Pepe Rodríguez

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El padre Athié: perdón y justicia


Revista Proceso, México, Junio 2, 2002
(http://www.proceso.com.mx)
Germán Dehesa

(a continuación de este artículo hemos añadido una entrevista sobre la renuncia del padre Atihé al sacerdocio a causa del encubrimiento que la cúpula de la Iglesia le brinda a los delitos sexuales pedófilos cometidos por el fundador de los Legionarios de Cristo. Ver.)


De profundis

José Manuel Fernández Amenábar, quien ocupara un alto cargo en la Legión de Cristo, muere, sin más auxilio que el de sus amigos, en el Hospital Español en febrero de 1995. La misa de difuntos la oficia el padre Alberto Athié quien, unos meses antes, había conocido a Fernández Amenábar. Varias señoras, que velaban por Fernández Amenábar, habían buscado a Athié para que oyera en confesión a este hombre "enojado con Dios", según declara su amigo José Barba.
Contra lo que ahora afirman la Legión de Cristo y un reconocido cardiólogo del Hospital Español, Amenábar estaba lúcido y podía comunicarse; máxime si quien lo escuchaba era un sacerdote sensible, bien dispuesto y con un largo entrenamiento en el misterioso oficio de escuchar los últimos mensajes (palabras, gestos, metalenguajes) de aquellos que se saben a orillas de la muerte.
Aquí vale la pena puntualizar que quien esto escribe conoce desde su juventud a Alberto Athié y que ha escuchado decenas de testimonios de amigos y feligreses y que todo esto apunta en una sola dirección: Athié es un sacerdote bondadoso, compasivo, carismático a quien nadie ha acusado de mentir, o de ansiar el poder.
En una larga sesión, Athié escuchó a Fernández Amenábar. Según Athié, el testimonio que rindió ese hombre enfermo fue terrible, pues acusaba al veneradísimo y poderosísimo padre Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo, de drogadicción (morfina) y abuso sexual de menores. Esta dolorosa plática terminó en una incontenible efusión de llanto. Después de esto, Athié tuvo que salir de viaje y, a su regreso, se enteró de la muerte de aquel hombre con quien había compartido una comida y una larga y contrita historia de iniquidades.
En recuerdo de Fernández Amenábar, Athié celebró una misa de difuntos en la que pronunció una breve alocución. Dentro de ésta, fueron pronunciadas las palabras que habrían de desatar un proceso cuyas consecuencias todavía no terminan. Este hombre, dijo Athié, murió en paz con Dios, pero nos dejó dicho que otorgaba el perdón, pero que, a la vez, exigía justicia.
Esto no puede sonar escandaloso ni para un laico, ni para un sacerdote. Difícilmente los humanos podemos perdonar, si percibimos que la justicia no se ha hecho presente.
Bastaron estas dos palabras, para que aquel viejo asunto de las acusaciones en contra de Marcial Maciel se reactivara, regresara a los tribunales eclesiásticos, irrumpiera en los medios de comunicación, provocara testimonios, desatara condenas fulminantes, fuese confundido dolosamente con un "complot contra la Iglesia", creara enorme desasosiego y produjera, entre otras muchas consecuencias de mayor trascendencia, la redacción de estos renglones hecha por alguien que, como yo, hace un mes no conocía ni siquiera de vista casi a ninguno de sus protagonistas principales. Perdón y justicia.

Interviene José Barba

La mirada de José Barba te sobrepasa. Mira muy hacia atrás, muy hacia adentro, muy hacia lo lejos. Actualmente es un reconocido miembro del claustro profesoral del ITAM. Tiene más de 60 años y maneja fechas y datos con enorme precisión y lucidez. Nos hemos citado en una cafetería y yo escucho, eventualmente pregunto, observo y apunto.
En aquella misa de Fernández Amenábar, me dice, yo escuché a Alberto Athié, a quien considero un hombre íntegro de pies a cabeza, hablar de perdón y justicia y de inmediato sentí que tenía yo que comunicarme con ese hombre. Así lo hice, pactamos una cita y le conté en detalle la historia de muchos exalumnos y exnovicios de los Legionarios, yo entre ellos, que habíamos sido víctimas de abuso sexual por parte del padre Maciel. Le conté también de aquel famoso proceso de los cincuenta donde varios testigos se vieron psicológicamente obligados a mentir en favor del fundador de los Legionarios.
Aquí José Barba hace una pausa. Yo pregunto: ¿Usted también mintió? Sí, sí mentí. ¿Por qué? Por débil, por cobarde, por ser demasiado joven y porque para nosotros no había más mundo que la Legión; yo fui reclutado muy pequeño en Los Altos de Jalisco, mi único universo era el de la Legión y el padre fundador era por definición, hiciera lo que hiciera, un santo.
Sí, mentí. Por eso mismo fue tan providencial la aparición de Alberto Athié que me escuchó a mí y a varios de mis compañeros y nos ofreció llevar nuestro asunto ante las autoridades eclesiásticas mexicanas, me refiero al cardenal Norberto Rivera, y presentar este caso ante las autoridades eclesiásticas.
Mientras Athié hacía su trabajo, nosotros hacíamos el nuestro. Nos acercamos al padre Antonio Roqueñí, una de las máximas autoridades en derecho canónico y un hombre generoso y justo que supo escuchar los reclamos de este grupo de sesentones que están tratando no tan sólo de dar un testimonio y buscar justicia para lo que les ocurrió hace tantos años, sino de evitar que tales cosas sigan ocurriendo ante la indiferencia o la complicidad de las altas jerarquías eclesiásticas.
Hablamos con Roqueñí, con Don Justo Mullor y finalmente decidimos ir a Roma y presentar directamente nuestra causa. Allá en Roma nos hospedamos en un hotel muy modesto y buscamos a un abogado que nos representara. No son muchos los abogados que pueden litigar en la Santa Sede. Finalmente dimos con Martha Wegan, doctora en derecho canónico que aceptó representarnos y llevar nuestro alegato ante el cardenal Ratzinger, presidente del Tribunal de la Congregación para la Conservación de la Santa Fe (según Antonio Roqueñí, lo que queda de la Santa Inquisición). Ratzinger jamás recibió a la doctora Wegan; en su lugar envió al franciscano Girotti que ofreció una pronta respuesta. Diecisiete meses pasaron y ésta nunca llegó.
Fue entonces y sólo entonces cuando José Barba y sus compañeros (la mayoría académicos prestigiados) decidieron volver a los medios (ya el Hartford Courant y La Jornada habían publicado algo) y exponer su caso ante la sociedad. Varios respetables medios extranjeros los escucharon. Vino luego lo del Canal 40 con las furibundas reacciones que quien esto escribe atestiguó. Recientemente y a la luz de los escándalos suscitados en Estados Unidos (por lenidad de los obispos, un solo sacerdote pudo violar a 130 niños), el programa Círculo Rojo que transmite el Canal 2 de Televisa volvió sobre el asunto y produjo fulminaciones similares.
De todo esto platiqué con José Barba. Su hablar es pausado y puntual. Alcanzo a percibir lo profundo de su herida. Ya era entrada la noche cuando nos despedimos con un fuerte abrazo. Lo miré marcharse y pensé en los enormes daños que los hombres nos hacemos por nuestra incapacidad de justicia y de perdón.

El camino de Alberto Athié

Por su don de gentes, por su absoluta entrega, por su inagotable amor por los humillados y ofendidos, por su gran inteligencia, Alberto Athié era una figura importante en la Iglesia mexicana. No lo fue más, porque en su camino se presentó este asunto que reclamaba, no venganza, no castigo, simplemente justicia.
Con la atingencia que le es propia, Athié intentó presentar el caso ante la autoridad eclesiástica correspondiente, el cardenal Norberto Rivera, pero éste de modo abrupto le hizo saber que no quería tratar el asunto y que todo era parte de un complot contra la Iglesia y, tras varios intentos fallidos, todo hizo crisis con un telefonema en el que Rivera duramente le advirtió: "Tú eres responsable de lo que vayas a decir". A raíz de esta incomunicación, Athié preparó un documento que presentaba estos casos de abuso del modo más aséptico. Una vez que estuvo listo, lo envió, a través del obispo de Coatzacoalcos, Carlos Talavera, al cardenal Ratzinger quien, como única respuesta, comentó que el caso era muy delicado, que el Papa tenía un gran aprecio por el padre Maciel y que, por lo mismo, no era prudente tratarlo.
Ahí terminó la que hubiera sido una brillante carrera dentro de la alta jerarquía mexicana. Athié reside ahora en Chicago, acogido por los claretianos y haciendo labor pastoral entre los migrantes mexicanos. ¿El error de Athié?: abogar de modo firme y respetuoso, en el seno de su Iglesia, por los niños de hace 50 años y por los niños de ahora. Para Ratzinger y para Norberto Rivera el asunto estaba concluido; para Alberto Athié apenas comenzaba el período más oscuro y doloroso de su vida.
Sacerdote de firme vocación, ahora busca un asidero para perseverar en su ministerio. Como él mismo me dice: mi caso es lo de menos; lo grave es que mi Iglesia no se conduela y proteja a aquellos que antes o ahora están en peligro de que su infancia sea lastimada, atropellada, destruida. Hay algo todavía más grave, añade Athié: el sistema de complicidades entre las cúpulas del poder eclesiástico y entre éstas y las del poder político y financiero. Mucho es lo que la Iglesia le ha enseñado al mundo de los laicos; hoy mi Iglesia algo tendría que aprender de derechos humanos y de democracia.

¡No te rajes Beto!

El mensaje lo envía el padre Antonio Roqueñí, pero lo suscribimos Javier Sicilia, Carmen Aristegui, Javier Solórzano, José Barba y Germán Dehesa. Roqueñí es un sacerdote libre, sonriente, muy sabio y de muy buena facha. En todo lo que estuvo en su mano, él trató de ayudar a José Barba y a sus amigos. Fracasó y esto no lo tiene demasiado satisfecho.
Hace unas cuantas tardes, platicamos en mi oficina y me fue muy grato escuchar a este hombre alegre que enciende su cigarrillo, paladea su café y platica: tengo mucho trabajo, me comenta, pero por Beto Athié no hay esfuerzo que no haga... sí, la está pasando mal y no es para menos... es un asunto muy complicado... al silencio del Papa yo lo calificaría como inquietante... ¿cómo dices? (el tuteo se estableció de inmediato); no, no estás en lo correcto, un sacerdote no está dispensado de presentarse ante los tribunales comunes; la Iglesia tiene sus propios tribunales que juzgan "además de", pero no "en lugar de"; aquí a los que hay que preguntarle es a los feligreses que, con razón o sin ella, prefieren evitar el escándalo de acusar a un sacerdote ante un tribunal común... ¡pero no estamos hablando de nada nuevo!, la Iglesia lleva 2000 años arrastrando carroña ilustre y con esta carroña va adelante... ¿cómo acabar con estas ratas?, muy fácil: con luz y limpieza, ésta es nuestra tarea... a mí que no me vengan con que son los Papas, los altos dignatarios, las grandes obras de personas como Maciel, que son unos cuantos edificios lujosos y mucho dinero, las que mantienen viva y a salvo a la Iglesia. Lo que la ha hecho prevalecer es la fe del pueblo creyente, más nos vale escucharlo... ¿de mí qué quieres que te diga?, he tratado de hacer bien mi trabajo, aunque reconozco que en dos ocasiones el Vaticano ¡paf! me dio con la puerta en las narices: cuando traté de presentar los escandalitos y escandalotes de Prigione y cuando traté de presentar el caso de Marcial Maciel. Yo no pierdo la esperanza. Mucho está cambiando y sólo pido la gracia de la perseverancia final. Por cierto, tú también trata de hacer bien tu trabajo. Los medios son ahora el centro de todo. Me termino mi café y me voy. No se te olvide decirle a Beto que no se raje.

No dejes de hablar con Pomposo

Así me dijo José Barba. Yo obedecí y platiqué con él. Alexandre de Pomposo se llama él. Chaparrito, ojos dulcísimos e inteligentes, manos nerviosas. Es de origen judío, nació en México en 1957, parece tener todos los doctorados del mundo. Después de convertirse al catolicismo, decide en 1990 ingresar a la Legión de Cristo. Dos años estuvo en Salamanca donde le adjudicaron la tarea de enfermero.
Cuando Maciel llegaba a Salamanca, a mí me quitaban las llaves de la enfermería (según testimonios, la enfermería solía ser el lugar favorito de Maciel para presuntamente cometer sus demasías con la droga y con niños y jóvenes). En el 93 y sin muchas explicaciones, los legionarios me echaron y me pusieron en un avión rumbo a México. En el 94 conocí a José Barba y, aunque yo no fui objeto de abuso sexual como él, creo sin lugar a dudas que dice la verdad. Sigo siendo católico. Amo profundamente a la Iglesia y no estoy en contra de la Legión de Cristo. Para Maciel no pido la hoguera, me gustaría verlo silenciado por el daño tremendo que ha hecho. Por silenciarlo entiendo quitarle ese halo de santidad que le han colocado y esa credibilidad absoluta que tantos le conceden. Maciel es un hombre muy enfermo. Yo hablaría de esquizofrenia y de una íntima convicción fascista; pero no se trata de condenarlo, ni de absolverlo a priori. Hay que juzgarlo a la luz de toda la nueva información que ha surgido. Tiene razón Alberto: hacen falta justicia y perdón...

Para esto escribo

El costo de las complicidades es cada vez más alto. Muchos han sufrido y no conocen el sosiego. No hace mucho, Bárbara Walters dedicó un segmento de su programa a este caso. El gesto despectivo con el que Ratzinger, frente a las cámaras, se niega a hablar de Maciel es muy aleccionador.
Yo he querido hablar de esto porque creo que el caso debe ser ventilado y porque creo en la pena enorme de todos los que he entrevistado. Escribo también porque razonablemente me niego a aceptar que 40 adultos respetables decidan ponerse de acuerdo para conspirar contra la Iglesia y pasen por la enorme pena de reconocer que en su infancia fueron abusados sexualmente y fueron orillados a la mentira.
Escribo también porque nadie me da buenas razones acerca de Marcial Maciel: me hablan de un santo, me hablan de un mártir y de una conspiración y me remiten a un portal de Internet que me dice lo mismo. No pretendo el escándalo ni la difamación.
Cuando yo tenía 15 años recibí la noticia de que mi hermano de 17, que padecía parálisis cerebral, había sido violado por un "enfermero". En su momento, yo perdoné a este sujeto, pero antes exigí y logré justicia. Así pues, soy parte de los quejosos. Estoy con ellos y contra las complicidades. Como ellos exijo justicia y me muestro dispuesto al perdón.
Después de su rabieta televisada, Ratzinger abordó su interminable Mercedes negro y desapareció. Yo no he hecho ninguna rabieta y no me retiro. Aquí me quedo.


Para salvar a la Iglesia la jerarquía debe reconocer sus pecados

(publicado el 20-07-2003 en la revista Proceso, México, Sección Análisis p. 32-34)

Después de denunciar los abusos sexuales cometidos contra varios jóvenes por el padre Marcial Maciel, superior de los Legionarios de Cristo, el sacerdote Alberto Athié fue marginado de sus actividades dentro de la Iglesia católica de México. Tras varios meses de reflexión, decidió renunciar al ejercicio de su ministerio mediante una carta al Papa Juan Pablo II. Esta es la primera entrevista que concede después de haber tomado esa decisión.

Ignacio Solares

La jerarquía católica debería reconocer públicamente: "Somos pecadores,faltamos a la verdad y necesitamos de la gracia para resurgir". De la contrario, los cristianos seguirán: alejándose de los templos y el mundo sufrirá una "descristianización", como la que padece crecientemente Europa desde hace 40 años.


Así la explica el padre Alberto Athié Gallo, sacerdote que renunció al ejercicio del ministerio mediante una carta al Papa Juan Pablo con copia para el cardenal Norberto Rivera Carrera, de la que no ha recibido respuesta alguna.

Activo participante como miembro de la comisión del Episcopado para las negociaciones de paz en Chiapas; el padre Athié desató el escándalo al denunciar públicamente el abuso sexual perpetrado por el padre Marcial Maciel, jerarca de los Legionarios de Cristo, en contra de jóvenes que callaron durante mucho tiempo y hasta hace un par de años tuvieron el valor de revelar el secreto que guardaron por miedo o vergüenza. Athié trató de hallar los espacios para ser escuchado, pero sólo encontró, primero, el silencio cómplice y, después, el vilipendio y las amenazas en contra de su persona, que lo llevaron, incluso, al exilio en Estados Unidos.

En esta entrevista -la única que ha dado desde que regresó de Chicago, el padre Athié revela las razones que lo llevaron a tomar la decisión de renunciar a su ministerio, así como los embates de ciertos sectores de la jerarquía católica para endurecer la posición de la Iglesia -en relación con el conflicto en Chiapas, -en especial contra el obispo Samuel Ruiz.

Graduado en teología moral en la Universidad Gregoriana y con estudios de Postgrado en la Universidad de Santo Tomás, el padre Athié se ordenó sacerdote el 15 de septiembre de 1983 en la Basílica de Guadalupe. Veinte años después, a los 49 de edad, renunció a su ministerio profundamente consternado por la rotonda negativa de los mandos eclesiales de hacer justicia en el caso del influyente fundador de los Legionarios de Cristo. Con ello culmina una etapa de su vida en la que se desempeñó como profesor en la Universidad Pontificia de México y en el Seminario Conciliar, además de haber sido asesor del Departamento Episcopal de Pastoral Social (Depas) y del Secretariado Latinoamericano y de El Caribe de Cáritas Internacional, de cuyo capítulo mexicano fue vicepresidente.

En busca de la justicia

-¿Cómo empezó el conflicto? -A partir del caso del padre José Manuel Fernández Amenábar, a quien conocí en el momento último de su vida. Tenía una enfermedad crónica, ya terminal, y había en él una lucha muy grande y dramática, entre el encuentro con Dios y el conflicto -siempre dialéctico- entre el perdón y la búsqueda de la justicia. Ese es, tal vez, uno de los temas más importantes de la teología cristiana: cómo encontrar perdonar a quien te ha ofendido, a quien ha destruido tu vida y, al mismo tiempo, pedir justicia. La justicia para un cristiano no significa venganza ni el deseo de destruir al otro, sino reivindicar una realidad que ha lastimado profundamente al prójimo.

-¿Quién era el padre Fernández Amenábar?

-Llegó a ser un sacerdote muy prominente en términos de su ministerio. Fue rector de la Universidad Anáhuac. Murió en 1995 a los sesenta y tantos años. Afirmaba (me lo dijo confidencialmente) que el padre Marcial Maciel había abusado sexualmente de él en varias ocasiones. También él le conseguía la volantina, que es una droga. Por lo que sé, era una persona sumamente cercana en términos de afecto y de servicio al padre Maciel. Yo lo invité a que perdonara a este hermano que le había hecho tal daño y le ofrecí acompañarlo en la búsqueda de la justicia. Me metió de golpe en una situación en la que jamás imaginé participar y que me cambió la vida. Me pidió que estuviera presente el día de su sepultura, que celebrara una misa y les dijera a las personas presentes que él ya había perdonado al padre Maciel, pero que también pedía justicia.

-¿Justicia?

-Sí, justicia, con todo lo que implica.

-¿Dónde te lo dijo?

-En el Sanatorio Español, a finales de 1994; él murió en febrero de 1995. En ese entonces, yo trabajaba en Iztapalapa, en una parroquia muy pobre, y participaba en el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristian? como profesor y miembro del Consejo. El padecía paraplejia y tenía una pierna sumamente hinchada por la flebitis. Sentí una profunda compasión por él, porque era un sacerdote aplastado completamente por la jerarquía, con una historia muy complicada, solo, totalmente abandonado.

-Pero no se salió de la Iglesia.

-Dejó de oficiar, pero evidentemente su fe y su experiencia de Dios siempre estuvieron presentes. No quería ver a nadie, pero él aceptó encontrarse conmigo y al final nos dimos un abrazo muy profundo. Ahí empezó todo para mí...

-¿ Cómo enfrentaste esa experiencia?

-Primero, en términos institucionales. Busqué dentro de la propia Iglesia algún mecanismo para difundir lo que había escuchado y solicitar alguna forma de demostración. Pronto encontré a otros sacerdotes que también habían sufrido abusos del padre Maciel y que durante años habían buscado dentro de la Iglesia que se les hiciera justicia, sin ningún resultado. Me propusieron darlo a conocer a los medios. Les recomendé agotar todas las instancias internas, y sólo entonces, de no ser escuchados, nos asistiría el derecho de reivindicar la causa en otra forma. Me entrevisté con el cardenal Norberto Rivera para acercarle información, pero su respuesta fue tajante: "Se trata de un complot y no tengo nada más que hablar contigo", y me corrió de su oficina.

-Luego hiciste unas declaraciones sobre Chiapas que causaron cierta molestia.

-Durante ese proceso de buscar una vía para hacer justicia, en 1996 me llamaron para trabajar en el Episcopado, en la Comisión de Pastoral Social,y el propio presidente de la Conferencia me llamó a colaborar en la Comisión para la Paz. Se dieron varios momentos complicados. El primero, y tal vez el más importante en términos internos de la Iglesia, fue cuando me nombraron secretario de esa Comisión. Le expresé a mi obispo que había sido llamado a este servicio y me dijo: "Yo de Chiapas no quiero saber nada ".

-Eso de "la verdad os hará libres " debe causarle verdadero escozor a Norberto Rivera...

El quería acabar con el modelo de Samuel Ruiz en Chiapas, pero le brincó una pieza inesperada desde arriba: el cardenal Roger Echegaray, presidente del Consejo Papa! "Justicia y Paz", que sabía de la problemática de Chiapas y trataba de buscarle una solución diferente. Cuando fui a ver . Echegaray a Roma para informarle de mi nombramiento y pedirle consejo al respecto, me dijo que se había hecho muy mal en marginar a la Diócesis de San Cristóbal como hasta ese momento. Me avisó que llegaría un nuncio con una perspectiva diferente y que lo buscara de su parte. Fue cuando llegó Justo Mullor (junio de 1997), quien pidió volvería revisar y replantearlo todo. Ahí mi papel fue intentar que el conflicto de Chiapas se entendiera como una pastoral de la Iglesia. Esta posición me enfrentó con algunos obispos, particularmente con el arzobispo Norberto Rivera.

LAS MENTIRAS Y EL ROMPIMIENTO

-Entonces el clima era ya de una franca confrontación.

-Empezó a darse un golpeteo cada vez más fuerte hacia mi persona y hacia mi trabajo, pero, por otro lado, de parte de los obispos que estaban en el Episcopado y me habían llamado a colaborar con ellos, había crecientes posibilidades de apoyo. Comencé con la Comisión de Pastoral Social; luego, me dieron la Comisión de Chiapas, y luego, la Comisión para elaborar todo eldocumento nacional sobre la transición en México y el papel que la Iglesia podía jugar en ella. En esos días, algunos ex legionarios de Cristo agraviados por Maciel habían publicado en Milenio una carta muy fuerte dirigida al Papa, contra la falta de justicia por los abusos que sufrieron. Le conté a Mullor mi experiencia con Fernández Amenábar. Por primera vez alguien me escuchó y me dijo qué se podía hacer. Me pidió que le escribiera una carta al cardenal Joseph Ratzinger narrándole exclusivamente lo que yo había vivido, sin hacer juicios de valor, y que al final le sugiriera qué podía hacerse al respecto, porque la Congregación para la Conservación de la Fe, que encabeza Ratzinger, es la instancia de la Iglesia que atiende este tipo de casos graves. En junio de 1999, redacté la carta y busqué entregársela personalmente a Ratzinger, quien jamás me recibió. Pero supe lo que respondió al leer mi carta: "Lamentablemente éste es un asunto muy delicado. El Santo Padre estima mucho al padre Maciel, quien ha hecho mucho bien a la Iglesia; no es prudente abrir el caso".

-Durante toda esta situación que has vivido, que ha sido muy complicada, has tenido presiones, recibiste amenazas, que incluso se extendieron hasta tus amigos. Es fácil saber de dónde pueden venir...

-Por eso, en 2001, viajé a Chicago. Allá me encontré con la historia de más de 3 mil casos de niños de quienes abusaron más de 180 sacerdotes. Como a algunos sólo los habían movido de una parroquia a otra, sin prevenir a la comunidad, habían continuado abusando cientos de veces más. Ahí comprendí que el silencio se convierte en complicidad, y decidí narrar públicamente, por primera vez, mi experiencia. Concedí una entrevista al National Catholic Reporter, que después retornaron los medios mexicanos, y el cardenal Rivera respondió: "Yo nunca recibí al padre Alberto Athié para ese asunto". ¡Mentira! Así que llegué a la conclusión de que ya no podía hacer nada como sacerdote entre la comunidad, que no podía ejercer el ministerio ante tal injusticia, que no podía obedecer incondicionalmente a la autoridad, porque le estaba yo haciendo el juego a ese valor de la obediencia ciega, que en términos seculares ha tenido consecuencias terribles para toda la humanidad.

-¿Tu renuncia ante la autoridad ya fue contestada?

-No, no ha habido respuesta.

-Bueno, pero se dará por sabida.

-Yo presenté mi renuncia. No estoy pidiendo que me la acepten o no.

-¿ y Norberto Rivera recibió copia?

-Norberto recibió copia.

-¿Piensas seguir participando en el proceso de posible transformación de la Iglesia?

-Tenemos que recuperar a la Iglesia como una comunidad democrática, no como una institución en la que la "verdad" la tiene la autoridad y los demás sólo podemos escuchar y obedecer.

-¿Hasta dónde podremos tener la fuerza para influir?

-Creo que un camino de recuperación para los católicos será a través del arte. Los artistas tienen una influencia enorme -que quizá ni ellos mismos calculan- sobre los jerarcas de la Iglesia.

-¿Ves más por ahí la salida –aunque suena un poco ilusa-que por la confrontación con la gente que ya te demostró que no escucha?

-Creo que hay que buscar todos los caminos, el del arte y también los de la confrontación.

-Si la estructura de la Iglesia ya no tiene remedio, ¿no será mejor dejar que se caiga, para después regresar a un concepto más primitivo del cristianismo? De todas maneras, las iglesias están cada vez más vacías.

-La verdad es que Europa se descristianizó tan sólo en 40 años, aunque sólo ha sido en el sentido eclesiástico, oficial, porque Cristo sigue vivo en la esperanza y en la necesidad de justicia.

-¿Estarías de acuerdo en que la Iglesia católica te conociera sus propios pecados?

-Sí, creo que ése sería un camino de salvación.

-Chesterton dice que hay que entender a la Iglesia no como un club de santos, sino como un sanatorio de enfermos; ¿Crees, de veras¡ que la jerarquía actual podría reconocer públicamente sus pecados?

-Creo que sí, que debería hacerlo así, ante toda la comunidad, ante todos nosotros, que somos el cuerpo de esa Iglesia. Debería afirmarlo con todas sus letras: "Somos pecadores, hemos faltado a la verdad y necesitamos de la gracia para resurgir".

 

 

 

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