Informes
sobre la violación de decenas de monjas por sacerdotes católicos
en 23 países.
La revista
norteamericana National Catholic Reporter ha publicado los
informes realizados por las religiosas María O'Donohue y Maura McDonald
en los que denuncian violaciones, abortos y todo tipo de abusos
sexuales cometidos por sacerdotes católicos.
En esta página
se reproduce el informe original de la revista NCR, un artículo
de prensa, la nota de prensa elaborada por el autor de este web,
el importante informe elaborado por la hermana Fangman mucho antes
de que estallara este escándalo, y la Resolución aprobada
por el Parlamento Europeo a propósito de estos delitos del
clero católico.
El
País, 21-3-2001(El
Vaticano reconoce que cientos de monjas han sido violadas por misioneros)
National
Catholic Reporter, March 16, 2001 (Reports
of abuse)
National
Catholic Reporter, March 16, 2001 (Inside
NCR)
Nota
de prensa enviada por el autor de este site web, 23-3-2001
Informe
"Las raíces
eclesiásticas de los abusos a las monjas" de Esther
Fangman (monja benedictina y psicóloga), septiembre 2000.
Traducción al español.
Resolución
del Parlamento Europeo "Sobre
la violencia sexual contra las mujeres y en particular contra religiosas
católicas",
Estrasburgo, 5 de abril 2001.
El País, miércoles
21 de marzo de 2001
El
Vaticano reconoce que cientos de monjas han sido violadas por misioneros
(*)
(*) Nota
del webmaster: no fueron "misioneros" los violadores sino
sacerdores diocesanos, aunque también es cierto que los misioneros
conocieron los hechos y los encubrieron).
El Vaticano
admite el problema, comprobado en 23 países, y anuncia que se está
afrontando
LOLA GALÁN |
Roma
Centenares de
monjas en 23 países, la mayoría en África, han denunciado haber
sufrido abusos sexuales, a veces sistemáticos, por parte de sacerdotes
y misioneros. Los datos figuran en varios informes de la religiosa
Maria O'Donohue y en otro de Maura McDonald, publicados por la revista
norteamericana National Catholic Reporter. El portavoz vaticano,
Joaquín Navarro Valls, reconoció ayer que el problema es 'conocido'
y que 'se está afrontando', pero lo circunscribió a 'un área geográfica
limitada' refiriéndose a África, aunque sin mencionar el continente.
Los abusos sexuales
dentro de las congregaciones religiosas comenzaron a denunciarse
en los años noventa. El 18 de febrero de 1995 la religiosa Maura
O'Donohue, coordinadora del programa sobre el sida de Caritas Internacional
y del Cafod (Fondo Católico de Ayuda al Desarrollo), presentó un
informe sobrecogedor al presidente de los Institutos de Vida Consagrada
y Sociedades de Vida Apostólica, el cardenal español Eduardo Martínez
Somalo. El cardenal, sorprendido por las dimensiones del problema,
encargó investigar la situación a un grupo de trabajo presidido
por O' Donohue.
La nueva investigación
dibujó un panorama aún más inquietante. La lista de abusos es variada
y descorazonadora: el informe incluye casos de novicias violadas
por los sacerdotes a quienes tienen que solicitar los certificados
oportunos, habla de médicos de hospitales católicos que se ven asediados
por sacerdotes que les llevan 'a monjas y otras jóvenes para abortar'.
O'Donohue cita un caso extremo, el de 'un sacerdote que obliga a
abortar a una monja, ella muere y él oficia la misa de difuntos'
por la joven fallecida.
Peso de las
culturas
Aunque el informe,
recogido ayer por el diario italiano La Repubblica, recoge denuncias
de abusos en 23 países, de Burundi a Filipinas, de India a Colombia,
de Irlanda a Italia y a EE UU, lo cierto es que el grueso de los
casos se produce en África. Los progresos de la Iglesia en ese continente,
donde el aumento de las vocaciones y el incremento de fieles son
incesantes, podrían ser tan grandes como superficiales a tenor de
estos datos que reflejan el peso enorme de las culturas propias,
incluso en los hombres y mujeres que han optado por la vida religiosa.
Sin especificar el nombre del país, el informe reconoce que determinadas
culturas representan un serio inconveniente para el mantenimiento
de los principios de la vida religiosa. En el continente africano,
explica el texto, es 'imposible para una mujer rechazar a un hombre,
sobre todo si es anciano y en especial si es un sacerdote', y la
cultura está lejos de favorecer el celibato.
Son situaciones
agravadas por la extensión del sida, como viene a demostrar otro
informe redactado por la misma religiosa y entregado a las autoridades
eclesiásticas en 1994. O'Donohue comprobó que el fenómeno del sida
había convertido a las religiosas en un grupo 'seguro' desde el
punto de vista sanitario, lo que aumentaba el interés de los sacerdotes
por ellas. A este respecto se cita el caso de la superiora de un
convento que fue contactada por unos sacerdotes interesados en mantener
relaciones sexuales seguras con las religiosas.
En el informe
de O'Donohue se habla de religiosos que piden a las monjas que recurran
a la píldora y, en concreto, se alude a una comunidad religiosa
femenina en la que la superiora solicitó la intervención del obispo
tras comprobar que una serie de sacerdotes de la diócesis habían
dejado embarazadas a 29 monjas. La reacción del obispo fue fulminante:
la superiora 'fue suspendida' y sustituida por otra religiosa.
Estos datos
han sido avalados por otro informe presentado en 1998 por Marie
McDonald, superiora de las Hermanas Misioneras de Nuestra Señora
de África, en el que se pasa revista a las diferentes estrategias
de acoso. Unas veces son sacerdotes que reclaman una especie de
contraprestación sexual a cambio de la confesión. Otras el abuso
se produce a partir de 'una dependencia financiera de las monjas
de sacerdotes que pueden pedir a cambio favores sexuales'. McDonald
está convencida de que hay que actuar con rapidez para atajar un
problema que aumenta, y no parece satisfecha de la línea de actuación
más bien tímida iniciada por el Vaticano.
Una línea que
Navarro Valls resumió ayer así: 'La Santa Sede está tratando la
cuestión en colaboración con los obispos, con la Unión Superior
de Generales y con la Unión Internacional de Superiores generales.
Se trabaja en la doble vertiente de la formación de las personas
y de la solución de cada caso particular'. En su comunicado el portavoz
vaticano recuerda, no obstante: 'Unas cuantas situaciones negativas
no pueden hacer olvidar la fidelidad con frecuencia heroica de la
gran mayoría de los religiosos, religiosas y sacerdotes'.
Dos semanas
de retiro por violar a la novicia
EL PAÍS | Madrid
Algunas de las
denuncias del informe de O'Donohue, publicadas en la revista National
Catholic Reporter, son:
- En ciertos
niveles, las candidatas a la vida religiosa tienen que prestar favores
sexuales a los sacerdotes para acceder a los certificados necesarios
y/o recomendaciones para trabajar en una diócesis.
- En algunos
países, las monjas tienen que afrontar las dificultades que implica
el verse obligadas a abandonar la congregación si se quedan embarazadas;
en cambio, el sacerdote implicado puede seguir desempeñando su ministerio.
Más allá de la rectitud, se plantea una cuestión de justicia social,
ya que la monja tiene entonces que cuidar al niño como madre soltera,
a menudo estigmatizada y en circunstancias socioeconómicas de suma
pobreza. Como han perdido su estatus en la cultura local, algunas
se ven forzadas a convertirse en la segunda o tercera esposa en
una familia. La alternativa es prostituirse.
- Algunos sacerdotes
engañaban a las monjas haciéndolas creer que la píldora anticonceptiva
evita el contagio del sida.
- En varios
países, los miembros de los consejos de las parroquias están poniendo
en entredicho a sus pastores por sus relaciones sexuales con mujeres
y muchachas. Algunas de ellas son esposas de feligreses que están
furiosos por la situación, pero se hallan desconcertados a la hora
de denunciar al sacerdote. Una parroquia llegó a ser atacada por
feligreses con armas de fuego, muy exaltados por el abuso de poder
y las traiciones de los sacerdotes.
- Se sabe que
algunos curas se relacionan con varias mujeres y tienen hijos de
más de una de ellas. Muchos testimonios citados por el informe manifiestan
que los feligreses esperan la oportunidad de presentarse voluntarios
para hablar en una homilía dialogada y denunciar públicamente a
algunos curas por su doble rasero entre lo que predican y lo que
hacen.
- Una mujer
recién convertida del islam al cristianismo fue aceptada como novicia
en una congregación local. Cuando fue a solicitar al párroco los
certificados correspondientes, éste la violó como requisito previo.
Como ella había sido repudiada por su familia por abandonar el islam,
no podía volver a casa, por lo que se unió a la congregación. Poco
después supo que estaba embarazada. No le quedó más remedio que
huir y pasó diez días deambulando por la selva. Por fin decidió
ir a ver al obispo, que llamó al cura. Éste aceptó la acusación
y fue castigado con un retiro de dos semanas.
- Desde los
años ochenta, en varios países, las monjas se niegan a viajar solas
en coche en compañía de un sacerdote por miedo a sufrir abusos.
Volver
a inicio
National Catholic
Reporter, March 16, 2001
Reports
of abuse
AIDS exacerbates
sexual exploitation of nuns, reports allege
By JOHN L. ALLEN
JR. and PAMELA SCHAEFFER NCR
Staff, Rome
and Kansas City, Mo.
Several reports
written by senior members of women's religious orders and by an
American priest assert that sexual abuse of nuns by priests, including
rape, is a serious problem, especially in Africa and other parts
of the developing world. The reports allege that some Catholic clergy
exploit their financial and spiritual authority to gain sexual favors
from religious women, many of whom, in developing countries, are
culturally conditioned to be subservient to men. The reports obtained
by NCR -- some recent, some in circulation at least seven years
-- say priests at times demand sex in exchange for favors, such
as permission or certification to work in a given diocese. The reports,
five in all, indicate that in Africa particularly, a continent ravaged
by HIV and AIDS, young nuns are sometimes seen as safe targets of
sexual activity. In a few extreme instances, according to the documentation,
priests have impregnated nuns and then encouraged them to have abortions.
In some cases,
according to one of the reports, nuns, through naiveté or social
conditioning to obey authority figures, may readily comply with
sexual demands.
Although the
problem has not been aired in public, the reports have been discussed
in councils of religious women and men and in the Vatican.
In November
1998, a fourpage paper titled "The Problem of the Sexual Abuse of
African Religious in Africa and Rome" was presented by Missionaries
of Our Lady of Africa Sr. Marie McDonald, the report's author, to
the Council of 16, a group that meets three times a year. The council
is made up of delegates from three bodies: the Union of Superiors
General, an association of men's religious communities based in
Rome, the International Union of Superiors General, a comparable
group for women, and the Con-gregation for Institutes of Consecrated
Life and Societies of Apostolic Life, the Vatican office that oversees
religious life.
Last September,
Benedictine Sr. Esther Fangman, a psychological counselor and president
of the Federation of St. Scholastica, raised the issue in an address
at a Rome congress of 250 Benedictine abbots. The federation is
an organization of 22 monasteries in the United States and two in
Mexico.
Five years earlier,
on Feb. 18, 1995, Cardinal Eduardo Martínez, prefect of the Vatican
congregation for religious life, along with members of his staff,
were briefed on the problem by Medical Missionary of Mary Sr. Maura
O'Donohue, a physician.
O'Donohue is
responsible for a 1994 report that constitutes one of the more comprehensive
accounts. At the time of its writing, she had spent six years as
AIDS coordina-tor for the Catholic Fund for Overseas Development
based in London.
Though statistics
related to sexual abuse of religious women are unavailable, most
religious leaders interviewed by NCR say the frequency and consistency
of the reports of sexual abuse point to a problem that needs to
be addressed.
"I don't believe
these are simply exceptional cases," Benedictine Fr. Nokter Wolf,
abbot primate of the Benedictine order, told NCR. "I think the abuse
described is happening. How much it happens, what the numbers are,
I have no way of knowing. But it is a serious matter, and we need
to discuss it."
Wolf has made
several trips to Africa to visit Benedictine institutions and is
in contact with members of the order there.
In her reports,
O'Donohue links the sexual abuse to the prevalence of AIDS in Africa
and concerns about contracting the disease.
"Sadly, the
sisters also report that priests have sexually exploited them because
they too had come to fear contamination with HIV by sexual contact
with prostitutes and other 'at risk' women," she wrote in 1994.
O'Donohue declined
requests for interviews with NCR.
In some cultures,
O'Donohue wrote, men who traditionally would have sought out prostitutes
instead are turning to "secondary school girls, who, because of
their younger age, were considered 'safe' from HIV."
Similarly,
religious sisters "constitute another group which has been identified
as 'safe' targets for sexual activity," O'Donohue wrote.
"For example,"
O'Donohue wrote, "a superior of a community of sisters in one country
was approached by priests requesting that sisters would be made
available to them for sexual favors. When the superior refused,
the priests explained that they would otherwise be obliged to go
to the village to find women, and might thus get AIDS."
O'Donohue wrote
that at first she reacted with "shock and disbelief" at the "magnitude"
of the problem she was encountering through her contacts with "a
great number of sisters during the course of my visits" in a number
of countries.
Different
view of celibacy
"The AIDS pandemic
has drawn attention to issues which may not previously have been
considered significant," she wrote. "The enormous challenges which
AIDS poses for members of religious orders and the clergy is only
now becoming evident."
In a report
on her 1995 meeting with Cardinal Martínez in the Vatican, O'Donohue
noted that celibacy may have different meanings in different cultures.
For instance, she wrote in her report, a vicar general in one African
diocese had talked "quite openly" about the view of celibacy in
Africa, saying that "celibacy in the African context means a priest
does not get married but does not mean he does not have children."
Of the world's
1 billion Catholics, 116.6 million -- about 12 percent -- live in
Africa. According to the 2001 Catholic Almanac, 561 are bishops
and archbishops, 26,026 are priests and 51,304 are nuns.
In addition
to such general overviews, Martínez's office has also received documentation
on specific cases. In one such incident, dating from 1988 in Malawi
and cited in O'Donohue's 1994 report, the leadership team of a diocesan
women's congregation was dismissed by the local bishop after it
complained that 29 sisters had been impregnated by diocesan priests.
Western missionaries helped the leadership team compile a dossier
that was eventually submitted to Rome.
One of those
missionaries, a veteran of more than two decades in Africa, said
the Malawi case was complex and the issue of sexual liaisons was
not the only factor in-volved. She described the incident in a not-for-attribution
interview with NCR.
The missionary
said the leadership team had adopted rules preventing sisters from
spending the night in a rectory, banning priests from staying overnight
in convents and prohibiting sisters from being alone with priests.
The rules were intended to reduce the possibility of sexual contact.
Several sources
told NCR that religious communities as well as church officials
have taken steps to correct the problem, though they were reluctant
to cite specific examples.
Others say the
climate of secrecy that still surrounds the issue indicates more
needs to be done.
The secrecy
is due in part to efforts by religious orders to work within the
system to address the problems and in part to the cultural context
in which they occur. In sub-Saharan Africa, for instance, where
the problems are reportedly the most severe, sexual behavior and
AIDS are rarely discussed openly. Among many people in that region
of Central and Southern Africa, sexual topics are virtually taboo,
according to many who have worked there.
Expressing frustration
at unsuccessful efforts to get church officials to address the problem,
O'Donohue wrote in 1994, "Groups of sisters from local congregations
have made passionate appeals for help to members of international
congregations and ex-plain that, when they themselves try to make
representations to church authorities about harassment by priests,
they simply 'are not heard.'
" The Vatican
press office did not respond to NCR requests for comment on this
story. O'Donohue wrote that, although she was aware of incidents
in some 23 countries, including the United States, on five continents,
the majority happened in Africa.
Ironically,
given the reticence of many Africans to talk about sex, casual sex
is common in parts of Africa, and sexual abstinence is rare. It's
a culture in which AIDS thrives. Experts say the view derives from
a deeply rooted cultural association between male-ness and progeny
-- a view that makes the church's insistence on celibacy difficult
not only in practice but also in concept for some African priests.
AIDS rampant
in Africa
Some 25.3 million
of the world's 36.1 million HIV-positive persons live in sub-Saharan
Africa. Since the epidemic began in the late 1970s, 17 million Africans
have died of AIDS, according to the World Health Organization. Of
the 5.3 million new cases of HIV infection in 2000, 3.8 million
occurred in Africa.
According to
a graphic article on AIDS in sub-Saharan Africa in the Feb. 12 issue
of Time magazine, "Casual sex of every kind is commonplace. Everywhere
there's pre-marital sex, sex as recreation. Obligatory sex and its
abusive counterpart, coercive sex. Transactional sex: sex as a gift,
sugar-daddy sex. Extramarital sex, second families, multiple partners."
Further, Time
reported, women, taught from birth to obey men, feel powerless to
pro-tect themselves from men's sexual desires.
Even accounting
for promiscuity -- which in fact, some experts have argued, is no
less a problem in Western nations -- the religious men and women
raising the issue of sex-ual exploitation of religious women say
the situations they report on are clearly intoler-able and, in some
cases, approach the unspeakable.
In one instance,
according to O'Donohue, a priest took a nun for an abortion, and
she died during the procedure. He later officiated at her requiem
Mass.
Harassment
common
In McDonald's
report, she states that "sexual harassment and even rape of sisters
by priests and bishops is allegedly common," and that "sometimes
when a sister becomes pregnant, the priest insists that she have
an abortion." She said her report referred mainly to Africa and
to African sisters, priests and bishops -- not because the problem
is exclusively an African one, but because the group preparing the
report drew "mainly on their own experience in Africa and the knowledge
they have obtained from the members of their own congregations or
from other congregations -- especially diocesan congregations in
Africa."
"We know that
the problem exists elsewhere too," she wrote.
"It is precisely
because of our love for the church and for Africa that we feel so
distressed about the problem," McDonald wrote.
McDonald's was
the report presented in 1998 to the Council of 16. She declined
to be interviewed by NCR.
When a sister
becomes pregnant, McDonald wrote, she is usually punished by dis-missal
from the congregation, while the priest is "often only moved to
another parish -- or sent for studies."
In her report,
McDonald wrote that priests sometimes exploit the financial dependency
of young sisters or take advantage of spiritual direction and the
sacrament of reconciliation to extort sexual favors.
McDonald cites
eight factors she believes give rise to the problem:
The fact that
celibacy and/or chastity are not values in some countries.
The inferior
position of women in society and the church. In some circumstances
"a sister … has been educated to regard herself as an inferior,
to be subservient and to obey."
"It is understandable
then, that a sister finds it impossible to refuse a cleric who asks
for sexual favours. These men are seen as 'authority figures' who
must be obeyed."
"Moreover, they
are usually more highly educated and they have received a much more
advanced theological formation than the sisters. They may use false
theological arguments to justify their requests and behaviour. The
sisters are easily impressed by these arguments. One of these goes
as follows:
" 'We are both
consecrated celibates. That means that we have promised not to marry.
However, we can have sex together without breaking our vows.' "
The AIDS pandemic,
which means sisters are more likely to be seen as "safe."
Financial dependence
created by low stipends for sisters laboring in their home countries
or inadequate support for sisters sent abroad for studies. The problem
of sexual abuse in Africa is most common, according to many observers,
among members of di-ocesan religious congregations with little money
and no network of international support.
A poor understanding
of consecrated life, both by the sisters and also by bishops, priests,
and lay people.
Recruitment
of candidates by congregations that lack adequate knowledge of the
culture.
Sisters sent
abroad to Rome and other countries for studies are often "too young
and/or immature," lack language skills, preparation and other kinds
of support, and "frequently turn to seminarians and priests for
help," creating the potential for exploitation.
"I do not wish
to imply that only priests and bishops are to blame and that the
sisters are simply their victims," McDonald wrote. "No, sisters
can sometimes be only too willing and can also be naïve."
Silence. "Perhaps
another contributing factor is the 'conspiracy of silence' surrounding
this issue," McDonald wrote. "Only if we can look at it honestly
will we be able to find solutions."
The American
priest who gave a similar account of sexual abuse of women religious
is Fr. Robert J. Vitillo, then of Caritas and now executive director
of the U.S. bishops' Campaign for Human Development. In March 1994,
a month after O'Donohue wrote her report, Vitillo spoke about the
problem to a theological study group at Boston Col-lege. Vitillo
has extensive knowledge of Africa based on regular visits for his
work. His talk, which focused on several moral and ethical issues
related to AIDS, was titled, "Theological Challenges Posed by the
Global Pandemic of HIV/AIDS."
'Necessary
to mention'
Vitillo, a priest
of the Paterson, N.J., diocese, declined requests from NCR for an
interview on the content of his talk.
He told the
gathering at Boston College that nuns had been targeted by men,
particularly clergy, who may have previously frequented prostitutes.
"The last ethical
issue which I find especially delicate but necessary to mention,"
he said, "involves the need to denounce sexual abuse which has arisen
as a specific result of HIV/AIDS. In many parts of the world, men
have decreased their reliance on commercial sex workers because
of their fear of contracting HIV. … As a result of this widespread
fear, many men (and some women) have turned to young (and therefore
presumably uninfected) girls (and boys) for sexual favors. Religious
women have also been targeted by such men, and especially by clergy
who may have previously frequented prostitutes. I myself have heard
the tragic stories of religious women who were forced to have sex
with the local priest or with a spiritual counselor who insisted
that this activity was 'good' for the both of them.
"Frequently,
attempts to raise these issues with local and international church
authorities have met with deaf ears," said Vitillo. "In North America
and in some parts of Europe, our church is already reeling under
the pedophilia scandals. How long will it take for this same institutional
church to become sensitive to these new abuse issues which are resulting
from the pandemic?"
The specific
circumstances outlined in the O'Donohue report are as follows: In
some instances, candidates to religious life had to provide sexual
favors to priests in order to acquire the necessary certificates
and/or recommendations to work in a diocese.
In several countries,
sisters are troubled by policies that require them to leave the
congregation if they become pregnant, while the priest involved
is able to continue his min-istry. Beyond fairness is the question
of social justice, since the sister is left to raise the child as
a single parent, "often with a great deal of stigmatization and
frequently in very poor socioeconomic circumstances. I was given
examples in several countries where such women were forced into
becoming a second or third wife in a family because of lost status
in the local culture. The alternative, as a matter of survival,
is to go 'on the streets' as prostitutes" and thereby "expose themselves
to the risk of HIV, if not already infected."
"Superior generals
I have met were extremely concerned about the harassment sisters
were experiencing from priests in some areas. One superior of a
diocesan congregation, where several sisters became pregnant by
priests, has been at a complete loss to find an appropriate solution.
Another diocesan congregation has had to dismiss over 20 sisters
because of pregnancy, again in many cases by priests.
"Some priests
are recommending that sisters take a contraceptive, misleading them
that 'the pill' will prevent transmission of HIV. Others have actually
encouraged abortion for sisters with whom they have been involved.
Some Catholic medical professionals employed in Catholic hospitals
have reported pressure being exerted on them by priests to procure
abortions in those hospitals for religious sisters.
"In a number
of countries, members of parish councils and of small Christian
communi-ties are challenging their pastors because of their relationships
with women and young girls generally. Some of these women are wives
of the parishioners. In such circumstances, husbands are angry about
what is happening, but are embarrassed to challenge their parish
priest. Some priests are known to have relations with several women,
and also to have children from more than one liaison. Laypeople
spoke with me about the concerns in this context stating that they
are waiting for the day when they will have dialogue homilies. This,
they volunteered, will afford them an opportunity to challenge certain
priests on the sincerity of their preaching and their apparent double
standards. In one country visited, I was informed that the presbytery
in a particular parish was at-tacked by parishioners armed with
guns because they were angry with the priests because of their abuse
of power and the betrayal of trust which their actions and lifestyles
reflected.
"In another
country a recent convert from Islam (one of two daughters who became
Christians) was accepted as a candidate to a local religious congregation.
When she went to her parish priest for the required certificates,
she was subjected to rape by the priest before being given the certificates.
Having been disowned by her family because of becoming a Christian,
she did not feel free to return home. She joined the congrega-tion
and soon afterwards found she was pregnant. To her mind, the only
option for her was to leave the congregation, without giving the
reason. She spent 10 days roaming the forest, agonizing over what
to do. Then she decided to go and talk to the bishop, who called
in the priest. The priest accepted the accusation as true and was
told by the bishop to go on a two-week retreat.
"Since the 1980s
in a number of countries sisters are refusing to travel alone with
a priest in a car because of fear of harassment or even rape. Priests
have also on occasion abused their position in their role as pastors
and spiritual directors and utilized their spiritual authority to
gain sexual favors from sisters. In one country, women supe-riors
have had to request the bishop or men superiors to remove chaplains,
spiritual di-rectors or retreat directors after they abused sisters."
Those most directly
affected are the women abused, wrote O'Donohue. The effects extend,
however, to the wider community and include disillusionment and
cynicism. The abused and others in the community "find the foundation
of their faith is suddenly shattered."
Many whose faith
has been shattered are from families that look unfavorably on religious
vocations and who "question why celibacy should be so strongly proclaimed
by the same people who are seemingly involved in sexually exploiting
others. This is seen as hypocrisy or at least as promoting double
standards," O'Donohue wrote.
Some observers
say that in the wake of such reports, steps have been taken to address
the problem.
New guidelines
Wolf, the Benedictine
leader in Rome, said, "Several monasteries already have guidelines
in case a monk is accused of sexual misconduct, taking care of the
individuals concerned, the victim included. I pushed this question
in our congregation. We need sincerity and justice."
A Vatican official
told NCR that "there are initiatives at multiple levels" to raise
awareness about the potential for sexual abuse in religious life.
The official cited efforts within conferences of religious superiors,
within bishops' conferences, and within particular communities and
dioceses.
Most of these,
the official said, were steps the Vatican is "aware of" and "supporting"
rather than organizing or initiating.
The Vatican
official was willing to speak anonymously about the problem with
NCR. The official noted two signs that the culture in the church
is changing. In specific cases, the official said, the response
from church leaders is more aggressive and swift; and in general,
there is a climate within religious life that these things have
to be discussed. "Talking about it is the first step towards a solution,"
the official said.
Church officials
have not always, however, been open to such exchanges. McDonald
wrote in her 1998 report that in March of that year she had spoken
to the standing committee of the Symposium of Episcopal Conferences
of Africa and Madagascar, the consortium of African bishops' conferences,
on the problem of sexual abuse of sisters. "Since most of what I
gave was based on reports coming from diocesan congregations and
Conferences of Major Superiors in Africa, I felt very convinced
of the authenticity of what I was saying," McDonald wrote.
Yet, "the bishops
present felt that it was disloyal of the sisters to have sent such
reports outside their dioceses," McDonald wrote. "They said that
the sisters in question should go to their diocesan bishop with
these problems."
"Of course,"
she wrote, "this would be the ideal. However, the sisters claim
that they have done so time and time again. Sometimes they are not
well received. In some in-stances they are blamed for what has happened.
Even when they are listened to sym-pathetically, nothing much seems
to be done."
Worth talking
about
Whatever positive
steps have been taken, the problem remains a live concern for religious
women. In an interview at her home in Kansas City, Mo., Fangman,
the nun who raised the issue last September at a gathering of Benedictine
abbots in Rome, told NCR that she had heard the stories about sisters
being sexually abused by priests during informal discussions at
meetings of abbesses and prioresses worldwide.
"The sisters
who brought it up were deeply hurt by it and found it very painful
-- and very painful to talk about," she said. Because of the pain
that she and others were hearing, "we decided that it was worth
also beginning to talk about in a more open way, and we had the
opportunity at our regular meeting with the Congress of Abbots,"
she said.
Fangman said
her report to the Benedictine abbots was based on the conversations
with sisters and on the material in O'Donohue's reports.
Fangman's talk
was published in a recent issue of the Alliance for International
Monasticism Bulletin, a mission magazine of the order.
O'Donohue's
report was prepared in a similar spirit: in hope of promoting change.
She wrote in her report that she had prepared it "after much profound
reflection and with a deep sense of urgency since the subjects involved
touch the very core of the church's mission and ministry."
The information
on abuse of nuns by priests "comes from missionaries (men and women);
from priests, doctors and other members of our loyal ecclesial family,"
she wrote. "I have been assured that case records exist for several
of the incidents" de-scribed in the report, she said, "and that
the information is not just based on hearsay." The 23 countries
listed in her report are: Botswana, Burundi, Brazil, Colombia, Ghana,
India, Ireland, Italy, Kenya, Lesotho, Malawi, Nigeria, Papua New
Guinea, Philippines, South Africa, Sierra Leone, Tanzania, Tonga,
Uganda, United States, Zambia, Zaire, Zimbabwe.
Her hope, she
wrote, is that the report "will consequently motivate appropriate
action especially on the part of those in positions of church leadership
and those responsible for formation."
John Allen's
e-mail address is jallen@natcath.org. Pamela Schaeffer's e-mail
address is pschaeffer@natcath.org
Documents related
to the above story will be available on the NCR Web site at www.natcath.com/NCR_Online/documents/index.htm
Volver
a inicio
National Catholic
Reporter, March 16, 2001
Inside
NCR
This week's
cover story is a jarring account of misused power and abuse that
has re-mained largely hidden amid layers of cultural idiosyncrasies
and church bureaucracy.
The first hints
of the story began circulating several years ago. In early 1999
we began to dig for more details related to the content of two reports
that came our way, one from several sources. We were also seeking
an assessment of the dimensions of the prob-lem and some indications
of what was being done to address the issue.
Then other reports
came to our attention. We became aware that the topic was being
discussed in many gatherings of religious women.
It is deeply
disturbing material.
The people who
gathered the primary data for the reports on which the story is
based, respected members of religious communities, professionals
responsible for the church's work in the wider world, did not intend
to come to the press with it. Their in-tent, we believe, was to
awaken religious communities to the abuse and to alert the Vatican,
hoping that something would be done.
We could find
little evidence that anything was being done through formal church
channels.
In the reporting
of this story, Managing Editor Pam Schaeffer and Rome Correspondent
John L. Allen Jr. found that those who compiled the reports were
reluctant to provide further details.
Their reluctance
is understandable. No one who has given a life of service to the
church wants to be perceived as betraying the institution or speaking
ill of it in public. Some are convinced that sensitive and embarrassing
matters are best handled in pri-vate, through church channels. It
is, finally, axiomatic that this papacy, with its ban on discussion
of ordaining women, optional celibacy and married priests, is not
conducive to discussion of even more difficult issues.
I wrestled with
this story for its implications beyond the church. We weren't eager
to spotlight one more agony for Africa, a continent already besieged
with war, poverty and epidemics.
We're keenly
aware that the scourge of AIDS in Africa could be diminished if
Western nations mustered the will to help (see NCR, Nov. 5, 1999).
It is an international scandal that so many Africans continue to
die of AIDS without treatment readily available in other countries.
Weighing injustices,
one against the other, however, does no one justice. The wounds
caused by sexual abuse won't heal if left alone, and indeed may
never heal. They are, however, as much a part of the 21st century
Catholic story as were all the golden moments of the Jubilee.
The Jesuit theologian
John Courtney Murray once wrote: "Through the rights of the people,
the freedom of the press knows only one limitation, and that is
the people's need to know. And I think within the church as within
civil society, the need of the peo-ple to know is in principle unlimited."
In this case,
the wider church community needs to know of this tragedy in order
to be-gin dealing with it. Women who have been victims must know
they are not abandoned or ignored to protect the institution. It
is also our hope that airing the reports will provide some safety
for women religious who may be in vulnerable circumstances and that
it will prevent further abuse.
The Christian
endeavor survived Peter's denial of Jesus. We all live in the tradition
of that denial as much as in the tradition of the Resurrection.
The alleged abuse and rape of young nuns in Africa is a modern denial.
Failing to fulfill our role as journalists would only amplify the
echo, through the ages, of Peter's line: "Woman, I do not know him."
We do know him. Forgiveness and redemption are ours, but not before
evil is named and confronted.
Tom Roberts
My email address is troberts@natcath.org
National Catholic
Reporter, March 16, 2001
Volver
a inicio
Nota
de prensa enviada por el autor de este site web:
La reciente
publicación, por parte de la revista norteamericana National Catholic
Reporter, del contenido de varios informes realizados por las religiosas
María O'Donohue y Maura McDonald, que denuncian la violación de
cientos de monjas en 23 países, así como embarazos, abortos y un
sin fin de tropelías sexuales, ha puesto de nuevo sobre la mesa
la espinosa cuestión de la vida sexual del clero católico.
La novedad,
ahora, es que el Vaticano ha declarado conocer la existencia de
estos delitos sexuales... aunque, tal como es norma de actuación
de las autoridades eclesiásticas, no han hecho nada para poner fin
a esa situación ni para castigar a los culpables a pesar de que
fueron informados de los delitos hace más de 6 años.
Desde los ámbitos
católicos intenta quitarse importancia a estos hechos argumentando
que "sólo" suceden en países africanos, por una cuestión estrictamente
cultural (más abajo analizaremos esta cuestión), pero, lamentablemente,
los abusos sexuales del clero católico son muy importantes en todo
el mundo, incluidos los países más desarrollados, entre los que
está España.
Tal como ya
saben la mayoría de los receptores de este e-mail, yo conozco bien
la situación española, ya que realicé en 1995 el primer y único
estudio riguroso sobre el comportamiento sexual de su clero. Trabajando
con una base de datos extraordinariamente amplia (ver la metodología
de la investigación en la sección temática "Sexualidad del clero"
de mi site web: http://www.pepe-rodriguez.com) y en la constan pruebas
irrefutables del historial sexual de casi 400 sacerdotes actualmente
en activo, se documentó la siguiente realidad estadística:
Entre los sacerdotes
actualmente en activo, un 95% de ellos se masturba, un 60% mantiene
relaciones sexuales, un 26% soba a menores, un 20% realiza prácticas
de carácter homosexual, un 12% es exclusivamente homosexual, y un
7% comete abusos sexuales graves con menores.
Las preferencias
sexuales del clero analizado son las siguientes: el 53% mantiene
relaciones sexuales con mujeres adultas, el 21% lo hace con varones
adultos, el 14% con menores varones y el 12% con menores mujeres.
Se observa, por tanto, que un 74% de ellos se relaciona sexualmente
con adultos, mientras que el 26% restante lo hace con menores; y
que domina la práctica heterosexual en el 65% de los casos, frente
al 35% que tienen orientación homosexual.
Entre los sujetos
con actividad heterosexual u homosexual habitual, el 36% comenzó
a mantener relaciones sexuales antes de los 40 años, mientras que
el 64% restante lo hizo durante el período comprendido entre sus
40 y 55 años.
Los gráficos
y otros datos estadísticos pueden encontrarse en http://www.pepe-rodriguez.com
y, claro, en el trabajo original publicado en el libro La vida sexual
del clero. Los datos estadísticos mencionados pueden ser extrapolables
a la situación que se está viviendo entre el clero católico de otros
países con estructura social similar a la española.
Otras investigaciones,
como la realizada un año antes, 1995, en la Universidad de Salamanca
y publicada por el Ministerio de Asuntos Sociales, afloraron un
dato no menos trágico: del total de españoles que han sufrido abusos
sexuales siendo menores, un 10 por ciento fue abusado por un sacerdote
católico.
Cuando se publicó
mi libro, del que en España se han vendido más de 55.000 ejemplares
a pesar de la censura impuesta por muchos medios de comunicación,
la cúpula del clero español me acusó de mentir y de buscar el escándalo.
Curiosamente, ninguno de entre las decenas de sacerdotes y obispos
en activo que se mencionan, con su nombre y apellidos, en mi libro,
ha presentado jamás una demanda judicial contra mi; la razón es
evidente: lo que se cuenta en él es absolutamente cierto, tal como
tuvo el valor de reconocer el portavoz de la Conferencia Episcopal
portuguesa (ver su carta en mi site web).
Obviamente,
también se me acusó de mentir cuando hace años afirmé que en la
India, país que conozco bien, se estaba violando sistemáticamente
a decenas de monjas por parte de algunos sacerdotes católicos. Sin
tener que irnos tan lejos, en España, entre los mismos sacerdotes
se conoce el prototipo que ellos llaman "gañán de monjas" o "semental
de monjas", que son sacerdotes especializados en seducir a monjas.
Hasta teólogos
católicos muy críticos con la Iglesia, como Enrique Miret Magdalena,
gran persona y buen amigo mío, descalificaron mi libro... aunque
ahora tengan que tragarse sus propias palabras ante la realidad
que ellos mismos denuncian: según el propio Miret Magdalena (Ver
El País de 22-3-2001), recientes estudios sociológicos norteamericanos
han desvelado que sólo el 2% de los sacerdotes cumple el celibato;
mi estudio, en todo caso, se quedaba muy por debajo de este dato
porque, tal como ya advertía en él, prefería acogerme a las cifras
más modestas posibles, aunque sabía que la realidad del problema
era superior.
Nada nuevo tampoco
en el dato que aporta Miret sobre norteamérica, ya en mi libro documentaba
que, en 1995, unos 400 sacerdotes católicos habían sido ya condenados
en USA por delitos sexuales cometidos contra menores y que al menos
una cifra similar estaban a la espera de juicio. Las indemnizaciones
que ha tenido que pagar la Iglesia católica han sido de miles de
millones de pesetas; tanto, que en algunos países la Iglesia católica
ha contratado un seguro de responsabilidad civil para responder
ante las previsibles demandas contra el clero por delitos sexuales.
La situación
de Estados Unidos no es atípica ni única, sólo que allá las víctimas
no temen enfrentarse a la Iglesia. En España hay pánico a la institución
y por eso apenas se denuncian los abusos sexuales del clero, y en
no pocos juzgados se ha protegido con descaro al sacerdote acusado
(algunos expedientes judiciales que lo prueban obran en mi archivo).
La Iglesia conoce
perfectamente esta situación desde siempre y jamás hace otra cosa
que no sea encubrir los hechos. Puedo probar decenas de casos de
encubrimiento grave por parte de los obispos, pero como muestra
basta uno: en mi site web (http://www.pepe-rodriguez.com) puede
obtenerse, escaneados, todos los documentos originales que demuestran
cómo el cardenal de Barcelona, monseñor Carles, encubrió una red
conformada por varios sacerdotes y diáconos que corrompieron sexualmente
a no menos de 60 menores y adolescentes. El cardenal y parte de
sus obispos auxiliares (alguno implicado directamente en el caso)
no sólo no denunciaron ante la justicia ordinaria el caso sino que
tampoco expulsaron del clero, tal como sería preceptivo, a quienes
protagonizaron esos desmanes sexuales. En lugar de actuar con honestidad,
presionaron a las familias de las víctimas para que callaran y ocultaran
lo sucedido y permitieron incluso que quienes entonces eran diáconos
fuesen ordenados sacerdotes, actividad que siguen desarrollando
hoy día.
Esta brutal
hipocresía del clero no sólo viene justificada por el talante de
algunos obispos --todavía es una conseja corriente, que me han confesado
algunos curas, el que cuando un sacerdote le plantee sus dificultades
para mantener el celibato a su obispo éste le aconseje: "Si tienes
que ir con mujeres, procura ir con casadas, que con ellas no se
nota"; es decir, no te complican la vida y si quedan embarazadas,
ya que los medios anticonceptivos son pecado, será el marido quién
lo asuma-- sino, mucho más grave, por el propio Derecho Canónico
que, tal como se documenta en el artículo correspondiente de mi
web, obliga a encubrir todos y cada uno de los delitos sexuales
cometidos por el clero.
Resumiendo los
cánones que se citan en el articulo de referencia, se concluye que
el "castigo penal" que la Iglesia católica le aplica a un clérigo
que, por ejemplo, haya corrompido sexualmente a un menor (can. 1395.2)
se limita a la práctica de alguna amonestación, obra de religión
o penitencia (cann. 1312, 1339), realizadas siempre en privado (can.
1340) para que permanezca en secreto la comisión del delito. En
todo caso, nunca puede emprenderse un "procedimiento penal" sin
antes haber intentado "disuadir" al delincuente para que cambie
de comportamiento (cann. 1341, 1347), es decir, que la Iglesia siempre
perdona y "olvida" de oficio el primer delito --en este caso la
primera relación sexual con un menor-- y, en la práctica, también
perdona y encubre todos los siguientes. La burla a las víctimas
y a la Administración de Justicia es obvia.
Resulta absolutamente
inaceptable que en un Estado de Derecho se admita una patente de
corso como el Derecho Canónico que obliga a encubrir delitos a fin
de impedir que la justicia ordinaria cumpla con su obligación.
La situación
denunciada acerca de las violaciones de monjas no es sino la punta
de un tremendo iceberg que la Iglesia no sabe ni quiere resolver.
En todas las
encuestas entre sacerdotes, no menos de un 75 a 80 por ciento está
a favor del celibato opcional, postura que también defiendo yo en
mi libro La vida sexual del clero, pero el actual Papa, por motivos
estrictamente personales, lo ha impedido (aunque también ha declarado
en privado que será inevitable que eso ocurra, pero no quiere que
sea en su pontificado).
No hay duda
de que el próximo Papa permitirá el celibato opcional, no sólo porque
es justo y necesario, y mejorará la vida afectiva (que es más importante
que la sexual) de los sacerdotes que deseen tener una familia, y
acabará con infinitas situaciones de abuso, delito e hipocresía,
sino porque, además, es un decreto administrativo relativamente
reciente y profundamente antievangélico, sin base neotestamentaria
ninguna (ver el artículo correspondiente en mi web).
Las razones
que explican el que cientos de monjas hayan sido violadas por sacerdotes
en 23 países son el resultado de varias causas, al margen de la
irracional imposición del celibato obligatorio, que pueden actuar
conjuntamente, a saber:
1) En muchos
países y/o etnias, la figura del adulto soltero es incomprensible,
por ello, si un sacerdote quiere tener predicamento en esas comunidades
y ser aceptado, debe tener vida marital. Es de sobra conocido que
en África hay muchos obispos que tienen una o varias esposas (que
incluso acuden al aeropuerto a despedir al Papa en sus visitas)
y lo mismo sucede con muchos sacerdotes. Este hecho se repite en
algunas áreas latinoamericanas.
2) La Iglesia
tiene problemas graves para enrolar en su barco a nuevos sacerdotes,
así que, en muchos países, admite a varones de las clases más bajas
que ven en el sacerdocio un modus vivendi, tal como ya sucedió en
la Edad Media, la época más brutal en cuánto a la delincuencia sexual
del clero. Esos varones, al margen de su cultura étnica de nulo
respeto hacia la mujer, al verse investidos del poder y prestigio
que concede su cargo eclesial, no encuentran el menor impedimento,
por parte de mujeres culturalmente sumisas, para dar rienda suelta
a sus instintos sometiendo sexualmente a monjas y feligresas (de
las que no se habla en los informes de las religiosas, pero que
seguro aportan un número de víctimas muy superior). El patético
barniz cultural y teológico que se da en la formación durante el
periodo de seminario, no puede poner coto a estos desmanes porque
no forma en valores humanos sino en ardor evangelizador, que es
algo años luz alejado del mensaje que se lee en los Evangelios.
3) A lo anterior
su suma una práctica vergonzosa y nefasta: en España, cuando un
sacerdote comienza a tener problemas por ser pública su actividad
sexual con menores o con adultos de ambos sexos, primero se le traslada
de parroquia para ocultar los hechos, pero, si persiste su actividad
sexual, el obispo de su diócesis pone los medios económicos para
que el delincuente sexual se marche a instalarse en Latinoamérica
o África. A la cúpula de la Iglesia le preocupa más el escándalo
que el hecho de que un sacerdote abuse de menores, por eso los envían
lejos, saben que las clases más humildes de un país tercermundista
no acuden jamás ante un juzgado. Problema resuelto para todos. No
hay escándalo y el cura puede satisfacer su perversión sin límites.
4) Este tipo
de situaciones persisten, tanto en países del tercer mundo como
en los más desarrollados, porque la cúpula eclesial, que siempre
y sin ninguna excepción conoce los casos, siempre los encubre. En
los casos en que la mujer victimizada, ya sea amante fija del sacerdote,
mujer embarazada por una relación ocasional o víctima de violación,
acude al obispo de la diócesis en demanda de justicia, éste siempre
la culpabiliza a ella y la hace responsable de haber seducido a
un santo varón con traje talar; la amenaza del infierno por su pecado
horrible es lo menos que deben escuchar esas pobres mujeres. Miles
de mujeres en el mundo están o han pasado por esta situación.
A pesar de mi
dura crítica a la Iglesia, saben todos los que leen mis libros,
entre ellos cientos de sacerdotes católicos que apoyan mi trabajo,
que no soy anticlerical. Mi crítica va contra una situación injusta,
hipócrita y delictiva que perjudica a todos, siendo las principales
víctimas los propios sacerdotes y el gran colectivo de las mujeres,
ya sean monjas, mujeres de Iglesia o cualquiera otra.
La actitud de
la cúpula católica con respecto a la mujer es profundamente lamentable
(ver el artículo correspondiente en mi web) y debería cambiar con
la máxima rapidez en beneficio de todos, también de la propia Iglesia,
dado que la gran mayoría de su personal laboral y de sus creyentes
son mujeres.
Quiero dejar
constancia, también, de que hay cientos de sacerdotes honestos,
que dan su vida por los demás y a los que siempre he apoyado y apoyaré,
tanto en lo personal como mediante notables aportaciones económicas
para sus proyectos en el Tercer Mundo.
No es lícito
decir que todo es basura dentro de la Iglesia, porque es injusto
y no es verdad. Pero tampoco cabe aceptar la cretinez que monseñor
Guerra Campos le espetó a la presidenta de la Asociación de Padres
y Amigos de Deficientes Mentales de Cuenca (ASPADEC) cuando fue
a solicitarle que pusiese bajo tratamiento psiquiátrico al sacerdote
Ignacio Ruiz Leal, acusado de haber abusado sexualmente de tres
disminuidos psíquicos de ASPADEC. El prelado ultraconservador le
respondió: "¡Señora, lo que usted me cuenta es imposible, los sacerdotes
no tenemos sexo!".
Los sacerdotes
no sólo sí tienen sexo, sino que lo usan y hacen mucho daño con
él.
Desde dentro
y desde fuera de la Iglesia hay que luchar para que esta situación
se acabe de una vez.
Dado que la
Red nos permite comunicarnos sin censuras, este mail se ha enviado
a unas 2.000 direcciones de 14 países. Si tu estás de acuerdo con
su contenido, y te parece razonable, envíale una copia a tus amigos.
Es hora de que
el debate social ayude a cambiar la grave y enquistada situación
de abusos sexuales que se vive dentro de la Iglesia.
Gracias por
tu colaboración.
Pepe Rodríguez
http://www.pepe-rodriguez.com
Volver
a inicio
Las
raíces eclesiásticas de los abusos a las monjas
por Esther
Fangman (monja benedictina y psicóloga)
Informe presentado
al Congreso de abades, priores y abadesas de la orden benedictina
celebrado en Roma en septiembre del 2000. Fue publicado en el Bulletin
de l'Aim (Alliance for International Monasticism, número
70/2000). La traducción al español es de Il Regno
(número 7/2001).
DÓNDE
Y CÓMO NACEN LOS ABUSOS
Hoy estoy frente a vosotros para hablar de un tema inquietante del
que hemos tomado conciencia estos últimos años durante
nuestros encuentros entre benedictinas. No es fácil hablar
de esto, pero es necesario poneros al corriente de que, en algunas
situaciones, las religiosas benedictinas nos vemos obligadas a llevar
una cruz muy pesada, como víctimas del comportamiento sexual
de un cura. Callar significaría consentirlo.
Este informe se divide en cuatro partes:
-lo que ha pasado;
-cómo ha podido pasar;
-una posible explicación psicológica que intente comprender
la dinámica de los acontecimientos, en el contexto de las
influencias culturales en esta materia;
-una mirada sobre las consecuencias para la víctima.
Deseo aclarar bien desde el principio que lo que diré no
debe generalizarse y aplicarse a todas las situaciones, países,
comunidades femeninas o a todos los curas. Por ejemplo si afirmara
que el abad general es un santo, eso no quiere decir que todos los
abades aquí presentes sean unos santos, ni
tampoco todos los curas. Os ruego que no generalicéis. Con
esto que digo no me refiero ni a todos los curas ni a todas las
comunidades monásticas femeninas.
Lo que ha pasado
En nuestras reuniones y coloquios, y en discusiones informales,
hemos tenido noticia de las situaciones que voy a contar. En algunos
países africanos, algunos curas han acudido a conventos y
monasterios para "satisfacer sus exigencias sexuales".
Más concretamente, esto quiere decir que un cura puede
presentarse en la puerta del convento y esperar que se le ofrezca
una religiosa para satisfacer su deseo sexual. En algunos casos,
cuando una muchacha toma la decisión de entrar en una comunidad
y se dirige al cura que mejor conoce para obtener el necesario certificado
y las cartas de recomendación, éste no le concede
los documentos si no va con él. Otra situación en
la que puede sufrir presiones es cuando va a confesarse. Este tipo
de situaciones están aumentando en los últimos años,
probablemente a causa del sida, tan extendido en ciertos países
de África. Con una monja, que presumiblemente es virgen,
se evita el riesgo de contraer el sida. En algunos casos ha ocurrido
que la propia monja haya sido contagiada por el virus y/o quedado
embarazada.
Otro lugar en el que puede constatarse la violencia sexual es en
esta misma ciudad, Roma.
A veces, cuando las hermanas son enviadas aquí para formarse,
llegan prácticamente sin un duro en el bolsillo. Durante
las vacaciones puede ocurrir que algún cura se les acerque
y les ofrezca dinero a cambio de una pequeña ayuda. Se les
piden favores. Ellas imaginan que tienen que hacer tareas domésticas.
y se encuentran con que, por el contrario, lo que se les pide son
favores sexuales.
Por supuesto que esto no sólo ocurre en África o en
Italia. Estoy al corriente incluso de casos ocurridos en Estados
Unidos, y también en otros lugares como Méjico, Japón,
etc. Puede pasar de diferente manera según los sitios. Por
ejemplo, así es como se desarrolló un caso sucedido
en Estados Unidos. Os hago saber esto no para disminuir el dolor
causado por los abusos sexuales sobre nuestras hermanas africanas,
sino porque quisiera explicar mejor cómo éstas situaciones
pueden darse en contra de la voluntad de las hermanas y monjas.
Cómo
ha podido ocurrir
En este episodio ocurrido en Estados Unidos, estuvo implicada una
monja que había sido nombrada por primera vez directora de
una escuela elemental. Al comienzo del curso académico, esta
hermana se encontró un día frente a un gran problema
con los padres y los alumnos.
Muy alterada, al terminar la escuela fue a comentárselo al
párroco. Llegó empañada en lágrimas,
visiblemente trastornada. Él la hizo entrar en su oficina,
cerró la puerta y la sentó en sus rodillas abrazándola
"para consolarla". La escuchó con atención
y respondió con amables palabras. La
turbación con la que había llegado aumentó
con la confusión que le causó el comportamiento del
párroco. Por un lado parecía que él la comprendía,
por otro lado algo en ella le decía "no puedo creer
que esté ocurriendo esto, no me parece correcto". Pero
el gesto inmediato con que él la puso sobre sus
rodillas la tomó de sorpresa. Ella dudó, desconcertada,
y cuando pudo entender lo que estaba ocurriendo, ya había
pasado cierto tiempo. Él seguía diciéndole
palabras de comprensión, de simpatía. Aunque empezaba
a dudar y sentía que una voz en su interior le decía
"cuidado", se dijo en cambio: "es
muy comprensivo, es sólo eso". En aquella ocasión
no hubo ningún otro tipo de contacto de tipo sexual. Pero
al cabo del tiempo él siguió mostrándose "muy
comprensivo, lleno de compasión" y el "afecto físico"
se manifestó con otros acercamientos. Ella consideró
el comportamiento inicial "sin ninguna
intención". Al final, la relación se convirtió
en sexual y la hermana perdió el contacto con la verdad en
su interior.
Una explicación
psicológica plausible
Seguía siendo monja, pero al cabo del tiempo la ansiedad
y la depresión se apoderaron de ella. ¿Por qué?
Esto ocurrió debido a que era presa de una contradicción
interior que quería resolver sin admitirla. Sabía
que sus acciones y su comportamiento estaban en conflicto con su
fe. En psicología, Leon Festiger llama a esto "disonancia
cognitiva". Cuando en nuestro interior hay cosas contradictorias,
que están en conflicto, experimentamos la disonancia. Él
afirma que dentro de cada uno existe un impulso de autenticidad,
de integridad, que quiere hacer que nuestras acciones y pensamientos
correspondan a lo que creemos. Necesitamos ser coherentes; y, frente
a la incoherencia, sentimos una disonancia cognitiva que tiene que
resolverse de alguna forma. Puede ocurrir de varias maneras. Una
de ellas es
cambiar el comportamiento. "Dejar de hacer lo que te hace estar
en contradicción con lo que crees". En el caso expuesto,
la hermana podía dejar de ver al cura. La segunda manera
de resolver este conflicto interior es cambiar el modo de pensar,
sea cambiando de verdad la propia fe, sea no teniéndola en
cuenta. Puede parecer sencillo, pero en muchos casos no lo es en
absoluto. Así, esta hermana pudo haber empezado a decirse,
por ejemplo, "me quiere de verdad, y yo le quiero, ¿cómo
puede ser malo esto?". Se intenta razonar, para comprender
la situación. Pero a nivel inconsciente esta hermana no podía
aceptar tal razonamiento, de ahí su estado de ansiedad y
depresión. Una tercera solución para la disonancia
cognitiva es "separar" o alejar de sí mismo la
parte en conflicto, haciendo como si no existiera.
Es una forma de disociación. En algunas personas, funciona
durante algún tiempo. Después a menudo se añaden
otros comportamientos para intentar no darse cuenta de esta falta
de lógica, como el alcoholismo o el uso de drogas. Pero si
una persona tiene costumbre de rezar, especialmente de
manera contemplativa, la disonancia saldrá y habrá
que afrontarla y curarla.
He puesto este ejemplo porque me parece importante examinar las
situaciones de violencia sexual por parte de un cura con cierta
comprensión, sin juicios severos. Si se crece dentro de una
cultura -o de una familia- que tiene determinadas opiniones en lo
que se refiere a los impulsos sexuales, considerándolos no
sólo naturales sino que hay que satisfacerlos como algo sano,
para ser hombre y todo eso, cuando la Iglesia viene y dice "los
curas tienen que ser célibes", entonces se produce la
disonancia cognitiva. La
primera solución a este conflicto, obviamente, es observar
el celibato simplemente. Otra solución consiste en considerar
la ley del celibato en el contexto de otros razonamientos que la
anulan. Por ejemplo: "Roma no entiende nuestra cultura; el
celibato no es una cosa normal; en realidad no
quieren decir que no se deben tener relaciones sexuales; los hombres
tienen derecho de satisfacer sus deseos sexuales, etc.". No
voy a minimizar la horrible injusticia de estos abusos sexuales,
sino que simplemente intento entender lo que ocurre. Nuestro comportamiento
está fuertemente influido por
la cultura en la que crecemos. Si se crece en una cultura que ha
institucionalizado ciertas convicciones, éstas forman parte
de nosotros, están inscritas en nuestro interior, y las aceptamos.
Llegamos a un punto en que nuestra imaginación no puede elegir
otra cosa. Por tanto si pertenezco a una cultura que tiene un tipo
de estructura en la cual los hombres deciden lo que está
bien y lo que está mal, y las mujeres tienen que obedecer,
yo, si soy mujer, consiento todo esto. Si la estructura jerárquica
es la
siguiente: ancianos, hombres más jóvenes, niños,
mujeres y niñas, yo me quedo con la noción de que
soy inferior, de que el hombre es el que sabe. Y si en esta cultura
el cura ha sustituido al jefe, o a la figura que representa la sabiduría
espiritual, entonces él es el primero, después van
los ancianos, los otros hombres, luego los jóvenes, las mujeres,
etc.
Entonces, si un cura pide favores sexuales a una monja, aunque ésta
no se dé cuenta, su imaginación no le permite pensar
que podría decirle: "No, no voy a hacerlo". La
clara libertad de elección no está siempre tan exenta
de ambigüedad como se podría esperar. No se trata de
una situación en la que un
hombre y una mujer deciden de común acuerdo tener una relación
sexual. No es una situación en la que un cura y una hermana/monja
tienen la misma capacidad de elección. Las mujeres han aprendido
a someterse a "el que sabe" . Y aún nosotros la
condenamos si consiente.
Para entender toda la fuerza de esta formación cultural,
voy a poner un ejemplo sacado de otra parte. En 1973 en Estocolmo,
Suecia, cuatro personas fueron secuestradas por unos individuos
y mantenidas como rehenes en un banco durante cinco días
y medio. Al final, fueron liberadas y fue un shock
para todo el mundo comprobar que algunas víctimas tenían
miedo de la policía, que las había liberado. Y cuando
los secuestradores fueron procesados, algunos de los rehenes testificaron
a su favor. Algunos llegaron incluso a pagarles los abogados. Se
llama "síndrome de Estocolmo". ¿Cómo
pudo ocurrir? Cuando la supervivencia de una persona depende de
otra, y ésta última la trata bien y/o utiliza amenazas
violentas contra ella, la víctima, para sobrevivir, comienza
sometiéndose, y termina por adoptar el punto de vista del
opresor sobre la realidad. La víctima da otro nombre a lo
que pasa, da otro sentido a la realidad. En la situación
de Estocolmo el enemigo se convierte en el que los agresores indican.
Desde entonces, este fenómeno ha sido previsto y entendido
por los negociadores en caso de secuestro aéreo
o naval. Los negociadores saben que cuanto más se prolonga
la situación de los rehenes, más se identificarán
con los piratas.
Y bien, si éste fue el resultado evidente en el caso de un
secuestro de sólo cinco días y medio de duración,
¿por qué habría de ser tan difícil de
entender claramente que una cultura que influye durante 10, 18 o
más años en la vida de una persona, será determinante
para el pensamiento o la conducta
futura de dicha persona?
Cambiar de mentalidad es una lucha larga y ardua. ¿Cómo
se puede afirmar simplemente que la hermana no tiene más
que decir "no", sobre todo a alguien que ella considera
más sabio? Es un punto de partida desequilibrado, un terreno
de juego desigual. Es una situación similar a de David y
Goliat, con
la diferencia de que David podía pensar que tenía
el derecho de combatir a Goliat, mientras que a algunas mujeres
ni se les pasa por la cabeza la idea de poder decir "no".
Pero todo esto va cambiando.
Las mujeres se atreven a levantar la voz. Ahora las religiosas empiezan
a hablar de esto. La pena -la cruz- empieza a manifestarse. La voz
interior que siempre repetía, pero tan profundamente escondida
que no se podía oír, se alza y dice "¡basta!".
Es la misma voz que gritaba la injusticia de la esclavitud en Estados
Unidos, la misma voz con que Jesús proclamaba que tenemos
que amar a los otros como a nosotros mismos. Este mandamiento no
permite ningún ultraje como los cometidos por el comportamiento
violento sobre las mujeres.
Las consecuencias
para la víctima
¿Qué les ocurre a las religiosas víctimas de
un cura tal como se ha explicado? Seguramente su vida termina si
contraen el virus del sida, y si se quedan embarazadas se acaba
su vida como religiosas. Pero, ¿qué ocurre en su mente?;
¿cómo se ven a sí mismas?
Están aferradas a la disonancia cognitiva, cuando toda la
enseñanza que han recibido en la vida religiosa les dice
que tienen que ser vírgenes, y, en cambio, tienen una relación
sexual con un cura. ¿Cómo hacer coexistir estas cosas?
Generalmente el hombre reacciona de manera diferente a la mujer,
se encuentra por encima en la escala jerárquica en términos
de consideración social. Es una posición privilegiada,
y es importante comprender este concepto de "privilegio".
No es algo que se merezca; es dado por nacimiento, se nace hombre.
En el caso que examinamos, existe el privilegio adicional que da
el sacerdocio. Poco importa qué tipo de persona sea: si tiene
el título de cura se le considera sabio, como aquél
que conoce lo que es el bien y el mal, etc. Quien se encuentra en
esta posición tendrá tendencia a resolver el conflicto,
la disonancia, desacreditando la regla o a la otra persona; de todos
modos arrojará el descrédito fuera de sí mismo.
Pero si se es una mujer, minusvalorada en cuanto mujer, entonces
la tendencia será la de desacreditarse a sí misma.
Normalmente esto se expresa con sentimientos como: "soy mala",
"es mi culpa". Cuanto más estima la mujer el rol
del hombre o del cura, más se desprecia a sí misma
y más recurre a los reproches. Esto se acompaña de
una gran vergüenza, de una convicción
creciente sobre su falta de valía. Y en la vida monástica
comunitaria, esto no solamente afecta a la propia persona, sino
que puede conducir al aislamiento, a la desconfianza (especialmente
frente a la autoridad), generar cólera, fobia, depresión
y causar comportamientos compulsivos como la masturbación.
La vergüenza no es sólo muy dolorosa, sino también
potente.
Todo lo que menciona Benito en el capítulo 72 de la Regla,
sobre cómo los monjes y monjas deben tratarse recíprocamente,
se hace más difícil a causa de la pena interior. Y
así los demás miembros de la comunidad, que no han
sido víctimas directamente, también lo sufren. ¿Y
si el cura viene a celebrar la eucaristía? ¿Pensáis
que la que ha sido su víctima puede olvidar lo que ha pasado
cuando el cura eleva la hostia y dice "cuerpo de Cristo"?
Pero el daño más grave es quizás el que ocasiona
a la relación con Dios.
Todos intentamos acercarnos a Dios de manera coherente; y entonces,
nuestra manera de estar cerca de aquellos que nos rodean será
un reflejo de nuestra relación con Dios. Ahora bien, ¿cómo
alguien que cree valer menos que nada puede convencerse de que Dios
realmente quiera hablarle de lo que vale a sus ojos (ls 43)? Sólo
cuando lo que se ha vivido puede llamarse realmente con su verdadero
nombre -un abuso-, entonces las cosas pueden cambiar.
Hoy he venido aquí para daros parte de una pena de nuestras
hermanas benedictinas. Ellas hacen parte de nosotros. Queremos decirles
que las escuchamos, que sentimos su pena, somos solidarias con ellas.
Estamos como un día María a los pies de la cruz, cerca
de aquellas que llevan su cruz. Y
rezamos. Rezamos para que este problema se resuelva. Uníos
a nosotras en esta preocupación. En fin, creemos que el evangelio
que tan importante es para nosotras tiene que llevarse a la práctica.
Tiene que influirnos más la cultura. Por eso la primera cuestión
a tratar es el valor de todos los seres humanos y, en particular,
hay que insistir en el respeto hacia las mujeres.
En segundo lugar, habrá que examinar la cuestión del
celibato.
Volver
a inicio
Resolución
del Parlamento Europeo "Sobre la violencia sexual contra las
mujeres y en particular contra religiosas católicas"
Resolución
aprobada en Estrasburgo el 5-4-2001 con 65 votos a favor, 49 en
contra y 6 abstenciones.
El Parlamento
europeo,
-vista la Declaración Universal de los Derechos Humanos y
la Convención Europea sobre los Derechos Humanos
-vista la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión
Europea, -vista su resolución con fecha de 16 de septiembre
de 1997 sobre la necesidad de organizar una campaña a nivel
de la Unión Europea para la total intransigencia frente a
la violencia contra las mujeres,
-vista su resolución con fecha de 10 de marzo de 1999 sobre
la violencia contra las mujeres,
-vista la Convención de las Naciones Unidas sobre la eliminación
de cualquier forma de discriminación contra las mujeres,
A) ratificando la firme condena -por su parte y la de otras instituciones
comunitarias- de cualquier forma de violencia contra las mujeres
y en particular de los abusos sexuales,
B) seriamente preocupado por el contenido de una declaración
aparecida en la revista americana National Catholic Reporter, en
la que se señalan numerosos casos de estupro, en al menos
23 países, cometidos por curas a religiosas católicas,
C) considerando que la Santa Sede ha confirmado tener conocimiento
de casos de estupro y abusos sexuales contra mujeres, incluso monjas,
por parte de curas católicos, dado que desde 1994 se han
transmitido al Vaticano al menos cinco informes sobre el tema,
D) considerando que, pese a haber sido pertinentemente informados
acerca de estas violaciones de los derechos humanos, los responsables
oficiales no han reaccionado como hubieran debido,
E) subrayando que, según estos informes, numerosas religiosas
estupradas también han sido obligadas a abortar, a dimitir
y, en algún caso, han sido infectadas por el virus del sida,
F) tomando las declaraciones del portavoz del Vaticano, Joaquín
Navarro Valls, quien ha afirmado que "el problema es grave
pero geográficamente limitado", y subrayando que, por
el contrario, este fenómeno se halla extendido no sólo
en África
G) recordando que el abuso sexual constituye un delito contra la
persona humana y que los autores de estos delitos tienen que ser
entregados a la justicia,
1. condena toda violación de los derechos de la mujer así
como los actos de violencia sexual, en particular contra religiosas
católicas, y expresa su solidaridad con las víctimas,
2. pide que los autores de estos delitos sean arrestados y juzgados
por un tribunal; pide a las autoridades judiciales de los 23 países
citados en el informe que garanticen que se aclaren totalmente en
términos jurídicos estos casos de violencia contra
las mujeres;
3. pide a la Santa sede que considere seriamente todas las acusaciones
de abusos sexuales cometidos dentro de las propias organizaciones,
que coopere con las autoridades judiciales y que destituya a los
responsables de cualquier cargo oficial;
4. pide a la Santa Sede que reintegre a las religiosas que han sido
destituidas de sus cargos por haber llamado la atención de
sus autoridades sobre estos abusos, y que proporcione a las víctimas
la necesaria protección y compensación por las discriminaciones
de las que podrían ser objeto en lo
sucesivo;
5. pide que se haga público el contenido integral de los
cinco informes citados en el National Catholic Reporter;
6. encarga a su Presidente que transmita la presente resolución
al Consejo, a la Comisión, a las autoridades de la Santa
Sede, al Consejo de Europa, a la Comisión para los derechos
humanos de las Naciones Unidas, a los gobiernos de Botswana, Burundi,
Brasil, Colombia, Ghana, India, Irlanda,
Italia, Kenya, Lesotho, Malawi, Nigeria, Papúa Nueva Guinea,
Filipinas, Sudáfrica, Sierra Leona, Uganda, Tanzania, Tonga,
Estados Unidos, Zambia, República Democrática del
Congo y Zimbawe.
Volver
a inicio
|