectadependencia. En la segunda
y tercera fases tiene lugar el proceso manipulador dentro
del contexto sectario, pero su incidencia en el individuo
variará en función de sus condicionantes psicosociales
previos. Sólo una parte más o menos notable de los sectarios
que pasan por este proceso llegan al cuarto estadio, a
la sectadependencia, que es cuando ya se está ante una
situación y comportamientos que son problemáticos tanto
para el sujeto como para su entorno.
[vi] Entre
los casos que asesoramos en el EMAAPS
abundan las ocasiones en que no llegamos a conocer directamente
al «sectario», pero basta trabajar con los miembros de
su entorno —ayudándoles a cambiar algunas dinámicas intrafamiliares,
a restablecer o mejorar la comunicación con el sujeto
y a programar actividades interesantes para comenzar a
compartirlas con él— para que el «problema sectario» vaya
diluyéndose progresivamente hasta acabar desapareciendo.
Las relaciones familiares pueden terminar normalizándose
incluso sin haber trabajado con el sujeto su relación
con la «secta»; si las modificaciones en el entorno psicosocial
de un sectadependiente se planifican y llevan a cabo adecuadamente,
pueden atenuar o contrarrestar su conducta adictiva.
[vii]
Cfr.
Andreas, K., Dienel,
A., Fischer, H.D., Oehler, J. y Schmidt, J. (1985). Influence
of social isolation on ethanol preference behavior and
dopamine release in telencephalon slices in mice. Polish
Journal of Pharmacology and Pharmacy, Vol. 37 (6),
pp. 851-854.
[viii] Cfr.
Ornstein, R. y Sobel,
D. (1987). The
Healing Brain: Breakthough Discoveries About How the Brain
Keeps Us Healthy.
New York: Simon & Schuster.
[ix]
Cfr.
Daley, D. (1991). Kicking
addictive habits. Lexington: Mass.
[x] Algunas modificaciones de
la conducta, sumadas entre sí y valoradas con buen criterio,
pueden ser indicativas de las primeras fases de relación
estrecha de un sujeto con alguna dinámica sectaria. Las
pautas a observar pertenecen a cinco campos distintos:
modificaciones en los hábitos, en la forma de expresión
verbal, en el carácter, en el organismo y en las relaciones
sociales. Cfr. Rodríguez, P. (2000). Adicción
a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento).
Barcelona: Ediciones B., pp. 259-268.
[xi] Cfr.
Hawkins, J. D. y Weis, J.G. (1985). The
Social Development Model: An Integrated approach to delinquency
prevention. Journal of Primary Prevention (6).
[xii] Cfr.
Acero, A. (1997). Familia y factores de protección: una
estrategia preventiva. Revista de Estudios de Juventud (40), pp. 65-66.
[xiii] Cfr.
Rodríguez, P. (2000). Adicción
a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento).
Barcelona: Ediciones B., pp. 232-240.
[xiv] Cfr.
Rodríguez, P. (2000). Adicción
a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento).
Barcelona: Ediciones B., pp. 296-304.
[xv] Cfr.
Rodríguez, P. (2000). Adicción
a sectas (Pautas para el análisis, prevención y tratamiento).
Barcelona: Ediciones B., pp. 319-341.
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