Selección
de algunos párrafos del libro Morir es nada
(Fuente:
© Rodríguez,
P. (2002). Morir es nada.
Barcelona: © Ediciones
B.)
Siguiendo el
índice del libro Morir es
nada se ha seleccionado algunos párrafos que, en alguna
medida, aproximan al contenido de cada capítulo. En esta
versión no se incluyen las notas a pie de página que
figuran en el libro original.
PARTE I
ENFOCANDO EL HECHO DE MORIR
1.
EL SENTIDO BIOLÓGICO Y SOCIAL DE ENVEJECER Y MORIR
(...)
Podemos imaginar, si así nos place, que el ser humano es
un proyecto divino hecho ex profeso para cumplir algún propósito
que sólo ese creador debe conocer. Pero, con alma o sin ella,
ese buen dios hipotético nos dejó un mensaje bien
claro en nuestros genes: los humanos, como todos y cada uno de los
seres vivos actuales o del pasado, somos una colonia de muchos billones
de células con tareas muy específicas y coordinadas
hacia un mismo fin, somos un sistema biológico muy complejo
y nos debemos sólo a él -al propio sistema biológico,
claro, no a ninguna divinidad-, a sus reglas y a sus intereses,
que, en síntesis, se reducen a perpetuar la especie de la
manera más eficaz posible, eso es replicar el sistema biológico
humano una y otra vez con absoluta independencia de los sentimientos,
esperanzas u objeciones que pueda tener o plantear esa entidad,
de base biológica, que denominamos "conciencia".
(...)
A nadie nos gusta envejecer, y se lo podemos contar y hasta cantar
al dios de cada uno, pero eso no cambiará el hecho de que
nuestro sistema biológico sea el único que mande de
modo inexorable en nosotros. Tal vez no estará de más
saber que el proceso de envejecer no es biológicamente útil
y que por eso son tan escasos los mamíferos longevos, entre
los que nosotros, la especie humana, nos contamos como una de las
excepciones a la regla.
(...)
Los humanos percibimos la muerte como un castigo, como algo injusto
y absurdo que nos acarrea el dolor de la pérdida irreparable
de los otros y la angustia del saberse también destinado
a la extinción. Pero, sin embargo, la muerte es parte fundamental
de la posibilidad misma de existir desde que comenzamos nuestro
desarrollo embrionario. En nuestro organismo, la muerte y la vida
se refuerzan una a la otra hasta conformar una dinámica de
dependencia total. Vivimos porque estamos muriendo continuamente;
morimos porque hemos vivido continuamente.
(...)
Antaño, todos los aprendizajes necesarios para la supervivencia
eran básicos y se transmitían verticalmente desde
los de mayor edad -y experiencia- a los de menor, dentro de la propia
familia; la edad cronológica avanzada, por lo que implicaba
de acumulación de conocimientos indispensables, le concedía
al sujeto un estatus superior, lo hacía acreedor del respeto
general y era visto como imprescindible para su grupo familiar y
/ o social. Hoy, los aprendizajes básicos se realizan prácticamente
todos fuera del ámbito familiar mediante "técnicos"
contratados, con lo que el papel tradicional del abuelo o la abuela,
aunque sean sesentones llenos de vitalidad, ha perdido sentido dentro
y fuera de su familia, especialmente si ésta es urbana.
(...)
[Volver al índice general del libro]
2.
NO SOMOS SERES ÚNICOS: DOLOR, DEPRESIÓN Y RITUALES
ANTE LA MUERTE DE PARIENTES... ¡ENTRE LOS ANIMALES!
(...)
Una primera conclusión obligada será, por tanto, considerar
y aceptar que el dolor y la ritualización ante la muerte
de un pariente y / o congénere no es un patrimonio único
y característico de nuestra especie -no es, ni mucho menos,
una prueba de "humanidad", tal como se ha afirmado durante
siglos-, puesto que al menos hay otra, la de los chimpancés,
que siente y actúa, en lo fundamental, como nosotros (más
adelante veremos que hay otras especies que también reaccionan
ante la muerte de congéneres de una forma más o menos
ritualizada, demostrando poseer una profunda conciencia de pérdida).
(...)
Cuando la muerte, en cualquier contexto cultural o histórico,
pasa a formar parte de alguna rutina cotidiana, ya no golpea, inmuta
ni escandaliza, se integra como algo "natural" y sólo
deja de verse así cuando las circunstancias han cambiado
completamente. En nuestra prehistoria era normal ser devorado por
algún depredador, hasta hace bien poco tiempo fue normal
morir al nacer o durante la infancia, o perder la vida en cualquier
batalla local; hoy nos horroriza pensar siquiera en esas posibilidades,
que se nos antojan absurdas, imposibles, "ilógicas",
tal como nos lo parece también, en el primer mundo, morir
por gripe, tuberculosis o inanición... a pesar de que en
el Tercer Mundo sigan muriendo millones de humanos por esas mismas
causas. En general, según sea un contexto social se tendrán
por más o menos "lógicas" algunas formas
de muerte y por "ilógicas" otras -pasaremos ahora
por alto lo ya abordado en el primer capítulo, eso es que
en occidente hemos llegado al absurdo de pretender obviar cualquier
tipo de muerte-, en esto, por tanto, no somos diferentes a otras
especies, primates superiores, elefantes, grandes herbívoros
e incluso pájaros.
(...)
No tiene por qué haber una relación directa entre
el hecho de tener conciencia de la muerte, enterrar a los fallecidos
y practicar algún ritual o religión propiamente dicha.
Todas las especies tienen algún tipo de percepción
de la propia muerte ya que eso les empuja a evitar a sus depredadores,
pero son pocas las que, como humanos, chimpancés, gorilas
o elefantes, muestran aflicción ante el hecho de la muerte
de un congénere y realizan algún comportamiento ritualizado,
siendo nosotros los únicos que hemos sofisticado esos rituales
hasta integrarlos en conductas religiosas.
En definitiva, tal como ya hemos mostrado, cada especie, ante a
la muerte de sus congéneres, parece comportarse en función
no sólo de su complejidad cerebral sino, particularmente,
de su estructura de organización social (que predetermina
qué destino puede tener el cadáver) y de los estímulos
ambientales y/o socioculturales que señalan como "natural"
o no determinadas circunstancias de muerte (y, por ello, predeterminan
gran parte de la reacción emocional que se desata ante esa
eventualidad).
(...)
[Volver al índice general del libro]
3. LA VIDA HUMANA DESDE LA PERCEPCIÓN DE
UN PROYECTO EVOLUTIVO LINEAL
(...)
Todos los humanos adultos, sin importar su procedencia, cultura
o creencia, son conscientes de que su existencia material transcurre
entre un inicio llamado nacimiento y un final denominado muerte.
Ambos puntos trazan un camino, el de la vida, que puede presentar
tantos recodos y cambios de sentido como se pueda imaginar, pero
que jamás permite volver atrás. Es un río cuyo
fluir jamás se detiene, hasta desembocar en el océano
de la muerte; su curso no es recto, ni mucho menos, pero mantiene
siempre inalterable su tendencia lineal que le lleva desde el oriente
hasta el ocaso. Mucho es lo que se encuentra o abandona durante
el trayecto, tanto como para permitir que el caminante -o al navegante,
si nos imaginamos inmersos en el río de la vida- acabe creyendo
que tal conjunto de circunstancias hilvanadas forman parte de un
proyecto, el suyo, que evoluciona de forma progresiva y, claro está,
con tendencia positiva.
(...)
Independientemente de cómo sea el fluir entre el alfa y omega
de cada cual, lo que nos asemeja a todos los humanos es la necesidad
de elaborar estructuras narrativas con perspectiva histórica,
pero con una perspectiva histórica que puede arrancar desde
mucho antes de nacer y alcanzar hasta mucho después de morir.
Somos capaces de imaginarnos "siendo" entretanto "somos",
pero también mientras todavía no "éramos"
y cuando ya no "seremos".
Desde esta necesidad cognitiva básica, construir un camino
lógico y coherente hasta el más allá no cuesta
más que dar un paso... en línea recta, ahora sí,
y sobre el vacío; parece que lo fundamental es encontrarle
algún significado adecuado -eso es favorable- a la percepción,
ineludible, de nuestra insignificancia. Somos finitos, pero nuestro
potentísimo motor cognitivo nos lanza hasta la infinitud,
aunque sólo sea con el deseo y mediante la capacidad de construir
maravillosas narraciones sobre nuestras vidas, que no es poco.
(...)
[Volver al índice general del libro]
4.
EL SENTIMIENTO DE PÉRDIDA Y LA NECESIDAD DE CREER EN LA EXISTENCIA
DE VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE
(...)
Parece lógico pensar que, si los humanos, ante todo lo que
juzgamos importante desde nuestra subjetividad, manifestamos un
fuerte sentimiento de pérdida ante la posibilidad o realidad
de perder lo que nos importa, ello no puede tener otra causa que
la existencia previa de un sólido sentimiento de posesión.
Algo nada extraordinario, en cualquier caso, si tenemos en cuenta
que todos los animales poseen un desarrollado instinto básico
de posesión a fin de poder sobrevivir, pero que, en nuestra
especie, alcanza cotas de sofisticación increíbles
debidas a nuestras capacidades psicológicas, tan aptas para
incrementar hasta lo indecible nuestros mecanismos instintivos para
la posesión -y sus consecuencias de individualismo, insolidaridad,
aislamiento, agresividad, etc.-, como, en sentido contrario, para
controlarlos permitiendo poseer sin caer en todos los aspectos negativos
-desde la óptica emocional y psicosocial- que le van aparejados
a este instinto básico.
(...)
Pensamos que la muerte es la gran servidumbre de la vida, pero cabría
meditar a fondo si esa servidumbre no es más bien consecuencia
del afán por vivir la propia existencia y sus circunstancias
como una posesión. Las doctrinas orientales perciben la libertad
como una no posesión o desapego de cuanto somos y nos rodea.
La capacidad individual para "ser" siempre queda limitada
por la necesidad de "tener", por eso siempre morimos un
poco cuando perdemos algo o a alguien. Por eso tememos a la muerte
cuando pensamos en nuestra propia pérdida. Por eso precisamos
de creencias para exorcizar el sentimiento de pérdida e imaginar
seguir teniendo aquello que no fuimos, ni somos, ni seremos.
(...)
[Volver al índice general del libro]
PARTE
II
ENFRENTANDO EL DESTINO: CÓMO ASUMIR LA MUERTE EN NUESTRA
VIDA
5.
EL PROCESO DE ENVEJECER: ASPECTOS BIOLÓGICOS Y PSICOSOCIALES
(...)
Adentrándonos un poco en el terreno de lo psicosocial, conviene
recordar que la vejez no es una enfermedad sino un proceso natural,
una etapa más dentro de la experiencia humana que debe ser
vivida como otro paso en el desarrollo personal y social de una
persona. Así que, situados frente al horizonte de la jubilación,
debe aprenderse a saber vivir, aprovechar y disfrutar esa libertad
que vendrá con el cese de la actividad productiva -salvo
en las amas de casa, que deben estar permanentemente productivas
en su hogar-; y, tras el retiro, deberá aprenderse a envejecer,
gestionando con la mayor pericia posible los recursos -emocionales,
económicos y de salud- de que pueda disponerse, ya que de
ellos dependerá la independencia que tendrá cada cual
durante su última etapa de vida.
(...)
Durante el proceso de envejecer se entra en una fase de revisión
constante de las posibilidades de las metas y proyectos vitales
en curso, que son modificadas -permitiendo o no la adaptación
correspondiente- por la evolución del propio declive físico,
por el alcance de los cambios sociales que acontecen, por la incertidumbre
acerca del tiempo que queda todavía por vivir, etc. La vida
cotidiana de una persona de edad avanzada suele caracterizarse por
el sentimiento de inseguridad y la tensión que le produce
la incertidumbre que se cierne sobre su futuro, así que su
equilibrio emocional dependerá en gran medida de la calidad
de la comunicación que mantenga con su entorno, particularmente
con sus familiares y amigos.
(...)
Hoy, en nuestra sociedad industrial urbana, envejecer suele resultar
complicado y doloroso para quien lo hace, pero es que, además,
parece que complica la existencia de todos los demás. Estamos
a un paso de tener que pedir perdón a familiares y al mundo
en general por haber envejecido y seguir vivos, ¿qué
demonios nos ocurre?, ¿qué sentido tiene una sociedad
que considera a los viejos como una carga molesta? No cabe duda
de que hemos pervertido hasta lo inimaginable las bases del sistema
social humano.
(...)
Cuando la autoestima de una persona es baja, cae fácilmente
en la trampa de situar la satisfacción y la felicidad en
todo lo que es externo y ajeno a ella misma, y pasa a quedarse con
lo superficial como único universo posible y deseable. Cuanto
menos valor se cree poseer dentro de uno mismo, más se tenderá
a pensar que sólo se es capaz de ofrecer a los demás
la frescura de un caparazón vistoso -aunque se acabe convirtiendo
el ombligo en hoyuelo de la barbilla a fuerza de estirar la piel
facial en busca de una lozanía que ya es historia-. Sólo
quien no ha sido capaz de madurar a lo largo de su vida, disfrutando
de las experiencias que ofrece cada estadio vital, se verá
atrapado en la absurda búsqueda de un imposible elixir de
la eterna juventud.
(...)
La vejez nos desliza hacia el cenit de toda vida, que es su ocaso.
El día da paso a la noche y, tal como hacemos a diario, hay
que prepararse para el cambio que impone la extinción de
la luz, de nuestra luz. El horizonte de la muerte, por vejez, por
enfermedad, por ambos procesos a la vez, o por causas imprevisibles,
merece nuestra atención porque es nuestro futuro más
cierto y, en cualquier caso, reclamará nuestro esfuerzo y
dedicación en algún momento que será ineludible.
(...)
[Volver al índice general del libro]
6.
CUANDO EL FINAL SE ACERCA, ¿CÓMO ENCARARLO?
(...)
La muerte es un hecho individual, pero depende en muchos aspectos
del trabajo colectivo y de los sentimientos que afloran en el entorno
del enfermo. Hoy somos nosotros el familiar, el amigo, el vecino,
o quizás el médico; mañana otros asumirán
este rol mientras nosotros deberemos representar a quien se apaga
para siempre.
(...)
La autonomía de una persona depende de lo que ésta
conoce de sí misma y de las circunstancias que le afectan,
así que ocultar la verdad a un enfermo terminal implica faltarle
al respeto y vulnerarle su derecho a la verdad, impidiendo de esta
manera que pueda tomar las decisiones que crea convenientes, en
cualquier ámbito, cuando todavía está a tiempo
y, también, imposibilitando que pueda vivir la última
etapa de su vida con el protagonismo que corresponde a cada uno
y que sólo a cada uno corresponde. Cuando se adquiere conciencia
de la propia muerte como algo más o menos inminente, y se
acepta como un hecho natural, cambia la forma de relacionarse con
la pareja, parientes y amigos, pudiendo entrar en un nivel de intimidad,
sinceridad y cercanía emocional que quizá jamás
se pudo abordar antes y que ahora será fundamental para vivir
la última parte del camino con la máxima riqueza y
bienestar posible.
(...)
Toda esta lista de temores puede generar más ansiedad en
un enfermo que el propio hecho de enfrentarse a su muerte -e incluso,
ante ciertas condiciones psicosociales, podrían precipitar
el suicidio-, por tanto, ser conscientes de ellos permitirá
que médicos, familiares o amigos puedan actuar de otra manera,
intentando ayudarle a que reflexione sobre ellos, procurando que
las necesidades que se ven como obstáculos pasen a ser percibidas
como soluciones posibles; se hace imprescindible dialogar, cada
uno desde su propio nivel, porque lanzando las palabras a la luz
se logra exorcizar los fantasmas que cada cual imagina que le acechan
desde las sombras. Exteriorizar los sentimientos y liberar la ansiedad
permite adaptarse mejor a la situación que a uno le ha tocado
asumir.
(...)
La amplia gama de reacciones emocionales que son comunes en enfermos,
familiares y equipo médico -repulsa, cólera, miedo,
ansiedad, culpabilidad...-, siempre deben ser expresadas y manifestadas
abiertamente en el seno de la relación que une a todas las
partes implicadas en un proceso terminal. Esa relación, obviamente,
será tanto más positiva para el conjunto en la medida
en que se sea capaz de comprender y asimilar esas reacciones emocionales
como parte de un proceso adaptativo que nunca es igual para nadie.
(...)
[Volver al índice general del libro]
7. EL ENFERMO TERMINAL Y EL DERECHO A UNA MUERTE
DIGNA
(...)
Sólo uno mismo puede y debe decidir en qué punto y
bajo qué condiciones el seguir vivo ha dejado de ser un derecho
para convertirse en obligación. Si la dignidad es una cualidad
inherente a la vida, con más razón debe serlo en el
entorno de la muerte, que será la última vivencia
y recuerdo que le arrancaremos a este mundo al apagar nuestro postrer
suspiro... y también la última imagen de uno mismo
que dejaremos en herencia a parientes y amigos. ¿Hace falta
sufrir y hacer sufrir a quienes nos aman para pasar por este trance?
¿Les sirve de algo, al enfermo o a su entorno familiar, una
agonía larga o una progresiva pérdida de facultades
que desemboca en lo meramente vegetativo? En muchas culturas y en
no pocas personas, incluso dentro de nuestra propia sociedad, el
acto de morir rebosa dignidad, amor y hasta belleza, pero, en general,
en la sociedad industrial, para tratar de hurtarle al destino un
tiempo que tampoco podemos vivir -la enfermedad nos lo impide-,
somos capaces de privarnos a nosotros de dignidad y cargar a los
demás con el peso del dolor que causa contemplar tal degradación.
(...)
En España, la primera regulación legal del derecho
a suscribir un "testamento vital" fue aprobada el 29 de
diciembre de 2000 por el Parlamento de Cataluña . Posteriormente,
otros gobiernos autonómicos, como el de Extremadura y Galicia
, imitaron esta propuesta legislativa y aprobaron leyes similares.
En suma, el "testamento vital" y la legislación
de voluntades anticipadas aprobadas por los parlamentos catalán,
extremeño y gallego, u otros textos legales que están
en proceso de debate parlamentario, no son más que el desarrollo
autonómico de lo aprobado en el año 1986 por la Ley
General de Sanidad , promovida por el malogrado Ernest Lluch cuando
fue ministro de Sanidad .
(...)
La eutanasia voluntaria es un derecho humano que debe contemplarse
dentro del marco de la libertad individual, máxime cuando
nos referimos a sociedades plurales y secularizadas. La vida de
un individuo no es de propiedad social sino personal, así
que sólo a cada uno -en uso de su plena capacidad psicológica
y jurídica- compete decidir qué hacer con ella. Resulta
obvio que la vida es un derecho, pero jamás puede ni debe
ser considerada como un deber. Nadie puede ser obligado a vivir
en contra de su voluntad ni, tampoco, a tener que agonizar o vegetar,
víctima de alguna enfermedad terminal, violentando la conciencia
y el deseo en contra expresado por el propio enfermo. La vida no
puede ser de ningún modo un valor absoluto ya que, como humanos
que somos, tenemos derecho a decidir sobre la propia existencia
en función de la calidad de vida que le va asociada, en función
de la dignidad con la que nos deja seguir expresando nuestro acto
de vivir, por ello, dado que la dignidad es un valor reconocido
moral y jurídicamente -pero que sólo se concreta en
el ámbito individual-, cuando la vida, su calidad, se degrada
hasta arrebatarnos aquello que consideramos "nuestra dignidad",
debe contemplarse automáticamente el derecho a romper por
propia decisión con la obligación de seguir vivo.
(...)
Si hay que escoger, caben pocas dudas al respecto, pero la hipocresía
social nos condena a tener que sufrir, algo o mucho, siempre; parece
que morir rápido y sin dolor todavía es una especie
de pecado muy grave, de traición a esperpénticos principios
religiosos empeñados en hacer del sufrimiento una vía
de redención obligada. Afortunadamente para los enfermos
en situación real de muerte que solicitan la eutanasia activa
-alrededor de un 3 por ciento de todos los terminales-, no faltan
médicos que, arriesgando pena de cárcel, la practican
ocultamente en beneficio del enfermo, que es el único que
debería tener voz y voto en esta decisión absolutamente
íntima y personal. A este respecto, algunas investigaciones
han aflorado un dato muy interesante: el 15 por ciento de los médicos
reconoce haber practicado la eutanasia activa.
(...)
En una sociedad cada vez más deshumanizada, quizá
ya es hora de hacer algo para tratar de humanizar al máximo
todo lo referente a la salud, de buscar alternativas personales,
aunque adecuadas, a la atención altamente tecnológica,
aunque fría y distante, de los hospitales; quizás
ha llegado ya el momento en que las familias deben plantearse recuperar
de nuevo un aprendizaje que fue patrimonio nuestro durante milenios,
y retomar la seguridad y orgullo con que las familias de antaño
acogían y cuidaban a sus enfermos terminales hasta el fin.
Si sabemos -siempre se puede aprender- escuchar, tranquilizar y
confortar, transmitir serenidad y esperanza, y adoptar las medidas
precisas para controlar la sintomatología de un determinado
proceso terminal, lograremos que tanto el enfermo como sus familiares
y amigos vivan -¿sería excesivo emplear el término
"disfruten"? - una buena muerte.
(...)
[Volver al índice general del libro]
8.
CÓMO AFRONTAR LA MUERTE DE LOS DEMÁS
(...)
Al menos
dos vías, por tanto, parecen abrirse ante la muerte de los
demás. Una, la de la acción, nos convida a prestar
apoyo y ofrecer lo mejor de nosotros, los sentimientos, a quien
ya no puede acumular nada y a quienes están a punto de perder
mucho. La otra, la de la reflexión, podría ser vista
como un generoso pago a nuestra relación afectiva con el
moribundo, como una fundamental inversión de futuro, como
un aprendizaje vicario que nos lleva de la mano a aprender a morir,
de la misma forma que otros aprendizajes vicarios nos enseñaron
tiempo antes a vivir. Cualquiera que sea la cultura humana, vivir
y morir son actitudes que sólo pueden aprenderse a partir
de la experiencia ajena.
(...)
Estamos
solos ante la muerte, pero necesitamos desesperadamente poder llegar
bien acompañados hasta ella. Sólo un viajero se apeará
al fin del trayecto, pero quienes han sabido recorrer con él
su último tramo, habrán aprendido más del hecho
de morir que todos los expertos del mundo juntos.
(...)
Compartir tiempo y espacio con un moribundo, especialmente si es
una persona querida, es un privilegio que debe degustarse con naturalidad,
estando tranquilo y relajado. Es la última oportunidad de
compartir vida, vivencias y emociones con esa persona, vale la pena
aprovecharla, pero sin agobios para nadie. No se puede hacer, compensar
o precipitar aquello que no se hizo con esa persona durante todo
el tiempo de vida anterior.
(...)
En cualquier caso, situarse cara a cara con un moribundo, acompañarle
en su último trayecto, es siempre un trago difícil.
Debe tenerse bien presente que para soportar la muerte de otro debemos
enfrentarnos y luchar con nuestros sentimientos, con nuestros miedos,
con nuestra frustración, con la percepción que tengamos
de la muerte... y cuanto más controlemos esa batalla interna
y personal, mejor será la ayuda que prestaremos al moribundo
y más enriquecerá esa misma experiencia a ambos. Meditar
sobre la muerte del otro es el mejor camino para hacerlo sobre la
propia, aceptar la del otro ayuda a aceptar la propia. Y viceversa.
(...)
La dinámica del duelo, tal como señalamos, puede variar
entre unas personas y otras, oscilando entre el duelo normal, no
complicado, y el patológico o complicado. El duelo normal
no complicado presenta una duración variable que depende
de una diversidad de factores de índole psicosocial. El duelo
patológico o complicado, por el contrario, no permite asumir
la pérdida ni adaptarse al cambio sufrido y su sintomatología
es más intensa y dura mucho más tiempo.
(...)
Detrás del proceso de duelo no sólo hay el esfuerzo
por asumir una pérdida irreparable sino que, con igual intensidad,
se intenta reconstruir el propio mundo interno -del que se ha fracturado
toda una parte del universo emocional y cognitivo que lo fortalecía
y animaba- y el externo, reorganizando las relaciones sociales,
asumiendo roles diferentes a los que se tuvo con anterioridad, etc.
El duelo siempre acaba enriqueciendo mucho el proceso de maduración
de la persona que lo supera bien, pero el coste emocional nunca
es pequeño.
(...)
[Volver al índice general del libro]
9.
CÓMO AFRONTAR Y SUPERAR LA MUERTE DE UN HIJO/A
(...)
Todas las alteraciones y síntomas psicológicos, físicos
y sociales descritos al tratar el duelo están presentes también
tras la muerte de un hijo, sólo que tardarán más
en desaparecer y completar el ciclo que lleva a asumir la pérdida.
Mientras el proceso normal de duelo por un adulto dura entre uno
y dos años, el duelo por un hijo suele superar siempre este
período, siendo más o menos largo en función
de la personalidad del doliente y de las diferentes circunstancias
que han rodeado la muerte. En general, a partir del segundo año
-si el proceso se ha realizado adecuadamente- las emociones están
encauzadas y más o menos controladas, aunque los sentimientos
ambivalentes, los altibajos y las crisis siguen apareciendo con
regularidad, forzando en muchos casos una vida a medio gas. Si la
dificultad supera las propias fuerzas, la ayuda psicoterapéutica
será imprescindible .
Aunque la muerte de un hijo nunca desaparece de la memoria, finalmente
se le puede recordar y sentir sin sufrir, quizás hasta sintiéndose
reconfortado/a con su presencia en una lejanía convertida
en cálida proximidad emocional. Superar adecuadamente la
muerte de un hijo puede dejar en herencia una madurez y crecimiento
personal que transforman profundamente a la persona, incrementando
su calidad humana y aportándole una nueva escala de valores
que facilitará y fortalecerá la nueva etapa vital
de un padre y / o madre renacidos.
(...)
[Volver al índice general del libro]
10.
LA MUERTE Y LOS NIÑOS
(...)
La muerte es un hecho exactamente tan común como el nacimiento,
surge en nuestro entorno y provoca cambios que nos afectan, sea
cual fuere nuestra edad y condición. Morir no es una metáfora,
es una realidad que transforma todas las realidades con las que
está conectada la persona que desaparece. La muerte de otros
nos afecta y la nuestra les afecta a ellos, por eso, tal como ya
vimos en los capítulos 6, 8 y 9 y ampliaremos aquí,
jamás debe excluirse a los menores de la experiencia de la
pérdida y tampoco debe edulcorarse la muerte con eufemismos
absurdos. Aunque cada edad pueda tener una diferente y parcial visión
de lo que implica el hecho de morir, también es verdad que
desde muy pequeño se tiene ya capacidad suficiente para comprenderla
y asumirla mediante el proceso de duelo.
(...)
Desde todo punto de vista es conveniente que los niños crezcan
viendo la muerte como un fenómeno natural propio de los seres
vivos, por ello debe hablarse de ella con absoluta normalidad, sin
dramatizarla, aprovechando las ocasiones que se presten a ello para
reflexionar sobre cada pérdida y lo que significa. En el
entorno a cada familia, mueren animales de compañía,
plantas y, por supuesto, personas más o menos allegadas;
también la televisión presenta la muerte a todas horas,
aunque rodeada de una gran distorsión. Aprovechar alguna
de estas circunstancias para preguntar por la opinión que
tiene el niño al respecto, para conocer sus ideas y sentimientos
acerca de la muerte, para compartir los nuestros de una manera llana
y sencilla -recurriendo si hace falta a ejemplos de la naturaleza,
imágenes o cuentos-, será una excelente forma de posicionar
el concepto de la muerte en el lugar que le corresponde, pero sin
traumas.
(...)
Cualquiera que sea la posición que ocupe en una familia un
enfermo terminal -y/o un fallecido-, los niños deben vivir
el proceso de la enfermedad -y también el duelo posterior-
con naturalidad y sin verse privados de ninguna manifestación
emocional o de cualquier otro tipo que antes fuese habitual (o,
en su caso, explicándole por qué no se pueden o deben
realizar determinadas actividades a partir de cierto momento de
evolución de la enfermedad, o mientras se está de
duelo).
(...)
Los niños son perfectamente conscientes de la gravedad de
su enfermedad, de su cercanía de la muerte, pero sus dudas
y temores -siempre presentes en los dibujos o escritos que realizan
o en medio de un lenguaje que de tan simple puede resultar difícil
de entender por los adultos- sólo afloran cuando los mayores
les dan pie para ello, ya sea sacando a colación directamente
el tema en una conversación, o indirectamente, mediante dibujos,
dejando que expresen sus temores e ideas sobre su propia muerte
mediante lápices de colores. En cualquier caso, hay que estar
siempre muy receptivo y desterrar la falsa idea de que los niños
no son conscientes de lo que les está sucediendo. Saben que
se están muriendo y aunque, según su edad, no puedan
calibrar del todo el significado de morirse, les angustia la certeza
de que van a tener que separarse de sus padres.
(...)
Los niños en situación terminal, como cualquier niño
-o adulto- que se percibe con un problema grave, precisan sentirse
protegidos, algo que no se logra con promesas falsas o exageradas,
ni con un flujo de regalos o de personas distantes que no sintonizan
con su estado; la percepción de protección sólo
la da el sentir que a su lado permanece alguien al que se ama y
en quien se confía. Es importante mantener siempre abierta
la puerta de la esperanza, pero ésta debe ser realista, no
mágica. Si la familia tiene creencias religiosas o trascendentales,
compartirlas de modo racional y sin presiones ni dogmatismo puede
aportarles una vía de apoyo que no cabe desdeñar,
pero a condición de que el niño pueda marcar su propio
tempo de reflexión, una capacidad que suelen tener en más
abundancia y mayor agudeza de lo que los adultos suponen.
(...)
[Volver al índice general del libro]
11.
EL SUICIDIO, UNA OPCIÓN EXTREMA CARGADA CON UN MENSAJE DIFÍCIL
DE ASUMIR
(...)
En una cultura horrorizada por la muerte y adicta hasta la exasperación
de la vida a cualquier precio, resulta incomprensible, absurdo,
imposible, que alguien diga "hasta aquí deseo llegar"
y acto seguido se quite la vida con plena libertad y responsabilidad.
No importa lo que uno esté sufriendo en su fuero interno,
porque nuestra sociedad le cree obligado a vivir, a mantener las
formas, a morirse "cuando le toque" y no cuando lo crea
oportuno. Nadie quiere entender el suicidio de una persona cercana
como lo que fue, un acto deliberado de autodestrucción, así
que lo más fácil es buscar un chivo expiatorio para
convertir al suicida en "víctima" de algo o de
alguien, una etiqueta que puede colgarse mejor en cualquier mala
conciencia.
(...)
El suicida, con su propio acto, deja a quienes le sobreviven un
mensaje francamente difícil de asumir, ya que en muchos casos
se culpa, sentencia y condena a otros sin ofrecerles la menor oportunidad
para defender sus posturas y conductas, pero no debe olvidarse jamás
que darse muerte fue la opción que esa persona eligió
para sí mismo, nadie se la impuso, ni siquiera se la recomendó.
Si se comprende esta realidad y se asume y respeta -aunque no se
comparta en absoluto- la decisión que tomó el suicida
en ejercicio de su autonomía, el proceso de duelo será
normal y nadie deberá sufrir más de la cuenta.
(...)
[Volver al índice general del libro]
12.
CÓMO PREPARARSE PARA AFRONTAR LA MUERTE PROPIA
(...)
De hecho, aunque una diversidad de estudios muestra que la vivencia
de lo religioso de buena parte de los creyentes es más infantil
-irreflexiva, emocional, superficial, etc.- que adulta y madura,
no debería haber problema alguno para que fe y madurez personal
contribuyan complementariamente a enfrentarse a la realidad de la
muerte, cualquiera que sea su sujeto. Nada hay mejor o peor ante
la muerte si sirve para poder integrarla en la vida. Desde el punto
de vista de las estrategias psicológicas de afrontamiento
de la muerte, tan razonable es la postura de quienes la sitúan
dentro del campo de lo trascendente como quienes la limitan a un
hecho biológico (certeza que comparte este autor mientras
nadie le demuestre fehacientemente lo contrario). La muerte jamás
puede ser un sinsentido, aunque, lógicamente, el sentido
que le puede dar un creyente y un agnóstico no sea el mismo.
En realidad, a los efectos de afrontamiento de la muerte, lo importante
no es el sentido que se le dé a ésta sino, precisamente,
el que se le dé alguno, y que éste se integre en la
conciencia que tiene esa persona del universo del que forma parte.
(...)
Morirse es siempre algo nuevo y absolutamente desconocido para cada
uno, por ello, máxime siendo un paso de tanta trascendencia,
es lógico que angustie. ¿Nos dejaríamos caer
sin más por un hipotético pozo sin fin aunque una
cuerda infinitamente larga nos asegurase el no lastimarnos en caso
de llegar hasta un fondo tan lejano como inimaginable? Parece factible
pensar que la mayoría de los humanos intentásemos
eludir esa dudosa experiencia o, al menos, retrasarla el máximo
tiempo posible. Son demasiadas las dudas y temores que despertaría
en nuestra mente esa caída infinita, por mucho que la cuerda
garantizase no romperse la crisma jamás y el regresar a la
superficie una infinitud después de la infinitud del descenso.
Algo parecido nos ocurre ante la muerte, incluso a la inmensa mayoría
de quienes la afrontan atados a la cuerda de alguna creencia que
garantiza la vida post mortem.
(...)
La muerte es algo que puede y debe comprenderse -tiene una función
clara y concreta- y aceptarse, pero esto sólo resulta posible
emprenderlo y lograrlo en cada uno de nosotros, en su fuero interno
y mediante los propios medios. Pero si no se acepta previamente
la normalidad e incluso necesidad del hecho de la muerte, sin importar
la fórmula o convicción adoptada para ello, no podrá
actuarse en ninguna dirección razonable que permita poder
afrontarla con serenidad y madurez.
(...)
Cuanto más consciente se llegue a ser durante la vida de
aquello que falla en uno mismo y más se afronte para intentar
mejorarlo, cuanto más coherente sea la expresión de
cada vida, cuanto más se acepte todo lo realizado -con sus
aciertos y errores- a lo largo de la vida, cuanto más plena
haya sido la existencia -aunque se haya vivido en la pobreza, pues
la plenitud no tiene nada que ver con los medios disponibles-, cuantas
menos deudas emocionales se haya adquirido o queden pendientes de
cancelar..., mejores serán las condiciones disponibles para
poder enfrentarse a ese inicio de Juicio Final en el que cada uno,
dentro de su propia conciencia, se convierte en reo y juez al mismo
tiempo.
(...)
Vivir es navegar en medio de una variable corriente nutricia, por
tanto, será bueno dejarse fluir en actitud abierta y de eterno
aprendizaje, tomando los errores y fracasos por maestros, reformulando
en positivo aquello que hace sufrir, encontrando algún punto
de alegría dentro de la contrariedad. En chino, la palabra
"crisis" se compone de los ideogramas "peligro"
y "oportunidad", dos situaciones que pueden llevar por
caminos opuestos a quienes gestionen peor o mejor la fuente que
las desencadena. Sin duda tendrá una vida más plena
-y una mejor actitud ante la muerte- quien, durante las miles de
crisis que conforman una existencia, haya aprendido a transformar
en oportunidades lo que, efectivamente, pudieron ser peligros.
(...)
Todo cuanto podamos cambiar en una vida, para mejorarla mientras
dure y para suavizar el choque inevitable que deberá asumir
ante su extinción, no sólo será un privilegio,
sino un deber para consigo y los demás. Tal necesidad, además,
resulta tanto más apremiante si le damos crédito al
moralista francés Jean La Bruyère (1645-1696) cuando
afirmó que: "Los más de los hombres emplean la
primera parte de su vida en hacer la otra parte miserable".
(...)
[Volver al índice general del libro]
13.
ENFRENTÁNDOSE A LOS CHANTAJES EMOCIONALES DE LAS FUNERARIAS
(...)
En todas las legislaciones de países modernos se contempla
la contratación de un servicio funerario como un acto de
compra o consumo similar a cualquier otro y, por tanto, sujeto a
los mismos derechos y deberes generales que regulan la compra o
consumo de productos o servicios. Así, por ejemplo, es obligación
de las empresas funerarias ofrecer a sus clientes, ya sea por teléfono
o por escrito, un listado o catálogo que contenga los precios
generales de los productos y servicios ofertados desglosados por
conceptos, así como también debe mediar en la transacción
un contrato escrito donde se especifique con claridad qué
se paga y en concepto de qué, además de explicitar
los derechos de cancelación y reembolso que, en su caso,
puedan ejercerse.
(...)
Las principales armas con que cuenta un vendedor de servicios funerarios
deshonesto, para manipular a su cliente y hacerle gastar el máximo
dinero posible, son: incidir en el sentimiento de culpabilidad del
deudo -que puede incrementarse a través de múltiples
vías, como apelar a una supuesta falta de amor por el fallecido
si no se le hace un entierro "como corresponde", insistir
en que es la última oportunidad para poder "hacer algo"
por el fallecido, incidir en el rol del cliente ("es que usted
es su padre..."), etc.-; enfrentarle con el qué dirán,
anunciándole una pésima imagen entre sus conocidos
si racanea servicios y buenos productos para la ceremonia mortuoria
-"a sus amigos y vecinos les será muy difícil
entender que haga tan poco para decir adiós a su [pariente
fallecido]", "una familia de su posición no puede
permitirse menos..." , etc.-; halagando al cliente -"usted
sabe perfectamente que su [pariente fallecido] y su familia confían
plenamente en que sabrá decidir lo mejor para todos",
"se nota que nadie quería a esa persona como usted",
etc.-; o apelando a la credulidad y angustia frente a la muerte
sugiriéndole que hacer el máximo esfuerzo posible
para las honras fúnebres ayudará al familiar en el
más allá.
(...)
[Volver al índice general del libro]
PARTE III
EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE
14.
EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE: SENTIMIENTOS REALES CON EXPLICACIONES
EQUIVOCADAS
(...)
Las llamadas ECM, Experiencias Cercanas a la Muerte, suponen un
conjunto de vivencias emocionales muy intensas, con aspectos trascendentales,
que le han ocurrido y ocurren a un número notable de personas
durante episodios en los que, ya sea por estar sufriendo un fallo
orgánico grave -parada cardíaca, colapso de algún
otro órgano vital, etc. - e incluso ser declarado clínicamente
muerto (y recuperarse posteriormente), o por encontrarse en la agonía
que precede al deceso, o por estar sufriendo un accidente con pésimo
pronóstico -caerse desde lo alto de una montaña o
edificio, ser arrollado por un vehículo, recibir un disparo,
etc. -, llegan a estar plenamente convencidas de encontrarse en
trance de morir.
(...)
También se clasificaron los efectos psicosociales que puede
sobrellevar una ECM a quien la experimenta. Entre los efectos positivos
se relaciona: un incremento del interés por los demás
y de la espiritualidad, aprecio por la vida, disminución
del miedo a la muerte, del materialismo y de la competitividad.
Comparando las actitudes anteriores y posteriores de quienes han
pasado por una ECM, Noyes constató que tras la experiencia
se producía una disminución del miedo a la muerte,
un sentimiento de invulnerabilidad relativa, un sentimiento de especial
importancia o destino respecto a uno mismo, y un fortalecimiento
de la creencia en la existencia postmórtem . Otro investigador,
Kenneth Ring, detectó que quienes habían pasado por
una ECM sentían un gran aprecio por la vida, un renovado
sentido de propósito de la existencia, una mayor confianza
y flexibilidad a la hora de enfrentarse a las vicisitudes de la
vida, una mayor compasión por los demás, un elevado
sentido de propósito espiritual, una importante reducción
del miedo a la muerte, y otorgaban un mayor valor al amor y al servicio
y menos al estatus personal y a las posesiones materiales . El ya
citado Greyson, por su parte, encontró que tras pasar por
una ECM se da menos importancia al estatus social y profesional,
así como al éxito material y a la fama, y se piensa
en la muerte como un hecho menos amenazante .
(...)
Para intentar explicar las diferencias citadas, así como
la misma base funcional de las ECM, deberá acudirse al campo
de la fisiología y de la bioquímica, desde los que
se han formulado diversos modelos teóricos explicativos que,
debido a que ninguno de ellos explica por sí solo la totalidad
de la experiencia -y no hay la menor razón lógica
ni científica para que un solo modelo explique todo cuanto
sucede dentro de un fenómeno complejo-, finalmente han dado
lugar a modelos neurobiológicos multifacéticos.
(...)
A pesar de los maravillosos discursos de quienes hacen apostolado
de las ECM como pruebas irrefutables de supervivencia a la muerte,
lo cierto es que no hay apenas diferencias entra las ECM de las
personas que han estado realmente "casi muertas" y las
experimentadas por personas absolutamente sanas -tal como fue mi
caso- que simplemente creyeron que iban a morir. Una ECM se desencadena
a partir de percibirse a sí mismo en situación de
muerte -mediante la elaboración de una información,
ya sea fisiológica (paro cardíaco, por ejemplo) o
procedente de una mera racionalización (presunción
de estar en vías de morir)- y el mecanismo que activa todos
los vistosos componentes que la conforman anida en una serie de
reacciones fisiológicas, comunes en otras circunstancias
y por otras causas, que actúan al unísono dentro de
una situación de emergencia orgánica que, en lo que
a nuestro "yo" atañe, se vivencia como un intento
de afrontar el estrés que provoca el sentirse morir.
Pienso que sería óptimo que todo el mundo pudiese
pasar alguna vez por una ECM, ya que la experiencia puede producir
cambios muy positivos en quien la vivencia, pero, por extraordinarios
que parezcan sus efectos, no hay nada en una ECM que exceda lo humano,
que sobrepase lo fisiológico, ni que rebase el momento de
la extinción. Las ECM nos cuentan mucho sobre la vida, sobre
la manera de percibirla y construirla, sobre la forma de reaccionar
que tiene nuestra fisiología ante un estrés extremo,
pero eso es todo, que no es poco, claro está.
(...)
[Volver al índice general del libro]
PARTE
IV
EL PULSO ENTRE LA CIENCIA Y LA MUERTE: ¿EL FIN DEL FIN?
16.
MANIPULACIÓN GENÉTICA: ¿LA TERAPIA DEFINITIVA?
(...)
Al igual que el siglo XX fue denominado el siglo de la física,
por sus espectaculares avances en este campo, el siglo actual, que
hereda la brillante trayectoria científica de la biología
molecular durante las últimas décadas del pasado,
ya ha sido bautizado como el siglo de la biología, un campo
que está posibilitando, y garantizará en un inminente
futuro, el control más radical, global y serio que el ser
humano haya llegado a concebir con el fin de poder dirigir las características
y el destino de su propia vida y el de las demás especies
con las que compartimos el planeta.
(...)
Conocer la secuencia de los genes facilitará reconocer las
secuencias erróneas, eso es responsables de una determinada
patología, y permitirá incidir en ellas cambiándolas;
se podrá acceder al núcleo de una célula, localizar
en el gen correspondiente la sección y secuencia que ha mutado
-que ha cometido un error al escribir un fragmento de código
con las letras ACGT- y, mediante células reparadoras, se
devolverá al gen la normalidad perdida, restaurando la salud
en todo el organismo antes afectado por el problema derivado de
tal mutación. Hoy, este trabajo, sustituir genes defectuosos
por otros sanos, ya es la base del negocio de nuevas empresas como
Kimeragen (Pensilvania).
(...)
[Volver al índice general del libro]
17.
HACIA UN NUEVO UNIVERSO MÉDICO: GENÓMICA, BIOCHIPS
DE ADN, TERAPIA GÉNICA, CLONACIÓN, PHARMING, XENOTRASPLANTE...
(...)
La genómica se ha marcado como áreas de interés
prioritario en la investigación las enfermedades oncológicas,
cardiovasculares, metabólicas, inmunológicas, infecciosas,
pulmonares y neurodegenerativas, así como también
todo lo referente al control del dolor. Resulta evidente que estos
objetivos apuntan básicamente a enfermedades de alta incidencia
en las sociedades industriales modernas y que generan a sus gobiernos
costes astronómicos en concepto de gastos sanitarios públicos,
pensiones y pérdidas productivas por absentismo laboral.
Muchísimo menos interés le pone la genómica
al estudio del código genético de los agentes infecciosos
-virus, bacterias y parásitos-, puesto que son más
endémicos del Tercer Mundo y en occidente ya nos apañamos
con los antibióticos, uno de los grandes negocios de la industria
farmacéutica. Las dolencias propias del proceso de envejecimiento
tampoco preocupan demasiado a la genómica dado que la vejez
no es un período socialmente productivo. Quien piense que
la genómica no servirá a los intereses económicos
del liberalismo capitalista se equivoca totalmente; es más,
jamás un enfoque terapéutico le ha sido de más
utilidad al capitalismo puro y duro que éste; ya iremos viendo
los motivos a lo largo del capítulo.
(...)
Un nuevo universo terapéutico para los humanos se abre paso
a partir del desarrollo de las biotecnologías basadas en
la manipulación del código genético. Quizás
podremos vivir algunos años más, y tal vez los viviremos
con mejor salud y en mejores condiciones físicas, pero por
muchos genes que nos cambien, eso que llamamos felicidad, esa percepción
subjetiva de sentirse bien con uno mismo y los demás, seguirá
dependiendo de cada uno, de su modo de percibirse y asumirse a sí
mismo y a su entorno y del tipo de interrelaciones que establezca
con su propia realidad. Vivir más no es sinónimo de
ser más feliz -aunque nos guste acariciar esta ilusión-,
pero sí podría ser causa para prolongar la infelicidad.
(...)
El bienestar social que hoy goza la Europa rica ya pasó a
la historia, será irrepetible. ¿Cómo vivirá
la Europa gerontológica de la próxima década?
¿Cómo afrontará el continente latinoamericano
el tremendo incremento de población que se le avecina? ¿Y
China? ¿Qué sucederá con el incremento de millones
de pobres en África y Asia? ¿Dónde diablos
están los recursos que podrán financiar nuestra vida
ociosa durante décadas?
En cualquier caso, si los beneficios posibles derivados de la genómica
llegasen a universalizarse -cosa que no ocurrirá en el Tercer
Mundo, pero tampoco en el primero-, quizás muchos -¿millones,
tal vez?- acaben odiando su buena salud. Vivir, como morir, es un
ejercicio que debe practicarse con la máxima dignidad y en
las mejores condiciones globales posibles. Cuando estemos capacitados
para hacernos un lifting genético como quien se toma una
aspirina, el test que nos dará la medida del valor de nuestra
existencia será muy simple: ¿estoy viviendo o sobreviviendo?
Ponga una cruz en la casilla correspondiente.
(...)
Jugar con la vida es hacerlo también con la muerte. Andar
por la cuerda floja es un ejercicio circense emocionante, pero peligroso.
¿Somos conscientes de los riesgos que tendremos que asumir
cuando la genómica tome las riendas de nuestra vida?
[Volver al índice general del libro]
Ir
a índice de este libro
Ir
a menú de la sección temática
Ir
a investigación: cambios actitud ante la muerte tras
leer este libro
Ir
a críticas Prensa
Ir
a compra on-line (servicio actualmente desactivado desde este
web)
|