El
padre Athié: perdón y justicia
Revista Proceso, México, Junio 2, 2002
(http://www.proceso.com.mx)
Germán Dehesa
(a
continuación de este artículo hemos añadido
una entrevista sobre la renuncia del padre Atihé al sacerdocio
a causa del encubrimiento que la cúpula de la Iglesia le
brinda a los delitos sexuales pedófilos cometidos por el
fundador de los Legionarios de Cristo. Ver.)
De profundis
José
Manuel Fernández Amenábar, quien ocupara un alto cargo
en la Legión de Cristo, muere, sin más auxilio que
el de sus amigos, en el Hospital Español en febrero de 1995.
La misa de difuntos la oficia el padre Alberto Athié quien,
unos meses antes, había conocido a Fernández Amenábar.
Varias señoras, que velaban por Fernández Amenábar,
habían buscado a Athié para que oyera en confesión
a este hombre "enojado con Dios", según declara
su amigo José Barba.
Contra lo que ahora afirman la Legión de Cristo y un reconocido
cardiólogo del Hospital Español, Amenábar estaba
lúcido y podía comunicarse; máxime si quien
lo escuchaba era un sacerdote sensible, bien dispuesto y con un
largo entrenamiento en el misterioso oficio de escuchar los últimos
mensajes (palabras, gestos, metalenguajes) de aquellos que se saben
a orillas de la muerte.
Aquí vale la pena puntualizar que quien esto escribe conoce
desde su juventud a Alberto Athié y que ha escuchado decenas
de testimonios de amigos y feligreses y que todo esto apunta en
una sola dirección: Athié es un sacerdote bondadoso,
compasivo, carismático a quien nadie ha acusado de mentir,
o de ansiar el poder.
En una larga sesión, Athié escuchó a Fernández
Amenábar. Según Athié, el testimonio que rindió
ese hombre enfermo fue terrible, pues acusaba al veneradísimo
y poderosísimo padre Marcial Maciel, fundador de la Legión
de Cristo, de drogadicción (morfina) y abuso sexual de menores.
Esta dolorosa plática terminó en una incontenible
efusión de llanto. Después de esto, Athié tuvo
que salir de viaje y, a su regreso, se enteró de la muerte
de aquel hombre con quien había compartido una comida y una
larga y contrita historia de iniquidades.
En recuerdo de Fernández Amenábar, Athié celebró
una misa de difuntos en la que pronunció una breve alocución.
Dentro de ésta, fueron pronunciadas las palabras que habrían
de desatar un proceso cuyas consecuencias todavía no terminan.
Este hombre, dijo Athié, murió en paz con Dios, pero
nos dejó dicho que otorgaba el perdón, pero que, a
la vez, exigía justicia.
Esto no puede sonar escandaloso ni para un laico, ni para un sacerdote.
Difícilmente los humanos podemos perdonar, si percibimos
que la justicia no se ha hecho presente.
Bastaron estas dos palabras, para que aquel viejo asunto de las
acusaciones en contra de Marcial Maciel se reactivara, regresara
a los tribunales eclesiásticos, irrumpiera en los medios
de comunicación, provocara testimonios, desatara condenas
fulminantes, fuese confundido dolosamente con un "complot contra
la Iglesia", creara enorme desasosiego y produjera, entre otras
muchas consecuencias de mayor trascendencia, la redacción
de estos renglones hecha por alguien que, como yo, hace un mes no
conocía ni siquiera de vista casi a ninguno de sus protagonistas
principales. Perdón y justicia.
Interviene José
Barba
La mirada de
José Barba te sobrepasa. Mira muy hacia atrás, muy
hacia adentro, muy hacia lo lejos. Actualmente es un reconocido
miembro del claustro profesoral del ITAM. Tiene más de 60
años y maneja fechas y datos con enorme precisión
y lucidez. Nos hemos citado en una cafetería y yo escucho,
eventualmente pregunto, observo y apunto.
En aquella misa de Fernández Amenábar, me dice, yo
escuché a Alberto Athié, a quien considero un hombre
íntegro de pies a cabeza, hablar de perdón y justicia
y de inmediato sentí que tenía yo que comunicarme
con ese hombre. Así lo hice, pactamos una cita y le conté
en detalle la historia de muchos exalumnos y exnovicios de los Legionarios,
yo entre ellos, que habíamos sido víctimas de abuso
sexual por parte del padre Maciel. Le conté también
de aquel famoso proceso de los cincuenta donde varios testigos se
vieron psicológicamente obligados a mentir en favor del fundador
de los Legionarios.
Aquí José Barba hace una pausa. Yo pregunto: ¿Usted
también mintió? Sí, sí mentí.
¿Por qué? Por débil, por cobarde, por ser demasiado
joven y porque para nosotros no había más mundo que
la Legión; yo fui reclutado muy pequeño en Los Altos
de Jalisco, mi único universo era el de la Legión
y el padre fundador era por definición, hiciera lo que hiciera,
un santo.
Sí, mentí. Por eso mismo fue tan providencial la aparición
de Alberto Athié que me escuchó a mí y a varios
de mis compañeros y nos ofreció llevar nuestro asunto
ante las autoridades eclesiásticas mexicanas, me refiero
al cardenal Norberto Rivera, y presentar este caso ante las autoridades
eclesiásticas.
Mientras Athié hacía su trabajo, nosotros hacíamos
el nuestro. Nos acercamos al padre Antonio Roqueñí,
una de las máximas autoridades en derecho canónico
y un hombre generoso y justo que supo escuchar los reclamos de este
grupo de sesentones que están tratando no tan sólo
de dar un testimonio y buscar justicia para lo que les ocurrió
hace tantos años, sino de evitar que tales cosas sigan ocurriendo
ante la indiferencia o la complicidad de las altas jerarquías
eclesiásticas.
Hablamos con Roqueñí, con Don Justo Mullor y finalmente
decidimos ir a Roma y presentar directamente nuestra causa. Allá
en Roma nos hospedamos en un hotel muy modesto y buscamos a un abogado
que nos representara. No son muchos los abogados que pueden litigar
en la Santa Sede. Finalmente dimos con Martha Wegan, doctora en
derecho canónico que aceptó representarnos y llevar
nuestro alegato ante el cardenal Ratzinger, presidente del Tribunal
de la Congregación para la Conservación de la Santa
Fe (según Antonio Roqueñí, lo que queda de
la Santa Inquisición). Ratzinger jamás recibió
a la doctora Wegan; en su lugar envió al franciscano Girotti
que ofreció una pronta respuesta. Diecisiete meses pasaron
y ésta nunca llegó.
Fue entonces y sólo entonces cuando José Barba y sus
compañeros (la mayoría académicos prestigiados)
decidieron volver a los medios (ya el Hartford Courant y La Jornada
habían publicado algo) y exponer su caso ante la sociedad.
Varios respetables medios extranjeros los escucharon. Vino luego
lo del Canal 40 con las furibundas reacciones que quien esto escribe
atestiguó. Recientemente y a la luz de los escándalos
suscitados en Estados Unidos (por lenidad de los obispos, un solo
sacerdote pudo violar a 130 niños), el programa Círculo
Rojo que transmite el Canal 2 de Televisa volvió sobre el
asunto y produjo fulminaciones similares.
De todo esto platiqué con José Barba. Su hablar es
pausado y puntual. Alcanzo a percibir lo profundo de su herida.
Ya era entrada la noche cuando nos despedimos con un fuerte abrazo.
Lo miré marcharse y pensé en los enormes daños
que los hombres nos hacemos por nuestra incapacidad de justicia
y de perdón.
El camino de
Alberto Athié
Por su don de
gentes, por su absoluta entrega, por su inagotable amor por los
humillados y ofendidos, por su gran inteligencia, Alberto Athié
era una figura importante en la Iglesia mexicana. No lo fue más,
porque en su camino se presentó este asunto que reclamaba,
no venganza, no castigo, simplemente justicia.
Con la atingencia que le es propia, Athié intentó
presentar el caso ante la autoridad eclesiástica correspondiente,
el cardenal Norberto Rivera, pero éste de modo abrupto le
hizo saber que no quería tratar el asunto y que todo era
parte de un complot contra la Iglesia y, tras varios intentos fallidos,
todo hizo crisis con un telefonema en el que Rivera duramente le
advirtió: "Tú eres responsable de lo que vayas
a decir". A raíz de esta incomunicación, Athié
preparó un documento que presentaba estos casos de abuso
del modo más aséptico. Una vez que estuvo listo, lo
envió, a través del obispo de Coatzacoalcos, Carlos
Talavera, al cardenal Ratzinger quien, como única respuesta,
comentó que el caso era muy delicado, que el Papa tenía
un gran aprecio por el padre Maciel y que, por lo mismo, no era
prudente tratarlo.
Ahí terminó la que hubiera sido una brillante carrera
dentro de la alta jerarquía mexicana. Athié reside
ahora en Chicago, acogido por los claretianos y haciendo labor pastoral
entre los migrantes mexicanos. ¿El error de Athié?:
abogar de modo firme y respetuoso, en el seno de su Iglesia, por
los niños de hace 50 años y por los niños de
ahora. Para Ratzinger y para Norberto Rivera el asunto estaba concluido;
para Alberto Athié apenas comenzaba el período más
oscuro y doloroso de su vida.
Sacerdote de firme vocación, ahora busca un asidero para
perseverar en su ministerio. Como él mismo me dice: mi caso
es lo de menos; lo grave es que mi Iglesia no se conduela y proteja
a aquellos que antes o ahora están en peligro de que su infancia
sea lastimada, atropellada, destruida. Hay algo todavía más
grave, añade Athié: el sistema de complicidades entre
las cúpulas del poder eclesiástico y entre éstas
y las del poder político y financiero. Mucho es lo que la
Iglesia le ha enseñado al mundo de los laicos; hoy mi Iglesia
algo tendría que aprender de derechos humanos y de democracia.
¡No te
rajes Beto!
El mensaje lo
envía el padre Antonio Roqueñí, pero lo suscribimos
Javier Sicilia, Carmen Aristegui, Javier Solórzano, José
Barba y Germán Dehesa. Roqueñí es un sacerdote
libre, sonriente, muy sabio y de muy buena facha. En todo lo que
estuvo en su mano, él trató de ayudar a José
Barba y a sus amigos. Fracasó y esto no lo tiene demasiado
satisfecho.
Hace unas cuantas tardes, platicamos en mi oficina y me fue muy
grato escuchar a este hombre alegre que enciende su cigarrillo,
paladea su café y platica: tengo mucho trabajo, me comenta,
pero por Beto Athié no hay esfuerzo que no haga... sí,
la está pasando mal y no es para menos... es un asunto muy
complicado... al silencio del Papa yo lo calificaría como
inquietante... ¿cómo dices? (el tuteo se estableció
de inmediato); no, no estás en lo correcto, un sacerdote
no está dispensado de presentarse ante los tribunales comunes;
la Iglesia tiene sus propios tribunales que juzgan "además
de", pero no "en lugar de"; aquí a los que
hay que preguntarle es a los feligreses que, con razón o
sin ella, prefieren evitar el escándalo de acusar a un sacerdote
ante un tribunal común... ¡pero no estamos hablando
de nada nuevo!, la Iglesia lleva 2000 años arrastrando carroña
ilustre y con esta carroña va adelante... ¿cómo
acabar con estas ratas?, muy fácil: con luz y limpieza, ésta
es nuestra tarea... a mí que no me vengan con que son los
Papas, los altos dignatarios, las grandes obras de personas como
Maciel, que son unos cuantos edificios lujosos y mucho dinero, las
que mantienen viva y a salvo a la Iglesia. Lo que la ha hecho prevalecer
es la fe del pueblo creyente, más nos vale escucharlo...
¿de mí qué quieres que te diga?, he tratado
de hacer bien mi trabajo, aunque reconozco que en dos ocasiones
el Vaticano ¡paf! me dio con la puerta en las narices: cuando
traté de presentar los escandalitos y escandalotes de Prigione
y cuando traté de presentar el caso de Marcial Maciel. Yo
no pierdo la esperanza. Mucho está cambiando y sólo
pido la gracia de la perseverancia final. Por cierto, tú
también trata de hacer bien tu trabajo. Los medios son ahora
el centro de todo. Me termino mi café y me voy. No se te
olvide decirle a Beto que no se raje.
No dejes de
hablar con Pomposo
Así me
dijo José Barba. Yo obedecí y platiqué con
él. Alexandre de Pomposo se llama él. Chaparrito,
ojos dulcísimos e inteligentes, manos nerviosas. Es de origen
judío, nació en México en 1957, parece tener
todos los doctorados del mundo. Después de convertirse al
catolicismo, decide en 1990 ingresar a la Legión de Cristo.
Dos años estuvo en Salamanca donde le adjudicaron la tarea
de enfermero.
Cuando Maciel llegaba a Salamanca, a mí me quitaban las llaves
de la enfermería (según testimonios, la enfermería
solía ser el lugar favorito de Maciel para presuntamente
cometer sus demasías con la droga y con niños y jóvenes).
En el 93 y sin muchas explicaciones, los legionarios me echaron
y me pusieron en un avión rumbo a México. En el 94
conocí a José Barba y, aunque yo no fui objeto de
abuso sexual como él, creo sin lugar a dudas que dice la
verdad. Sigo siendo católico. Amo profundamente a la Iglesia
y no estoy en contra de la Legión de Cristo. Para Maciel
no pido la hoguera, me gustaría verlo silenciado por el daño
tremendo que ha hecho. Por silenciarlo entiendo quitarle ese halo
de santidad que le han colocado y esa credibilidad absoluta que
tantos le conceden. Maciel es un hombre muy enfermo. Yo hablaría
de esquizofrenia y de una íntima convicción fascista;
pero no se trata de condenarlo, ni de absolverlo a priori. Hay que
juzgarlo a la luz de toda la nueva información que ha surgido.
Tiene razón Alberto: hacen falta justicia y perdón...
Para esto escribo
El costo de
las complicidades es cada vez más alto. Muchos han sufrido
y no conocen el sosiego. No hace mucho, Bárbara Walters dedicó
un segmento de su programa a este caso. El gesto despectivo con
el que Ratzinger, frente a las cámaras, se niega a hablar
de Maciel es muy aleccionador.
Yo he querido hablar de esto porque creo que el caso debe ser ventilado
y porque creo en la pena enorme de todos los que he entrevistado.
Escribo también porque razonablemente me niego a aceptar
que 40 adultos respetables decidan ponerse de acuerdo para conspirar
contra la Iglesia y pasen por la enorme pena de reconocer que en
su infancia fueron abusados sexualmente y fueron orillados a la
mentira.
Escribo también porque nadie me da buenas razones acerca
de Marcial Maciel: me hablan de un santo, me hablan de un mártir
y de una conspiración y me remiten a un portal de Internet
que me dice lo mismo. No pretendo el escándalo ni la difamación.
Cuando yo tenía 15 años recibí la noticia de
que mi hermano de 17, que padecía parálisis cerebral,
había sido violado por un "enfermero". En su momento,
yo perdoné a este sujeto, pero antes exigí y logré
justicia. Así pues, soy parte de los quejosos. Estoy con
ellos y contra las complicidades. Como ellos exijo justicia y me
muestro dispuesto al perdón.
Después de su rabieta televisada, Ratzinger abordó
su interminable Mercedes negro y desapareció. Yo no he hecho
ninguna rabieta y no me retiro. Aquí me quedo.
Para
salvar a la Iglesia la jerarquía debe reconocer sus pecados
(publicado
el 20-07-2003 en la revista Proceso, México, Sección
Análisis p. 32-34)
Después
de denunciar los abusos sexuales cometidos contra varios jóvenes
por el padre Marcial Maciel, superior de los Legionarios de Cristo,
el sacerdote Alberto Athié fue marginado de sus actividades
dentro de la Iglesia católica de México. Tras varios
meses de reflexión, decidió renunciar al ejercicio
de su ministerio mediante una carta al Papa Juan Pablo II. Esta
es la primera entrevista que concede después de haber tomado
esa decisión.
Ignacio
Solares
La jerarquía
católica debería reconocer públicamente: "Somos
pecadores,faltamos a la verdad y necesitamos de la gracia para resurgir".
De la contrario, los cristianos seguirán: alejándose
de los templos y el mundo sufrirá una "descristianización",
como la que padece crecientemente Europa desde hace 40 años.
Así la explica el padre Alberto Athié Gallo, sacerdote
que renunció al ejercicio del ministerio mediante una carta
al Papa Juan Pablo con copia para el cardenal Norberto Rivera Carrera,
de la que no ha recibido respuesta alguna.
Activo participante
como miembro de la comisión del Episcopado para las negociaciones
de paz en Chiapas; el padre Athié desató el escándalo
al denunciar públicamente el abuso sexual perpetrado por
el padre Marcial Maciel, jerarca de los Legionarios de Cristo, en
contra de jóvenes que callaron durante mucho tiempo y hasta
hace un par de años tuvieron el valor de revelar el secreto
que guardaron por miedo o vergüenza. Athié trató
de hallar los espacios para ser escuchado, pero sólo encontró,
primero, el silencio cómplice y, después, el vilipendio
y las amenazas en contra de su persona, que lo llevaron, incluso,
al exilio en Estados Unidos.
En esta entrevista
-la única que ha dado desde que regresó de Chicago,
el padre Athié revela las razones que lo llevaron a tomar
la decisión de renunciar a su ministerio, así como
los embates de ciertos sectores de la jerarquía católica
para endurecer la posición de la Iglesia -en relación
con el conflicto en Chiapas, -en especial contra el obispo Samuel
Ruiz.
Graduado en
teología moral en la Universidad Gregoriana y con estudios
de Postgrado en la Universidad de Santo Tomás, el padre Athié
se ordenó sacerdote el 15 de septiembre de 1983 en la Basílica
de Guadalupe. Veinte años después, a los 49 de edad,
renunció a su ministerio profundamente consternado por la
rotonda negativa de los mandos eclesiales de hacer justicia en el
caso del influyente fundador de los Legionarios de Cristo. Con ello
culmina una etapa de su vida en la que se desempeñó
como profesor en la Universidad Pontificia de México y en
el Seminario Conciliar, además de haber sido asesor del Departamento
Episcopal de Pastoral Social (Depas) y del Secretariado Latinoamericano
y de El Caribe de Cáritas Internacional, de cuyo capítulo
mexicano fue vicepresidente.
En busca de
la justicia
-¿Cómo
empezó el conflicto? -A partir del caso del padre José
Manuel Fernández Amenábar, a quien conocí en
el momento último de su vida. Tenía una enfermedad
crónica, ya terminal, y había en él una lucha
muy grande y dramática, entre el encuentro con Dios y el
conflicto -siempre dialéctico- entre el perdón y la
búsqueda de la justicia. Ese es, tal vez, uno de los temas
más importantes de la teología cristiana: cómo
encontrar perdonar a quien te ha ofendido, a quien ha destruido
tu vida y, al mismo tiempo, pedir justicia. La justicia para un
cristiano no significa venganza ni el deseo de destruir al otro,
sino reivindicar una realidad que ha lastimado profundamente al
prójimo.
-¿Quién
era el padre Fernández Amenábar?
-Llegó
a ser un sacerdote muy prominente en términos de su ministerio.
Fue rector de la Universidad Anáhuac. Murió en 1995
a los sesenta y tantos años. Afirmaba (me lo dijo confidencialmente)
que el padre Marcial Maciel había abusado sexualmente de
él en varias ocasiones. También él le conseguía
la volantina, que es una droga. Por lo que sé, era una persona
sumamente cercana en términos de afecto y de servicio al
padre Maciel. Yo lo invité a que perdonara a este hermano
que le había hecho tal daño y le ofrecí acompañarlo
en la búsqueda de la justicia. Me metió de golpe en
una situación en la que jamás imaginé participar
y que me cambió la vida. Me pidió que estuviera presente
el día de su sepultura, que celebrara una misa y les dijera
a las personas presentes que él ya había perdonado
al padre Maciel, pero que también pedía justicia.
-¿Justicia?
-Sí,
justicia, con todo lo que implica.
-¿Dónde
te lo dijo?
-En el Sanatorio
Español, a finales de 1994; él murió en febrero
de 1995. En ese entonces, yo trabajaba en Iztapalapa, en una parroquia
muy pobre, y participaba en el Instituto Mexicano de Doctrina Social
Cristian? como profesor y miembro del Consejo. El padecía
paraplejia y tenía una pierna sumamente hinchada por la flebitis.
Sentí una profunda compasión por él, porque
era un sacerdote aplastado completamente por la jerarquía,
con una historia muy complicada, solo, totalmente abandonado.
-Pero no se
salió de la Iglesia.
-Dejó
de oficiar, pero evidentemente su fe y su experiencia de Dios siempre
estuvieron presentes. No quería ver a nadie, pero él
aceptó encontrarse conmigo y al final nos dimos un abrazo
muy profundo. Ahí empezó todo para mí...
-¿ Cómo
enfrentaste esa experiencia?
-Primero, en
términos institucionales. Busqué dentro de la propia
Iglesia algún mecanismo para difundir lo que había
escuchado y solicitar alguna forma de demostración. Pronto
encontré a otros sacerdotes que también habían
sufrido abusos del padre Maciel y que durante años habían
buscado dentro de la Iglesia que se les hiciera justicia, sin ningún
resultado. Me propusieron darlo a conocer a los medios. Les recomendé
agotar todas las instancias internas, y sólo entonces, de
no ser escuchados, nos asistiría el derecho de reivindicar
la causa en otra forma. Me entrevisté con el cardenal Norberto
Rivera para acercarle información, pero su respuesta fue
tajante: "Se trata de un complot y no tengo nada más
que hablar contigo", y me corrió de su oficina.
-Luego hiciste
unas declaraciones sobre Chiapas que causaron cierta molestia.
-Durante ese
proceso de buscar una vía para hacer justicia, en 1996 me
llamaron para trabajar en el Episcopado, en la Comisión de
Pastoral Social,y el propio presidente de la Conferencia me llamó
a colaborar en la Comisión para la Paz. Se dieron varios
momentos complicados. El primero, y tal vez el más importante
en términos internos de la Iglesia, fue cuando me nombraron
secretario de esa Comisión. Le expresé a mi obispo
que había sido llamado a este servicio y me dijo: "Yo
de Chiapas no quiero saber nada ".
-Eso de "la
verdad os hará libres " debe causarle verdadero escozor
a Norberto Rivera...
El quería
acabar con el modelo de Samuel Ruiz en Chiapas, pero le brincó
una pieza inesperada desde arriba: el cardenal Roger Echegaray,
presidente del Consejo Papa! "Justicia y Paz", que sabía
de la problemática de Chiapas y trataba de buscarle una solución
diferente. Cuando fui a ver . Echegaray a Roma para informarle de
mi nombramiento y pedirle consejo al respecto, me dijo que se había
hecho muy mal en marginar a la Diócesis de San Cristóbal
como hasta ese momento. Me avisó que llegaría un nuncio
con una perspectiva diferente y que lo buscara de su parte. Fue
cuando llegó Justo Mullor (junio de 1997), quien pidió
volvería revisar y replantearlo todo. Ahí mi papel
fue intentar que el conflicto de Chiapas se entendiera como una
pastoral de la Iglesia. Esta posición me enfrentó
con algunos obispos, particularmente con el arzobispo Norberto Rivera.
LAS MENTIRAS
Y EL ROMPIMIENTO
-Entonces el
clima era ya de una franca confrontación.
-Empezó
a darse un golpeteo cada vez más fuerte hacia mi persona
y hacia mi trabajo, pero, por otro lado, de parte de los obispos
que estaban en el Episcopado y me habían llamado a colaborar
con ellos, había crecientes posibilidades de apoyo. Comencé
con la Comisión de Pastoral Social; luego, me dieron la Comisión
de Chiapas, y luego, la Comisión para elaborar todo eldocumento
nacional sobre la transición en México y el papel
que la Iglesia podía jugar en ella. En esos días,
algunos ex legionarios de Cristo agraviados por Maciel habían
publicado en Milenio una carta muy fuerte dirigida al Papa, contra
la falta de justicia por los abusos que sufrieron. Le conté
a Mullor mi experiencia con Fernández Amenábar. Por
primera vez alguien me escuchó y me dijo qué se podía
hacer. Me pidió que le escribiera una carta al cardenal Joseph
Ratzinger narrándole exclusivamente lo que yo había
vivido, sin hacer juicios de valor, y que al final le sugiriera
qué podía hacerse al respecto, porque la Congregación
para la Conservación de la Fe, que encabeza Ratzinger, es
la instancia de la Iglesia que atiende este tipo de casos graves.
En junio de 1999, redacté la carta y busqué entregársela
personalmente a Ratzinger, quien jamás me recibió.
Pero supe lo que respondió al leer mi carta: "Lamentablemente
éste es un asunto muy delicado. El Santo Padre estima mucho
al padre Maciel, quien ha hecho mucho bien a la Iglesia; no es prudente
abrir el caso".
-Durante toda
esta situación que has vivido, que ha sido muy complicada,
has tenido presiones, recibiste amenazas, que incluso se extendieron
hasta tus amigos. Es fácil saber de dónde pueden venir...
-Por eso, en
2001, viajé a Chicago. Allá me encontré con
la historia de más de 3 mil casos de niños de quienes
abusaron más de 180 sacerdotes. Como a algunos sólo
los habían movido de una parroquia a otra, sin prevenir a
la comunidad, habían continuado abusando cientos de veces
más. Ahí comprendí que el silencio se convierte
en complicidad, y decidí narrar públicamente, por
primera vez, mi experiencia. Concedí una entrevista al National
Catholic Reporter, que después retornaron los medios mexicanos,
y el cardenal Rivera respondió: "Yo nunca recibí
al padre Alberto Athié para ese asunto". ¡Mentira!
Así que llegué a la conclusión de que ya no
podía hacer nada como sacerdote entre la comunidad, que no
podía ejercer el ministerio ante tal injusticia, que no podía
obedecer incondicionalmente a la autoridad, porque le estaba yo
haciendo el juego a ese valor de la obediencia ciega, que en términos
seculares ha tenido consecuencias terribles para toda la humanidad.
-¿Tu
renuncia ante la autoridad ya fue contestada?
-No, no ha habido
respuesta.
-Bueno, pero
se dará por sabida.
-Yo presenté
mi renuncia. No estoy pidiendo que me la acepten o no.
-¿ y
Norberto Rivera recibió copia?
-Norberto recibió
copia.
-¿Piensas
seguir participando en el proceso de posible transformación
de la Iglesia?
-Tenemos que
recuperar a la Iglesia como una comunidad democrática, no
como una institución en la que la "verdad" la tiene
la autoridad y los demás sólo podemos escuchar y obedecer.
-¿Hasta
dónde podremos tener la fuerza para influir?
-Creo que un
camino de recuperación para los católicos será
a través del arte. Los artistas tienen una influencia enorme
-que quizá ni ellos mismos calculan- sobre los jerarcas de
la Iglesia.
-¿Ves
más por ahí la salida –aunque suena un poco ilusa-que
por la confrontación con la gente que ya te demostró
que no escucha?
-Creo que hay
que buscar todos los caminos, el del arte y también los de
la confrontación.
-Si la estructura
de la Iglesia ya no tiene remedio, ¿no será mejor
dejar que se caiga, para después regresar a un concepto más
primitivo del cristianismo? De todas maneras, las iglesias están
cada vez más vacías.
-La verdad es
que Europa se descristianizó tan sólo en 40 años,
aunque sólo ha sido en el sentido eclesiástico, oficial,
porque Cristo sigue vivo en la esperanza y en la necesidad de justicia.
-¿Estarías
de acuerdo en que la Iglesia católica te conociera sus propios
pecados?
-Sí,
creo que ése sería un camino de salvación.
-Chesterton
dice que hay que entender a la Iglesia no como un club de santos,
sino como un sanatorio de enfermos; ¿Crees, de veras¡
que la jerarquía actual podría reconocer públicamente
sus pecados?
-Creo que sí,
que debería hacerlo así, ante toda la comunidad, ante
todos nosotros, que somos el cuerpo de esa Iglesia. Debería
afirmarlo con todas sus letras: "Somos pecadores, hemos faltado
a la verdad y necesitamos de la gracia para resurgir".
|