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             Informes 
              sobre la violación de decenas de monjas por sacerdotes católicos 
              en 23 países. 
            La revista 
              norteamericana National Catholic Reporter ha publicado los 
              informes realizados por las religiosas María O'Donohue y Maura McDonald 
              en los que denuncian violaciones, abortos y todo tipo de abusos 
              sexuales cometidos por sacerdotes católicos.  
            En esta página 
              se reproduce el informe original de la revista NCR, un artículo 
              de prensa, la nota de prensa elaborada por el autor de este web, 
              el importante informe elaborado por la hermana Fangman mucho antes 
              de que estallara este escándalo, y la Resolución aprobada 
              por el Parlamento Europeo a propósito de estos delitos del 
              clero católico. 
             El 
              País, 21-3-2001(El 
              Vaticano reconoce que cientos de monjas han sido violadas por misioneros) 
             
             National 
              Catholic Reporter, March 16, 2001 (Reports 
              of abuse) 
             National 
              Catholic Reporter, March 16, 2001 (Inside 
              NCR) 
             Nota 
              de prensa enviada por el autor de este site web, 23-3-2001 
             Informe 
              "Las raíces 
              eclesiásticas de los abusos a las monjas" de Esther 
              Fangman (monja benedictina y psicóloga), septiembre 2000. 
              Traducción al español. 
             Resolución 
              del Parlamento Europeo "Sobre 
              la violencia sexual contra las mujeres y en particular contra religiosas 
              católicas",  
              Estrasburgo, 5 de abril 2001. 
             
            El País, miércoles 
              21 de marzo de 2001 
            El 
              Vaticano reconoce que cientos de monjas han sido violadas por misioneros 
              (*)  
            (*) Nota 
              del webmaster: no fueron "misioneros" los violadores sino 
              sacerdores diocesanos, aunque también es cierto que los misioneros 
              conocieron los hechos y los encubrieron). 
            El Vaticano 
              admite el problema, comprobado en 23 países, y anuncia que se está 
              afrontando  
            LOLA GALÁN | 
              Roma  
            Centenares de 
              monjas en 23 países, la mayoría en África, han denunciado haber 
              sufrido abusos sexuales, a veces sistemáticos, por parte de sacerdotes 
              y misioneros. Los datos figuran en varios informes de la religiosa 
              Maria O'Donohue y en otro de Maura McDonald, publicados por la revista 
              norteamericana National Catholic Reporter. El portavoz vaticano, 
              Joaquín Navarro Valls, reconoció ayer que el problema es 'conocido' 
              y que 'se está afrontando', pero lo circunscribió a 'un área geográfica 
              limitada' refiriéndose a África, aunque sin mencionar el continente. 
               
            Los abusos sexuales 
              dentro de las congregaciones religiosas comenzaron a denunciarse 
              en los años noventa. El 18 de febrero de 1995 la religiosa Maura 
              O'Donohue, coordinadora del programa sobre el sida de Caritas Internacional 
              y del Cafod (Fondo Católico de Ayuda al Desarrollo), presentó un 
              informe sobrecogedor al presidente de los Institutos de Vida Consagrada 
              y Sociedades de Vida Apostólica, el cardenal español Eduardo Martínez 
              Somalo. El cardenal, sorprendido por las dimensiones del problema, 
              encargó investigar la situación a un grupo de trabajo presidido 
              por O' Donohue.  
            La nueva investigación 
              dibujó un panorama aún más inquietante. La lista de abusos es variada 
              y descorazonadora: el informe incluye casos de novicias violadas 
              por los sacerdotes a quienes tienen que solicitar los certificados 
              oportunos, habla de médicos de hospitales católicos que se ven asediados 
              por sacerdotes que les llevan 'a monjas y otras jóvenes para abortar'. 
              O'Donohue cita un caso extremo, el de 'un sacerdote que obliga a 
              abortar a una monja, ella muere y él oficia la misa de difuntos' 
              por la joven fallecida.  
            Peso de las 
              culturas  
            Aunque el informe, 
              recogido ayer por el diario italiano La Repubblica, recoge denuncias 
              de abusos en 23 países, de Burundi a Filipinas, de India a Colombia, 
              de Irlanda a Italia y a EE UU, lo cierto es que el grueso de los 
              casos se produce en África. Los progresos de la Iglesia en ese continente, 
              donde el aumento de las vocaciones y el incremento de fieles son 
              incesantes, podrían ser tan grandes como superficiales a tenor de 
              estos datos que reflejan el peso enorme de las culturas propias, 
              incluso en los hombres y mujeres que han optado por la vida religiosa. 
              Sin especificar el nombre del país, el informe reconoce que determinadas 
              culturas representan un serio inconveniente para el mantenimiento 
              de los principios de la vida religiosa. En el continente africano, 
              explica el texto, es 'imposible para una mujer rechazar a un hombre, 
              sobre todo si es anciano y en especial si es un sacerdote', y la 
              cultura está lejos de favorecer el celibato.  
            Son situaciones 
              agravadas por la extensión del sida, como viene a demostrar otro 
              informe redactado por la misma religiosa y entregado a las autoridades 
              eclesiásticas en 1994. O'Donohue comprobó que el fenómeno del sida 
              había convertido a las religiosas en un grupo 'seguro' desde el 
              punto de vista sanitario, lo que aumentaba el interés de los sacerdotes 
              por ellas. A este respecto se cita el caso de la superiora de un 
              convento que fue contactada por unos sacerdotes interesados en mantener 
              relaciones sexuales seguras con las religiosas.  
            En el informe 
              de O'Donohue se habla de religiosos que piden a las monjas que recurran 
              a la píldora y, en concreto, se alude a una comunidad religiosa 
              femenina en la que la superiora solicitó la intervención del obispo 
              tras comprobar que una serie de sacerdotes de la diócesis habían 
              dejado embarazadas a 29 monjas. La reacción del obispo fue fulminante: 
              la superiora 'fue suspendida' y sustituida por otra religiosa. 
             Estos datos 
              han sido avalados por otro informe presentado en 1998 por Marie 
              McDonald, superiora de las Hermanas Misioneras de Nuestra Señora 
              de África, en el que se pasa revista a las diferentes estrategias 
              de acoso. Unas veces son sacerdotes que reclaman una especie de 
              contraprestación sexual a cambio de la confesión. Otras el abuso 
              se produce a partir de 'una dependencia financiera de las monjas 
              de sacerdotes que pueden pedir a cambio favores sexuales'. McDonald 
              está convencida de que hay que actuar con rapidez para atajar un 
              problema que aumenta, y no parece satisfecha de la línea de actuación 
              más bien tímida iniciada por el Vaticano.  
            Una línea que 
              Navarro Valls resumió ayer así: 'La Santa Sede está tratando la 
              cuestión en colaboración con los obispos, con la Unión Superior 
              de Generales y con la Unión Internacional de Superiores generales. 
              Se trabaja en la doble vertiente de la formación de las personas 
              y de la solución de cada caso particular'. En su comunicado el portavoz 
              vaticano recuerda, no obstante: 'Unas cuantas situaciones negativas 
              no pueden hacer olvidar la fidelidad con frecuencia heroica de la 
              gran mayoría de los religiosos, religiosas y sacerdotes'.  
             Dos semanas 
              de retiro por violar a la novicia  
            EL PAÍS | Madrid 
               
            Algunas de las 
              denuncias del informe de O'Donohue, publicadas en la revista National 
              Catholic Reporter, son:  
            - En ciertos 
              niveles, las candidatas a la vida religiosa tienen que prestar favores 
              sexuales a los sacerdotes para acceder a los certificados necesarios 
              y/o recomendaciones para trabajar en una diócesis.  
            - En algunos 
              países, las monjas tienen que afrontar las dificultades que implica 
              el verse obligadas a abandonar la congregación si se quedan embarazadas; 
              en cambio, el sacerdote implicado puede seguir desempeñando su ministerio. 
              Más allá de la rectitud, se plantea una cuestión de justicia social, 
              ya que la monja tiene entonces que cuidar al niño como madre soltera, 
              a menudo estigmatizada y en circunstancias socioeconómicas de suma 
              pobreza. Como han perdido su estatus en la cultura local, algunas 
              se ven forzadas a convertirse en la segunda o tercera esposa en 
              una familia. La alternativa es prostituirse.  
            - Algunos sacerdotes 
              engañaban a las monjas haciéndolas creer que la píldora anticonceptiva 
              evita el contagio del sida.  
            - En varios 
              países, los miembros de los consejos de las parroquias están poniendo 
              en entredicho a sus pastores por sus relaciones sexuales con mujeres 
              y muchachas. Algunas de ellas son esposas de feligreses que están 
              furiosos por la situación, pero se hallan desconcertados a la hora 
              de denunciar al sacerdote. Una parroquia llegó a ser atacada por 
              feligreses con armas de fuego, muy exaltados por el abuso de poder 
              y las traiciones de los sacerdotes.  
            - Se sabe que 
              algunos curas se relacionan con varias mujeres y tienen hijos de 
              más de una de ellas. Muchos testimonios citados por el informe manifiestan 
              que los feligreses esperan la oportunidad de presentarse voluntarios 
              para hablar en una homilía dialogada y denunciar públicamente a 
              algunos curas por su doble rasero entre lo que predican y lo que 
              hacen.  
            - Una mujer 
              recién convertida del islam al cristianismo fue aceptada como novicia 
              en una congregación local. Cuando fue a solicitar al párroco los 
              certificados correspondientes, éste la violó como requisito previo. 
              Como ella había sido repudiada por su familia por abandonar el islam, 
              no podía volver a casa, por lo que se unió a la congregación. Poco 
              después supo que estaba embarazada. No le quedó más remedio que 
              huir y pasó diez días deambulando por la selva. Por fin decidió 
              ir a ver al obispo, que llamó al cura. Éste aceptó la acusación 
              y fue castigado con un retiro de dos semanas.  
            - Desde los 
              años ochenta, en varios países, las monjas se niegan a viajar solas 
              en coche en compañía de un sacerdote por miedo a sufrir abusos. 
               
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            National Catholic 
              Reporter, March 16, 2001  
            Reports 
              of abuse   
            AIDS exacerbates 
              sexual exploitation of nuns, reports allege  
            By JOHN L. ALLEN 
              JR. and PAMELA SCHAEFFER NCR  
            Staff, Rome 
              and Kansas City, Mo.  
            Several reports 
              written by senior members of women's religious orders and by an 
              American priest assert that sexual abuse of nuns by priests, including 
              rape, is a serious problem, especially in Africa and other parts 
              of the developing world. The reports allege that some Catholic clergy 
              exploit their financial and spiritual authority to gain sexual favors 
              from religious women, many of whom, in developing countries, are 
              culturally conditioned to be subservient to men. The reports obtained 
              by NCR -- some recent, some in circulation at least seven years 
              -- say priests at times demand sex in exchange for favors, such 
              as permission or certification to work in a given diocese. The reports, 
              five in all, indicate that in Africa particularly, a continent ravaged 
              by HIV and AIDS, young nuns are sometimes seen as safe targets of 
              sexual activity. In a few extreme instances, according to the documentation, 
              priests have impregnated nuns and then encouraged them to have abortions. 
               
            In some cases, 
              according to one of the reports, nuns, through naiveté or social 
              conditioning to obey authority figures, may readily comply with 
              sexual demands.  
            Although the 
              problem has not been aired in public, the reports have been discussed 
              in councils of religious women and men and in the Vatican.  
            In November 
              1998, a fourpage paper titled "The Problem of the Sexual Abuse of 
              African Religious in Africa and Rome" was presented by Missionaries 
              of Our Lady of Africa Sr. Marie McDonald, the report's author, to 
              the Council of 16, a group that meets three times a year. The council 
              is made up of delegates from three bodies: the Union of Superiors 
              General, an association of men's religious communities based in 
              Rome, the International Union of Superiors General, a comparable 
              group for women, and the Con-gregation for Institutes of Consecrated 
              Life and Societies of Apostolic Life, the Vatican office that oversees 
              religious life.  
            Last September, 
              Benedictine Sr. Esther Fangman, a psychological counselor and president 
              of the Federation of St. Scholastica, raised the issue in an address 
              at a Rome congress of 250 Benedictine abbots. The federation is 
              an organization of 22 monasteries in the United States and two in 
              Mexico.  
            Five years earlier, 
              on Feb. 18, 1995, Cardinal Eduardo Martínez, prefect of the Vatican 
              congregation for religious life, along with members of his staff, 
              were briefed on the problem by Medical Missionary of Mary Sr. Maura 
              O'Donohue, a physician.  
            O'Donohue is 
              responsible for a 1994 report that constitutes one of the more comprehensive 
              accounts. At the time of its writing, she had spent six years as 
              AIDS coordina-tor for the Catholic Fund for Overseas Development 
              based in London.  
            Though statistics 
              related to sexual abuse of religious women are unavailable, most 
              religious leaders interviewed by NCR say the frequency and consistency 
              of the reports of sexual abuse point to a problem that needs to 
              be addressed.  
            "I don't believe 
              these are simply exceptional cases," Benedictine Fr. Nokter Wolf, 
              abbot primate of the Benedictine order, told NCR. "I think the abuse 
              described is happening. How much it happens, what the numbers are, 
              I have no way of knowing. But it is a serious matter, and we need 
              to discuss it."  
            Wolf has made 
              several trips to Africa to visit Benedictine institutions and is 
              in contact with members of the order there.  
            In her reports, 
              O'Donohue links the sexual abuse to the prevalence of AIDS in Africa 
              and concerns about contracting the disease.  
            "Sadly, the 
              sisters also report that priests have sexually exploited them because 
              they too had come to fear contamination with HIV by sexual contact 
              with prostitutes and other 'at risk' women," she wrote in 1994. 
               
            O'Donohue declined 
              requests for interviews with NCR.  
            In some cultures, 
              O'Donohue wrote, men who traditionally would have sought out prostitutes 
              instead are turning to "secondary school girls, who, because of 
              their younger age, were considered 'safe' from HIV." 
             Similarly, 
              religious sisters "constitute another group which has been identified 
              as 'safe' targets for sexual activity," O'Donohue wrote.  
            "For example," 
              O'Donohue wrote, "a superior of a community of sisters in one country 
              was approached by priests requesting that sisters would be made 
              available to them for sexual favors. When the superior refused, 
              the priests explained that they would otherwise be obliged to go 
              to the village to find women, and might thus get AIDS."  
            O'Donohue wrote 
              that at first she reacted with "shock and disbelief" at the "magnitude" 
              of the problem she was encountering through her contacts with "a 
              great number of sisters during the course of my visits" in a number 
              of countries.  
            Different 
              view of celibacy  
            "The AIDS pandemic 
              has drawn attention to issues which may not previously have been 
              considered significant," she wrote. "The enormous challenges which 
              AIDS poses for members of religious orders and the clergy is only 
              now becoming evident."  
            In a report 
              on her 1995 meeting with Cardinal Martínez in the Vatican, O'Donohue 
              noted that celibacy may have different meanings in different cultures. 
              For instance, she wrote in her report, a vicar general in one African 
              diocese had talked "quite openly" about the view of celibacy in 
              Africa, saying that "celibacy in the African context means a priest 
              does not get married but does not mean he does not have children." 
               
            Of the world's 
              1 billion Catholics, 116.6 million -- about 12 percent -- live in 
              Africa. According to the 2001 Catholic Almanac, 561 are bishops 
              and archbishops, 26,026 are priests and 51,304 are nuns.  
            In addition 
              to such general overviews, Martínez's office has also received documentation 
              on specific cases. In one such incident, dating from 1988 in Malawi 
              and cited in O'Donohue's 1994 report, the leadership team of a diocesan 
              women's congregation was dismissed by the local bishop after it 
              complained that 29 sisters had been impregnated by diocesan priests. 
              Western missionaries helped the leadership team compile a dossier 
              that was eventually submitted to Rome.  
            One of those 
              missionaries, a veteran of more than two decades in Africa, said 
              the Malawi case was complex and the issue of sexual liaisons was 
              not the only factor in-volved. She described the incident in a not-for-attribution 
              interview with NCR.  
            The missionary 
              said the leadership team had adopted rules preventing sisters from 
              spending the night in a rectory, banning priests from staying overnight 
              in convents and prohibiting sisters from being alone with priests. 
              The rules were intended to reduce the possibility of sexual contact. 
               
            Several sources 
              told NCR that religious communities as well as church officials 
              have taken steps to correct the problem, though they were reluctant 
              to cite specific examples.  
            Others say the 
              climate of secrecy that still surrounds the issue indicates more 
              needs to be done.  
            The secrecy 
              is due in part to efforts by religious orders to work within the 
              system to address the problems and in part to the cultural context 
              in which they occur. In sub-Saharan Africa, for instance, where 
              the problems are reportedly the most severe, sexual behavior and 
              AIDS are rarely discussed openly. Among many people in that region 
              of Central and Southern Africa, sexual topics are virtually taboo, 
              according to many who have worked there.  
            Expressing frustration 
              at unsuccessful efforts to get church officials to address the problem, 
              O'Donohue wrote in 1994, "Groups of sisters from local congregations 
              have made passionate appeals for help to members of international 
              congregations and ex-plain that, when they themselves try to make 
              representations to church authorities about harassment by priests, 
              they simply 'are not heard.'  
            " The Vatican 
              press office did not respond to NCR requests for comment on this 
              story. O'Donohue wrote that, although she was aware of incidents 
              in some 23 countries, including the United States, on five continents, 
              the majority happened in Africa.  
            Ironically, 
              given the reticence of many Africans to talk about sex, casual sex 
              is common in parts of Africa, and sexual abstinence is rare. It's 
              a culture in which AIDS thrives. Experts say the view derives from 
              a deeply rooted cultural association between male-ness and progeny 
              -- a view that makes the church's insistence on celibacy difficult 
              not only in practice but also in concept for some African priests. 
               
            AIDS rampant 
              in Africa  
            Some 25.3 million 
              of the world's 36.1 million HIV-positive persons live in sub-Saharan 
              Africa. Since the epidemic began in the late 1970s, 17 million Africans 
              have died of AIDS, according to the World Health Organization. Of 
              the 5.3 million new cases of HIV infection in 2000, 3.8 million 
              occurred in Africa. 
             According to 
              a graphic article on AIDS in sub-Saharan Africa in the Feb. 12 issue 
              of Time magazine, "Casual sex of every kind is commonplace. Everywhere 
              there's pre-marital sex, sex as recreation. Obligatory sex and its 
              abusive counterpart, coercive sex. Transactional sex: sex as a gift, 
              sugar-daddy sex. Extramarital sex, second families, multiple partners." 
               
            Further, Time 
              reported, women, taught from birth to obey men, feel powerless to 
              pro-tect themselves from men's sexual desires.  
            Even accounting 
              for promiscuity -- which in fact, some experts have argued, is no 
              less a problem in Western nations -- the religious men and women 
              raising the issue of sex-ual exploitation of religious women say 
              the situations they report on are clearly intoler-able and, in some 
              cases, approach the unspeakable.  
            In one instance, 
              according to O'Donohue, a priest took a nun for an abortion, and 
              she died during the procedure. He later officiated at her requiem 
              Mass.  
            Harassment 
              common  
            In McDonald's 
              report, she states that "sexual harassment and even rape of sisters 
              by priests and bishops is allegedly common," and that "sometimes 
              when a sister becomes pregnant, the priest insists that she have 
              an abortion." She said her report referred mainly to Africa and 
              to African sisters, priests and bishops -- not because the problem 
              is exclusively an African one, but because the group preparing the 
              report drew "mainly on their own experience in Africa and the knowledge 
              they have obtained from the members of their own congregations or 
              from other congregations -- especially diocesan congregations in 
              Africa."  
            "We know that 
              the problem exists elsewhere too," she wrote.  
            "It is precisely 
              because of our love for the church and for Africa that we feel so 
              distressed about the problem," McDonald wrote.  
            McDonald's was 
              the report presented in 1998 to the Council of 16. She declined 
              to be interviewed by NCR.  
            When a sister 
              becomes pregnant, McDonald wrote, she is usually punished by dis-missal 
              from the congregation, while the priest is "often only moved to 
              another parish -- or sent for studies."  
            In her report, 
              McDonald wrote that priests sometimes exploit the financial dependency 
              of young sisters or take advantage of spiritual direction and the 
              sacrament of reconciliation to extort sexual favors.  
            McDonald cites 
              eight factors she believes give rise to the problem:  
            The fact that 
              celibacy and/or chastity are not values in some countries.  
            The inferior 
              position of women in society and the church. In some circumstances 
              "a sister … has been educated to regard herself as an inferior, 
              to be subservient and to obey."  
            "It is understandable 
              then, that a sister finds it impossible to refuse a cleric who asks 
              for sexual favours. These men are seen as 'authority figures' who 
              must be obeyed."  
            "Moreover, they 
              are usually more highly educated and they have received a much more 
              advanced theological formation than the sisters. They may use false 
              theological arguments to justify their requests and behaviour. The 
              sisters are easily impressed by these arguments. One of these goes 
              as follows:  
            " 'We are both 
              consecrated celibates. That means that we have promised not to marry. 
              However, we can have sex together without breaking our vows.' " 
               
            The AIDS pandemic, 
              which means sisters are more likely to be seen as "safe."  
            Financial dependence 
              created by low stipends for sisters laboring in their home countries 
              or inadequate support for sisters sent abroad for studies. The problem 
              of sexual abuse in Africa is most common, according to many observers, 
              among members of di-ocesan religious congregations with little money 
              and no network of international support.  
            A poor understanding 
              of consecrated life, both by the sisters and also by bishops, priests, 
              and lay people.  
            Recruitment 
              of candidates by congregations that lack adequate knowledge of the 
              culture.  
            Sisters sent 
              abroad to Rome and other countries for studies are often "too young 
              and/or immature," lack language skills, preparation and other kinds 
              of support, and "frequently turn to seminarians and priests for 
              help," creating the potential for exploitation.  
            "I do not wish 
              to imply that only priests and bishops are to blame and that the 
              sisters are simply their victims," McDonald wrote. "No, sisters 
              can sometimes be only too willing and can also be naïve." 
             Silence. "Perhaps 
              another contributing factor is the 'conspiracy of silence' surrounding 
              this issue," McDonald wrote. "Only if we can look at it honestly 
              will we be able to find solutions."  
            The American 
              priest who gave a similar account of sexual abuse of women religious 
              is Fr. Robert J. Vitillo, then of Caritas and now executive director 
              of the U.S. bishops' Campaign for Human Development. In March 1994, 
              a month after O'Donohue wrote her report, Vitillo spoke about the 
              problem to a theological study group at Boston Col-lege. Vitillo 
              has extensive knowledge of Africa based on regular visits for his 
              work. His talk, which focused on several moral and ethical issues 
              related to AIDS, was titled, "Theological Challenges Posed by the 
              Global Pandemic of HIV/AIDS."  
            'Necessary 
              to mention'  
            Vitillo, a priest 
              of the Paterson, N.J., diocese, declined requests from NCR for an 
              interview on the content of his talk.  
            He told the 
              gathering at Boston College that nuns had been targeted by men, 
              particularly clergy, who may have previously frequented prostitutes. 
               
            "The last ethical 
              issue which I find especially delicate but necessary to mention," 
              he said, "involves the need to denounce sexual abuse which has arisen 
              as a specific result of HIV/AIDS. In many parts of the world, men 
              have decreased their reliance on commercial sex workers because 
              of their fear of contracting HIV. … As a result of this widespread 
              fear, many men (and some women) have turned to young (and therefore 
              presumably uninfected) girls (and boys) for sexual favors. Religious 
              women have also been targeted by such men, and especially by clergy 
              who may have previously frequented prostitutes. I myself have heard 
              the tragic stories of religious women who were forced to have sex 
              with the local priest or with a spiritual counselor who insisted 
              that this activity was 'good' for the both of them.  
            "Frequently, 
              attempts to raise these issues with local and international church 
              authorities have met with deaf ears," said Vitillo. "In North America 
              and in some parts of Europe, our church is already reeling under 
              the pedophilia scandals. How long will it take for this same institutional 
              church to become sensitive to these new abuse issues which are resulting 
              from the pandemic?"  
            The specific 
              circumstances outlined in the O'Donohue report are as follows: In 
              some instances, candidates to religious life had to provide sexual 
              favors to priests in order to acquire the necessary certificates 
              and/or recommendations to work in a diocese.  
            In several countries, 
              sisters are troubled by policies that require them to leave the 
              congregation if they become pregnant, while the priest involved 
              is able to continue his min-istry. Beyond fairness is the question 
              of social justice, since the sister is left to raise the child as 
              a single parent, "often with a great deal of stigmatization and 
              frequently in very poor socioeconomic circumstances. I was given 
              examples in several countries where such women were forced into 
              becoming a second or third wife in a family because of lost status 
              in the local culture. The alternative, as a matter of survival, 
              is to go 'on the streets' as prostitutes" and thereby "expose themselves 
              to the risk of HIV, if not already infected."  
            "Superior generals 
              I have met were extremely concerned about the harassment sisters 
              were experiencing from priests in some areas. One superior of a 
              diocesan congregation, where several sisters became pregnant by 
              priests, has been at a complete loss to find an appropriate solution. 
              Another diocesan congregation has had to dismiss over 20 sisters 
              because of pregnancy, again in many cases by priests. 
             "Some priests 
              are recommending that sisters take a contraceptive, misleading them 
              that 'the pill' will prevent transmission of HIV. Others have actually 
              encouraged abortion for sisters with whom they have been involved. 
              Some Catholic medical professionals employed in Catholic hospitals 
              have reported pressure being exerted on them by priests to procure 
              abortions in those hospitals for religious sisters.  
            "In a number 
              of countries, members of parish councils and of small Christian 
              communi-ties are challenging their pastors because of their relationships 
              with women and young girls generally. Some of these women are wives 
              of the parishioners. In such circumstances, husbands are angry about 
              what is happening, but are embarrassed to challenge their parish 
              priest. Some priests are known to have relations with several women, 
              and also to have children from more than one liaison. Laypeople 
              spoke with me about the concerns in this context stating that they 
              are waiting for the day when they will have dialogue homilies. This, 
              they volunteered, will afford them an opportunity to challenge certain 
              priests on the sincerity of their preaching and their apparent double 
              standards. In one country visited, I was informed that the presbytery 
              in a particular parish was at-tacked by parishioners armed with 
              guns because they were angry with the priests because of their abuse 
              of power and the betrayal of trust which their actions and lifestyles 
              reflected.  
            "In another 
              country a recent convert from Islam (one of two daughters who became 
              Christians) was accepted as a candidate to a local religious congregation. 
              When she went to her parish priest for the required certificates, 
              she was subjected to rape by the priest before being given the certificates. 
              Having been disowned by her family because of becoming a Christian, 
              she did not feel free to return home. She joined the congrega-tion 
              and soon afterwards found she was pregnant. To her mind, the only 
              option for her was to leave the congregation, without giving the 
              reason. She spent 10 days roaming the forest, agonizing over what 
              to do. Then she decided to go and talk to the bishop, who called 
              in the priest. The priest accepted the accusation as true and was 
              told by the bishop to go on a two-week retreat.  
            "Since the 1980s 
              in a number of countries sisters are refusing to travel alone with 
              a priest in a car because of fear of harassment or even rape. Priests 
              have also on occasion abused their position in their role as pastors 
              and spiritual directors and utilized their spiritual authority to 
              gain sexual favors from sisters. In one country, women supe-riors 
              have had to request the bishop or men superiors to remove chaplains, 
              spiritual di-rectors or retreat directors after they abused sisters." 
               
            Those most directly 
              affected are the women abused, wrote O'Donohue. The effects extend, 
              however, to the wider community and include disillusionment and 
              cynicism. The abused and others in the community "find the foundation 
              of their faith is suddenly shattered."  
            Many whose faith 
              has been shattered are from families that look unfavorably on religious 
              vocations and who "question why celibacy should be so strongly proclaimed 
              by the same people who are seemingly involved in sexually exploiting 
              others. This is seen as hypocrisy or at least as promoting double 
              standards," O'Donohue wrote.  
            Some observers 
              say that in the wake of such reports, steps have been taken to address 
              the problem. 
             New guidelines 
               
            Wolf, the Benedictine 
              leader in Rome, said, "Several monasteries already have guidelines 
              in case a monk is accused of sexual misconduct, taking care of the 
              individuals concerned, the victim included. I pushed this question 
              in our congregation. We need sincerity and justice."  
            A Vatican official 
              told NCR that "there are initiatives at multiple levels" to raise 
              awareness about the potential for sexual abuse in religious life. 
              The official cited efforts within conferences of religious superiors, 
              within bishops' conferences, and within particular communities and 
              dioceses.  
            Most of these, 
              the official said, were steps the Vatican is "aware of" and "supporting" 
              rather than organizing or initiating.  
            The Vatican 
              official was willing to speak anonymously about the problem with 
              NCR. The official noted two signs that the culture in the church 
              is changing. In specific cases, the official said, the response 
              from church leaders is more aggressive and swift; and in general, 
              there is a climate within religious life that these things have 
              to be discussed. "Talking about it is the first step towards a solution," 
              the official said. 
             Church officials 
              have not always, however, been open to such exchanges. McDonald 
              wrote in her 1998 report that in March of that year she had spoken 
              to the standing committee of the Symposium of Episcopal Conferences 
              of Africa and Madagascar, the consortium of African bishops' conferences, 
              on the problem of sexual abuse of sisters. "Since most of what I 
              gave was based on reports coming from diocesan congregations and 
              Conferences of Major Superiors in Africa, I felt very convinced 
              of the authenticity of what I was saying," McDonald wrote.  
            Yet, "the bishops 
              present felt that it was disloyal of the sisters to have sent such 
              reports outside their dioceses," McDonald wrote. "They said that 
              the sisters in question should go to their diocesan bishop with 
              these problems."  
            "Of course," 
              she wrote, "this would be the ideal. However, the sisters claim 
              that they have done so time and time again. Sometimes they are not 
              well received. In some in-stances they are blamed for what has happened. 
              Even when they are listened to sym-pathetically, nothing much seems 
              to be done." 
             Worth talking 
              about  
            Whatever positive 
              steps have been taken, the problem remains a live concern for religious 
              women. In an interview at her home in Kansas City, Mo., Fangman, 
              the nun who raised the issue last September at a gathering of Benedictine 
              abbots in Rome, told NCR that she had heard the stories about sisters 
              being sexually abused by priests during informal discussions at 
              meetings of abbesses and prioresses worldwide.  
            "The sisters 
              who brought it up were deeply hurt by it and found it very painful 
              -- and very painful to talk about," she said. Because of the pain 
              that she and others were hearing, "we decided that it was worth 
              also beginning to talk about in a more open way, and we had the 
              opportunity at our regular meeting with the Congress of Abbots," 
              she said.  
            Fangman said 
              her report to the Benedictine abbots was based on the conversations 
              with sisters and on the material in O'Donohue's reports.  
            Fangman's talk 
              was published in a recent issue of the Alliance for International 
              Monasticism Bulletin, a mission magazine of the order.  
            O'Donohue's 
              report was prepared in a similar spirit: in hope of promoting change. 
              She wrote in her report that she had prepared it "after much profound 
              reflection and with a deep sense of urgency since the subjects involved 
              touch the very core of the church's mission and ministry."  
            The information 
              on abuse of nuns by priests "comes from missionaries (men and women); 
              from priests, doctors and other members of our loyal ecclesial family," 
              she wrote. "I have been assured that case records exist for several 
              of the incidents" de-scribed in the report, she said, "and that 
              the information is not just based on hearsay." The 23 countries 
              listed in her report are: Botswana, Burundi, Brazil, Colombia, Ghana, 
              India, Ireland, Italy, Kenya, Lesotho, Malawi, Nigeria, Papua New 
              Guinea, Philippines, South Africa, Sierra Leone, Tanzania, Tonga, 
              Uganda, United States, Zambia, Zaire, Zimbabwe.  
            Her hope, she 
              wrote, is that the report "will consequently motivate appropriate 
              action especially on the part of those in positions of church leadership 
              and those responsible for formation."  
            John Allen's 
              e-mail address is jallen@natcath.org. Pamela Schaeffer's e-mail 
              address is pschaeffer@natcath.org  
            Documents related 
              to the above story will be available on the NCR Web site at www.natcath.com/NCR_Online/documents/index.htm 
               
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            National Catholic 
              Reporter, March 16, 2001  
             Inside 
              NCR  
            This week's 
              cover story is a jarring account of misused power and abuse that 
              has re-mained largely hidden amid layers of cultural idiosyncrasies 
              and church bureaucracy.  
            The first hints 
              of the story began circulating several years ago. In early 1999 
              we began to dig for more details related to the content of two reports 
              that came our way, one from several sources. We were also seeking 
              an assessment of the dimensions of the prob-lem and some indications 
              of what was being done to address the issue.  
            Then other reports 
              came to our attention. We became aware that the topic was being 
              discussed in many gatherings of religious women.  
            It is deeply 
              disturbing material.  
            The people who 
              gathered the primary data for the reports on which the story is 
              based, respected members of religious communities, professionals 
              responsible for the church's work in the wider world, did not intend 
              to come to the press with it. Their in-tent, we believe, was to 
              awaken religious communities to the abuse and to alert the Vatican, 
              hoping that something would be done.  
            We could find 
              little evidence that anything was being done through formal church 
              channels.  
            In the reporting 
              of this story, Managing Editor Pam Schaeffer and Rome Correspondent 
              John L. Allen Jr. found that those who compiled the reports were 
              reluctant to provide further details.  
            Their reluctance 
              is understandable. No one who has given a life of service to the 
              church wants to be perceived as betraying the institution or speaking 
              ill of it in public. Some are convinced that sensitive and embarrassing 
              matters are best handled in pri-vate, through church channels. It 
              is, finally, axiomatic that this papacy, with its ban on discussion 
              of ordaining women, optional celibacy and married priests, is not 
              conducive to discussion of even more difficult issues.  
            I wrestled with 
              this story for its implications beyond the church. We weren't eager 
              to spotlight one more agony for Africa, a continent already besieged 
              with war, poverty and epidemics.  
            We're keenly 
              aware that the scourge of AIDS in Africa could be diminished if 
              Western nations mustered the will to help (see NCR, Nov. 5, 1999). 
              It is an international scandal that so many Africans continue to 
              die of AIDS without treatment readily available in other countries. 
               
            Weighing injustices, 
              one against the other, however, does no one justice. The wounds 
              caused by sexual abuse won't heal if left alone, and indeed may 
              never heal. They are, however, as much a part of the 21st century 
              Catholic story as were all the golden moments of the Jubilee.  
            The Jesuit theologian 
              John Courtney Murray once wrote: "Through the rights of the people, 
              the freedom of the press knows only one limitation, and that is 
              the people's need to know. And I think within the church as within 
              civil society, the need of the peo-ple to know is in principle unlimited." 
               
            In this case, 
              the wider church community needs to know of this tragedy in order 
              to be-gin dealing with it. Women who have been victims must know 
              they are not abandoned or ignored to protect the institution. It 
              is also our hope that airing the reports will provide some safety 
              for women religious who may be in vulnerable circumstances and that 
              it will prevent further abuse.  
            The Christian 
              endeavor survived Peter's denial of Jesus. We all live in the tradition 
              of that denial as much as in the tradition of the Resurrection. 
              The alleged abuse and rape of young nuns in Africa is a modern denial. 
              Failing to fulfill our role as journalists would only amplify the 
              echo, through the ages, of Peter's line: "Woman, I do not know him." 
              We do know him. Forgiveness and redemption are ours, but not before 
              evil is named and confronted.  
             Tom Roberts 
              My email address is troberts@natcath.org  
            National Catholic 
              Reporter, March 16, 2001  
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            Nota 
              de prensa enviada por el autor de este site web: 
            La reciente 
              publicación, por parte de la revista norteamericana National Catholic 
              Reporter, del contenido de varios informes realizados por las religiosas 
              María O'Donohue y Maura McDonald, que denuncian la violación de 
              cientos de monjas en 23 países, así como embarazos, abortos y un 
              sin fin de tropelías sexuales, ha puesto de nuevo sobre la mesa 
              la espinosa cuestión de la vida sexual del clero católico.  
            La novedad, 
              ahora, es que el Vaticano ha declarado conocer la existencia de 
              estos delitos sexuales... aunque, tal como es norma de actuación 
              de las autoridades eclesiásticas, no han hecho nada para poner fin 
              a esa situación ni para castigar a los culpables a pesar de que 
              fueron informados de los delitos hace más de 6 años.  
            Desde los ámbitos 
              católicos intenta quitarse importancia a estos hechos argumentando 
              que "sólo" suceden en países africanos, por una cuestión estrictamente 
              cultural (más abajo analizaremos esta cuestión), pero, lamentablemente, 
              los abusos sexuales del clero católico son muy importantes en todo 
              el mundo, incluidos los países más desarrollados, entre los que 
              está España.  
            Tal como ya 
              saben la mayoría de los receptores de este e-mail, yo conozco bien 
              la situación española, ya que realicé en 1995 el primer y único 
              estudio riguroso sobre el comportamiento sexual de su clero. Trabajando 
              con una base de datos extraordinariamente amplia (ver la metodología 
              de la investigación en la sección temática "Sexualidad del clero" 
              de mi site web: http://www.pepe-rodriguez.com) y en la constan pruebas 
              irrefutables del historial sexual de casi 400 sacerdotes actualmente 
              en activo, se documentó la siguiente realidad estadística:  
            Entre los sacerdotes 
              actualmente en activo, un 95% de ellos se masturba, un 60% mantiene 
              relaciones sexuales, un 26% soba a menores, un 20% realiza prácticas 
              de carácter homosexual, un 12% es exclusivamente homosexual, y un 
              7% comete abusos sexuales graves con menores.  
            Las preferencias 
              sexuales del clero analizado son las siguientes: el 53% mantiene 
              relaciones sexuales con mujeres adultas, el 21% lo hace con varones 
              adultos, el 14% con menores varones y el 12% con menores mujeres. 
              Se observa, por tanto, que un 74% de ellos se relaciona sexualmente 
              con adultos, mientras que el 26% restante lo hace con menores; y 
              que domina la práctica heterosexual en el 65% de los casos, frente 
              al 35% que tienen orientación homosexual.  
            Entre los sujetos 
              con actividad heterosexual u homosexual habitual, el 36% comenzó 
              a mantener relaciones sexuales antes de los 40 años, mientras que 
              el 64% restante lo hizo durante el período comprendido entre sus 
              40 y 55 años.  
            Los gráficos 
              y otros datos estadísticos pueden encontrarse en http://www.pepe-rodriguez.com 
              y, claro, en el trabajo original publicado en el libro La vida sexual 
              del clero. Los datos estadísticos mencionados pueden ser extrapolables 
              a la situación que se está viviendo entre el clero católico de otros 
              países con estructura social similar a la española.  
            Otras investigaciones, 
              como la realizada un año antes, 1995, en la Universidad de Salamanca 
              y publicada por el Ministerio de Asuntos Sociales, afloraron un 
              dato no menos trágico: del total de españoles que han sufrido abusos 
              sexuales siendo menores, un 10 por ciento fue abusado por un sacerdote 
              católico.  
            Cuando se publicó 
              mi libro, del que en España se han vendido más de 55.000 ejemplares 
              a pesar de la censura impuesta por muchos medios de comunicación, 
              la cúpula del clero español me acusó de mentir y de buscar el escándalo. 
              Curiosamente, ninguno de entre las decenas de sacerdotes y obispos 
              en activo que se mencionan, con su nombre y apellidos, en mi libro, 
              ha presentado jamás una demanda judicial contra mi; la razón es 
              evidente: lo que se cuenta en él es absolutamente cierto, tal como 
              tuvo el valor de reconocer el portavoz de la Conferencia Episcopal 
              portuguesa (ver su carta en mi site web).  
            Obviamente, 
              también se me acusó de mentir cuando hace años afirmé que en la 
              India, país que conozco bien, se estaba violando sistemáticamente 
              a decenas de monjas por parte de algunos sacerdotes católicos. Sin 
              tener que irnos tan lejos, en España, entre los mismos sacerdotes 
              se conoce el prototipo que ellos llaman "gañán de monjas" o "semental 
              de monjas", que son sacerdotes especializados en seducir a monjas. 
               
            Hasta teólogos 
              católicos muy críticos con la Iglesia, como Enrique Miret Magdalena, 
              gran persona y buen amigo mío, descalificaron mi libro... aunque 
              ahora tengan que tragarse sus propias palabras ante la realidad 
              que ellos mismos denuncian: según el propio Miret Magdalena (Ver 
              El País de 22-3-2001), recientes estudios sociológicos norteamericanos 
              han desvelado que sólo el 2% de los sacerdotes cumple el celibato; 
              mi estudio, en todo caso, se quedaba muy por debajo de este dato 
              porque, tal como ya advertía en él, prefería acogerme a las cifras 
              más modestas posibles, aunque sabía que la realidad del problema 
              era superior.  
            Nada nuevo tampoco 
              en el dato que aporta Miret sobre norteamérica, ya en mi libro documentaba 
              que, en 1995, unos 400 sacerdotes católicos habían sido ya condenados 
              en USA por delitos sexuales cometidos contra menores y que al menos 
              una cifra similar estaban a la espera de juicio. Las indemnizaciones 
              que ha tenido que pagar la Iglesia católica han sido de miles de 
              millones de pesetas; tanto, que en algunos países la Iglesia católica 
              ha contratado un seguro de responsabilidad civil para responder 
              ante las previsibles demandas contra el clero por delitos sexuales. 
               
            La situación 
              de Estados Unidos no es atípica ni única, sólo que allá las víctimas 
              no temen enfrentarse a la Iglesia. En España hay pánico a la institución 
              y por eso apenas se denuncian los abusos sexuales del clero, y en 
              no pocos juzgados se ha protegido con descaro al sacerdote acusado 
              (algunos expedientes judiciales que lo prueban obran en mi archivo). 
               
            La Iglesia conoce 
              perfectamente esta situación desde siempre y jamás hace otra cosa 
              que no sea encubrir los hechos. Puedo probar decenas de casos de 
              encubrimiento grave por parte de los obispos, pero como muestra 
              basta uno: en mi site web (http://www.pepe-rodriguez.com) puede 
              obtenerse, escaneados, todos los documentos originales que demuestran 
              cómo el cardenal de Barcelona, monseñor Carles, encubrió una red 
              conformada por varios sacerdotes y diáconos que corrompieron sexualmente 
              a no menos de 60 menores y adolescentes. El cardenal y parte de 
              sus obispos auxiliares (alguno implicado directamente en el caso) 
              no sólo no denunciaron ante la justicia ordinaria el caso sino que 
              tampoco expulsaron del clero, tal como sería preceptivo, a quienes 
              protagonizaron esos desmanes sexuales. En lugar de actuar con honestidad, 
              presionaron a las familias de las víctimas para que callaran y ocultaran 
              lo sucedido y permitieron incluso que quienes entonces eran diáconos 
              fuesen ordenados sacerdotes, actividad que siguen desarrollando 
              hoy día.  
            Esta brutal 
              hipocresía del clero no sólo viene justificada por el talante de 
              algunos obispos --todavía es una conseja corriente, que me han confesado 
              algunos curas, el que cuando un sacerdote le plantee sus dificultades 
              para mantener el celibato a su obispo éste le aconseje: "Si tienes 
              que ir con mujeres, procura ir con casadas, que con ellas no se 
              nota"; es decir, no te complican la vida y si quedan embarazadas, 
              ya que los medios anticonceptivos son pecado, será el marido quién 
              lo asuma-- sino, mucho más grave, por el propio Derecho Canónico 
              que, tal como se documenta en el artículo correspondiente de mi 
              web, obliga a encubrir todos y cada uno de los delitos sexuales 
              cometidos por el clero.  
            Resumiendo los 
              cánones que se citan en el articulo de referencia, se concluye que 
              el "castigo penal" que la Iglesia católica le aplica a un clérigo 
              que, por ejemplo, haya corrompido sexualmente a un menor (can. 1395.2) 
              se limita a la práctica de alguna amonestación, obra de religión 
              o penitencia (cann. 1312, 1339), realizadas siempre en privado (can. 
              1340) para que permanezca en secreto la comisión del delito. En 
              todo caso, nunca puede emprenderse un "procedimiento penal" sin 
              antes haber intentado "disuadir" al delincuente para que cambie 
              de comportamiento (cann. 1341, 1347), es decir, que la Iglesia siempre 
              perdona y "olvida" de oficio el primer delito --en este caso la 
              primera relación sexual con un menor-- y, en la práctica, también 
              perdona y encubre todos los siguientes. La burla a las víctimas 
              y a la Administración de Justicia es obvia.  
            Resulta absolutamente 
              inaceptable que en un Estado de Derecho se admita una patente de 
              corso como el Derecho Canónico que obliga a encubrir delitos a fin 
              de impedir que la justicia ordinaria cumpla con su obligación.  
            La situación 
              denunciada acerca de las violaciones de monjas no es sino la punta 
              de un tremendo iceberg que la Iglesia no sabe ni quiere resolver. 
               
            En todas las 
              encuestas entre sacerdotes, no menos de un 75 a 80 por ciento está 
              a favor del celibato opcional, postura que también defiendo yo en 
              mi libro La vida sexual del clero, pero el actual Papa, por motivos 
              estrictamente personales, lo ha impedido (aunque también ha declarado 
              en privado que será inevitable que eso ocurra, pero no quiere que 
              sea en su pontificado).  
            No hay duda 
              de que el próximo Papa permitirá el celibato opcional, no sólo porque 
              es justo y necesario, y mejorará la vida afectiva (que es más importante 
              que la sexual) de los sacerdotes que deseen tener una familia, y 
              acabará con infinitas situaciones de abuso, delito e hipocresía, 
              sino porque, además, es un decreto administrativo relativamente 
              reciente y profundamente antievangélico, sin base neotestamentaria 
              ninguna (ver el artículo correspondiente en mi web).  
            Las razones 
              que explican el que cientos de monjas hayan sido violadas por sacerdotes 
              en 23 países son el resultado de varias causas, al margen de la 
              irracional imposición del celibato obligatorio, que pueden actuar 
              conjuntamente, a saber:  
            1) En muchos 
              países y/o etnias, la figura del adulto soltero es incomprensible, 
              por ello, si un sacerdote quiere tener predicamento en esas comunidades 
              y ser aceptado, debe tener vida marital. Es de sobra conocido que 
              en África hay muchos obispos que tienen una o varias esposas (que 
              incluso acuden al aeropuerto a despedir al Papa en sus visitas) 
              y lo mismo sucede con muchos sacerdotes. Este hecho se repite en 
              algunas áreas latinoamericanas.  
            2) La Iglesia 
              tiene problemas graves para enrolar en su barco a nuevos sacerdotes, 
              así que, en muchos países, admite a varones de las clases más bajas 
              que ven en el sacerdocio un modus vivendi, tal como ya sucedió en 
              la Edad Media, la época más brutal en cuánto a la delincuencia sexual 
              del clero. Esos varones, al margen de su cultura étnica de nulo 
              respeto hacia la mujer, al verse investidos del poder y prestigio 
              que concede su cargo eclesial, no encuentran el menor impedimento, 
              por parte de mujeres culturalmente sumisas, para dar rienda suelta 
              a sus instintos sometiendo sexualmente a monjas y feligresas (de 
              las que no se habla en los informes de las religiosas, pero que 
              seguro aportan un número de víctimas muy superior). El patético 
              barniz cultural y teológico que se da en la formación durante el 
              periodo de seminario, no puede poner coto a estos desmanes porque 
              no forma en valores humanos sino en ardor evangelizador, que es 
              algo años luz alejado del mensaje que se lee en los Evangelios. 
             3) A lo anterior 
              su suma una práctica vergonzosa y nefasta: en España, cuando un 
              sacerdote comienza a tener problemas por ser pública su actividad 
              sexual con menores o con adultos de ambos sexos, primero se le traslada 
              de parroquia para ocultar los hechos, pero, si persiste su actividad 
              sexual, el obispo de su diócesis pone los medios económicos para 
              que el delincuente sexual se marche a instalarse en Latinoamérica 
              o África. A la cúpula de la Iglesia le preocupa más el escándalo 
              que el hecho de que un sacerdote abuse de menores, por eso los envían 
              lejos, saben que las clases más humildes de un país tercermundista 
              no acuden jamás ante un juzgado. Problema resuelto para todos. No 
              hay escándalo y el cura puede satisfacer su perversión sin límites. 
               
            4) Este tipo 
              de situaciones persisten, tanto en países del tercer mundo como 
              en los más desarrollados, porque la cúpula eclesial, que siempre 
              y sin ninguna excepción conoce los casos, siempre los encubre. En 
              los casos en que la mujer victimizada, ya sea amante fija del sacerdote, 
              mujer embarazada por una relación ocasional o víctima de violación, 
              acude al obispo de la diócesis en demanda de justicia, éste siempre 
              la culpabiliza a ella y la hace responsable de haber seducido a 
              un santo varón con traje talar; la amenaza del infierno por su pecado 
              horrible es lo menos que deben escuchar esas pobres mujeres. Miles 
              de mujeres en el mundo están o han pasado por esta situación.  
            A pesar de mi 
              dura crítica a la Iglesia, saben todos los que leen mis libros, 
              entre ellos cientos de sacerdotes católicos que apoyan mi trabajo, 
              que no soy anticlerical. Mi crítica va contra una situación injusta, 
              hipócrita y delictiva que perjudica a todos, siendo las principales 
              víctimas los propios sacerdotes y el gran colectivo de las mujeres, 
              ya sean monjas, mujeres de Iglesia o cualquiera otra.  
            La actitud de 
              la cúpula católica con respecto a la mujer es profundamente lamentable 
              (ver el artículo correspondiente en mi web) y debería cambiar con 
              la máxima rapidez en beneficio de todos, también de la propia Iglesia, 
              dado que la gran mayoría de su personal laboral y de sus creyentes 
              son mujeres.  
            Quiero dejar 
              constancia, también, de que hay cientos de sacerdotes honestos, 
              que dan su vida por los demás y a los que siempre he apoyado y apoyaré, 
              tanto en lo personal como mediante notables aportaciones económicas 
              para sus proyectos en el Tercer Mundo.  
            No es lícito 
              decir que todo es basura dentro de la Iglesia, porque es injusto 
              y no es verdad. Pero tampoco cabe aceptar la cretinez que monseñor 
              Guerra Campos le espetó a la presidenta de la Asociación de Padres 
              y Amigos de Deficientes Mentales de Cuenca (ASPADEC) cuando fue 
              a solicitarle que pusiese bajo tratamiento psiquiátrico al sacerdote 
              Ignacio Ruiz Leal, acusado de haber abusado sexualmente de tres 
              disminuidos psíquicos de ASPADEC. El prelado ultraconservador le 
              respondió: "¡Señora, lo que usted me cuenta es imposible, los sacerdotes 
              no tenemos sexo!".  
            Los sacerdotes 
              no sólo sí tienen sexo, sino que lo usan y hacen mucho daño con 
              él. 
             Desde dentro 
              y desde fuera de la Iglesia hay que luchar para que esta situación 
              se acabe de una vez.  
            Dado que la 
              Red nos permite comunicarnos sin censuras, este mail se ha enviado 
              a unas 2.000 direcciones de 14 países. Si tu estás de acuerdo con 
              su contenido, y te parece razonable, envíale una copia a tus amigos. 
               
            Es hora de que 
              el debate social ayude a cambiar la grave y enquistada situación 
              de abusos sexuales que se vive dentro de la Iglesia.  
            Gracias por 
              tu colaboración.  
            Pepe Rodríguez 
               
            http://www.pepe-rodriguez.com 
               
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            Las 
              raíces eclesiásticas de los abusos a las monjas 
             
             por Esther 
              Fangman (monja benedictina y psicóloga) 
            Informe presentado 
              al Congreso de abades, priores y abadesas de la orden benedictina 
              celebrado en Roma en septiembre del 2000. Fue publicado en el Bulletin 
              de l'Aim (Alliance for International Monasticism, número 
              70/2000). La traducción al español es de Il Regno 
              (número 7/2001). 
            DÓNDE 
              Y CÓMO NACEN LOS ABUSOS 
               
              Hoy estoy frente a vosotros para hablar de un tema inquietante del 
              que hemos tomado conciencia estos últimos años durante 
              nuestros encuentros entre benedictinas. No es fácil hablar 
              de esto, pero es necesario poneros al corriente de que, en algunas 
              situaciones, las religiosas benedictinas nos vemos obligadas a llevar 
              una cruz muy pesada, como víctimas del comportamiento sexual 
              de un cura. Callar significaría consentirlo. 
               
              Este informe se divide en cuatro partes: 
               
              -lo que ha pasado; 
              -cómo ha podido pasar; 
              -una posible explicación psicológica que intente comprender 
              la dinámica de los acontecimientos, en el contexto de las 
              influencias culturales en esta materia; 
              -una mirada sobre las consecuencias para la víctima. 
               
              Deseo aclarar bien desde el principio que lo que diré no 
              debe generalizarse y aplicarse a todas las situaciones, países, 
              comunidades femeninas o a todos los curas. Por ejemplo si afirmara 
              que el abad general es un santo, eso no quiere decir que todos los 
              abades aquí presentes sean unos santos, ni 
              tampoco todos los curas. Os ruego que no generalicéis. Con 
              esto que digo no me refiero ni a todos los curas ni a todas las 
              comunidades monásticas femeninas. 
            Lo que ha pasado 
               
              En nuestras reuniones y coloquios, y en discusiones informales, 
              hemos tenido noticia de las situaciones que voy a contar. En algunos 
              países africanos, algunos curas han acudido a conventos y 
              monasterios para "satisfacer sus exigencias sexuales". 
              Más concretamente, esto quiere decir que un cura puede 
              presentarse en la puerta del convento y esperar que se le ofrezca 
              una religiosa para satisfacer su deseo sexual. En algunos casos, 
              cuando una muchacha toma la decisión de entrar en una comunidad 
              y se dirige al cura que mejor conoce para obtener el necesario certificado 
              y las cartas de recomendación, éste no le concede 
              los documentos si no va con él. Otra situación en 
              la que puede sufrir presiones es cuando va a confesarse. Este tipo 
              de situaciones están aumentando en los últimos años, 
              probablemente a causa del sida, tan extendido en ciertos países 
              de África. Con una monja, que presumiblemente es virgen, 
              se evita el riesgo de contraer el sida. En algunos casos ha ocurrido 
              que la propia monja haya sido contagiada por el virus y/o quedado 
              embarazada. 
              Otro lugar en el que puede constatarse la violencia sexual es en 
              esta misma ciudad, Roma. 
              A veces, cuando las hermanas son enviadas aquí para formarse, 
              llegan prácticamente sin un duro en el bolsillo. Durante 
              las vacaciones puede ocurrir que algún cura se les acerque 
              y les ofrezca dinero a cambio de una pequeña ayuda. Se les 
              piden favores. Ellas imaginan que tienen que hacer tareas domésticas. 
              y se encuentran con que, por el contrario, lo que se les pide son 
              favores sexuales. 
              Por supuesto que esto no sólo ocurre en África o en 
              Italia. Estoy al corriente incluso de casos ocurridos en Estados 
              Unidos, y también en otros lugares como Méjico, Japón, 
              etc. Puede pasar de diferente manera según los sitios. Por 
              ejemplo, así es como se desarrolló un caso sucedido 
              en Estados Unidos. Os hago saber esto no para disminuir el dolor 
              causado por los abusos sexuales sobre nuestras hermanas africanas, 
              sino porque quisiera explicar mejor cómo éstas situaciones 
              pueden darse en contra de la voluntad de las hermanas y monjas. 
            Cómo 
              ha podido ocurrir 
               
              En este episodio ocurrido en Estados Unidos, estuvo implicada una 
              monja que había sido nombrada por primera vez directora de 
              una escuela elemental. Al comienzo del curso académico, esta 
              hermana se encontró un día frente a un gran problema 
              con los padres y los alumnos. 
              Muy alterada, al terminar la escuela fue a comentárselo al 
              párroco. Llegó empañada en lágrimas, 
              visiblemente trastornada. Él la hizo entrar en su oficina, 
              cerró la puerta y la sentó en sus rodillas abrazándola 
              "para consolarla". La escuchó con atención 
              y respondió con amables palabras. La 
              turbación con la que había llegado aumentó 
              con la confusión que le causó el comportamiento del 
              párroco. Por un lado parecía que él la comprendía, 
              por otro lado algo en ella le decía "no puedo creer 
              que esté ocurriendo esto, no me parece correcto". Pero 
              el gesto inmediato con que él la puso sobre sus 
              rodillas la tomó de sorpresa. Ella dudó, desconcertada, 
              y cuando pudo entender lo que estaba ocurriendo, ya había 
              pasado cierto tiempo. Él seguía diciéndole 
              palabras de comprensión, de simpatía. Aunque empezaba 
              a dudar y sentía que una voz en su interior le decía 
              "cuidado", se dijo en cambio: "es 
              muy comprensivo, es sólo eso". En aquella ocasión 
              no hubo ningún otro tipo de contacto de tipo sexual. Pero 
              al cabo del tiempo él siguió mostrándose "muy 
              comprensivo, lleno de compasión" y el "afecto físico" 
              se manifestó con otros acercamientos. Ella consideró 
              el comportamiento inicial "sin ninguna 
              intención". Al final, la relación se convirtió 
              en sexual y la hermana perdió el contacto con la verdad en 
              su interior. 
            Una explicación 
              psicológica plausible 
               
              Seguía siendo monja, pero al cabo del tiempo la ansiedad 
              y la depresión se apoderaron de ella. ¿Por qué? 
              Esto ocurrió debido a que era presa de una contradicción 
              interior que quería resolver sin admitirla. Sabía 
              que sus acciones y su comportamiento estaban en conflicto con su 
              fe. En psicología, Leon Festiger llama a esto "disonancia 
              cognitiva". Cuando en nuestro interior hay cosas contradictorias, 
              que están en conflicto, experimentamos la disonancia. Él 
              afirma que dentro de cada uno existe un impulso de autenticidad, 
              de integridad, que quiere hacer que nuestras acciones y pensamientos 
              correspondan a lo que creemos. Necesitamos ser coherentes; y, frente 
              a la incoherencia, sentimos una disonancia cognitiva que tiene que 
              resolverse de alguna forma. Puede ocurrir de varias maneras. Una 
              de ellas es 
              cambiar el comportamiento. "Dejar de hacer lo que te hace estar 
              en contradicción con lo que crees". En el caso expuesto, 
              la hermana podía dejar de ver al cura. La segunda manera 
              de resolver este conflicto interior es cambiar el modo de pensar, 
              sea cambiando de verdad la propia fe, sea no teniéndola en 
              cuenta. Puede parecer sencillo, pero en muchos casos no lo es en 
              absoluto. Así, esta hermana pudo haber empezado a decirse, 
              por ejemplo, "me quiere de verdad, y yo le quiero, ¿cómo 
              puede ser malo esto?". Se intenta razonar, para comprender 
              la situación. Pero a nivel inconsciente esta hermana no podía 
              aceptar tal razonamiento, de ahí su estado de ansiedad y 
              depresión. Una tercera solución para la disonancia 
              cognitiva es "separar" o alejar de sí mismo la 
              parte en conflicto, haciendo como si no existiera. 
              Es una forma de disociación. En algunas personas, funciona 
              durante algún tiempo. Después a menudo se añaden 
              otros comportamientos para intentar no darse cuenta de esta falta 
              de lógica, como el alcoholismo o el uso de drogas. Pero si 
              una persona tiene costumbre de rezar, especialmente de 
              manera contemplativa, la disonancia saldrá y habrá 
              que afrontarla y curarla. 
              He puesto este ejemplo porque me parece importante examinar las 
              situaciones de violencia sexual por parte de un cura con cierta 
              comprensión, sin juicios severos. Si se crece dentro de una 
              cultura -o de una familia- que tiene determinadas opiniones en lo 
              que se refiere a los impulsos sexuales, considerándolos no 
              sólo naturales sino que hay que satisfacerlos como algo sano, 
              para ser hombre y todo eso, cuando la Iglesia viene y dice "los 
              curas tienen que ser célibes", entonces se produce la 
              disonancia cognitiva. La 
              primera solución a este conflicto, obviamente, es observar 
              el celibato simplemente. Otra solución consiste en considerar 
              la ley del celibato en el contexto de otros razonamientos que la 
              anulan. Por ejemplo: "Roma no entiende nuestra cultura; el 
              celibato no es una cosa normal; en realidad no 
              quieren decir que no se deben tener relaciones sexuales; los hombres 
              tienen derecho de satisfacer sus deseos sexuales, etc.". No 
              voy a minimizar la horrible injusticia de estos abusos sexuales, 
              sino que simplemente intento entender lo que ocurre. Nuestro comportamiento 
              está fuertemente influido por 
              la cultura en la que crecemos. Si se crece en una cultura que ha 
              institucionalizado ciertas convicciones, éstas forman parte 
              de nosotros, están inscritas en nuestro interior, y las aceptamos. 
              Llegamos a un punto en que nuestra imaginación no puede elegir 
              otra cosa. Por tanto si pertenezco a una cultura que tiene un tipo 
              de estructura en la cual los hombres deciden lo que está 
              bien y lo que está mal, y las mujeres tienen que obedecer, 
              yo, si soy mujer, consiento todo esto. Si la estructura jerárquica 
              es la 
              siguiente: ancianos, hombres más jóvenes, niños, 
              mujeres y niñas, yo me quedo con la noción de que 
              soy inferior, de que el hombre es el que sabe. Y si en esta cultura 
              el cura ha sustituido al jefe, o a la figura que representa la sabiduría 
              espiritual, entonces él es el primero, después van 
              los ancianos, los otros hombres, luego los jóvenes, las mujeres, 
              etc. 
              Entonces, si un cura pide favores sexuales a una monja, aunque ésta 
              no se dé cuenta, su imaginación no le permite pensar 
              que podría decirle: "No, no voy a hacerlo". La 
              clara libertad de elección no está siempre tan exenta 
              de ambigüedad como se podría esperar. No se trata de 
              una situación en la que un 
              hombre y una mujer deciden de común acuerdo tener una relación 
              sexual. No es una situación en la que un cura y una hermana/monja 
              tienen la misma capacidad de elección. Las mujeres han aprendido 
              a someterse a "el que sabe" . Y aún nosotros la 
              condenamos si consiente. 
              Para entender toda la fuerza de esta formación cultural, 
              voy a poner un ejemplo sacado de otra parte. En 1973 en Estocolmo, 
              Suecia, cuatro personas fueron secuestradas por unos individuos 
              y mantenidas como rehenes en un banco durante cinco días 
              y medio. Al final, fueron liberadas y fue un shock 
              para todo el mundo comprobar que algunas víctimas tenían 
              miedo de la policía, que las había liberado. Y cuando 
              los secuestradores fueron procesados, algunos de los rehenes testificaron 
              a su favor. Algunos llegaron incluso a pagarles los abogados. Se 
              llama "síndrome de Estocolmo". ¿Cómo 
              pudo ocurrir? Cuando la supervivencia de una persona depende de 
              otra, y ésta última la trata bien y/o utiliza amenazas 
              violentas contra ella, la víctima, para sobrevivir, comienza 
              sometiéndose, y termina por adoptar el punto de vista del 
              opresor sobre la realidad. La víctima da otro nombre a lo 
              que pasa, da otro sentido a la realidad. En la situación 
              de Estocolmo el enemigo se convierte en el que los agresores indican. 
              Desde entonces, este fenómeno ha sido previsto y entendido 
              por los negociadores en caso de secuestro aéreo 
              o naval. Los negociadores saben que cuanto más se prolonga 
              la situación de los rehenes, más se identificarán 
              con los piratas. 
              Y bien, si éste fue el resultado evidente en el caso de un 
              secuestro de sólo cinco días y medio de duración, 
              ¿por qué habría de ser tan difícil de 
              entender claramente que una cultura que influye durante 10, 18 o 
              más años en la vida de una persona, será determinante 
              para el pensamiento o la conducta 
              futura de dicha persona? 
              Cambiar de mentalidad es una lucha larga y ardua. ¿Cómo 
              se puede afirmar simplemente que la hermana no tiene más 
              que decir "no", sobre todo a alguien que ella considera 
              más sabio? Es un punto de partida desequilibrado, un terreno 
              de juego desigual. Es una situación similar a de David y 
              Goliat, con 
              la diferencia de que David podía pensar que tenía 
              el derecho de combatir a Goliat, mientras que a algunas mujeres 
              ni se les pasa por la cabeza la idea de poder decir "no". 
              Pero todo esto va cambiando. 
              Las mujeres se atreven a levantar la voz. Ahora las religiosas empiezan 
              a hablar de esto. La pena -la cruz- empieza a manifestarse. La voz 
              interior que siempre repetía, pero tan profundamente escondida 
              que no se podía oír, se alza y dice "¡basta!". 
              Es la misma voz que gritaba la injusticia de la esclavitud en Estados 
              Unidos, la misma voz con que Jesús proclamaba que tenemos 
              que amar a los otros como a nosotros mismos. Este mandamiento no 
              permite ningún ultraje como los cometidos por el comportamiento 
              violento sobre las mujeres. 
            Las consecuencias 
              para la víctima 
               
              ¿Qué les ocurre a las religiosas víctimas de 
              un cura tal como se ha explicado? Seguramente su vida termina si 
              contraen el virus del sida, y si se quedan embarazadas se acaba 
              su vida como religiosas. Pero, ¿qué ocurre en su mente?; 
              ¿cómo se ven a sí mismas? 
              Están aferradas a la disonancia cognitiva, cuando toda la 
              enseñanza que han recibido en la vida religiosa les dice 
              que tienen que ser vírgenes, y, en cambio, tienen una relación 
              sexual con un cura. ¿Cómo hacer coexistir estas cosas? 
              Generalmente el hombre reacciona de manera diferente a la mujer, 
              se encuentra por encima en la escala jerárquica en términos 
              de consideración social. Es una posición privilegiada, 
              y es importante comprender este concepto de "privilegio". 
              No es algo que se merezca; es dado por nacimiento, se nace hombre. 
              En el caso que examinamos, existe el privilegio adicional que da 
              el sacerdocio. Poco importa qué tipo de persona sea: si tiene 
              el título de cura se le considera sabio, como aquél 
              que conoce lo que es el bien y el mal, etc. Quien se encuentra en 
              esta posición tendrá tendencia a resolver el conflicto, 
              la disonancia, desacreditando la regla o a la otra persona; de todos 
              modos arrojará el descrédito fuera de sí mismo. 
              Pero si se es una mujer, minusvalorada en cuanto mujer, entonces 
              la tendencia será la de desacreditarse a sí misma. 
              Normalmente esto se expresa con sentimientos como: "soy mala", 
              "es mi culpa". Cuanto más estima la mujer el rol 
              del hombre o del cura, más se desprecia a sí misma 
              y más recurre a los reproches. Esto se acompaña de 
              una gran vergüenza, de una convicción 
              creciente sobre su falta de valía. Y en la vida monástica 
              comunitaria, esto no solamente afecta a la propia persona, sino 
              que puede conducir al aislamiento, a la desconfianza (especialmente 
              frente a la autoridad), generar cólera, fobia, depresión 
              y causar comportamientos compulsivos como la masturbación. 
              La vergüenza no es sólo muy dolorosa, sino también 
              potente. 
              Todo lo que menciona Benito en el capítulo 72 de la Regla, 
              sobre cómo los monjes y monjas deben tratarse recíprocamente, 
              se hace más difícil a causa de la pena interior. Y 
              así los demás miembros de la comunidad, que no han 
              sido víctimas directamente, también lo sufren. ¿Y 
              si el cura viene a celebrar la eucaristía? ¿Pensáis 
              que la que ha sido su víctima puede olvidar lo que ha pasado 
              cuando el cura eleva la hostia y dice "cuerpo de Cristo"? 
              Pero el daño más grave es quizás el que ocasiona 
              a la relación con Dios. 
              Todos intentamos acercarnos a Dios de manera coherente; y entonces, 
              nuestra manera de estar cerca de aquellos que nos rodean será 
              un reflejo de nuestra relación con Dios. Ahora bien, ¿cómo 
              alguien que cree valer menos que nada puede convencerse de que Dios 
              realmente quiera hablarle de lo que vale a sus ojos (ls 43)? Sólo 
              cuando lo que se ha vivido puede llamarse realmente con su verdadero 
              nombre -un abuso-, entonces las cosas pueden cambiar. 
              Hoy he venido aquí para daros parte de una pena de nuestras 
              hermanas benedictinas. Ellas hacen parte de nosotros. Queremos decirles 
              que las escuchamos, que sentimos su pena, somos solidarias con ellas. 
              Estamos como un día María a los pies de la cruz, cerca 
              de aquellas que llevan su cruz. Y 
              rezamos. Rezamos para que este problema se resuelva. Uníos 
              a nosotras en esta preocupación. En fin, creemos que el evangelio 
              que tan importante es para nosotras tiene que llevarse a la práctica. 
              Tiene que influirnos más la cultura. Por eso la primera cuestión 
              a tratar es el valor de todos los seres humanos y, en particular, 
              hay que insistir en el respeto hacia las mujeres. 
              En segundo lugar, habrá que examinar la cuestión del 
              celibato. 
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            Resolución 
              del Parlamento Europeo "Sobre la violencia sexual contra las 
              mujeres y en particular contra religiosas católicas" 
            Resolución 
              aprobada en Estrasburgo el 5-4-2001 con 65 votos a favor, 49 en 
              contra y 6 abstenciones. 
            El Parlamento 
              europeo, 
              -vista la Declaración Universal de los Derechos Humanos y 
              la Convención Europea sobre los Derechos Humanos 
              -vista la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión 
              Europea, -vista su resolución con fecha de 16 de septiembre 
              de 1997 sobre la necesidad de organizar una campaña a nivel 
              de la Unión Europea para la total intransigencia frente a 
              la violencia contra las mujeres, 
              -vista su resolución con fecha de 10 de marzo de 1999 sobre 
              la violencia contra las mujeres, 
              -vista la Convención de las Naciones Unidas sobre la eliminación 
              de cualquier forma de discriminación contra las mujeres, 
              A) ratificando la firme condena -por su parte y la de otras instituciones 
              comunitarias- de cualquier forma de violencia contra las mujeres 
              y en particular de los abusos sexuales, 
              B) seriamente preocupado por el contenido de una declaración 
              aparecida en la revista americana National Catholic Reporter, en 
              la que se señalan numerosos casos de estupro, en al menos 
              23 países, cometidos por curas a religiosas católicas, 
              C) considerando que la Santa Sede ha confirmado tener conocimiento 
              de casos de estupro y abusos sexuales contra mujeres, incluso monjas, 
              por parte de curas católicos, dado que desde 1994 se han 
              transmitido al Vaticano al menos cinco informes sobre el tema, 
              D) considerando que, pese a haber sido pertinentemente informados 
              acerca de estas violaciones de los derechos humanos, los responsables 
              oficiales no han reaccionado como hubieran debido, 
              E) subrayando que, según estos informes, numerosas religiosas 
              estupradas también han sido obligadas a abortar, a dimitir 
              y, en algún caso, han sido infectadas por el virus del sida, 
              F) tomando las declaraciones del portavoz del Vaticano, Joaquín 
              Navarro Valls, quien ha afirmado que "el problema es grave 
              pero geográficamente limitado", y subrayando que, por 
              el contrario, este fenómeno se halla extendido no sólo 
              en África 
              G) recordando que el abuso sexual constituye un delito contra la 
              persona humana y que los autores de estos delitos tienen que ser 
              entregados a la justicia, 
              1. condena toda violación de los derechos de la mujer así 
              como los actos de violencia sexual, en particular contra religiosas 
              católicas, y expresa su solidaridad con las víctimas, 
              2. pide que los autores de estos delitos sean arrestados y juzgados 
              por un tribunal; pide a las autoridades judiciales de los 23 países 
              citados en el informe que garanticen que se aclaren totalmente en 
              términos jurídicos estos casos de violencia contra 
              las mujeres; 
              3. pide a la Santa sede que considere seriamente todas las acusaciones 
              de abusos sexuales cometidos dentro de las propias organizaciones, 
              que coopere con las autoridades judiciales y que destituya a los 
              responsables de cualquier cargo oficial; 
              4. pide a la Santa Sede que reintegre a las religiosas que han sido 
              destituidas de sus cargos por haber llamado la atención de 
              sus autoridades sobre estos abusos, y que proporcione a las víctimas 
              la necesaria protección y compensación por las discriminaciones 
              de las que podrían ser objeto en lo 
              sucesivo; 
              5. pide que se haga público el contenido integral de los 
              cinco informes citados en el National Catholic Reporter; 
              6. encarga a su Presidente que transmita la presente resolución 
              al Consejo, a la Comisión, a las autoridades de la Santa 
              Sede, al Consejo de Europa, a la Comisión para los derechos 
              humanos de las Naciones Unidas, a los gobiernos de Botswana, Burundi, 
              Brasil, Colombia, Ghana, India, Irlanda, 
              Italia, Kenya, Lesotho, Malawi, Nigeria, Papúa Nueva Guinea, 
              Filipinas, Sudáfrica, Sierra Leona, Uganda, Tanzania, Tonga, 
              Estados Unidos, Zambia, República Democrática del 
              Congo y Zimbawe. 
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